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Introducción
Desde que cayó en mis manos un ejemplar del ensayo «El miedo a la libertad», del filósofo alemán, Erich Fromm, han transcurrido 50 años de pasión por la filosofía. Una de las primeras preguntas que me hice fue sobre la existencia de Dios, y he tardado esos 50 años para encontrar una respuesta satisfactoria, que pusiera fin a un recalcitrante agnosticismo, sin que en ningún momento cayera en el ateísmo, porque nunca pude negar categóricamente su existencia. , hasta que llegué a la conclusión de que la gran mayoría de las enrevesadas y complejas tesis podían simplificase, pero por alguna razón estos filósofos no podían concebir la filosofía sin enrevesados argumentos y el uso de términos desconocidos para los lectores no familiarizados con la filosofía.
Por supuesto que no tengo ninguna aversión contra las facultades de filosofía, todo lo contrario, sufrí una profunda desilusión cuando mis padres se vieron obligados a emigrar a la industriosa y acogedora Alemania de Willy Brandt, y tuve que acompañarles justo cuando yo debía cursar el primer año de Filosofía y Letras.
Por entonces creía que sin los estudios superiores nunca podría adquirir la necesaria preparación como para afrontar el ambicioso proyecto filosófico que me había propuesto. Hoy pienso todo lo contrario, que el paso por la universidad puede anular la capacidad de contactar con la intuición y dejarte alienar por las corrientes filosóficas dominantes. La intuición nos pone en contacto con la información que hace posible la naturaleza.
Las facultades de filosofía generan excelentes profesores, pero pocos creadores, al menos esta era la opinión de Descartes o Spinoza. La historia de la filosofía académica ha sido la proliferación de itsmos para el consumo interno. Bien podemos decir que son productos de laboratorio filosófico. En cuanto a la filosofía española contemporánea, su referente más destacado, José Ortega y Gasset, propone un sistema, «La razón vital», difícil de articular en la filosofía, porque la vida es un concepto de la física.
Fue desde mi llegada a Berlín, en el 2004, cuando volví por enésima vez sobre mi histórica pregunta, lo que me llevó a lo que finalmente ha resultado ser un método para entender la realidad según la percibimos, con el que pude, finalmente, ubicar a Dios en su contexto, que, al menos para mí, era suficiente. Pero lo cierto es que tardé bastante tiempo en darme cuenta del alcance real de la tesis. Fue a partir del ensayo, «Sobre el Ser, Dios y el Cosmos», en que conseguí exponer los fundamentos de esta teoría de forma más o menos esquemática y metódica. Sin embargo, tras cada nueva lectura, sigo teniendo la impresión de no haber expuesto los posibles problemas de la inmigración irregular argumentos con el necesario orden y claridad para hacerlo comprensible.
La complejidad y dificultad en la exposición argumental de la tesis básica es debida a la amplitud del tema en sí. De hecho al analizar la realidad siempre es necesario partir de una causa primera. Pero también está la dificultad de analizar la simultaneidad de las diversas percepciones que el ser humano tiene de la realidad.
Este breve ensayo parte del supuesto de que todos somos personas razonables y estamos interesados en entendernos mejor a nosotros mismos y la realidad que nos rodea, y no sólo en conocernos como organismos naturales, para lo que la ciencia ya nos ha aportado una abrumadora avalancha de conocimientos sin que, a pesar de todo, sirvan para entendernos.
Nueva filosofía para un nuevo paradigma
En el capítulo anterior no menciono nada respecto a las cualidades del alma humana, porque en esta primera parte del ensayo me he limitado a hacer una somera introducción a cuestiones de la física, sin hacer todavía mención a la teología y su relación con la filosofía y la ciencia. En este nuevo capítulo introduzco el método empleado para establecer esta necesaria vinculación.
Estamos viviendo una época fascinante, pero llena de peligros e incertidumbres, porque está siendo una transición demasiado rápida y corremos el riesgo de que colapsen las estructuras de los Estados y algunas instituciones básicas del Derecho internacional, como las Naciones Unidas o la Unión Europea, porque el poder real se está desplazando de las entidades políticas tradicionales a las redes sociales y los gigantes de la comunicación con el peligroso uso de la Inteligencia Artificial, prácticamente fuera de control..
Si a esta tendencia le añadimos la astronómica deuda de los Estados, el cambio climático, la enorme brecha entre pobres y ricos, la corrupción de las democracias más avanzadas y el envejecimiento de las centrales nucleares, tenemos un sombrío futuro para la generación que está tomando el relevo, que serán los afectados.
Es en estas encrucijadas de la historia cuando se han creado las condiciones y la creatividad para la regeneración necesaria para dar respuesta a todos estos retos. También la filosofía debe renovarse para ser una herramienta con la misma utilidad que tienen los medios para el avance de la tecnología o la medicina.
No podemos esperar que ideas que surgieron cinco o veinte siglos atrás puedan servir a este fin, porque las condiciones sociales y culturales actuales cuentan con nuevos y revolucionarios elementos que marginan la filosofía, desde la explosión de la teoría de Relatividad general de Einstein o la controvertida Inteligencia Artificial.
Sobre este método
Todos los objetos pueden ser conocidos, valorados y entendidos por tres cualidades y características diferentes:
- por las características de su consistencia (sensaciones)
- por el valor emotivo de su imagen (emociones)
- por su forma de ser (impresiones)
Estas tres características y cualidades pertenecen a un mismo objeto y quien las observa tiene, a su vez, la capacidad de percibirlas, es decir, las siente, le emocionan y le impresionan.
Lo que se siente o cualquier otro aspecto que esté relacionado con la sustancia o materia, es «positivo» o «negativo».
Lo que emociona o tiene relación con valores emotivos de su imagen, es “bueno” o “malo”.
Por último, las impresiones de su forma de ser, es “verdadero” “falso”, con relación del significado de su concepto, y de todos los aspectos que impliquen la forma de ser de las cosas.
La primera percepción de los sentidos de las cosas sustanciales o consistentes, sucede durante el primer año de vida. La percepción de las emociones surgirá a partir del primer año, y la tercera percepción posiblemente a partir del segundo o tercer año de vida, en los inicios del habla.
Estas tres formas de percepción son naturales, espontáneas y, por tanto, equivalentes. El énfasis o el interés con que se asuma cada una dependerá de las circunstancias genéticas, éticas y ambientales y definirá el carácter y la personalidad del individuo. Serán científica si pone más énfasis en la percepción de los sentidos, artística o religiosa, si se centra en la percepción de las emociones, y filósofo o intelectual si se inclina por la percepción de la forma de ser de las cosas o sus ideas.
De manera que los creyentes reprimen su sensualidad y su raciocinio para poner más énfasis en lo espiritual, en tanto que los ateos reprimen su emotividad, para dar un mayor protagonismo a la realidad física o razonable.
De esta reflexión se induce que una persona es prácticamente perfecta si atiende con el mismo interés las necesidades del cuerpo, la mente y el alma. Pero es muy posible que estaríamos a dos o tres siglos de retraso con relación al «progreso» según lo entendemos en la actualidad, pero mucho más felices, porque una persona que es feliz, alegre y está en paz con su consciencia, no tiene ningún interés por el progreso según lo entendemos.
Nuestra civilización se fundamenta en los excesos y los desequilibrios de ciertas personas a las que consideramos genios o personas excepcionales, cuando son simplemente unos “desequilibrados”.
Otra función que puede realizar este simple método es hacernos una idea de los fenómenos de los que está constituida nuestra personalidad moral y ética gracias a las equivalencias. Si establecemos que la energía es equivalente con el espíritu, tendremos la respuesta a la moralidad de nuestras actividades científicas o intelectuales.
Si cuando hablamos de espíritu por equivalencia estamos hablando de la energía, esto quiere decir que la manipulación del átomo para la producción de energía con fines comerciales o militares, tiene la misma valoración moral que la manipulación del espíritu o de la consciencia con fines comerciales o militares, es decir, es una actividad inmoral e inconsciente.
Todo lo material tiene consistencia por la energía pasiva que contiene, pero las sustancias vivas, además de esta energía necesita una “energía vital”, que obtenemos por los alimentos y que en el contexto de las emociones, es decir del espíritu, es el alma. De manera que el alma será la “personificación” de las cualidades morales del espíritu divino, es decir, del Dios panteista que contiene todas las cosas, incluido el ser humano, que se comunica por el instinto, la revelación y la intuición, ya sea para hacernos una idea (como es en este caso), o imaginarla en una obra de arte, o en una doctrina de carácter religioso.
Más sobre Dios
La voz “Dios” pertenece al lenguaje de la teología, así como “espíritu” o “alma”, y se refieren exclusivamente al aspecto moral y ético de la realidad.
En este lenguaje no hay lugar para razonamientos. ni experiencias, sino que sus dogmas proceden de revelaciones, apariciones o sueños. Personalmente le concedo más valor a estas revelaciones que a las conclusiones del razonamiento filosófico o la experimentación científica, porque están conectadas directamente con la inteligencia que pueda haber en el cosmos, pero necesitan una actualización de sus desfasadas metáforas.
Por esta razón, pese a ser un breve ensayo de filosofía, es necesario utilizar los conceptos propios de la teología. Si estuviera escribiendo sobre ciencia en lugar de “espíritu” utilizaría el concepto “energía”, que es equivalente, y si fuese un razonamiento estrictamente filosófico, utilizaría el de “mente”.
Por lo tanto, si en adelante utilizo voces como Dios, espíritu o alma, no es porque sea un ensayo de carácter religioso, sino de filosofía, que utiliza expresiones religiosas por una cuestión de método
Por mi pasión por la filosofía, a pesar de no haber podido tener una graduación universitaria (no creo que la filosofía sea una cuestión de erudición, sino de una combinación de razón e intuición) me he propuesto buscar la respuesta, pero por el contexto de la razón, o lo que es lo mismo, buscar la verdad con la cabeza y no con el corazón.
Comienzo por identificar una entidad supuestamente sobrenatural, que se pueda concebir y con los atributos necesarios para poder ser Dios.
Asumo que mis lectores conocen en lo esencial la teoría de la “Gran explosión” como la causa de la creación del universo, y tal vez se hayan preguntado qué había antes de que se produjera la Gran explosión, o dónde se encontraba y qué había fuera de los límites de la gran inflación.
No sería razonable responder que no había nada, porque en la nada no puede haber algo, por lo tanto, asumo que debía de haber algo.
Nuestro universo puede estar en el interior de otro universo imposible de detectar. Ese exo-universo puede ser el dios que estamos buscando y puede que sea una persona “a nuestra imagen y semejanza”. Esta hipótesis contiene todo lo que se espera de Dios como creador del universo, al igual que nosotros podemos ser creadores y dioses de nuestro mundo interior.
Sobre la naturaleza
Todo lo que surge de la Gran explosión es materia en formación y no hay indicios de que pueda contener algo que podemos llamar “espíritu” o “inteligencia”, por el contrario, solo hay materia que debe ser “informada” para que pueda formarse.
Lo que esta materia necesita está en el sustrato donde ha aparecido, es decir, “Dios”. Pero esta información no define las formas de la materia, que será consecuencia de las circunstancias naturales en las que se desarrolle, sino tan solo los principios sobre los que debe desarrollar su diversidad, que va desde la formación de las primeras moléculas hasta el ser humano.
De manera que pueden haber surgido diferentes clases de flores, pero dentro de los mismos principios o leyes naturales. Dicho de otro modo, su desarrollo será una combinación de la inteligencia de Dios y la evolución de la Naturaleza. Para mantener este principio, todas las cosas están penetradas por la “inteligencia de Dios”, es decir, su “espíritu”. Así, todo está regido por la presencia de su espíritu, como una densa esencia que llena el universo, y está presente en todo su espacio y tiempo.
Sobre el alma
El efecto de las condiciones ambientales de la materia dará origen a la aparición de la vida. Esta nueva situación del espíritu de Dios (el Espíritu santo) será la causa del alma, (ánima, o lo que anima la vida), que toma del espíritu la información necesaria para la formación de la personalidad, es decir, una información de las leyes naturales y, al mismo tiempo, el espacio donde se causan los fenómenos para la formación de los pensamientos, la imaginación, los sueños y la conciencia, o lo que es lo mismo, una materia sutil imposible de detectar.
Así debe ser como se conforma la dualidad cuerpo y alma en el instante de la germinación o la gestación de los seres vivos, y los humanos adquirimos un conocimiento trascendental, al que solo se puede acceder por medio de la intuición o de la revelación, o también posiblemente con los resultados de la investigación de la física cuántica.
El alma interactúa con los seres vivos por medios diferentes según sea su estado de evolución: por medio de sensaciones con los vegetales; por las sensaciones las emociones y el instinto, con los animales y las sensaciones, las emociones, las impresiones y la conciencia, con los seres humanos, que constituyen los fundamentos de su condición humana.
El alma no puede ser eterna
La condición de lo eterno es que no haya tenido principio ni tenga fin. Si algo tiene un principio quiere decir que se mueve en el espacio y en el tiempo, y el tiempo está dentro de una duración, y la duración tiene necesariamente un fin.
Cuando se produce la defunción nuestra alma empieza a morir, que es lo antagónico del nacimiento del cuerpo que empezar a vivir, pero en un sentido opuesto, hasta llegar nuevamente a la edad de cero años, con lo que termina nuestro largo viaje por la vida y la muerte, en cuerpo y alma. Lo que es razonablemente eterno es el espíritu de Dios, y el de Dios mismo, puesto que no conocemos su principio ni su causa.
Lo que debe prevalecer después de la muerte
Si decía que en la nada no puede haber algo, todo debe estar sostenido por algo. Los pensamientos, la imaginación, la conciencia y los sueños deben ser causados por vibraciones cuánticas, porque deben estar constituidos por la misma energía sutil del espíritu de Dios, pero que una vez desprendida de Él para convertirse en alma, perderá su eternidad.
Solo puede morir lo que ha vivido, y la energía o el espíritu no están ni vivos ni muertos, sino activos, por lo tanto, todo lo que es consustancial a Dios, que no es orgánico debe prevalecer después del fallecimiento.
Así, los pensamientos, la imaginación y la conciencia permanecerán activos, pero bloqueados por la muerte del cerebro, que para su activación requiere un acto de voluntad, que ya no puede darse.
Pero no sucede lo mismo con los sueños, que no requieren ningún acto de voluntad, porque surgen precisamente cuando carecemos de voluntad, y nuestro cerebro está en reposo. Por tanto, lo que debe prevalecer son los sueños, pero sin la posibilidad de despertar. No en vano se ha expresado la muerte como “un sueño eterno”.
Esta también debe ser la explicación de lo que ven, oyen y sienten las personas que han estado clínicamente muertos durante un breve tiempo, que están soñando.
En el instante en que el alma se une al cuerpo se convierten en el cuerpo astral, o una copia exacta del cuerpo físico, pero de la misma energía sutil que la del espíritu de donde procede.
Sobre el bien y el mal
Si el respeto a los derechos democráticos impide decretar un valor universal, pero al mismo tiempo es necesaria alguna referencia moral que pueda ser asumida por todos sin anular nuestra libertad de conciencia, necesitamos buscarlo en otra cualidad. Ese valor universal es la “armonía".
No se trata de ser más virtuosos, puesto que valorar las virtudes requiere seguir los dictámenes de una doctrina. Si la estabilidad y armonía del universo se fundamenta en unas leyes inmutables, es lógico deducir que, a pesar de que nos movemos con libre albedrío y somos conscientes de nuestros actos, debemos adoptar voluntariamente un comportamiento en armonía con las necesidades del cuerpo, las del alma y las de la mente y, por supuesto, con la naturaleza que nos ha precedido. Pero desgraciadamente no ha sido así.
Desde la mítica expulsión del Paraíso (desde que somos conscientes) hasta nuestros días hemos creado culturas y civilizaciones desequilibradas, una detrás de otra. Aún hoy estamos creando una nueva cultura desequilibrada, que pone exagerado énfasis en lo material: las ciencias, el mercado, el consumo o la tecnología, y devalúa las emociones de la imaginación.
La historia nos ha demostrado que estos grandes desequilibrios terminan por producir estados de gran violencia revolucionaria o irracional e incontrolada.
Tolerancia y permisividad
Los pueblos que se rigen por sistemas democráticos no son tolerantes, sino “permisivos”, porque las consecuencias de carecer de una referencia moral universal nos lleva a permitir comportamientos intolerables. Pero no podemos evitarlos por dos importantes razones: la primera porque los valores del bien y del mal social no se corresponden con los doctrinarios, en nuestro caso con los del cristianismo, sino con criterios de utilidad o peligrosidad social: está bien todo lo que acepte el mercado y no sea violento y visiblemente peligroso, y mal lo que rechace. Así, es un bien social el que una persona ponga su cuerpo en venta con los mismos criterios que cualquier otro objeto de consumo.;
La segunda es porque, como probó el referéndum sobre la pertenencia de los británicos a la UE, por causa de la dualidad natural, medio mundo piensa de una manera y el otro medio de la contraria.
Nos hacemos la falsa ilusión de que la democracia, más todos los organismos internacionales creados tras la Segunda Guerra Mundial, han conseguido pacificar Europa y buena parte del mundo, pero lo que hemos hecho es “almacenar” toda la violencia social en misiles con cabezas nucleares, infinitamente más destructivos.
Los comportamientos antisociales no se solucionan con represión, porque el resentimiento lo exacerba aún más (las cárceles son universidades del delito), sino por decisión personal y voluntaria de los antisociales y violentos.
La verdad y la amonía
Existe una necesaria relación entre la armonía y la verdad, sea cual sea el sustrato político, religioso o cultural. Toda forma de armonía tiende necesariamente a la paz y el entendimiento, puesto que la armonía es consustancial con la ausencia de desequilibrios que lleven a la confrontación y la violencia.
Un cristiano que alcanza la armonía entre la satisfacción de sus deseos, la emotividad de la religión o de las artes y el entendimiento de las cosas por su forma de ser, es un estado similar al de un musulmá, aunque sus valores sean distintos.
A modo de resumen
Diose es un concepto sin atributos visibles, es por tanto, la esencia invisible de todas las cosas. Para sustanciar esta esencia es necesario otorgarle algún atributo que lo haga visible, por tanto es una sustancia por defecto, o lo que es lo mismo, existe por defecto. Cada cultura le otorga un determinado atributo, que lo hace visible y en efecto. De esta forma podemos hacernos una idea precisa de su forma de ser.
Como esencia no podemos otorgarle límites ni en el tiempo ni en el espacio, porque está presente en todo lo visible y existente, es decir es una entidad metafísica absoluta y eterna. De manera que todas las cosas visibles y exitantes proceden de Dios o su esencia.
Esta esencia tiene atributos visibles en varios estados: las sustancias sensibles, que perciben los sentidos informadas por el instinto y posteriormente por la experiencia y la capacidad de aprender y memorizar. La sustancia imaginada, fruto de la revelación, y más tarde la capacidad de imaginar y finalmente la sustancia fruto de los pensamientos que aporta la intuición y más tarde la capacidad de concebir la forma de ser de las cosas, que es la cualidad que define al ser humano y su relación con Dios.
Otros apuntes sobre Dios
San Agustín y su idea de Dios
Con San Agustín es notorio la confusión en el intento de unir teología con filosofía, porque no llega al origen y la causa tanto de la filosofía como de la teología, porque será la intervención del valor de las imágenes lo que articule a ambas.
La filosofía se obsesiona con la razón y la experiencia y no deja lugar para la imaginación y el valor emotivo de los razonamientos y la experiencias de los sentidos.
San Agustín se reitera en presentar un Dios que no se puede identificar a pesar de que asegura que es la esencia del hombre, pero como sus antecesores, se trata de una percepción misteriosa que solo puede explicarse con la fe.
Pero la idea que nos aporta la fe tiene que tener una causa, que lleva al encuentro con un Dios razonable como la causa de la idea misma de nuestra percepción.
En otras palabras, nos encontramos con el concepto de un Dios que no puede ser concebido como idea en tanto no tenga algún atributo que pueda experimentar por los sentidos.
No podemos pretender descubrir la existencia de Dios, sino simplemente la causa de su idea, porque Dios no es una entidad física, sino metafísica.
Por lo tanto para nuestras capacidades de percepción de la realidad, Dios “es, pero existe por defecto”, porque solo es un concepto sin atributos. Y es en este razonamiento en el que se fundamenta el enrevesado discurso filosófico y teológico sobre la existencia de Dios.
Dios no se presenta como una sustancia o como una forma, sino como un ser luminoso (luz) que ilumina una sustancia y una forma que tan solo es aparente, es decir, como una “Aparición” causada por el valor emotivo de una extraordinaria imagen fruto de la imaginación.
Las dos verdades de Santo Tomás de Aquino
Como es una constante en la biografía de las mentes más lúcidas de la historia de la filosofía, Tomás de Aquino tuvo que hacer frente a quienes intentaban desviarle de su destino.
Su intuición le decía que debía de haber una forma de compaginar las conclusiones de la razón y de la observación de las cosas tangibles con la teología.
Para hacer comprensible esta unión dividió las verdades en naturales y sobrenaturales. Las naturales eran el resultado de los sentidos y la razón, y las sobrenaturales las que creemos gracias a la fe.
De esta manera las sobrenaturales no tenían un sujeto concreto, sino que se trataba de cualquier entidad, porque todo lo verdadero y sobrenatural era todo en sí mismo que no fuera natural.
Es una solución demasiado ambigua, por tanto, para completar la formas de hacer compaginar unas verdades naturales y otras sobrenaturales es necesario identificar sus fuentes.
Estas fuentes son innatas, la primera el instinto, que se transmite a través de las sensaciones y que nunca se equivoca;
La segunda es la revelación, transmitida por los sueños y la imaginación, que no conoce sino que valora en función de la emotividad de la imagen de las cosas, por lo que también puede considerarse infalibles.
La tercera es la intuición, transmitida por las impresiones que definen la forma de ser de las cosas, es decir, su concepto, que es necesariamente verdadero.
Las tres fuentes de conocimiento, valoración y entendimiento son compaginables e infalibles en sí mismas, por tanto responden con más claridad las verdades sobrenaturales o innatas.
Sí, soy pesimista
Ya sé que es comprensible que a medida que envejecemos aumente nuestro pesimismo, y tal vez yo esté siendo víctima de esta tendencia.
Pero soy consciente de que mi pesimismo se fundamenta en una reflexión filosófica en torno a la condición humana y sus circunstancias.
El ser humano no es una ecuación matemática ni un sistema biológico mensurable, sino que es lo que “cree que debe ser”. Esa noción de sí mismo está contenida en su circunstancia, donde están todos los elementos que dan forma a esa creencia.
La circunstancia geopolítica están en el hogar, el barrio, la ciudad, la región, el país, la nación, el continente, el planeta y el universo.
Además de las culturales: la lengua, la ciencia, la religión, las artes y la filosofía. Cada uno de estos elementos contiene valores que difieren unos de otros apenas salimos de la dimensión del hogar.
Estas diferencias se aúnan con la creación del Estado, porque es la institución que aglutina las diferencias. De esta primera reflexión deducimos que la unidad de todas las diferencias se conseguirían si hubiese un único estado mundial.
Es evidente que los nacionalismos se oponen a esta solución porque no admiten que se cuestionen los valores sociales y culturales de la mayoría, que creen que deben ser lo que conforma su personalidad.
Pero la causa es otra, porque un estado mundial podría ser democratico, descentralizado y tolerar las diferencias culturales sin que se pierda los valores culturales nacionales.
Los nacionalismos excluyentes solo son una excusa para que ciertos individuos dominantes y ambiciosos ejerzan su poder sembrando la discordia y la enemistad entre los pueblos.
Que los líderes son necesarios es evidente, pero no para desintegrar sino para integrar, no para competir sino para cooperar, no para promover la discordia sino la cordialidad.
En definitiva, la armonía y la amistad.
Paradójicamente la mayoría de los estados exigen a sus minorías la uniformidad de los valores como la lengua o la tendencia política mayoritaria
¿Dios ha muerto?
Una de las preguntas más frecuentes de la historia de la filosofía es por qué siendo Dios infinitamente bueno y justo permite que se masacran personas inocentes en guerras y desastres naturales. Grandes filósofos como Russeau, Voltaire o Nietzsche llegaron a la conclusión de que Dios había muerto o nos habría abandonado a nuestra suerte después de crear el mundo, dejándonos la libertad y la capacidad de razonar para encontrar por nosotros mismos la responsabilidad de nuestro destino y distinguir el bien y el mal, lo que no hemos aprendido.
Hay una explicación menos drástica y razonable y que es una de las grandes contradicciones de la teología.
Lo que Dios nos dejó es la capacidad de penetrar en los misterios del conocimiento de la verdadera causa de todo por fuentes innatas como el instinto, ls revelación y la intuición. Nuestra labor consistía en hacer una correcta interpretación de estas fuentes innatas del conocimiento, lo que obviamente no hemos hecho.
Si la idea que nos hemos formado de Dios es la de un ser metafísico absoluto, sin un principio ni un final, no puede ser al mismo tiempo una parte de una dualidad como el bien y el mal, sino que debe estar por encima del bien y del mal, o lo que es lo mismo, tanto el bien como el mal son una creación divina, por causa de la dualidad de la naturaleza. Por tanto, al crear la dualidad natural creamos inevitablemente estos valores. Es decir, debemos encontrar la manera de asimilar el mal de manera que cause un dolor tolerable para la condición humana.
Por tanto no debemos predicar doctrinas que nos ofrezcan la utopía de un bien absoluto con ausencia del mal, sino un comportamientos que asuman el mal al mismo tiempo que asimilamos el bien, y eso no se logra con doctrinas ni con ideologías ni con leyes, sino como el resultado de la armonía entre el bien y el mal.
Ni el bien ni el mal radican en un hecho en sí, sino en el equilibrio de los hechos entre sí. Por ejemplo, el bien en la forma en que nos alimentamos no radica en el hecho de alimentarnos, sino en la proporción en que nos alimentamos, con menos calorías de las necesarias o con un exceso de las saludables.
Este principio es asimilable para todos los comportamientos y actitudes de la condición humana, Como por ejemplo, no es un mal la riqueza sino poseer más de las necesarias. Ni la admiración, sino admirar a alguien más de lo que merece ni es un mal la ignorancia, sino ignorar conocimientos básicos y necesarios.
Dios debe de existir, pero...
Después de 60 años de agnosticismo, finalmente he llegado a la conclusión de la razonable existencia de Dios. Es más, me atrevo a sugerir que en la actualidad Dios, nuestro Dios naturalmente, debe de tener alrededor de 50 mil millones de años, o 50 años de nuestro tiempo terrenal.
Dicho así como introducción de este nuevo artículo esta afirmación puede parecer una tomadura de pelo y una intolerable falta de respeto por la posible sensibilidad religiosa de mis lectores, pero he llegado a esta conclusión tras desarrollar un nuevo método cognoscitivo, para el que provisionalmente no tengo otro calificativo que el de "método contextual", pues se basa en la constatación de la existencia de tres contextos etimológicos, cada uno de los cuales expone una misma idea con tres conceptos distintos, y el método consiste en "agruparlos", de manera que lo que tenga sentido en uno debe tener sentido en los otros dos o carece de sentido en los tres.
Estos tres contextos son el lógico o físico, psicológico o religioso y el ideológico o metafísico, es decir, el contexto de la naturaleza, el de los dioses y el de las ideas. También podemos decir el de la experiencia, de la imaginación y el de la razón, o todavía más objetivamente, la ciencia, la religión y la filosofía.
Dios aparece históricamente dentro del segundo contexto, cuando podemos decir que la "imaginación se hace trascendental", pero sus fuentes no están ni en la razón ni en la experiencia, sino de la fe o la "revelación".
Es importante entender que cuando nos preguntamos por la "existencia" de algo, no buscamos su certidumbre "física", que sería su "consistencia" ni su certidumbre "psicológica" que sería su "apariencia", sino que lo que buscamos es su certidumbre "metafísica", es decir, una "algo más allá de la física que sea lógico y razonable" y que pueda ser entendida, tenga o no presencia o consistencia. Es decir, la existencia de Dios sería aceptable si pudiéramos "hacernos una idea de Dios y de su causa", pues ninguna idea puede ser ni existir sin una causa". ¡Y aquí está el problema!
Para darme una respuesta aceptable he recurrido a este método de equivalencias, por tanto buscamos a Dios desde estos tres contextos posible:
Primer contexto: la física. En el origen del universo, hace ahora alrededor de 13,7 mil millones de años, y de acuerdo a la aceptable teoría de la «Gran explosión», está la energía, que por progresiva condensación se transforma en materia. La materia "informada" en sus orígenes por el instinto y posteriormente por la experiencia, tuvo la capacidad nata de organizarse "inteligentemente" y de forma dinámica, es decir, como organismos, de donde procede la vida natural, o la naturaleza.
Segundo contexto: la teología. En el origen del cosmos está el «Espíritu santo», es decir, el espíritu, que se transforma en mundo. El mundo, "informado" por la fe, tiene la capacidad de «crear» las criaturas que lo pueblan, pues el mismo Adán surge del polvo, de donde proceden todas las criaturas.
Tercer contexto: la metafísica. En el origen de la consciencia está la mente, que gracias al pensamiento se transforma en ente. La entidad, informada por la intuición, tiene la capacidad de transformarse en seres, dando origen a la existencia misma y a las ideas.
Según esta primera reflexión tanto la materia, el mundo como la entidad deben ser en realidad una misma cosa, pero expuesta en tres contextos distintos. Podremos hacer extensible este método a otros conceptos y veríamos que todos se pueden agrupar, pero para este caso nos quedamos aquí, porque ahora vamos a situar a Dios en el contexto que aparece por primera vez y tratar de buscarlo en los dos restantes.
Dios surge en el contexto de la teología como una "revelación de su imagen" fruto de la imaginación exaltada, y como creador debe de estar "fuera" de lo creado, es decir, fuera de este mundo y de la creación misma. Por tanto sin duda que debe morar en el "Cielo", que es "otro mundo" o "el mundo de Dios". Dios es además nuestro "Padre celestial".
Si lo vemos en el contexto de la física decimos que Dios debe de estar fuera de la naturaleza producida. Como la naturaleza constituye una unidad espacio-temporal contenida en una duración, la del universo, el Dios de la física, que ya no es creador sino "productor", debe de estar en otro universo, contenido en otro espacio-tiempo, con otra duración.
Si este Dios ha "producido" nuestro universo debe tener su propia duración, y si nuestro universo tiene una vida mesurada de 13,7 mil millones de años, el universo gestante debe tener "más duración" que el nuestro. Si tomamos como medida de relación 1 año = 1000 millones de años, este Dios debe de tener ahora alrededor de 50 años en su propio tiempo y en su propia demisión espacio-temporal. Es decir, debe tratarse del "padre" de nuestro universo.
Si ahora nos pasamos al contexto final de la metafísica decimos que Dios debe de estar fuera del ser, y como todo lo existente tiene necesariamente ser, Dios no puede existir dentro de nuestra propia mente, pero sí fuera de nuestra mente, es decir, en otra "existencia paralela", con otro Ser, entidad e idea. Por tanto debe ser "el padre" del ser de las cosas existentes en nuestra mente, pero no está en nuestra mente, es decir, para nosotros "Dios es, pero no existe".
También podemos decir que "es cierto que hay Dios", porque podemos tener su certidumbre con la fe y el instinto, pero no es verdad que exista en tanto no pueda ser concebido como una idea lógica y razonable a partir de su "intuición". ¡Se trata de una cuestión de contextos!
De manera que es fácil llegar a la conclusión de que Dios debe ser el "padre del universo" y habita en otra dimensión espacio-temporal, o en un "universo paralelo", y que en la actualidad debe tener alrededor de 50 mil millones de años de nuestro tiempo, unos 50 años del suyo.
Pero ¿cómo es posible llegar a esta conclusión si no se puede establecer la prueba física de su existencia? Sencillamente porque la física no pude probar la existencia, pues la física no tiene en su propio "vocabulario" la voz "existencia", que pertenece a la metafísica, sino que tan sólo pude probar la "consistencia" de Dios. Por tanto la certidumbre que de Dios puede tener la teología o la física se refiere a su "apariencia" o "consistencia" pero nunca a su "existencia".
No quiero concluir este artículo sin exponer brevemente la "lógica matemática" del "Misterio de la Trinidad", que contiene cada una de las reflexiones expuestas con anterioridad. El Misterio también habla de "tres contextos", el de un "Padre": universo paralelo; de un "Hijo": nuestro universo, y de un "Espíritu Santo": la energía, espíritu o mente, como se le quiera llamar, causante de los tres.
Como el misterio está basado en una "revelación", que resulta rigurosamente lógica y razonable, pese a ser una aporía, las tres Personas se sitúan dentro de un triángulo, cuyo "centro" contiene la "primera causa, que no existe", pues las tres Personas "son y existen", en tanto que "Dios en sí mismo", como causa primera de las tres "personas divinas", que no obstante son "consustanciales", "no puede existir, pero es", pues el "ser no puede no-ser".
Esto nos obliga a considerar que "Dios es lo que no existe, pero que es", para algunas tradiciones teológicas "el Innombrable". Y si es pero no existe, sólo pude "ser por defecto", de manera que todo lo que causa "en efecto" debe ser "parte de la divinidad" o "divino", incluidos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, sin que sea posible la existencia de "Dios en sí mismo". Reflexión que ya se hizo el propio San Agustín, para quien Dios era "emanación".
De manera que más que preguntarnos por la existencia de un "Dios inexistente, impensable improbable" deberíamos ser más "concretos" y preguntarnos por las "divinidades existentes", aquellas que han "producido nuestra naturaleza", "creado nuestro mundo" o "causado nuestra entidad", sin ir más allá en nuestras consideraciones.
¡Y ese es el misterio que nuestra mente no está capacitada para resolver, y donde se le han "cruzado los cables" a todos los filósofos de la historia de la filosofía idealista y trascendental! Para hacerlo más familiar podemos decir que el uno, el dos y el tres provienen "potencialmente" del cero, pero el cero "no vale nada", "¡solo es pura potencialidad!
Si la contradictoria idea de Dios en sí mismo persiste pese a que no existe, es porque se pude percibir a través de lo único que no requiere probar su existencia, porque carece de entidad, ser y existencia, como es todo aquello que "vemos en la imaginación", que no es consistente ni existente sino "aparente", o una mera "ilusión" de la mente.
Con esta breve reflexión sobre la probable existencia de Dios en sí mismo, el Dios que "es" pero que no existe naturalmente, y las "divinidades" creadoras, productoras o causantes, es decir, "Padre, Hijo y Espíritu Santo", yo no he hecho otra cosa que aplicar un nuevo método contextual a lo que ya se sabía o imaginaba, y la conclusión sólo es válida en la medida de que sea lógico el método utilizado.
Esto no es nuevo en filosofía, antes que yo Aristóteles recurrió a su método silogizo y Descartes al suyo, basado en la duda razonable, y más recientemente Husserl expuso el suyo, el fenomenológico. Por tanto me limito a exponer una conclusión que surge de manera inevitable por ser razonable que sea como el método sugiere que debe ser. Después de todo el conocimiento es fundamentalmente una cuestión de "método".