JAIME DESPREE
Recuerdos de un cajero automático
Hola, soy un cajero automatico que me quieren renovar. Pretendian enviarme a un país de África, pero los africanos han dicho que son
pobres pero no tontos, y que nos quedemos con nuestra chatarra que ellos los quieren ya con acceso a Google y a YouTube, o como se diga.
Total, que aquí estoy, tratando de pasar el rato con mis recuerdos hasta que me lleven al desguace. Menos mal que tengo mis recuerdos. De todos ellos el más entrañable era una abuela moderna, la que le pagaba yo la pensión, pero tenía un punto débil: el pin.
—¡Otra vez!
—Otra vez, hijo, es que con el Bingo dichoso se me van los números al cielo
—¡Que es la quinta vez esta semana, que no vamos a tener bastantes pines para usted!
—¡Anda, deja de protestar y dame ya la paga que ya voy tarde para el Bingo. Total por cuatro números ¿quién se va a enterar?
—¡Que no es eso, doña Engracia. Que soy una máquina pero honrada! ¿Que si se entera el jefe me desconecta? Ande vaya al mostrador y que le den otro, que yo me espero... ¡Esta mujer!
Pero había otro también gracioso. Creo que era un estudiante de informática y se las daba de listo conmigo.
—¡Otra vez lo mismo chaval!
—Qué te pasa ahora, ¿se te han cruzado los cables?
—Que esa tarjeta es el pase del comedor de la facultad; que aquí no funciona.
—Pero tiene banda magnética, ¿no?
—Oye, ¿pero tu estudias informática o tontimática?
—Pues en otras me funciona
—¡Ya, pero con dinero de Monopoly! Anda deja ya de hurgar que te están viendo por la tele y no estás maquillado.
También había otro con el que no había una sesión sin pelea. Creo que era un escritorcillo de mala muerte, bueno mala vida porque a juzgar por su aguante, con ese no podía ni la muerte.
—¡Vaya, ya sabía yo que con la comisión de este mes me dejaban el saldo en 9,99! ¿Y ahora qué hago? Oye, ¿es que por un jodido céntimo no me vas a dar el billete?
—Lo siento, yo no manejo calderilla
—Entonces dame uno de cinco.
—No es posible, lo mínimo son diez euros.
—¡Pues dame dos de cinco!
—¿Pero es que no lo entiendes?, ¡que no estoy programado para miserias!
—¡Máquina capitalista! ¡O sea, que hoy no como!
—Por lo que veo, ¡ni mañana tampoco!
Me porté mal con el chaval, pero es que los escritores te vuelven loco para cuatro perras, a mi me gustaban los que pedían la cantidad al boleo. ¡Con los ojos cerrados y lo que saliera! ¡Esos eran buenos tiempos!
Pero hubo otros casos tristes. En invierno tenía cada noche un indigente medio hippy, con dos perros que pasaban más hambre que un canario en una herrería. En una ocasión entró un tío algo borracho con la querida para que le diera más pasta y seguir la marcha. Estaba tan borracho que se dejó cincuenta euros, y yo no pude avisarle. Entre nosotros, me callé para ver si daba de comer a esos animalitos. El chaval se fue directo a un restaurante, y me dejó a las pobres bestias encerrados en el cajero.
—¡Tres menús de los más caros! —le dijo al camarero.
—¿Esperamos a sus compañeros?
—Usted póngalos y no haga preguntas tontas, que más vale solo que mal acompañado!
Del atracón no pasó de aquella noche, ¡pero se murió satisfecho!
Por último, me acuerdo de aquella pareja de enamorados que se peleaban siempre porque él quería sacar el dinero se su cuenta, pero ella insistía en que fuera de la suya. Un mes después él sacaba de la de ella y ella no sacaba de ninguna porque la dejó sin blanca.
La verdad es que, como cajero, he tenido una vida dichosa y llena de satisfacciones. Excepto en dos o tres apagones, jamás he dejado a la gente sin su dinero, y nunca me he quedado con un sólo euro que no hubiera ganado más o menos honradamente, que eso no depende de amí. Sólo me queda una duda que ame atormenta. Después de haber manejado tanto dinero, cuando llegue el momento de mi desguace no estoy seguro si me habré ganado el cielo o iré de cabeza al infierno. ¿Alguien me podría orientar?