Mi experiencia americana
Era la primera vez que hacía un vuelo transatlántico y me impresionó encontrarme volando sobre ese inmenso “charco” que es el océano Atlántico. Desde mi ventanilla, a 12 mil metros de altura, podía ver diminutos cargueros que dejaban una estela blanca tras de sí. Aterricé al anochecer en el aeropuerto de LaGuardia, y cuando el autobús que nos transportaba llegó al lado oeste de Manhattan, el espectáculo que se divisaba al otro lado del río Hudson era simplemente sobrecogedor. Miles de luces de los impresionantes rascacielos formaban un escenario a muerto la democracia'Hdifícil de asimilar, por su grandiosidad y desproporción, en una ciudad que crecía hacia lo alto, en lugar de hacia lo ancho, porque no había más espacio disponible entre East river y el Hudson River. ¿Qué se puede decir de un país que se ha formado con una particular interpretación de los salmos de la Biblia y la pericia en el uso de un revólver; que tiene un sentido de la realidad desproporcionado, como queda presente en la contemplación de Nueva York; donde las leyes están pensadas para favorecer el comercio más que al ciudadano (y hago esta afirmación por experiencia propia); que su cultura es más entretenida que interesante; que tiene un sentido de la convivencia más gregario que social y que no tiene barrios, sino guetos? ¡Creo que con estas preguntas está todo dicho! Antes de la Segunda Guerra mundial los Estados Unidos solo tenía una obsesión: “América para los americanos”, según rezaba en la doctrina Moroe, pero después de la guerra ampliaron la extensión de esa política por la de “El mundo para los norteamericanos”, que practican hasta nuestros días, a pesar del desafío que supuso la creación de la Unión Europea y ahora la pujante China. Me instalé en una habitación de un hotel económico del Bronx y los primeros días los pasaba como abducido por aquella ciudad que me impresionaba y me transfería una poderosa energía para hacer cualquier cosa, porque en Manhattan es imposible permanecer ocioso. ¡Todo está en movimiento, día y noche! Necesitaba un cierto tiempo para adaptarme a la ciudad y descubrir qué podría hacer yo para ganarme la vida, aunque por el momento eso no tenía prioridad y otras me comportaba como un turista adinerado, que disfrutaba de su estancia en la ciudad más excitante del mundo. Con la mentalidad de un turista decidí que debía conocer el país, y visitar las grandes ciudades de la costa Este, Los Ángeles y San Francisco. De Los Ángeles me atraía el mito de Hollywood, de San Francisco el histórico movimiento Hippy. Una semana después ya había recorrido los lugares y guetos de la ciudad. Había estado en Queens, Brooklyn, el Bronx, Chelsea, Greenwich Village, Soho, Battery Park, Staten Island, Greenpoint y visitado Wall Street, cruzado varias veces el puente de Brooklyn y recorrido el Central Park, puede decirse que me hice una idea de la ciudad. Para mi proyecto inmediato de conocer el país necesitaba un vehículo apropiado, y le compré a un judío una enorme furgoneta Chevrolet, por la que pedía 3.000 dólares, pero tardé varios días en cerrar la compra, porque le regateé hasta conseguir que me rebajara 500 dolares. El judío me confió una vez cerrado el trato que ¡nunca más haría negocios con un español! La furgoneta se convertía en una amplia cama, tenía todas las extravagancias de los vehículos norteamericanos y, por supuesto, era de cambio automático, por lo que podía conducirla hasta un niño. Decidí subir a Chicago y desde allí tomar la histórica “Ruta 66”, la que hicieron los pioneros que poblaron el Oeste. Conducir por las autopistas de este país es fácil, porque tienen restringido el máximo de velocidad a 120km/hora, que ya es como caminar a pie, cuando en las autopistas alemanas puedes circular a 150 km/hora, pero tienes que estar pendiente del retrovisor porque te pedirán paso otros vehículos que vayan a 180 o 200 km/hora. Pero lo que resulta molesto son los constantes tramos de peaje, incluida la travesía de muchos puentes. La famosa “Ruta 66” me defraudó, porque a diferencia de Europa, donde todo cambia cada 200 km. (paisaje, lengua, cultura, costumbres y gastronomía …) en la “Ruta 66” solo hay 4 o 5 franquicias cada 100 kms, por lo que no se aprecia ninguna diferencia sustancial. Además de que se hacen interminables las planicies del interior sembradas de cereales posiblemente transgénico. Salir de la carretera para estirar las piernas o tomar un tente en pie en algún paraje pintoresco es prácticamente imposible, porque todas las carreteras de este país están cercadas y no hay otra opción que detenerse en alguna de las áreas de servicios, donde no puede faltar el MacDonald de turno. La ruta solo tiene interés al final del trayecto, cuando es necesario cruzar el desierto de Mohave, 300 km en tierra de nadie, donde es fatal tener una simple avería, porque solo hay un área de servicios en todo el recorrido, ¡y yo la tuve! Pero mi supuesto ángel de la guarda, al que no le daba descanso, quiso que la avería se produjera a 100 metros de la entrada a este área y la avería no fuera importante: un manguito de la refrigeración suelto. Lo arreglé en 10 minutos. Me desvié en algunos casos para visitar poblaciones míticas del periodo violento de la colonización, como “Carson city”, pero no era más que una población formada en su mayoría por casas móviles, pero ni rastro del “Saloon”. Todavía era más insignificante una localidad con el mismo nombre de nuestra capital, “Madrid”. En todo el trayecto solo me detuve en “Santa Fe”, una curiosa población que ha restaurado sus tradicionales viviendas de barro cocido de los españoles, convertidas en un activo recinto para toda clase de artistas, en especial pintores. Los Ángeles No se puede decir que el nombre haga justicia a esta monstruosa ciudad de duros contrastes entre la miseria de los miles de indigentes y la opulencia extravagante de los millonarios de “Beverly Hills”. El centro, donde están los habituales rascacielos, se convierte en una zona urbana fantasmagórica después de las 5 de la tarde, cuando finaliza la actividad de las miles de oficinas de esta zona, y apenas hay comercios. Los únicos habitantes asiduos del centro son los 50 o 60 mil indigentes (según el censo realizado por un organismo oficial) porque es allí donde están las organizaciones de ayuda para estos marginados. El resto es un gigantesco suburbio, atravesado por autopistas con cinco carriles, donde siempre circula una marea de automóviles en todas las direcciones, en especial hacia las playas de Santa Mónica y Venice Beach. Para caer en la indigencia en este país solo es necesario que dejes de pagar algunas facturas , de forma que tu puntuación de crédito sea negativa y pierdas el crédito, y con ello los derechos de todo ciudadano. Si te niegan el crédito es como negarte la vida, porque nadie te venderá algo a plazos ni te alquilará un apartamento, sobre todo para los que no tienen una formación profesional adecuada. Y el proceso se vuelve irreversible. El 30% de los sin techo son crónicos y llevan muchos años de indigencia, el 25% padecen alguna severa enfermedad mental, y lo más asombroso, el 31% son mujeres. No se puede decir que un país que tiene esta población marginal sea un país digno de admiración, pero los creadores de imagen, que son los gurús de la cultura actual, y tienen más poder que el presidente, saben ocultar este fenómeno social incluso, convertirlo en un valor cultural para hacer buenos negocios. En Los Ángeles alquilé un pequeño apartamento en el barrio de Hollywood, a pocos metros del “Paseo de la fama”, con sus miles de estrellas, y sus asombrados turistas, que sienten como si pisar las estrellas fuera como pisar a quienes representan. Desde mi apartamento podía divisar el gigantesco letrero que indica el lugar de los famosos estudios cinematográficos, que tan eficaces han sido para crear la imagen de este país con sus comedias, en las que sus protagonistas eran de una clase media pero con acceso al consumo de cualquier extravagancia, y que para los europeos de los años 40 y 50, cuando más activa estaba esta industria, eran imágenes de riqueza y bienestar envidiable. El barrio de Hollywood solo tiene el nombre de espectacular, porque es una barriada con viejos edificios que no han sido renovados y muchos están deshabitados por su mal estado, como es frecuente ver en todas las grandes ciudades. Puede decirse que mi experiencia americana consistió fundamentalmente en una profunda y constante desmitificación y desencanto, porque nada era como lo había imaginado. Por entonces estaba tan abducido por las muchas impresiones que estaba recibiendo que me había olvidado completamente de mis viejas inquietudes literarias. Era como la letra de la canción de Sting, “Oh, I´m an alien, I´m a legal alien; I´m a Spanish Man in New York”. Yo también me sentía un alien. Definitivamente Los Ángeles carecía de interés para mí: no tenía la energía de Nueva York ni el encanto de San Francisco, a donde me dirigí dos semanas después. San Francisco Puedo decir que al menos San Francisco no me defraudó, porque cumplia ampliamente con mis espectativas. Tan favorable fue mi primera impresión que tomé la decisión de instalarme allí y buscar cuanto antes un medio de ganarme la vida, porque del millón ya solo quedaba un grato recuerdo. San Francisco, junto con Nueva York, no puede decirse que sean ciudades norteamericanas, sino mundiales. Las dos superan los tópicos nacionales para crear un ambiente cosmopolita donde todos, sean del país y de la cultura que tengan, son respetados y aceptados, como puede verse en sus calles o en sus cafés. En San Francisco también hay guetos y millares de indigentes, porque es una ciudad tan liberal como las demás, pero, a pesar de todo, están más integrados. Es una ciudad tan cosmopolita y tolerante, que puede muy bien decirse que es el paraíso de los homosexuales, que ocupan el rico y activo barrio de “Potrero Hill”, como describe un blog de la comunidad gay: “San Francisco is the city ruled by love and celebration of diversity” (San Francisco es una ciudad regida por el amor y la celebración de la diversidad). Tal vez se exceda con lo del amor, que yo dejaría en afección, porque el concepto “love” es muy amplio y ambiguo. El barrio que mejor refleja esta tolerancia y de diversidad por supuesto que es “La Missión” del Área de la Bahía, con una extensa comunidad sudamericana, en su mayoría mexicanos, cuyos poderosos símbolos culturales de Frida Cahlo y Francisco Rivera decoran alguno de los muchos graffitis del barrio. También hay una extensa comunidad de cubanos contrarios al régimen del desaparecido, Fidel castro, pero socialdemócratas o simplemente demócratas. Los de derechas se quedaron en Miami. No pude encontrar alojamiento para mi mermado presupuesto en La Mission, como me hubiera gustado y tuve que desplazarme a la vertiente de las playas del Pacífico, donde son frecuentes la formación súbita de densas y frías nieblas, pero si el tiempo es bueno es agradable pasear por las playas, desde donde se divisa la imponente imagen del famoso puente, que por cierto no fue una maravilla de la ingeniería de su época, porque poco tiempo después de su inauguración, las fuertes rachas de viento huracanado procedentes del Pacífico lo hacían balancearse como si fuera un columpio. Prácticamente tuvieron que rehacerlo de nuevo. Los íconos de esta cosmopolita ciudad son sin duda los pequeños tranvías que remontan la colina con un sistema de cables que están en permanente movimiento, ocultos bajo el pavimento, y a los que se traban los tranvías con una especie de embrague. Siempre hay los mismos coches en ambas vertientes, por lo que los que descienden impulsan a los que remontan y de esta manera no es necesaria mucha potencia para ponerlos en movimiento. El otro ícono son sus impresionantes casas victorianas, que le da al barrio donde se encuentran una sensación de una fantasía del siglo XIX, cuando fueron construidas. Otro mítico lugar es el famoso Haight-Ashbury park, donde se reunían la comunidad hippy. Los europeos no podíamos asimilar los movimientos culturales que sucedían en California o en las orillas del Thames, porque por nuestra manía de racionalizarlo todo los vaciamos de contenido, ya que la mayoría eran movimientos creados precisamente para no pensar, ¡solo sentir y soñar! Por eso el movimiento hippy solo tuvo una ligera representación entre sus primos los ingleses. Aquello fue una extraña mezcla entre la mística oriental y el pastoril europeo: mucha ingenuidad, ningún sentido de la realidad y un retorno urbano a la naturaleza, pero preferían el manzano cuando está florido que vencidas sus ramas por el peso de sus frutos. En otras palabras, fue un movimiento que surgió en corazón y no en la cabeza. La versión que hicieron los jóvenes franceses fue más reflexiva y revolucionaria, tradición europea, que en lugar de flores en el pelo, arrancaban adoquines para hacer barricadas o arrojárselos a los defensores del sistema. Yo hice una síntesis de los dos modelos: ni llevaría flores en el pelo ni haría viajes psicodélicos con la ayuda de LSD (aunque llegué a tener una horrible experiencia en una sola ocasión) El LSD te vacía el subconsciente, y la marihuana te elimina la conciencia. A pesar de estar ya instalado y todavía con recursos para subsistir, mi mente estaba alterada por tantas nuevas experiencias sumada a la incertidumbre sobre mifuturo que no era posible afrontar un trabajo que requería escribir una novela, solo podía escribir algún cuento o reportaje sobre lo que estaba visitando, y se me ocurrió escribir sobre los tranvías y enviar el reportaje a la revista donde mi frustrado gran amor ya era parte del consejo de redacción y para mi asombro fue aceptado y unos días después recibí un giro de 100 dólares. ¡Por fin me ganaba la vida con mis escritos sin necesidad de crear un periódico! Además me sugirieron que me publicarían más reportages si tenían el mismo interés para los lectores que el que les había enviado. Todavía me publicarían un reportaje sobre los famosos “Garage sale”, donde la gente vende todo lo que ya no usa y era posible encontrar objetos muy valiosos a un precio irrisorio, y alguno más que no recuerdo, pero había agotado todos los temas y, como siempre sucedía mi temperamento inestable y aventurero, me hacía rechazar todo aquello que que terminaba siendo una rutina y decidí regresaría a Nueva York, pero por la ruta del sur y del Golfo de México y la Costa Este. Así crucé de nuevo desiertos de Arizona y Nuevo México. El impresionante estado de Texas y su cuidada capital Austin, dode se celebraba su famoso festival de música “Country” y sus vastos pastos para abastecer de entrecots de vaca a los millones de norteamericanos asiduos a las parrilladas en el jardín de sus viviendas de las periferias. Entre en la ciudad afrancesada de Nueva Orleans, me pareció el escenario de una comedia musical de Jazz, la sede de Coca Cola, Atlanta, con un nuevo espectáculo de desigualdad de las rentas, porque se mezclan los barrios suntuosos con viviendas de ensueño con los guetos habitados, la mayoría habitados por afro-americanos, en total abandono y promiscuidad. Después hice la ruta de Ponce de León, pero a la inversa y sin tener que vérmelas con los indios nativos ni con las lagunas infestadas de cocodrilos, y llegué hasta Miami, donde pude sentir el anticastrismo hasta en el aire que se respira, aunque lo más llamativo de la comunidad hispana sea su pasión poel juego del dominó. Subí ya por la costa este, por el estado de Georgia y las Carolinas. Del resto del recorrido hasta Nueva York solo destacaría la ciudad-jardín de Charlestón, un ejemplo vivo de lo que fue la Norteamérica galante del Sur. Algunos puentes que crucé me recordaban “El Gran Gatsby”, por lo antiguos y estrechos, que estaban pidiendo una renovación urgente. Otra vez la suerte Cuando por fin regresé a Nueva York sin el menor incidente en aquel largo y, por supuesto, ilustrativo viaje, ya no era un turista adinerado, sino un candidato a la indigencia si no me asentaba en algún sitio y buscaba un empleo. El problema era dónde alojarme. Si tenía la suerte de encontrar un apartamento destartalado, infectado de cucarachas y ratones, una auténtica plaga en Nueva York, en algún lejano suburbio, a 200 metro de la última estación de alguna línea del Metro, tendría que invertir la mitad de lo que me quedaba de mi herencia, y solo para residir en un desangelado suburbio lejos de Manhattan. Pretender encontrar en Manhattan un apartamento, por reducido que fuera, era tanto activo de la ecología social, y me propuse aprovechar esta oportunidad para escribir un ensayo sobre ecología política, porque tenía la perspectiva adecuada para escribirlo. . En fin, pronto llegué a la conclusión de que en aquella casa, exceptuando el menú del restaurante, no había nada interesante para mí. Por eso el primer año ya no renové las credenciales. Con un año era suficiente para sentirme importante y relacionarme con la diplomacia mundial. Ya iba siendo hora de que bajara de aquella nube y me ocupará en algo práctico aquí en la Tierra Resumen de mi experiecia Un dia que me disponia a coger el Metro observe que una enorme rata se movia entre los railes. Le comenté el descubrimiento a una persona y que me parecía que el Metro en general no parecia muy limpio, y la respuesta me sirvió de argumento para dar por finaliizada mi experiencia americana: —Pues si no le gusta Nueva York váyase a su pais! —Sí, eso hare! Han pasado casi 20 años y creo las cosas han ido a peor. Un signo de su decadencia es la elección de un ex play-boy como presidente, que no tiene ni una somera idea de la realidad, ni de su propio país. Los norteamericanos se consiran suficientemente ricos como para realizar trabajos rutinarios y, habian asumido que fueran los emigrantes, legales o ilegales quienes realiizaran estos trabajos. Son tres las fuentes de la rique que solo facilitan empleo a creadores profesioles: Wall street, Hollywood y silicon Valley. Inversores, creadores desarrioll zuükpl