-Ivette, lo he pasado muy bien en tu fiesta. Tienes una mamá genial. Nadie cuenta historia tan bonitas como tu mamá. -Sí, sabe muchas bonitas historias; ¡es escritora! Recuerdo este sencillo diálogo con una de mis mejores amigas al final en mi fiesta de cumpleaños, cuando cumplí siete años, esa delicada edad cuando empezamos a distinguir lo real y lo fantástico, mezclando lo uno con lo otro. Ese mismo día, en que parecía que todo eran alegrías y sonrisas, comenzó para mí un verdadero calvario. Soy una escritora y he imaginado muchas historias, pero es cierto que la realidad supera la fantasía, porque lo que me sucedió en los días siguientes supera cualquier historia fantástica que pudiera imaginar. También fue ese el día que fui consciente de lo que significaba ser escritora, en especial de cuentos infantiles, al contemplar las expresiones de felicidad de mis amigos, que escuchaban embelesados los relatos de mi madre. Ella me enseñó la importancia de nuestro laborioso, sacrificado y creativo oficio de escritores, pero npodré llegar a estar a su altura, porque mi madre era una persona genial, de las que nacen solo una entre un millón. Cuando me despedí de todos losc invitados con felicitaciones y elogios a mi madre, la encontré pos-trada en el sofá, con un alarmante gesto de dolor en el pecho, que había reprimido durante toda la fiesta. -Mamá, te sucede algo; ¿no estás bien? c No, cariño;v solo es un ligero mareo por el jaleo de tu fiesta, esos diablillos te agotan. ¿les ha gus-tado tu fiesta? Pero yo no pude concentrarme en la respuesta, porque ya entonces tuve el presentimiento de que mi madre estaba muy enferma, pero no podía imaginar su gravedad. Otras veces, durante nuestros habituales paseos dominicales en bicicleta por las orillas del río que atraviesa nuestra ciudad, me rogaba que nos detuvieramos a descansar unos instantes, y de nuevo el mismo gesto de dolor y el esfuerzo que hacía para disimularlo. Yo no solo admiraba a mi madre por su talento, dulzura y su clara inteligencia, sino que estaba muy unida a ella, porque prácticamente vivíamos solas las dos en nuestro enorme apartamento de Berlín. Mi padre es un renombrado arquitecto y tenía que supervisar los muchos edificios que había proyectado y que estaban todavía en construcción, diseminados por todo el país. Solo tpodíamos reunirnos en familia los fines de semana, que mi padre aprovechaba para descansar, darse un relajante baño, sin prestar mucha atención a lo que se estaba gestando en mi madre. Pero los efectos de su grave enfermedad fueron notorios, por la alarmante palidez de su sudoroso rostro y un permanente rictus de dolor en sus labios. La alarma que hizo prestar atención a mi padre sobre su estado de salud, fue el día que dejó de escribir su relato semanal que radicaba por una emisora de radio local. - Mami, qué te pasa, tú nunca has dejado de escribir los cuentos para la radio… - Ivette, cielo, no me pasa nada, pero todos los escritores tenemos días malos en los que no nos funciona la imaginación. - Pero, mami, todos los niños de mi colegio escuchan tus cuentos… Sí, mi madre estaba sufriendo la mayor tragedia de un escritor: ¡no poder escribir! Como yo había presentido, una trágica mañana mi madre sufrió un violento ataque al corazón cuando yo me disponía a salir para ir al colegio, y cayó desplomada sobre el suelo, llevándose las manos al pecho donde tenía su inmenso corazón dañado. Yo no supe cómo reaccionar, solo se me ocurrió abrazarme a ella y exclamar aterrorizada. -¡Mami, mami, qué te pasa, por qué no me hablas. Mami, yo no quiero que estés así; mami, tengo miedo y tú no dices nada ni te mueves, mami dime algo, por favor, dime algo… Yo no sabía qué hacer, era demasiado pequeña para asumir aquella dramática situación, rompí a llorar sin dejar de abrazar su cuerpo con un corazón paralizado. Así permanecí no sé cuánto tiempo hasta que vino a nuestra casa una asistenta que ayudaba a mi madre en las tareas de la casa. La pobre mujer sufrió un ataque de nervios al contemplar aquella escena: ¡una niña llorosa abrazaba a su madre muerta! Si yo hubiera reaccionado y salido en busca de alguien que me ayudara a llevarla al hospital llamado a una ambulancia tal vez se hubiera salvado. Fueron unos minutos horribles, yo no quería separarme de mi madre, porque no podía concebir la idea de la muerte y pensaba que pronto recobraría la conciencia y todo volvería a la normalidad. Prácticamente me arrancaron de su cuerpo. Yo insistía sin dejar de temblar de pies a cabeza y sin dejar de llorar. -¡Mami, despierta, no quiero que estés así, despierta por favor…! Cuando llegó una ambulancia y la trasladaron al hospital, donde solo pudieron certificar su defunción, me tuvieron que sujetar para que no fuera corriendo detrás de los sanitarios que sacaron su cadáver de nuestra casa, y yo me quedé en estado de shock, sin apenas darme cuenta de lo que sucedió después. Mi padre nombró a uno de sus ayudantes para sustituirlo y acudió consternado por la inesperada muerte de mi madre. Yo me dejaba llevar como una autómata de un lado para otro, sin recuperarme del shock, incapaz de pensar o recordar lo que había sucedido. Mi padre se creyó el responsable de su muerte por no haberla atendido mejor, y por un tiempo se encerró en nuestra casa y no prestaba atención a sus compromisos y muchos de sus edificios tuvieron que suspender los trabajos con enormes pérdidas. Solo cuando le amenazaron con demandar .reaccionó y volvió a sus ausencias. Fue inútil que tratara de que yo comprendiera su situación y sus graves responsabilidades ineludibles, pero yo no escuchaba lo que me trataba de decir, porque seguía en estado de shock. Recurrió a una hermana de su madre, de avanzada edad, pero de espíritu alegre y jovial, que mi padre creyó la más indicada, para que se hiciera cargo de mí las 24 horas del día y que me llevara al mundo real y aceptara los hechos irremediables. Pero yo me encerré en mi habitación y como si estuviera grabado en mi cerebro, repetía en susurros la misma lamentación: -Mami, vuelve de donde te hayas ido. Seré buena, no comeré dulces a escondidas, me comeré las verduras que tu sabes que odio y no me olvidaré ningún día de lavarne los dientes; sí, mami lo haré todo sin quejarme , pero vuelve , vuelve mami… Y terminaba rompiendo a llorar desconsolada al no recibir respuesta. En vano mi cuidadora trataba con enorme afecto, paciencia y cuidado de no decir nada que pudiera hacerme revivir aquellos dramáticos sucesos. Pero yo me encerré en mi habitación repitiendo entre sollozos las mismas súplicas, porque estaba convencida que mi madre las escucharía y volvería de donde estuviera. !Y sucedió! Una mañana al despertar me encontré a mi madre sentada al borde de mi cama. La enorme alegría de su regreso me dejó sin habla solo quería abrazarla. Pero cuando me abalancé estuve a punto de caerme de la cama, porque no tenía nada que pudiera abrazar, se había vuelto transparente y vestía una horrible bata blanca con un número impreso en el lado de su corazón, que la había llevado a su súbita muerte. - Mami, ¿por qué no puedo abrazarte? ¿Qué te han hecho en el hospital? ¿Por qué… Quería hacerle mil preguntas, pero hizo un gesto con las manos para que guardara silencio, y pude escuchar su extraña voz que la escuchaba dentro de mi cabeza pero no por los oídos.. - Guarda silencio, cariño, nadie más que tú debe saber que estoy aquí. Sé que has sufrido mucho por mi muerte… -Entonces es verdad lo que dice papa, que estás muerta. - Si, estoy muerta, pero eres demasiado pequeña para dejarte sola en estos tristes momentos. Seré tu ángel de la guarda hasta que te resignes y aceptes todo sin poner objeción ni la menor duda y cada mañana al despertar estaré siempre a tu lado y cada mañana, cuando despiertes, me tendrás sentada aquí, al borde de tu cama para que me cuentes todo lo que te apena para ayudarte a superarlo. ¡Seremos muy felices! A mi tierna edad estaba dispuesta a creer cualquier cosa por extraño que pareciera y, a pesar de no ser más una visión incorpórea, acepté su propuesta. A aquellas silenciosas horas de la mañana mi conversación con mi difunta madre la escuchó mi anciana cuidadora y alarmada informó a mi padre. -Parece como si hablara con su madre y que estuviera en persona en su habitación. Creo que debes hacer algo antes de que sea demasiado tarde y pierda el juicio. El fin de semana mi padre regresó como de costumbre y a la mañana siguiente permaneció pegado a la puerta de mi habitación tratando de escuchar mi conversaciones con mi difunta madre. Cuando desperté ella estaba sentada al borde de mi cama, como me había prometido. -Buenos días, cariño ¡cómo se encuentra mi pequeña esta mañana! -Buenos días mami, estoy triste porque tú… Y no pude terminar la frase porque mi padre entró sin llamar a mi habitación. Mi madre desapareció apenas se escuchó el ruido del pestillo de la puerta. - Ivette, hija, ¿con quién estabas hablando? ¿Hablas con tu madre? Yo estaba furiosa porque había causado su desaparición, pero él creyó que si me desgañitaba volvería más pronto al mundo real, y me recriminó con una agresividad impropia de él. -Hija, acepta los hechos! Tu madre está muerta y los muertos no regresan nunca con los vivos. Estás viendo alucinaciones por causa del dolor de su muerte, pero ella nunca ha estado aquí, en esta habitación ni podrá estar jamás! - ¡No es verdad, ella estaba aquí, pero tú la has asustado y se ha ido, porque nadie debe saber que ha estado aquí. Era nuestro secreto, y tú lo has estropeado todo. Ahora no vendrá nunca más. ¡Te odio! ¡Te odio! !Vete! ¡Sal de mi habitación! Y nuevamente la angustia que sentía me hizo llorar desconsolada Tuvo que intervenir mi anciana cuidadora para poner paz en aquella violenta situación. -Ven, déjala sola y no hagas caso de lo que te dice, cuando se recupere te pedirá perdón. Mi padre estaba profundamente dolido por mi violento comportamiento, pero se resignó y me dejaron sola en la ;desolada habitación. SEGUNDA PARTE A pesar de mis ruegos, mi madre no apareció sobre mi cama la mañana siguiente ni en las posteriores. Estaba tan deprimida que comencé a maquinar una terrible idea para reunirme con ella: Si estaba muerta pero al mismo tiempo de alguna manera, también estaba viva, yo podría reunirme con ella allí donde se encontrará si moría yo también. En aquella tierna edad yo creía que morirse era como cambiar de casa en otro barrio. Había escuchado comentar a las madres que vienen a recoger sus hijos del colegio, que algunos famosos habían muerto por una sobredosis de sedantes, y recordé que mi madre también los tomaba y que los guardaba en un armario del cuarto de baño, !y allí estaban!, un frasco entero de pastillas blancas y rojas que parecían de caramelo. Excitada por el descubrimiento escondí el preciado frasco en mi habitación y esperé al anochecer, cuando mi cuidadora estuviera dormida. Entonces imaginé que aquella misma me reuniría con mi madre. Fueron unas terribles horas de angustia que me hacían llorar sin que lo pudiera evitar. Mi cuidadora se dio cuenta de que algo grave me estaba sucediendo, pero no podía imaginar lo que estaba tramando. - Niña estás temblando de pies a cabeza. Si es por algo que te asusta, esta noche puedes venir a dormir conmigo. Hoy tengo la certeza de que aquella alegre mujer leyó en mi agitación que estaba urdiendo algo grave. Yo no sabía qué excusa buscar para rechazar su invitación, pero después de un dramático silencio me ocurrió una buena coartada: -Como dice mi papá que mi mamá no puede estar allí, ya no tengo miedo de dormir sola. Aquella contestación le hizo creer a la pobre mujer que ya me estaba volviendo el juicio, y empezaba a resignarme y volver a la normalidad. Me encerré en mi habitación e hice ver que jugaba con mis muñecas, lo que tranquilizó todavía más a mi celosa cuidadora. Estaba firmemente decidida a seguir adelante con mi plan y fingí que estaba jugando con todas esas cosas que me gustaban y me hacían sentirme bien, como los ositos de peluche que me regalaba alguien cada cumpleaños; o los disfraces de payaso y de hada madrina que vestí en los últimos carnavales; o los póster de mis personajes de dibujos animados que me hacían reir; o la cajita de música con la melodía de “Para Elisa”, y tantos otros juguetes que no podría llevarme allí donde fuera que estuviera mi madre. Fueron unos momentos de una terrible lucha interna en los que el gran cariño que sentía por mi madre competía con todos aquellos objetos testigos de los momentos felices de mi corta vida. Pero reaccioné enérgicamente y le di prioridad a mi madre. Saqué el pequeño frasco de pastillas de donde lo tenía escondido y me pareció increíble que algo tan pequeño pudiera llevarme tan lejos. Aquella noche mi cuidadora estaba muy inquieta, porque debía tener el presentimiento de mi intento de suicidio y entró de improviso dos veces en mi habitabiacion con la excusa de preguntarme si deseaba algo. Paradójicamente ella colaboró con mí frustrado suicidio, y le pedí un vaso de leche, porque había olvidado traer algo líquido para tomar las pastillas. Pasada la medianoche ya no se escuchaba nada y supuse que mi guardiana estaría ya dormida. Yo apenas podía mantenerme despierta. Durante esas angustiosas horas mi infantil conciencia se esforzaba inútilmente en hacerme despertar de aquella pesadilla, pero yo no la escuchaba. Desparramé las pastillas sobre la colcha y durante unos angustiosos momentos en los que me impresionó la idea de que esa misma noche pudiera estar junto a mi madre, a quien volví a llamar en una dramática última súplica. - Mami, si me estás escuchando ven y no tomaré estas pastillas. Pero no apareció y entre más amargos sollozos fui ingiriendo una a una todas aquellas coloridas pastillas. Unos instantes después, en los que yo esperaba el milagro de la reunión, sentí una dolorosa punzada y como si un rayo atravesara mi cerebro y perdí el conocimiento. Al desplomarme sobre la almohada, el frasco vacío de las pastillas rodó por la colcha hasta estrellarse contra el suelo haciéndose añicos. El ruido despertó a mi guardiana y corrió a mi habitación entre lamentos, porque presentía que algo grave me había sucedido. Cuando entró en mi habitación y me vio postrada e exclamó: —¡Dios santo! ¿Qué has hecho, pequeña? Se acercó a mí y al ver que estaba inconsciente, me zarandeó tratando de reanimarme. Cuando descubrió los restos del frasco, enseguida comprendió lo que había sucedido. -!No; por el amor de Dios, no es posible que haya hecho algo así! Pero sí, lo ha hecho; ha debido ingerir todas las pastillas de este frasco. ¡Ay Dios mío, qué desgracia! Tengo que llamar una ambulancia, pero ¿dónde he puesto yo el maldito móvil? En su azoramiento y nerviosismo fue incapaz de encontrar su móvil, aunque estaba a su alcance y dejó pasar un tiempo que ponía en riesgo mi vida. Desconcertada y angustiada, salió a la calle en busca de ayuda y quiso el destino que en ese preciso instante circulase una patrulla de la policía municipal de vigilancia nocturna, y unos minutos más tarde llegó una ambulancia con un médico: -No podemos hacerle aquí un lavado de estómago porque está en coma. Hay que ingresarla urgentemente en el hospital y que Dios nos ayude y no se nos muera en el trayecto. !Pobre criatura! ¿Por qué siendo tan niña ha intentado suicidarse? Ese fue el pesimista diagnóstico de quien me atendió. A mi pobre cuidadora tuvieron que inyectarle un fuerte calmante, porque no cesaba de gemir y maldecirse a sí misma por su descuido. En el hospital me trataron con todos los procesos médicos para estos casos, pero yo no reaccionaba y se pusieron en contacto con mi padre para informarle sobre mi ingreso y los resultados negativos del tratamiento. Profundamente afectado emprendió un temerario viaje de regreso. Durante el dramático viaje estuvo a punto de estrellar su automóvil y suicidarse él también, porque dos muertes en su ausencia era intolerable. Para su desesperación, los , ,u,,,,,u,u,u,u,uu,,u ,uu,uku,,u,uu,,,ukuukukkuukuu,ukukuuu,los médicos que me atendieron no podían ser más negativos. -Desgraciadamente en el frasco no solo había sedantes, sino medicamentos para el tratamiento de la enfermedad cardiovascular de su esposa, y la mezcla no puede ser más nociva. Lamento tener que decirle que la vida de su hija está ya en manos de Dios y de ella misma si lucha contra la muerte, pero es muy joven y no tiene fuerzas suficientes para luchar contra la fatalidad. Por si estas luctuosas declaraciones del médico que me atendió no le abrumaron lo suficiente, le previnieron que incluso en el caso de salir del coma, mi cerebro podria haber sido afectado y pasar el resto de mi vida en estado vegetativo —¿Puedo quedarme en su habitación hasta que salga del coma? -Sí, haremos una excepción. Incluso háblele usted mostrando su cariño y su deseo de que sobreviva, puede que le escuche, la medicina no es especialista de las almas solo de los cuerpos. Le acondicionaron en una cama plegable junto a la mía y permaneció pendiente de algún gesto mío que indicara mi recuperación. Pero al día siguiente continuaba sin recuperar la consciencia. Cuando ya clareaba y en el hospital había un inusual silencio, mi padre siguió los consejos del médico y se decidió a hablarme. Había estado llorando en silencio; se secó las lágrimas y se sentó en el borde de mi cama: - Hija, dicen los médicos que tal vez puedas escucharme, si es así te ruego que luches contra lo que te quiere arrastrar a la muerte y sobrevivas, porque si mueres perderé la niña con la que siempre había soñado que fuera mi hija y que me llenó de felicidad y dio sentido ami vida. Te quiero mucho, tanto como quería a tu madre, pero de otra forma. Yo no soy un buen orador ni sé decir lo que siento como sabía hacerlo ella, solo sé proyectar casas, pero espero que para ti sea suficiente repetirte que te quiero mucho y te ruego que tengas la voluntad y la energía suficiente para que venzas a la muerte y te recuperes sin que te quede ninguna secuela. Como si nada hubiera sucedido, solo un mal sueño; una pesadilla. Eso es todo lo que deseaba decirte... Espero que me hayas escuchado. Se acercó a mí, me besó en la frente y susurro angustiado. "¡Hija, no me dejes tú también!" y volvió a su minúscula cama, donde le venció el sueño. Yo le escuchaba, pero de una forma extraña. Su voz sonaba en mi cerebro como si estuviera hablándome en el interior de una cueva. No; mi padre no me culpaba de la muerte de mi madre y cometí un grave error que estaba pagando. Intenté despertar, pero todos mis esfuerzos fueron inútiles. Algo me tenía presa como si me hubieran atado. No podía ni abrir los párpados ni sentía frío ni calor. Era evidente que mi cuerpo estaba ya inerte, posiblemente ya había muerto. - Ivette, mi pequeña, ¿por qué lo has hecho? De improviso escuché, con la misma voz extraña, a quien parecía ser mi madre. - Mamá, ¿eres tú? !Pero tú estabas muerta! - Sí Ivette, estoy muerta, y tú también estás clínicamente muerta, por eso puedo hablar contigo. Pero estás solo en el umbral, y aún puedes salvarte. - Mamá, perdóname por haber dejado que murieses, yo... - Ivette, mi pequeña, no fuiste tú sino mi destino el responsable de mi muerte. Todo está escrito en la estrella de la que venimos. Al igual que el polen viaja largas distancias en busca de una flor para fertilizar un fruto, las almas surgen de las estrellas y recorren largas distancias a través del universo para fertilizar el óvulo de un ser humano. Estaba escrito que debía morir ese día y nadie hubiera podido evitarlo. En tu destino no está escrito que mueras en este hospital. Todavía tienes que recorrer un largo camino, muchas bellas obras que escribir, porque tu también serás escritora. Solo me queda darte un consejo antes de emprender mi largo viaje de regreso a mi estrella: cuando tengas dudas sobre tu talento, alza la vista al cielo en una noche clara y verás que hay millones de estrellas, unas son grandes y otras pequeñas, pero todas brillan con luz propia. Seas una gran o pequeña escritora brilla siempre con tu propia luz. Mi pequeña Ivette, vive y despierta y recibe a tu padre con una sonrisa, para que sepa que has vencido la muerte. Y ahora tengo que marchar. No olvides nunca este consejo, no olvides que yo te lo dí… Y dejé de escuchar su voz, porque se había desvanecido Unos instantes después, sentí un fuerte dolor en el estómago, y un sabor amargo en la boca. Poco a poco se fueron activando