LIBRERÍA TIPOS INFAMES (MADRID - ESP ) VISITAR
Nina y Nano
Novela juvenil / musical

Deseo dedicar esta novela, escrita ya casi por un anciano, pero que habla de adolescencia, inocencia, amistad y amor, a mi entrañable y leal amigo y tocayo, Jaime Nubiola, un querido profesor de filosofía que sabe perfectamente el significado y el valor de estas emotivas palabras. «Son los inocentes y no los sabios los que resuelven las cuestiones difíciles» Pío Baroja (1872-1956), 1. El viaje Nina no prestaba atención a lo que le decía su madre. Hacía más de una hora que viajaban en automóvil por la autopista del sur en dirección a una pequeña localidad costera, donde tenían previsto pasar dos semanas de las vacaciones de verano. Contemplaba distraída los verdes y extensos viñedos que iban dejando rápidamente atrás, al otro lado de la autopista. Le llamaba la atención la perfecta alineación de las plantas, donde ya deberían crecer grandes racimos de uvas, pero que todavía no estarían en la madurez necesaria para la vendimia. También llamaban su atención los grandes caseríos que albergaban las bodegas y las suntuosas residencias de los propietarios de los $extensos viñedos, que envidiaba, porque a ella le hubiera gustado vivir en uno de aquellos grandes caseríos. Otras veces levantaba la vista y contemplaba extasiada los caprichosos cúmulos de nubes blancas que formaban figuras que ella trataba de identificar, como un gran elefante, un ángel, un ovni o un gigante de cuerpo blanco y voluminoso. Su madre intentaba en vano que le prestara atención porque Nina no deseaba hacer aquel viaje y no quería escuchar sus argumentos para justificarlo. Los extensos viñedos no parecían tener fin. A intervalos, se abrían algunos claros sembrados con otros cultivos, o surgían frondosas arboledas de pinos mediterráneos. Otras veces se abrían caminos que conducían a las mansiones, con los márgenes limitados por estilizados cipreses, milimétricamente separados unos de otros, que daban acogedora sombra a los que circulasen o caminasen por ellos. Hacia el mediodía lucía un sol radiante y las sombras que causaba el frondoso follaje de los árboles caían en vertical sobre el suelo. De vez cuando cruzaban el cielo bandadas de palomas torcaces, perseguidas por algún halcón. Sobre las copas de los erguidos cipreses se posaban bandadas de ruidosos cuervos, inquietos, pasando de un ciprés a otro, en una interminable lucha territorial. —Nina, hija, estás distraída y no me prestas atención. —¡Es que no me interesa lo que me estás diciendo! —Mi madre me hubiera dado una bofetada si le hubiera contestado de ese modo. Nina no podía sentir respeto por su madre, porque creía que no se comportaba como una madre responsable, sino como una niña caprichosa que hacía lo que le venía en gana, sin tener en cuenta su opinión. —¡Mi abuela no hubiera hecho este viaje! —respondió Nina con una expresión airada. —¡Tu abuela vive en otro siglo! A Nina le pareció que aquella respuesta no tenía sentido, porque en todos los siglos las madres son iguales. —¡Pues yo me quedo con el siglo de los abuelos! —Pero ¿qué hay de extraño en que pasemos dos semanas en la playa? —Nada. Pero no vas por la playa, sino para reunirte con un hombre ¡que está casado! —Es muy desgraciado en su matrimonio, pero su mujer no le quiere conceder el divorcio. Puede decirse que están separados. ¿Qué hay de malo que sea su amigo? —¡Di más bien su amante, y además, tu jefe! —¡Nina, eres muy cruel con tu madre! Me censuras cosas que tú no puedes entender! No hay que avergonzarse por tener relaciones con un hombre. ¡Soy una mujer libre y adulta! —¡Eres una mujer divorciada! —¿Y cuál es la diferencia? —¡Creo que todavía le debes un respeto a papá! Para Nina el divorcio era tan solo una separación, pero no una ruptura. —¿Entonces, por qué nos divorciamos? —¿A mí me lo preguntas? ¡Yo no lo sé! —Nina, ¡tu padre es la persona más aburrida del planeta! —A mí no me lo parece... —Ya sé que tú quieres a tu padre más que a mí. Pero algún día lo entenderás. Los años pasan volando, ¡y la juventud en un suspiro! Con tus quince años no tienes ni idea lo que se siente cuando te ves en el espejo y empiezas a no reconocer la imagen que aparece al otro lado. Tengo 42 años. Antes de que me dé cuenta habré cumplido los 50 y entonces ya no tendremos necesidad de hacer estos viajes, porque no habrá ningún hombre con el que reunirme... Algún día lo entenderás... Nina se sentía violenta y triste a la vez. Deseaba mantener una buena relación con su madre, pero le exasperaba su manera de comportarse, potque ella, con solo 15 años y poca experiencia de la vida, le parecía irresponsable. Nina trató de imaginarse a sí misma veinte o treinta años más vieja. Posiblemente tendría el mismo aspecto que su madre: flacidez en los brazos, ligera papada, algo de celulitis en las caderas, los senos flácidos y caídos, algunos michelines en la cintura. Sí, su madre llevaba razón, debía ser muy doloroso envejecer con todos esos síntomas. Pero eso no era suficiente para justificar su comportamiento. «Todo el mundo envejece —pensó sin apartar la vista del paisaje que iban dejando atrás—, pero no se comportan como ella». Los viñedos habían desaparecido del paisaje y empezaban a verse extensos campos de naranjos y limoneros. También estos árboles guardaban una perfecta alineación sobre el terreno. Habían dejado atrás varias de las ciudades de turismo más populares del país. El paisaje rural de casas de campo diseminadas se hacía más denso, y desde la autopista se podían divisar numerosas pequeñas poblaciones rodeadas de campos de naranjos, pero también de otra clase de árboles frutales adaptados a zonas cálidas, como aguacates y mangos. Nina estaba cansada y acalorada, pero no servía de nada abrir la ventanilla porque el aire, procedente del desierto del norte de África, era tan tórrido y seco que ardía en la piel. —¡Estoy cansada, sedienta y hambrienta! —protestó Nina—. ¿Podemos parar en la próxima área de servicio para refrescarnos y comer algo? A pocos kilómetros de distancia encontraron un área de servicio. Aparcaron el recalentado automóvil y, con las piernas entumecidas por varias horas de inactividad, entraron en el restaurante. Nina eligió el plato del día: pescado fresco del mar de la zona y su madre solo una sencilla ensalada. Tomaron asiento junto a los ventanales desde donde se divisaba el denso tráfico de la autopista. —¿Está fresco el pescado? —preguntó la madre para romper el silencio. Nina asintió con un leve movimiento afirmativo de cabeza. —Sé que te gusta más el pescado que la carne. Donde vamos disfrutarás de las más deliciosas parrilladas de pescado de este país. Nina comprendió que su madre deseaba retomar el tema del que habían intentado hablar durante el viaje. —Nina, pasado mañana se reunirá con nosotras mi jefe. —¡Tu amante! —¡Sí, sí; mi amante! Pero solo se quedará tres o cuatro días. —¿En nuestro mismo apartamento? —¡Claro! ¿Crees que yo podría pagar un apartamento al borde del mar en una de las zonas turísticas más caras del este país? —Entonces, ¿lo ha pagado él? —Sí. —¡Y, claro, te tienes que acostar con él! —¿Por qué te empeñas en martirizarme? ¿No podrías ser un poco más comprensiva y evitar decirme las cosas con tanta dureza? Nina sintió que, en efecto, había sido muy dura con su madre, pero su comportamiento era intolerable. No obstante se disculpó. —Perdona, mamá. —Bueno, está bien, pero tienes que comprender las cosas y ser menos quisquillosa, por no decir ¡puritana! Tú quieres ser una gran cantante, ¿quién crees que paga tus clases de música? Con mi sueldo apenas nos llega para comer, vestirnos y pagar el alquiler. Sí, es verdad, me acuesto con él, porque los extras los paga también él. ¡Todo el mundo se acuesta con todo el mundo! ¿Qué hay de malo en hacer el amor cuando se tiene mi edad y se es una mujer libre? Comprendo que tú veas las cosas de otra manera, y me alegro de que sea así, pero no seas tan ligera juzgando a tu madre solo porque sabe cómo conseguir todo lo que las dos necesitamos. Nina escuchaba a su madre, pero no podía estar de acuerdo. Para ella no había justificación para acostarse con un chico si no estaba enamorada. Pero no quería contradecirla y la dejó hablar sin interrumpirla. —Cuando yo tenía tu edad era como tú, además de que eran otros tiempos. Las mujeres no podíamos hace nada sin el consentimiento de los hombres. No teníamos libertad ni podíamos tomar la iniciativa en nada. ¡Todo era pecado! Con quince años todavía llevábamos calcetines blancos y era de fulanas llevar pantalones. Ahora os podéis vestir como os dé la gana, sois libres de tomar la iniciativa y nadie os pregunta si sois o no vírgenes, porque ya no tiene importancia. ¿Te gustaría que volvieran aquellos tiempos? Nina hizo un leve gesto de negación con la cabeza. —¡No, claro que no! Por eso yo no encuentro mal que si dos personas se gustan y se desean hagan el amor sin necesidad de que se prometan amor eterno. Tú eres libre de pensar de otra manera, pero al menos, respeta mi manera de pensar y no me juzgues a la ligera. La madre parecía dudar de lo que deseaba decir a continuación a su confundida hija, pero era necesario que lo supiera. —Nina, como estaremos todos juntos en el apartamento tenemos que hacer algo para que sepas cuándo debes o no entrar. Yo pondré la toalla de baño roja en la barandilla de la terraza para que sepas cuando debes esperar en la playa, y cuando no esté ya podrás entrar. ¿Estás de acuerdo, Nina? A Nina le pareció intolerable aquel indecente sistema, pero por nada del mundo deseaba sorprender a su madre en la cama con un hombre, así es que asintió con una enérgica respuesta, que dejaba claro su malestar. —¡Sí, mamá, estoy de acuerdo! —Bueno, es hora de seguir el viaje, aún nos quedan muchos kilómetros, y no quisiera llegar muy tarde. Las dos mujeres se reincorporaron a la autopista y prosiguieron el viaje sin que ninguna de ellas rompiera el tenso silencio creado por la conversación del restaurante. Ahora el paisaje había vuelto a cambiar, y eran abundantes los palmerales y eran pocos los espacios que no estuvieran urbanizados. Sobre suaves lomas surgían infinidad de casas de veraneo con amplios jardines bien cuidados, en muchos casos, con refrescantes piscinas. El crepúsculo enrojecía las nubes mientras el sol se hundía en el horizonte, liberando el ambiente de su sofocante influencia. A pocos kilómetros de su destino, salieron de la autopista y circulaban por una angosta carretera, a cuyos lados se veía un mar de plástico de cientos de invernaderos, debajo de los cuales maduraban con urgencia hortalizas que invadirían los supermercados del norte de Europa. Era frecuente encontrarse con trabajadores de los invernaderos, de aspecto árabe, caminar por los arcenes de la carretera, o montados en destartaladas bicicletas, por lo que conducir por aquellas carreteras era un peligro constante. Por fin remontaron una suave loma desde donde divisaron la población de su destino. Ya lucían las escasas farolas callejeras, y una brillante luna llena iluminaba la pequeña bahía en donde se asentaban una línea de apartamentos a escasos metros de la playa. Sobre la ladera por donde descendían había espectaculares casas de veraneo, muchas de las cuales estaban iluminadas y sus afortunados residentes descansaban indolentes sobre tumbonas en sus amplias terrazas. Las dos mujeres se sintieron aliviadas y admiradas de la belleza del lugar elegido, pero cada una tenía una causa diferente. —¡Qué maravilla de pueblo! ¡Vamos a intentar disfrutar de este precioso lugar sin complicarnos la vida! ¿Vale, Nina? Nina no contestó, porque no compartía el mismo entusiasmo que su madre por las expectativas de unas vacaciones inolvidables, pero también se sintió sobrecogida por la belleza del paisaje. El pueblo, ahora dedicado en exclusiva al turismo, había sido una insignificante aldea dedicada enteramente a la pesca, porque el terreno era demasiado reseco y árido como para permitir cualquier clase de cultivos. En sus laderas crecían chumberas silvestres, llegadas de México cinco siglos atrás, y que prosperaban con amenazante profusión por todo el terreno colindante. Cuando entraron en la calle principal, que moría en la misma playa, todavía estaban abiertos los dos restaurantes del lugar. Sus acogedoras terrazas, iluminadas con farolillos chinos, estaban ocupadas por relajados turistas y residentes de las mansiones de la ladera. La brillante luz de la luna llena, se reflejaba en una escarpada costa, al final de la playa que se asemejaba a la gigantesca cabeza de un gigante surgido del mismo mar. En el horizonte se veía el destello de las luces de los faroles de las pocas barcas de pesca que quedaban en el pueblo, que atraían a las valiosas agujas. A esas horas de la noche todavía permanecían algunos veraneantes tendidos sobre la arena, contemplando aquel sobrecogedor paisaje, o el débil resplandor de unas estrellas ocultadas por la bruma que quedaba suspendida en el aire, tras un caluroso día de verano. Su apartamento estaba en la primera línea de mar, a pocos metros de una playa de arena dorada. Lo más destacado era la amplia terraza, con vistas directas sobre la playa y el inmenso mar, que se comunicaba con un amplio y luminoso salón a través de unas grandes puertas correderas acristaladas. La madre de Nina sugirió que un baño caliente les quitaría el cansancio del viaje y estarían en mejor estado para terminar aquel primer día de sus vacaciones cenando al aire libre en alguno de aquellos concurridos restaurantes. Pero Nina prefería una ducha rápida para irse a dormir lo antes posible. La madre aceptó su sugerencia y tras ducharse y cambiarse de ropa, acudieron al restaurante. —¿Te sientes más animada ahora? ¿No es un lugar ideal para unas vacaciones? Mañana pasaremos todo el día en la playa, y almorzaremos una enorme y deliciosa parrillada de pescado. ¿No es eso lo que te gusta? Nina sabía que su madre intentaba complacerla para que aceptara la situación de la mejor manera posible, pero ella seguía creyendo que no serían unas vacaciones felices, y no ocultaba su negativo estado de ánimo. —Para ti serán buenas, pero para mí no. Hubiera preferido haberme quedado con los abuelos. No sé por qué te empeñaste en que te acompañara. —¿Pero cómo puedes decir que no te sientes bien en un lugar como este? Soy tu madre, pero francamente, Nina, ¡no te entiendo! No conozco a nadie que no se muera de ganas por pasar unos días en este paraíso. ¿No te gusta la playa? Cuando tenías 10 años llorabas cuando llegaba el último día de las vacaciones, ¡y eso que íbamos a unas playas horribles! —¡Estaba también papá! —¡Ya salió tu padre a relucir! ¿Es que nunca vas a aceptar que estamos divorciados? ¡Hay millones de matrimonios divorciados con hijas como tú en el mundo, y lo aceptan con resignación, ¡los padres no somos perfectos! Hija, dame una tregua, y disfrutemos de estas cortas vacaciones! ¿De acuerdo? —Lo intentaré. —Con eso me conformo. 2. El bikini A la mañana siguiente, Nina se despertó con los primeros rayos de un sol envuelto en una misteriosa bruma. El mar parecía una inmensa balsa de aceite, y reflejaba el color violáceo del cielo. Nina se acomodó sobre una de las tumbonas de la terraza y contempló extasiada el lento clarear del cielo. En apenas media hora, el sol se había desprendido de la bruma y brillaba intensamente. El cielo fue tornándose más azul y el mar recobraba su color azul turquesa. El frescor del amanecer se transformó en un calor húmedo que se dejaba sentir en la piel. Permaneció concentrada en la contemplación de aquella sublime metamorfosis de todos los amaneceres, hasta que un extraño ruido la arrancó de su ensoñación. Se levantó contrariada y se asomó sobre la barandilla de la terraza para encontrar al causante de aquel inoportuno ruido. Era el encargado de las tumbonas, que las desplegaba con gran agilidad y destreza sobre la playa. En pocos minutos armó un gran número de hamacas a lo largo del espacio reservado de la playa. Nina lo observó fascinada por su destreza. Era un joven no mucho mayor que ella, vestido con una camiseta con el logotipo de la localidad y unas bermudas que dejaban ver sus morenas y musculosas piernas. Se cubría la cabeza con una gorra de visera, con el mismo logotipo, que ocultaba un cabello de color castaño, posiblemente quemado por el sol. Cuando terminó de desplegar las hamacas, se acercó a donde Nina permanecía inmóvil, como si la visión de aquel joven la hubiera convertido en una estatua, porque guardaba las hamacas en un pequeño almacén situado debajo de su apartamento. Cuando estuvo prácticamente bajo su terraza, la mirada de Nina se encontró con la del joven, y pudo ver el color verde de sus ojos, que habían quedado momentáneamente fijos en los suyos. Cuando reaccionó quiso alejarse de la barandilla, pero su voluntad se negaba a obedecer, y permaneció inmóvil. El joven parecía también sorprendido, y se limitó a saludarla con exagerada formalidad. —¡Buenos días! ¿Eres nueva en esta playa? Nina se limitó a asentir con un gesto de cabeza. —¡Bienvenida! Espero que pases una felices vacaciones con nosotros. Me llaman Nano, y tú, ¿puedo saber cómo te llamas? —¡Me llamo Nina! —¡Nina y Nano! ¡Qué curioso! Bueno Nina, encantado de conocerte. Si quieres usar una tumbona avísame. ¡Nos vemos...! Nina se limitó a hacerle un gesto de despedida con la mano, y volvió a recostarse sobre la hamaca. El verde turquesa del mar ganaba intensidad y al contemplarlo vio en su imaginación el color verde de los ojos del joven de las hamacas. «Son del color del mar» —pensó—. «Nano, que curiosa coincidencia», y se quedó dormida con una leve sonrisa en sus labios. Las barcas que durante la noche habían salido a la pesca de las agujas, regresaban a la playa y las varaban en el área reservada para los amarres. Los pescadores, curtidos por los vientos marinos, descargaban sus apreciadas capturas, que eran rodeadas por posibles compradores. Los veraneantes más madrugadores se tendían ya sobre las hamacas y se protegían del sol embadurnándose con crema protectora con rutinarios movimientos, repetidos de la misma forma cada mañana. El restaurante abría también sus puertas y preparaba los desayunos de sus clientes habituales, que sentados en la terraza, esperaban pacientemente a que todo estuviera listo para servirles una estimulante taza de café. El ruido de los motores de las embarcaciones había vuelto a despertar a Nina, que permanecía tumbada sobre la hamaca sin pensar en nada. La imagen del chico de las hamacas se había disipado de su imaginación y ahora solo contemplaba distraída los acantilados que limitaban la pequeña bahía. Una bandada de ruidosas gaviotas había seguido a las embarcaciones pesqueras desde alta mar y se posaba sobre la playa, lanzando sus histéricos graznidos Su madre apareció también somnolienta en la amplia terraza, cubierta con una ligera bata de seda de un llamativo color fucsia, estampada con caracteres chinos. Acercó una de las hamacas junto a la de Nina y se recostó como si pretendiera proseguir allí su sueño. —¿Con quién hablabas, Nina? —le preguntó, sin que estuviera interesada en una repuesta. —Con el chico de las hamacas. —Ah, bueno. Debe ser muy temprano; ¿No puedes dormir? —Quería ver el amanecer. Es sublime. Creo que hoy será un día muy caluroso. —Pues nos meteremos en el agua y no saldremos en todo el día... ¿Es guapo el chico de las hamacas? —¡Mamá! —¿He dicho algo malo? Solo te he preguntado si el chico era bien parecido. Ya tienes 15 años. A tu edad yo ya tenía novio. —No lo sé, no me he fijado. —¿Has estado hablando con él y no te has fijado? Nina, hija, me cuesta hacerte esta pregunta, pero creo que es necesario que te la haga. Tal vez desconozca cómo eres en realidad y por eso encuentras extraño mi comportamiento...¡No serás lesbiana! —¿Te lo parezco? —¡Tu comportamiento me confunde! —Puedes estar tranquila, ¡no soy lesbiana! —Entonces, te has fijado en el joven de las hamacas. —Sí, me he fijado, ¡y es muy guapo! —¡Ahora hablamos el mismo idioma! —Yo no lo creo. El que reconozca que es guapo no quiere decir que quiera acostarme con él. ¡Es guapo y ya está! —Está bien, Nina, dejemos este tema de conversación. No he visto nada comestible en este apartamento, tendremos que desayunar en el restaurante. Pero iremos listas para ir después a la playa... No sé si me atreveré a ponerme el bikini. ¡Estoy hecha una facha! He engordado cinco kilos este invierno, y eso que he pasado hambre todo el año. Iremos a un sitio que no esté muy concurrido... Las dos mujeres quedaron en silencio, cada una entregada a sus propios pensamientos sobre lo que esperaban de aquellas vacaciones. Para la madre de Nina era tan solo unos días de descanso, que aprovecharía para encontrarse con un hombre que le gustaba y con el que deseaba hacer el amor. Para Nina eran dos semanas de resignación en las que no esperaba gozar de ninguna diversión. Se preguntaba por qué su madre se había empeñado en que la acompañase. Cuando sus padres se divorciaron ella tenía solo 10 años, y el juez decidió que fuera la madre quien tuviera su custodia, porque en aquellos días el padre estaba desempleado, mientras que su madre tenía un buen empleo en una renombrada agencia de publicidad, donde era la secretaria particular del director. Cargo que había obtenido, más que por sus méritos, gracias a su relajada moralidad. La madre de Nina se probó el bikini antes de decidirse a ir a la playa y quedó horrorizada de su aspecto. —¿Cómo voy a ir a la playa donde hay tanta gente con estas cartucheras y estos horribles michelines? ¡Estoy hecha un adefesio, no sé si quedarme en el apartamento y tomar aquí el sol! Nina creía que los lamentos de su madre sobre su físico eran reacciones histéricas, de una mujer incapaz de aceptar el paso del tiempo, y sus inevitables efectos en el deterioro físico. Las playas estaban llenas de mujeres de mediana edad que habían perdido su figura y no se comportaban de aquella histérica manera. —¡Mamá, tú no eres la única mujer con cartucheras y michelines de la playa, hay muchas peores que tú y no se avergüenzan de su cuerpo! —Hablas así porque tú no tienes este problema. ¡Ya te acordarás de tu madre cuando tengas mi edad! —Además, ¡que más te da si le gustas así a tu amante! —¿No habíamos acordado una tregua? —Sí, mamá, pero pon tú un poco de tu parte... —Bueno, está bien, Nina, ¡haya paz entre nosotras! Vamos a desayunar y me resignaré a ser el hazmerreír de todos en la playa. Cuando las dos mujeres bajaron a la playa, numerosos veraneantes ocupaban ya las tumbonas que el joven Nano había desplegado sobre la playa horas antes. El sol recalentaba la arena de la playa, y una cálida brisa llegaba del mar, con sabor a salitre, que refrescaba como un bálsamo la piel. Nano vio llegar a las dos mujeres y se adelantó para ofrecerles dos de las pocas hamacas que aún quedaban desocupadas. —Buenos días, ¿quieren una tumbona? Hoy es un día de mucho calor, estarán mejor debajo de una sombrilla. Nina volvió a sentir la mirada de Nano, y a admirar el color de sus ojos, que había asociado al color del mar. La madre aceptó la oferta de Nano y se acomodaron en las hamacas debajo de unas amplias sombrillas de brezo, que les protegían de un sol cada vez más implacable y abrasador. —Creo, Nina, que hemos elegido el día más caluroso del verano para nuestro primer día de vacaciones. Llevas razón, el chico de las tumbonas es muy guapo, y creo que le gustas, por la forma en que te miraba. Nina creyó que su madre le estaba incitando a que sedujera al joven, tal vez para que se pusiera en su lugar y fuera más tolerante con su conducta. —Nina, nunca me has hablado de tus relaciones con los chicos de tu edad. Ya tienes quince años, supongo que habrás tenido ya alguna aventura romántica. —No, mamá, no he tenido ninguna aventura romántica, como tú dices... —¿No has encontrado todavía ningún chico que te gusté? —Claro que sí, como todas las chicas, supongo, pero eso no quiere decir que deba tener una aventura con todos los chicos que me gustan. Su madre se había propuesto aprovechar aquellas vacaciones para conocer mejor a su hija, con quien apenas habían intercambiado confidencias sobre un tema tan sensible y difícil de tratar, como era la sexualidad. Nina sabía prácticamente todo sobre su madre, pero ella no sabía nada sobre su hija. La siguiente pregunta fue más directa y personal. —Nina, si no quieres no me contestes, pero soy tu madre y debo hacerte esta pregunta: ¿Eres virgen todavía? Nina se ruborizó y se negó a contestar, porque no creía que a su madre le preocupase si ella era o no virgen. Al menos nunca se había preocupado por enseñarle todo lo que debía saber sobre el sexo. Ella lo aprendió por sí sola, con las confidencias de sus amigas y toda la información que se podía encontrar en la red Internet. —¿Eso te preocupa? ¡Es una novedad! —Está bien, no me contestes si no quieres, pero ¿no crees que deberíamos tener una charla de mujer a mujer...? —No es necesario, mamá, ya sé todo lo que se tiene que saber sobre el sexo. ¡Llegas un poco tarde! —Lo siento. Sí, no soy una madre ideal... La llegada de Nano interrumpió aquella conversación entre madre hija. Llevaba una bandeja, sobre la que había dos vasos de plástico con zumos de frutas. Se acercó a Nina y se lo ofreció: —¡Regalo de la casa. Te refrescará un poco! Nina se sorprendió, pero aceptó el regalo. Su madre cambió una mirada de complicidad con ella y aceptó a su vez el vaso que le ofrecía Nano. —Eres muy amable, Nano, gracias —se limitó a decir la sorprendida Nina. —Soy el camarero del bar de las hamacas, si quieren algo solo tienen que llamarme. —Lo haremos, Nano. El joven esperaba que Nina comprendiera que desde que la conoció aquella misma mañana, se había sentido atraído por ella, y le diera alguna muestra de que era correspondido, pero Nina no le mostró el mínimo afecto. La madre observaba a su hija sin atreverse a intervenir, y Nano volvió al bar decepcionado por la frialdad con la que había aceptado su regalo. —Si te comportas siempre así, serás una solterona amargada. ¿No podrías ser un poco más amable? —le comentó la madre decepcionada por el carácter huraño de su hija. —¡Desde luego que no te pareces en nada a mí! Nina pensó que de haber sido ese encuentro en otras circunstancias y sin la presencia de su madre, se hubiera mostrado más amable, pero allí no estaba de humor. Deseaba que su madre supiera que no aprobaba su conducta, y se mostraría de esa misma manera hasta el final de las vacaciones. Lo sentía por Nano, pero no estaba dispuesta a cambiar de actitud ni siquiera por él. Bebieron los zumos en silencio. Al mediodía la brisa cambió de dirección, no provenía del mar sino del interior, recalentada en su tránsito por los parajes semidesérticos de los alrededores. —¡Este calor es insoportable —se quejó la madre—. No sé si quieres bañarte conmigo, pero yo me voy a dar un chapuzón para quitarme este sofoco! Nina también se sentía agobiada por el calor y accedió a bañarse junto a su madre. Madre e hija entraron en el agua, salpicándose una a otra. Durante unos minutos el estímulo del baño hizo que Nina olvidase su propósito de mostrarse huraña y ambas mujeres se entregaron a inocentes juegos dentro del agua. Finalmente la madre sujetó a Nina con un abrazo para que dejara de salpicarla. Cuando la madre se dio cuenta de que abrazada a su hija, no pudo evitar un amargo comentario: —Nina ¿por qué no podemos ser buenas amigas? No te pido que me quieras, porque no puedo cambiar tus sentimientos hacia mí, solo te pido que me aceptes como soy y que no me juzgues, ¡porque nadie es perfecto! Nina se libró del abrazo de su madre y respondió con cierta amargura: —¡Lo siento, mamá, pero también tú debes aceptarme a mí como soy, y no puedo justificar tu comportamiento! —Qué quieres que haga, ¿enterrarme en vida? ¿Olvidarme de que tengo un cuerpo? ¿Perder mi empleo? O, tal vez, ¿volver con tu padre? Nina no respondió, y se alejó de la madre nadando lentamente, en dirección opuesta a la playa. La madre empezó a alarmarse cuando vio que Nina seguía nadando alejándose peligrosamente de la costa. —¡Nina, no te alejes tanto—le gritó—. Vuelve, por favor. No seas imprudente! Pero Nina no parecía escucharla. Dejó de nadar y agitó los brazos, tal vez para saludarla, pero ella lo interpretó como si estuviera pidiendo ayuda. Nano había estado siguiendo los juegos entre madre e hija, y también creyó que Nina se encontraba en apuros, y vestido como estaba, se arrojó al agua y nadó vigorosamente hacia donde estaba Nina. Cuando llegó, Nina estaba relajada, flotando en el agua sin el menor indicio de que estuviera en peligro. Nano le reprocho su comportamiento. —¡Has asustado a tu madre, creía que te estabas ahogando! Nina no respondió, pero nadó regresando a la playa, seguido de el decepcionado Nano. —¡Nina, no vuelvas a asustarme! —le reprochó su madre cuando estuvo junto a ella. Nano también estaba molesto y con las ropas mojadas por culpa de aquella falsa alarma. Para colmo algunos clientes estaban esperando sus encargos, que Nano había dejado de servir para aquel frustrado salvamento. Cuando regresó al bar, su jefe le reprendió severamente: —Nano, tu no eres el salvavidas de esta playa, sino el camarero de este bar, y has dejado de cumplir con tu obligación para salvar una joven que seguramente nada mejor que tú. Ve a atender a los clientes y que sea esta la última vez que abandonas tu trabajo. 3. La invitación La madre cumplió su promesa y degustaron una deliciosa parrillada de pescado en uno de los restaurantes de la playa. Nina parecía disfrutar de aquel plato tan especial y relajó su actitud huraña. —¿Tienes que comerte una parrillada de pescado para ser amable con tu madre? ¡Caro me va a salir tu afecto! No sé tú, pero yo me muero por una cama. ¡Nos sentará bien una buena siesta! ¿No es maravilloso poder estar de vacaciones, no pensar en nada y dormir todo el tiempo que nos apetezca? —¡Claro, mamá! El calor húmedo de aquella mañana había provocado la formación de oscuras nubes que amenazaban tormenta. A pesar de la claridad del día, ya se podían ver en el horizonte el resplandor de los relámpagos, no muy lejos de allí. La madre de Nina sugirió que no tomarían café para volver cuanto antes al apartamento y evitar la lluvia, que no tardaría en caer. Cuando regresaban caminando por la playa, se encontraron con Nano, que atendía a unos clientes. —Hola, Nano —le saludó Nina, mostrándose más amable que durante la mañana—. Todavía no te he dado las gracias por lo de esta mañana. Si hubiera estado en peligro me hubieras salvado de ahogarme. ¡Eres muy valiente! —Gracias, Nina, pero me alegro de que no estuvieras en peligro, aunque me costara un buen remojón y una bronca de mi jefe. La madre de Nina aprovechó la ocasión para que su hija se mostrara amable con aquel joven, entablara amistad y sobrellevara mejor aquellas vacaciones. —Nano, ¿por qué no cenas con nosotras esta noche? Encargaremos unas pizzas y nos las comeremos tranquilamente en la terraza. ¿De acuerdo? —Estaré encantado, pero tendrá que ser tarde, porque yo termino tarde mi trabajo. —Te esperaremos, ¿verdad, Nina? Nina sabía cuál era la intención de su madre: sin duda que pretendía que encontrara alguien con quien distraerse cuando ella estuviera con su amante, por eso no estuvo de acuerdo con su madre. —No sé, pero yo no quiero acostarme muy tarde; tal vez otro día, cuando Nano tenga el día libre... —Yo no tengo ningún día libre —interrumpió Nano—, trabajo todos los días de la semana, solo por dos meses. Pero no se preocupe, le agradezco el detalle, que es lo importante. Nina debe estar cansada... —Sí, estoy cansada; bueno, adiós, Nano. Tenemos que darnos prisa porque está a punto de llover. ¡Se está preparando una buena tormenta! Nina urgió a su madre para que llegaran cuanto antes al apartamento, pero no era por temor a la lluvia, sino por temor a que hiciera su voluntad buscándole alguien que la entretuviera. —¡Hija, eres incorregible! ¿No tienes corazón? ¿Cómo puedes tratar así a este muchacho? No puedes estar cansada. —Mamá, no insistas en buscarme alguien que me entretenga mientras tú te acuestas con tu amante. ¡Prefiero estar sola! ¿De qué podríamos hablar?: «Gracias por distraerme mientras mi madre se acuesta con su jefe. No; no es una cualquiera, solo que es muy liberal y no encuentra raro acostarse con un hombre casado durante sus vacaciones». La madre reaccionó con agresividad. —¡Nina, estás agotando mi paciencia! ¡Creo que estás decidida a arruinarme estas vacaciones! —¡Dame el dinero para el viaje y me voy ahora mismo con los abuelos! —Cuando seas mayor de edad podrás hacer lo que mejor te parezca, pero hasta entonces tendrás que estar a mi lado. Puede que no sea una madre ejemplar, pero al menos me he propuesto darte los medios para que completes tu educación. Después podrás valerte por ti misma y hacer lo que te parezca bien. Solo te pido que hagamos llevadera nuestra relación hasta que llegue ese día. ¡No es mucho lo que te pido! Las dos mujeres permanecieron en silencio hasta llegar a su apartamento sin que descargara la amenazante tormenta. Fuertes vientos del interior disipaban los oscuros nubarrones. La madre de Nina se retiró a su dormitorio y Nina prefirió recostarse sobre una hamaca de la terraza y contemplar fascinada los nuevos nubarrones cargados de electricidad que reemplazan a los disipados por el fuerte viento. Nina recordó su primer encuentro con Nano y la impresión que le causó el color verde mar de sus ojos, y reconoció que su madre llevaba razón: había sido muy descortés con él. Sintió la necesidad de disculparse lo antes posible. Saltó a la playa desde la terraza y se encaminó al bar de Nano para disculparse y avisarle que aceptase la invitación de su madre para cenar juntos cuando estuviera libre de su trabajo. Una súbita lluvia torrencial interrumpió su camino y corrió a refugiarse bajo el porche de un piano-bar situado bajo la terraza del restaurante. El local era una amplia sala decorada con artes de pesca. La mitad del casco de una barca servía de barra y de las paredes colgaban numerosas postales, enviadas desde sus respectivos lugares de residencia, por veraneantes que habían estado allí. Junto a las postales colgaban fotografías de personas y grupos sonrientes, fotografiados en el mismo bar, que habían dejado como recuerdo de sus vacaciones en aquel lugar. En el fondo de la sala había un pequeño escenario, donde cada noche actuaba algún cantante o músico espontáneo que veranease en la localidad, el resto eran sillas y mesas para los asistentes a esas actuaciones. El local carecía de ventanas y estaba sumido en una penumbra que daba relieve al escenario, iluminado con uno de los pocos focos de luz eléctrica de la sala. Cuando cesó el estruendo de la lluvia torrencial, del interior del local se escuchaba el sonido de una guitarra, que interpretaba improvisaciones de gran armonía y belleza musical. —¡Estoy soñando o alguien está interpretando música clásica con una guitarra! Nina entró en el bar de donde provenía la música y, para su asombro, el guitarrista era Nano, que sentado sobre un taburete en el pequeño escenario, estaba ofreciendo un breve recital a los clientes del local. Nano la vio entrar y le dirigió una sonrisa como saludo. Nina le devolvió el saludo con otra tímida sonrisa y un leve gesto con la mano, y permaneció inmóvil como si la música de Nano la hubiese encantado, hasta que finalizó su actuación. Nano combinaba su trabajo como camarero y responsable de las hamacas, con breves interpretaciones con la guitarra en aquel piano-bar, y por las noches, al finalizar su trabajo en la playa, acompañaba a los cantantes espontáneos. Cuando Nano finalizó su breve concierto, Nina se acercó al escenario con una mal disimulada expresión de asombro. —¡Nano, tocas muy bien la guitarra! —No tan bien como sería mi deseo, pero estudio en el Conservatorio para ser un buen guitarrista... —¿Estudias música? —Nano afirmó con un leve gesto de cabeza, y lo acompañó con un armonioso acorde. —Yo también estudio música, y también toco la guitarra, aunque no tan bien como tú, ¡quiero ser una gran cantaautora! —¡Nina y Nano! ¿No sería un buen nombre para un dúo? Tal vez, si no te acostaras temprano, podías venir esta noche a escuchar a los cantantes espontáneos. Son pésimos, pero divertidos. Pero si te animas tú también podrías cantar alguna canción, este auditorio no es muy exigente. Después podíamos cenar juntos las pizzas que había comentado tu madre. Nina se sintió atrapada, pero la favorable impresión y la sorpresa que le había causado el descubrimiento de la vocación de Nano venció, y aceptó la invitación. —¡De acuerdo, Nano, aquí estaré! Cuando Nina regresó al apartamento y comentó con su madre su asombroso descubrimiento y lo que había acordado con Nano, no podía ocultar su satisfacción por el cambio de humor de su hija. Su encuentro con Nano había sido providencial. Creía que Nina podría tener su primera aventura amorosa, lo que la haría más comprensiva y tolerante. —¡Quién nos iba a decir que el chico de las tumbonas era un músico excelente! ¿Te alegras ahora de haber venido? Nina tuvo que reconocer que aquel inesperado descubrimiento le había hecho olvidar por unos momentos su propósito de mantener su negativa opinión sobre el comportamiento de su madre. Ahora estaba pensando en la propuesta de Nano de cantar alguna canción en aquel bar de aficionados, y se sintió inspirada para componer ella misma la canción que podía interpretar, y en el tiempo que tenía hasta regresar al bar. —Sí, mamá, pero eso no quiere decir que apruebe tu conducta. —Me he resignado ya, pero al menos espero que nos llevemos mejor. Solo son dos semanas. ¿Podrás hacerlo? Nina no quería que las tensas relaciones con su madre anulasen su inspiración, y cedió a sus deseos. —De acuerdo, mamá, lo intentaré. Cuando llegaron al apartamento Nina desenfundó su guitarra y salió a la terraza. Sacó una hoja de papel pautado de una carpeta y escribió las primeras notas de su improvisada canción. —¿Nina, no vas a dormir la siesta? —comentó la madre extrañada por el nuevo comportamiento de su hija. —No, mamá, quiero componer una canción para interpretarla esta noche en el bar de Nano. —Me parece una maravillosa idea, Nina. Te dejo sola para que no pierdas la inspiración. —Gracias, mamá. Cuando se quedó sola pensó que necesitaba una letra para componer después la melodía. Recordó el color de los ojos de Nano y su parecido con el color del mar y escribió sin saber de dónde provenían unos inflamados versos en el dorso de la partitura: Cuando escribió el último verso no sabía de dónde habían surgido. Pero no comprendía por qué uno era tan trágico. Porque no tenía nada que ver con su estado de ánimo en aquellos inspirados momentos. Compuso después la melodía, y se maravillaba de sí misma, por haber sido tan fácil componer aquella breve pero apasionada canción. La cantó varias veces para memorizar la letra y cuando su madre despertó de su siesta, la canción ya estaba completamente terminada. La madre había escuchado la última vez que Nina la cantó y estaba asombrada de la transformación de su hija, que a juzgar por la letra era evidente que se había enamorado de Nano, pero no quiso violentarla y no hizo ningún comentario sobre esta posibilidad. —Es una bonita canción, Nina, ¿la has compuesto tú? —Claro, no hay nadie más aquí, ¿Quién podía haberla compuesto? —Pues mi enhorabuena, porque es una hermosa canción. Tendrá mucho éxito esta noche en el bar de Nano. A medida de que se aproximaba el momento de su actuación, Nina se sentía más nerviosa e insegura. Nunca había cantado ante un público tan variado y esa era, además, la primera vez que lo hacía con una de sus propias composiciones. —Mamá, voy a dar un paseo sola por la playa, quiero quitarme los nervios por lo de esta noche. —Está bien, lo comprendo. Yo aprovecharé para hacer las compras para la cena. Cuando estuvo en la playa, Nina se encaminó en dirección a los acantilados. Un grupo de jóvenes jugaban un partido de balón-bolea, en los límites de la playa, en una zona reservada para la práctica de los deportes. En una de las boleas el balón fue a para a sus pies. Uno de los jóvenes vino en su busca. Cuando estuvo cerca de ella, Nina reconoció asombrada que era un compañero de su academia de música. —Nina, ¡qué sorpresa! ¿Veraneas también tú aquí? —Sí, Marc, paso dos semanas con mi madre. ¡Qué increíble coincidencia! ¿Has venido con tus padres? —¡Qué remedio, no tengo medios para veranear por mi cuenta! —¿Por qué no vienes esta noche al piano-bar que hay debajo del restaurante? ¡Voy a cantar una canción que he compuesto hoy mismo! —Dalo por hecho, allí estaré. Y tú, ¿por qué no te unes a nuestro grupo? Aquí no hay muchas cosas para entretenerse, es un lugar para viejos, y tenemos que buscarnos la manera de divertirnos. Mañana Carmen, una chica de nuestra pandilla, da una fiesta de despedida en el chalet de sus padres. ¿Por qué no vienes tú también? —Gracias, Marc, ya lo hablaremos esta noche en el bar. —¡Vale, nos vemos allí! Nina prosiguió su paseo, mientras el grupo de jóvenes reemprendían el juego. Al llegar a los límites de la playa, se dejó caer apesadumbrada sobre la arena. El sol del crepúsculo bordeaba el horizonte del lado de las laderas del interior y las sombras de las casas de veraneo se alargaban, hasta dejar la playa en la sombra. Los veraneantes abandonaban las hamacas con movimientos lentos y perezosos, y se encaminaban sin prisa a sus respectivas residencias. Algunos perros abandonados por los veraneantes merodeaban por los alrededores de los restaurantes, o se sentaban sobre sus cuartos traseros y esperaban pacientemente a que alguien les arrojase algún resto de comida. Nina regresó sin prisa, caminando con parsimonia, porque no deseaba encontrarse de nuevo con su madre. Cuando le dijera que se había encontrado con un compañero de su academia, y que estaba con sus padres, sería inevitable que se encontrasen en un lugar tan reducido. Marc podía presentar sus padres a cualquiera de sus amigos, pero Nina tenía que ocultarles a su madre, porque se avergonzaba de su conducta inmoral. Estaba todavía a mitad de camino cuando se encontró con Nano, que parecía excitado y la estaba buscando. —¡Por fin te encuentro! —¿Pasa algo, Nano? —¡Claro que pasa algo! Esta noche tenemos un oyente de excepción: el director gerente de una importante discográfica, que acaba de llegar a su casa de veraneo de la ladera, y nos ha confirmado que vendrá al bar esta noche. No sé lo que quieres cantar, pero sea lo que sea ¡lo tenemos que ensayar! Nina sintió que asumía una responsabilidad para la que no estaba preparada. Ella solo pretendía pasarlo bien haciendo lo que más le gustaba, y ahora parecía como si estuviera en juego sus sueños del futuro. —He compuesto una pequeña canción para esta noche. Tal vez le guste —¿Puedo escucharla? —Vamos a mi apartamento y te la cantaré. Cuando llegaron al apartamento, coincidieron con la madre que cargaba con dos grandes bolsas del supermercado local, con todo lo necesario para la cena y para los días sucesivos. —¡Un robo! ¡Aquí todo es carísimo! Si vuelvo otro año me traeré provisiones para todas las vacaciones! Nano, ¿no deberías estar en tu trabajo? ¿Sucede algo? —Espero que mi jefe no me eche en falta. Es un tirano, pero tenía que encontrarme con Nina. Pero no perdamos el tiempo. Enséñame la partitura de esa canción. Nina le mostró las hojas de papel pautado donde había escrito la melodía, y donde estaba también escrita la letra en la parte correspondiente a la melodía. Nano la tarareó según la iba leyendo, y su expresión ganaba entusiasmo a medida que progresaba. Cuando la finalizó, permaneció unos instantes pensativo y, de improviso, se volvió hacia Nina, y exclamó sin disimular su asombro: —¡Nina, es magnífica! ¡Cántala! Nina se sentía halagada, pero al mismo tiempo, sentía cierto rubor de cantar su canción ante la persona que la había inspirado. Pero accedió. Cuando finalizó, Nano le hizo una pregunta que para ella no tenía respuesta. —Nina, ¿en quién estabas pensando cuando escribiste la letra de esta canción? ¡Empieza felizmente, pero habla de una tragedia! ¿Por qué? —No lo sé, me salió así. —Bueno, dejemos eso ahora. Llévate tu guitarra. Yo me llevo esta partitura para hacer unos arreglos para una segunda guitarra. ¡Tu actuación tiene que ser perfecta! 4. La canción de Nina Nina y su madre llegaron al bar de Nano cuando todavía no había acudido ningún cliente. Nano estaba ensayando los arreglos que había escrito para una segunda guitarra. Ambos se saludaron con un leve gesto. Nina dejó su guitarra sobre el escenario; se sentó junto a su madre en las sillas más próximas al escenario, y se concentró en los arreglos de Nano. No había terminado de interpretarlos, cuando entraron en el piano-bar Marc, su compañero de la academia, y el grupo de adolescentes que formaban la pandilla. Todos saludaron efusivamente a Nina, y le deseaban éxito en su actuación. Instantes después entraron los padres de Marc, acompañados de los padres de otros adolescentes. La madre de Marc conocía a la de Nina, por haberse encontrado en varias ocasiones en las puertas de la academia, esperando a sus hijos. —¡Qué curiosa coincidencia! —exclamó sorprendida—. ¡Verdaderamente el mundo es un pañuelo! ¿Veranea usted también aquí? —Por desgracia, no. Solo hemos venido a pasar dos semanas —contestó ella haciendo un esfuerzo por mostrarse amable. —¡Qué lástima que no puedan quedarse más tiempo, porque es un lugar maravilloso! Nosotros venimos cada año, porque tenemos una casita en la ladera. Pero mi marido solo pasa un mes con nosotros, porque tiene que atender sus negocios. ¿Y el suyo, está con usted o también es un esclavo del trabajo? La madre de Nina se sintió incómoda y violenta, porque no esperaba que en aquella pequeña población, situada en un remoto lugar del país, pudiera encontrarse con algún conocido. ¡Por eso la habían escogido! Intentó encontrar una respuesta evasiva, para no descubrir su estado de divorciada. —¡Todos son iguales! —Es encantadora su hija Nina, y una gran artista. Marc siempre nos habla de ella como una se las promesas de la academia de música. ¡No nos perderíamos su actuación por nada del mundo! Nina estaba rodeada por los amigos de Marc, pero había observado a su madre conversar con la suya y estaba inquieta por lo que pudieran estar hablando. Poco a poco el local se fue llenando de público. Nano había escrito con grandes caracteres sobre una pizarra colgada en la entrada del local la actuación extraordinaria del nuevo dúo, «Nina y Nano», que había levantado más expectativa de la habitual. Los padres de Marc se sentaron en la misma mesa de la madre de Nina, junto al escenario, y continuaban relatando las maravillas de la población donde tenían su residencia de verano. —Aquí todavía se puede encontrar un sitio donde tomar el sol en la playa. Hay localidades de veraneo en este país donde ya es necesario reservar un espacio en la playa con un año de antelación. La madre de Nina sonrió la ocurrencia, pero no se sentía con humor como para seguir aquella conversación, por lo que permaneció en silencio. Nano estaba pendiente de la entrada del director de la discográfica, porque probablemente no permanecería mucho tiempo en el local. Le había reservado una de las mesas situadas junto al escenario. Comprobó que la megafonía tenía el volumen correcto y cuando creyó que todo estaba en orden, se unió al grupo de amigos de Marc. El bar estaba ya abarrotado, y algunos permanecían en la puerta ante la imposibilidad de poder entrar al interior. Mientras esperaban la visita del ejecutivo de la discográfica, Nano amenizaba a los reunidos con improvisaciones de música clásica, que era del agrado de aquel auditorio. Por fin, media hora más tarde llegó el invitado de excepción acompañado de una joven, que probablemente debía ser su hija. Nano los acomodó en la mesa reservada para ellos y avisó a Nina, que estaba todavía con los adolescentes, para que se preparase para su actuación. —¡Buenas noches a todos! —saludó Nano, y presentó a Nina con la profesionalidad de un maestro de ceremonias —. Esta noche les vamos a presentar un nuevo dúo que se ha formado en este mismo lugar, entre una cantante y compositora, Nina y yo, Nina ha compuesto esta misma tarde una canción romántica para su presentación, que estoy seguro de que les agradará. Un aplauso para ella. Nina se subió al pequeño escenario y recibió el aplauso con inquietud y nerviosismo, y por la expresión de su rostro era evidente que se sentía abrumada. Nano le dirigió una afectiva mirada, que pretendía darle ánimos, e inició los acordes iniciales que había escrito para acompañarla. En momento preciso, Nina cantó su canción. He soñado que tus brazos me abrazaban, como abraza una barca el temporal. Que tus labios me besaban, como besa la luna llena el mar. Que tu sonrisa me cautivaba, como cautiva la aurora boreal Tus ojos son del color del mar, tus caricias como las olas que vienen y van. Soñé que te hundías en el mar y me hiciste llorar. Que te habías desvanecido, como se evapora el agua del mar. Que éramos dos extraños, como la montaña y el mar. Que solo me quedaba esta canción, donde antes tenía un corazón. Tus ojos son del color del mar, tus caricias como las olas que vienen y van» Soñé que te devolvía el mar, y me hiciste recordar. Que ayer nos amábamos, como ama la lluvia el mar Que hoy nos encontramos, para no volvernos a separar. Que volvía a tener un corazón, donde antes solo tenía una canción. Tus ojos son del color del mar, Tus caricias como las olas que vienen y van. Cuando finalizó la canción se produjo un dramático silencio entre los asistentes, sobrecogidos por la trágica belleza de su canción. Cuando reaccionaron prorrumpieron en un fuerte y caluroso aplauso. Nina se sentía abrumada por aquella muestra de admiración por su canción. Nano, que había hecho unos brillantes arreglos, cogió de la mano a Nina y ambos agradecieron los interminables aplausos con muestras de humildad. —¡Gracias; sois un gran público —dijo Nano a los asistentes, visiblemente emocionado—. Pero Nina merece vuestro aplauso! ¡Es una preciosa canción! El ejecutivo de la discográfica parecía tomar notas en la agenda de su móvil. La madre de Nina estaba desbordada por el indudable éxito de su hija. Solo Nano no parecía sorprendido, porque sin duda estaba convencido de aquel éxito. El ejecutivo de la discográfica guardó su móvil e hizo una señal a Nano para que se acercara. —A finales de esta semana venid a mi casa de la ladera y hablaremos de vuestro futuro —le dijo sin mostrar la mínima emoción—. Necesitamos alguien que entusiasme a los adolescentes... —y abandonó el local seguido de su joven acompañante. Nina era incapaz de asumir la extraordinaria acogida de su canción. Parecía estar ausente, viviendo ya en otra dimensión: ¡la de la fama! Los adolescentes amigos de Marc la rodeaban y la agobiaban con sus elogios. Nano creyó que debía rescatarla de sus primeros y entusiasmados admiradores, y recordó a la madre el plan de cenar las pizzas en la terraza y librar a Nina de aquel agobiante ambiente de triunfo, para el que no estaba preparada. —Me siento responsable de la confusión de Nina. Un éxito inesperado puede ser destructivo —comentó con la madre—. Yo no busco el éxito, solo aspiro a ser un buen músico, no un buen ídolo, y creo que Nina debería adoptar esta misma filosofía, o el éxito la destruirá. La madre estaba totalmente de acuerdo con Nano. —¡Esperemos que todavía se acuerde! —le contestó—. Creo que a partir de ahora Nina será otra chica diferente. Llamaron a Nina para recordarle que habían planeado cenar justos después de su actuación, pero Nina no parecía entusiasmada con la idea, y prefería ir a cualquier sitio, pero con el grupo de sus nuevos amigos y admiradores. —¡Mamá, no me apetece encerrarme ahora en nuestro apartamento. Creo que me iré con estos amigos a celebrarlo! —¿A celebrar qué, Nina? —le preguntó Nano. —¿Y tú me lo preguntas? ¡Mi éxito! —¡Yo creía que era nuestro éxito! —Bueno, sí, nuestro éxito, ¡que más da! ¿Por qué no vienes también tú con nosotros? —¿Te has olvidado de que soy el chico de las tumbonas? Cuando nos conocimos eran las seis y media de la mañana, la hora en que empieza mi trabajo. ¡Tengo que madrugar, no puedo acompañaros! —¡Compréndelo, yo estoy de vacaciones! —Sí, casi lo había olvidado. Entonces, que te diviertas, Nina. ¡Te lo mereces! La madre pensó que finalmente Nina se comportaba de la forma más favorable para sus planes. La localidad era tranquila y no corría ningún riesgo. Podía regresar a la hora que quisiera, y cuanto más tarde regresara más tiempo podía dedicar a su amante. Lo sentía por Nano, pero su hija había demostrado un carácter muy voluble. Tal vez sería mejor que aquella amistad no prosperase. Y sin su ayuda su carrera de cantante se vería muy limitada. Nina y la pandilla de nuevos amigos abandonaron el bar y se dirigieron a la zona de la playa que limitaba con los acantilados, en el mismo lugar donde los había conocido, que estaba desierta a esas horas de la noche. La playa permanecía en la oscuridad y solo podían verse unos a otros por la iluminación de una pálida y brumosa luna, rodeada de un difuso anillo de vapor de agua. Alguien había traído varias botellas de soda y otras de ginebra y se prepararon bebidas para todos. Encendieron un equipo musical portátil creando un ambiente festivo, en el que los adolescentes se sentían identificados. Cuando todos tuvieron sus bebidas, Marc propuso un brindis: —Brindemos por Nina, porque esta noche ha nacido otra estrella en el firmamento. —¡Por Nina, nuestra estrella! —corearon los adolescentes. Media hora después todos estaban bajo los efectos del alcohol, y uno propuso darse un baño, porque la noche era calurosa y bochornosa, por causa de la pasada tormenta. Hubo total unanimidad. Se desnudaron y se lanzaron al agua haciendo toda clase de graciosas piruetas. Nina les imitó y cogida de la mano de Marc, se lanzaron al agua, participando en los juegos de los demás adolescentes. Cuando se cansaron, volvieron a la playa y se tendieron exhaustos sobre la arena. Marc se tendió junto a Nina. Una fresca y húmeda brisa secaba sus cuerpos desnudos. Marc cogió la mano de la desprevenida Nina, se inclinó sobre ella y la besó en los labios. Nina, todavía bajo los efectos del alcohol, no reaccionó, y sintió que el beso de Marc recorría todo su cuerpo con un escalofrío de placer. Marc acarició sus senos y nuevamente sintió que un intenso placer que le dejaba incapaz de reaccionar y evitar sus caricias. Instantes después estaban haciendo el amor sin que Nina tuviera fuerza de voluntad para negarse. Después se quedaron dormidos, al igual que sucedía con el resto de los adolescentes. El fresco relente de la mañana le despertó y Nina sitió un intenso dolor de cabeza. Cuando intentó erguirse se dio cuenta de que Marc la rodeaba con uno de sus brazos y comprendió lo que había sucedido. Un súbito sentimiento de culpa le oprimió el pecho. Se deshizo del abrazo de Marc y buscó sus ropas que habían quedado esparcidas por la playa. Se vistió apresuradamente y sin despedirse de los adolescentes, emprendió el regreso a su apartamento, sin poder contener unas lágrimas amargas por lo que había sucedido. Ahora ya no podía censurar a su madre de inmoral, porque ella se había comportado de la misma manera. «Al menos ella saca algún provecho, mientras yo he sido una tonta, que lo he hecho por nada, y ni siquiera estoy enamorada de Marc» —pensó amargamente. Se secó las lágrimas y trató de serenarse antes de que se pudiese encontrar con su madre. Aquel amanecer le recordó el primero que contempló apenas hacia veinticuatro horas y parecía como si hubiera pasado ya un año. Al menos ella se sentía mucho más vieja y deprimida. Cuando se disponía a entrar en el apartamento se encontró por sorpresa con Nano, que como cada mañana armaba y desplegaba las hamacas en la playa. Nina trató de evitarle, pero Nano ya la había visto, y fue hacia ella. —¡Buenos días trasnochadora! ¿Cómo ha ido la celebración? ¡Ha tenido que ser muy divertida cuando llegas a estas horas de la mañana! Aquel inesperado encuentro con Nano la hizo sentirse todavía más culpable, pero no estaba de humor para seguir la conversación, y le contestó airada: —¡Déjame en paz! ¡Estoy muy cansada y no tengo ganas de bromas! —¡Esta bien, señorita mal genio! Será mejor que duermas, porque realmente tienes un aspecto horrible. ¿Habéis estado toda la noche haciendo carreras? Nina creyó que Nano había adivinado por su aspecto que había hecho el amor con alguno de los adolescentes, pero no podía saberlo, y le daba igual que lo imaginara. «¡No tengo que dar cuenta a nadie de mis actos, y menos a alguien que apenas hace veinticuatro horas que lo conozco!». No quería aceptar que le había traicionado, lo que la haría sentirse todavía más culpable. Entró en su apartamento sin despedirse de Nano. Una vez dentro se dirigió a su habitación con sumo sigilo, para evitar despertar a su madre, pero vio luz en su dormitorio, y supuso que estaba ya despierta esperándola. Se abrió la puerta bruscamente y apareció la madre con la expresión de preocupación en su rostro y con unas profundas ojeras, como si hubiera pasado la noche en blanco. —¿Nina, dónde has estado toda la noche? ¡Ya iba a salir a buscarte! ¡Me has tenido muy preocupada! Nina debía reflejar en la expresión de su rostro su sentimiento de culpa, porque su madre se alarmó. —Hija, no parece que vengas de una fiesta, sino de un entierro. ¿Te sucede algo? —No me sucede nada, y si no te importa, me voy a dormir, ¡estoy rendida, eso es todo! Su madre no insistió y Nina se encerró en su dormitorio. Cuando se encontró sola y a oscuras en la habitación, la imagen de lo ocurrido durante la noche volvió a su mente. Había despreciado a Nano, de quien solo hacía unas horas creía estar enamorada, y que le había inspirado su canción, y había hecho el amor con Marc, un compañero de clase sin talento y sin ningún atractivo, por quien apenas sentía una superficial amistad. ¿Qué había sucedido para que se comportara de aquella manera tan desleal e irreflexiva? ¿Habría heredado de su propia madre su inmoralidad, que ella tanto había censurado? Todo había sido como un sueño seguido de una pesadilla, y había sucedido tan deprisa y en tan corto espacio de tiempo, que hasta ese amargo momento, no había sido plenamente consciente de lo que había sucedido. Primero la invitación de Nano, luego la rápida e inspirada composición de su canción, después el clamoroso éxito en el piano-bar, más tarde la fiesta en la playa, y por último, algo te estaba segura de que había sucedido, pero que no podía recordar. Todo había pasado demasiado deprisa; demasiado intenso; le pareció que no podía haber sucedido en realidad. Finalmente llegó a una lamentable conclusión: «Nada de todo esto me hubiera ocurrido si nunca hubiera escrito esa maldita canción. No hay duda. ¡El culpable es Nano!» Ahora que había encontrado un culpable, creyó sentirse exculpada, y ya podía dormir tranquila. Apenas había cerrado los ojos cuando escuchó dos leves golpes sobre su puerta. —Nina, ¿puedo entrar? —Claro, pero ¿qué quieres? Tengo sueño, no tengo ganas de hablar. Lo que sea me lo dices cuando me despierte. —Nina, esta tarde llegará mi jefe. No te pido que os hagáis amigos, pero al menos procura tratarlo con respeto, después de todo, es quien me paga la nómina cada mes, para que las dos podamos vivir dignamente. —Está bien, mamá, lo intentaré; pero, por favor, ¡déjame 5. El jefe A Nina le despertaron unas voces que venían del salón. Era la voz de un hombre, por lo que no había duda de que eran del amante de su madre, que habría llegado ya. Debía ser muy avanzada la tarde, porque un rayo de sol entraba directamente a través de su ventana. Apenas había despertado y nuevamente las imágenes de lo sucedido la noche anterior volvieron a su mente, porque le pesaban en su conciencia. Ahora no estaba tan segura de culpar a Nano, porque recordaba que le pidió que les acompañase a cenar con ellos, tal como les había prometido, pero ella prefirió irse con los amigos de Marc. ¡Solo ella era la culpable! El ruido de dos suaves golpes sobre la puerta interrumpieron sus amargos pensamientos. Sin esperar su respuesta, entró su madre en el dormitorio. —Nina, ¿estás despierta? Mi jefe ya está aquí, y hemos pensado ir a cenar al restaurante. Me gustaría que nos acompañases... —Mamá, no tengo hambre, prefiero quedarme aquí. Podéis ir vosotros dos solos. —Está bien, pero procura estar vestida cuando volvamos. Mi jefe quiere saludarte. La madre volvió al salón, y unos minutos más tarde escuchó cerrarse la puerta de la calle, y el apartamento quedó en un absoluto silencio. Nina no sentía deseos de conocer a nadie, y menos al amante de su madre. Solo sentía deseos de llorar ¡y no levantarse nunca de aquella cama! Cuando estuvo más calmada, se levantó, se duchó y se vistió, tal como era el deseo de su madre. Todo lo hacía de forma mecánica, sin que fuera en ningún momento su voluntad. Se preparó un café y salió a la terraza cuando estaba ya oscureciendo. Una luna llena que ganaba intensidad se reflejaba todavía levemente en las calmadas aguas del mar. Esa imagen le recordó la letra de su canción: «Como besa la luna llena el mar». Esta imagen y el resto de la letra de su canción: «Soñé que te hundías en el mar, y me hiciste llorar.» ¡Ahora comprendía por qué escribió aquellos versos! Tal vez había tenido el presentimiento de lo que iba a suceder después de la felicidad del primer verso. Nina recordó al recién llegado y pensó que con toda probabilidad su madre y su amante harían el amor aquella noche, y ella no quería estar en el apartamento. Decidió salir a dar un largo paseo por la playa y dejó una nota para su madre, en la que le recordaba su acuerdo sobre la toalla roja. La noche era agradable y la arena acariciaba sus pies descalzos. Sus nuevos amigos adolescentes estaban celebraNdo la despedida de uno de ellos, pero Nina no había sido invitada. Marc no quería saber nada más de ella, por temor a que hubiera podido quedar embarazada. Su éxito del día anterior no sobrevivió al día siguiente. Pasó por delante del bar donde solo unas horas antes se había sentido admirada, con un nuevo sentimiento de culpa, y escuchó el sonido de la guitarra de Nano, que interpretaba sus improvisaciones de temas clásicos, como los que había escuchado la noche anterior. Pero no deseaba encontrarse con él, y prosiguió su paseo. En la terraza del restaurante vio a su madre en compañía de su jefe, un hombre de mediana edad, completamente calvo y de un físico vulgar, que para ella no tenía ningún atractivo, pero que parecía divertir a su madre, quien reía por lo que le estuviera contando su jefe. Era evidente que su madre no tenía ningún remordimiento y simplemente gozaba de su amante sin ningún problema de conciencia. Cuando se alejó de las últimas casas del pueblo, se sentó sobre la arena y se concentró en la contemplación del mágico espectáculo de la luna reflejada en el mar, que brillaba ya con gran intensidad, y se propuso dejar la mente en blanco y no pensar en nada que la atormentase. Otros veraneantes, con otras motivaciones que serían menos tristes que la suyas, paseaban también por aquella solitaria parte de la playa. Permaneció en ese mismo lugar ensimismada en su contemplación hasta que la brisa marina se torno más húmeda y fresca. Supuso que su madre había tenido tiempo suficiente para acostarse con su amante y regresó a su apartamento sin apresurarse y prestando atención a todo lo que en esos momentos se podía observar en la playa. Al pasar de nuevo por el bar de Nano, todavía se escuchaba su música y tuvo deseos de entrar y disculparse por la forma en que le había tratado a su regreso de la fiesta con los adolescentes. Pero no tenía el ánimo necesario y esperaría al día siguiente, en que confiaba encontrarse más animada. Cuando llegó a su apartamento la toalla roja seguía sobre la barandilla de la terraza. Nina se sintió profundamente deprimida y olvidada por todos. No tenía ganas de volver a pasear y decidió ir al bar de Nano y pedirle disculpas. Pero ya no se escuchaba su guitarra. Entró en el bar y, en efecto, Nano hacía unos minutos que había salido del bar. Nadie pudo informarle dónde había podido ir. Nina se sintió profundamente abatida. No sabía qué hacer ni cómo pasar el tiempo, y se sentó sobre una de las barcas varadas en la playa, sin poder evitar un amargo llanto, porque se sentía sola y abandonada por todos. En medio de su profundo abatimiento, escuchó el sonido de una guitarra que provenía de una de las barcas. El corazón le dio un vuelco y dejó de sollozar. Se levantó y se dirigió emocionada a donde provenía la música, porque sabía que esa era la guitarra de Nano. Y allí estaba él, apoyado sobre una de las barcas, tocando los primeros acordes de los arreglos que había escrito para su canción. Nano se sorprendió por la súbita aparición de Nina, porque estaba pensando en ella mientras tocaba esos primeros compases. Nina no dijo nada y se sentó junto a él. Nano empezó a cantar la canción de Nina, y el úlimo verso lo cantaron a dúo: «Soñé que te devolvía el mar, y me hiciste recordar. Que ayer nos amábamos, como ama la lluvia el mar Que hoy nos encontramos, para no volvernos a separar. Que volvía a tener un corazón, donde antes solo tenía una canción». Después de aquel afortunado reencuentro en la barca varada en la playa, ambos decidieron afianzar sus ambiciones musicales consolidando el dúo, que tanto éxito habían tenido en su presentación el día anterior. Nina regresó aquella noche al apartamento acompañada de Nano, y la toalla roja ya no pendía de la barandilla de la terraza. Nina puso al corriente a Nano de la relación de su madre con su amante y la tensa relación que mantenía con ella. —Al menos ahora mi madre no tendrá que preocuparse más por mí. Ya tiene lo que deseaba: alguien con quien pasar el rato mientras ella se entretiene con su amante. Se despidieron con un apasionado beso y se prometieron que, a partir de aquella noche, solo existían ellos dos, en un mundo que despreciaba la inocencia y solo buscaba su propia satisfacción. Pero ellos no eran así, y se esforzarían para que pasase lo que pasase, no perderían nunca la inocencia. Cuando entró en el apartamento, la madre estaba preocupada por la actitud que podría tener Nina cuando le presentara a su amante. Pero para su sorpresa, Nina no parecía afectada, sino todo lo contrario, se mostró amable, incluso divertida. —Para ser el amante de mi madre, ¡tiene usted menos cabello que el que yo imaginaba! —¡Nina, no le faltes al respeto! —No, no me falta al respeto; tu hija lleva razón, ¡estoy calvo como una bola de billar, y ese no debe ser el aspecto que se espera de un amante! —Pero, Nina, ¿qué te ha sucedido que estás tan alegre? —¿Por qué no iba a estarlo? —No sé, pero hace solo unas horas parecías muy enfadada... —En unas horas pueden pasar muchas cosas. Ya no tienes por qué preocuparte, Nano y yo hemos decidido formar el dúo y yo cantaré cada noche en el piano-bar de Nano. No vendré hasta la media noche. —Es una gran noticia. Me alegro, porque Nano me parece un buen muchacho y un gran músico —respondió la madre aliviada de sus temores, sobre el comportamiento huraño de su hija de aquella misma tarde, cuando regresó de la fiesta con sus nuevos amigos. —¡No me habías dicho que tu hija era una artista! —dijo su jefe para ganarse la amistad de Nina. A la mañana siguiente, Nina, su madre y su amante desayunaron juntos en la soleada terraza. Todos estaban de buen humor, como si cada uno hubiera visto colmados sus deseos sin que nadie hubiera resultado herido. Había amanecido otro día ideal para disfrutarlo en la playa, pero Nina prefirió quedarse en el apartamento para escribir una nueva canción. —Si lo prefieres, puedes quedarte —le dijo su madre, satisfecha por la decisión—, pero nosotros nos vamos a la playa. Hoy será otro día de mucho calor, y habrá que pasarlo dentro del agua. Ponte un sombrero, y no estés mucho tiempo al sol. Cuando su madre y su acompañante salieron del apartamento, Nina sintió que una vez más se encontraba inspirada para componer una nueva canción. Esta vez sería también romántica, y con un final feliz. Los versos surgían como si los tuviese escritos ya en algún extraño lugar de su mente: Aquel verano que te conocí salió el sol solo para mí. Eras acogedor como la cálida arena. Estimulante como la fresca brisa. Deseado como la esperada lluvia. Sensible como la pálida luna. Misterioso como las lejanas estrellas. Fiel como las constantes olas. Libre como una gaviota. Necesario como un faro en la niebla. Fuerte como el viento huracanado. Aquel verano que te conocí, Tú estabas en la playa tan cerca de mí, que podía escuchar latir tu corazón por mí. Aquel verano en que te conocí nunca tendrá fin." Ahora Nina estaba segura de sus sentimientos por Nano, porque todas "sus canciones le evocaban a él. Tal vez fuera el vuelo de una elegante gaviota o el intenso azul turquesa del mar, o aquel inmenso cielo azul, lo que inspirase una nueva melodía para aquella canción. Escribió sus notas en una nueva hoja de papel pautado y el título en la cabecera de la hoja: «El verano que te conocí». Ahora solo faltaba que Nano escribiera nuevos arreglos para dos guitarras, como con tanto éxito había hecho con su primera canción. Su vida, que en solo 24 horas había estado en el cielo y en el infierno, le había vuelto a sonreír. Intentó olvidarse de lo sucedido la pasada noche y de la pandilla de adolescentes tan mudables en sus pasiones, y, sobre todo, de su despreciable compañero de la academia, al que no deseaba volver a ver. Cantó su nueva canción varias veces y le hizo algunos arreglos. Le gustaba. También esa nueva canción estaba inspirada. Se sentía feliz. A mediodía el calor era sofocante y Nina entró en el salón donde la temperatura era más aceptable. Pensó que soportaría mejor aquel bochorno vistiendo una ligera bata de seda, como las que vestía su madre, y fue al dormitorio para buscar una. Encima de la mesilla había un teléfono móvil, que no era el de su madre, por lo que debía ser el de su jefe. No pudo resistir la curiosidad y lo encendió. Se sorprendió que no estuviera protegido con una contraseña y accedió a un fichero que debía contener fotografías. Nina estuvo a punto de dejar caer el móvil, porque las numerosas fotografías eran de su madre haciendo el amor con dos amantes. Uno era su jefe, pero el otro hombre no lo conocía. En algunas practicaba una felación a uno de los amantes, mientras el otro la poseía. Nina estaba horrorizada. Cerró el fichero, apagó el móvil y lo volvió a dejar sobre la mesilla de noche. Salió sin la bata de su madre, para que no sospechase que había entrado en su dormitorio. Se dejó caer aturdida y avergonzada sobre el sofá y no pudo evitar condenar el comportamiento indecente de su propia madre, y exclamó airada: «¡Mi madre es una puta!». Cuando comprendió la gravedad del juicio que había hecho de su madre, le vino de nuevo la imagen de ella dejando que Marc la poseyera, y volvió a exclamar con profunda amargura: «¡Yo no soy mejor que ella!» Se sentía atrapada entre la inmoralidad de su madre y la suya propia. Ni siquiera tenía el consuelo de censurarla sin paliativos, porque ella no había demostrado más honestidad. Necesitaba desahogarse con alguien y contarle la causa de sus remordimientos. Solo Nano podría obrar semejante milagro. Lamentaba no ser mayor de edad para emanciparse de la negativa influencia de una madre sin escrúpulos, y, por supuesto, sin moralidad. Ahora temía volverse a encontrar con ella y su amante cuando regresara de la playa, porque ya no podría ver a su madre sin ver, a su vez, aquellas horribles imágenes. Deseaba ver a Nano, pero estaría trabajando en el bar y no podría confesarle sus remordimientos. Además, su madre y su jefe estaría también allí, y no deseaba verlos. Tendría que esperar hasta la noche, cuando se encontrarían en el bar. Nina se tendió en el sofá y dejó pasar el tiempo sin saber en qué pensar. 6. La confesión A primeras horas de la tarde regresaron su madre y su amante de la playa. Habían decidido volver a degustar una deliciosa parrillada de pescado y querían que Nina les acompañase. Nina no se pudo negar. Después de ducharse y refrescarse, acudieron al concurrido restaurante. La madre notó el nuevo cambio de humor de Nina y quiso saber la razón. Parecía como si su hija no fuera capaz de mantener el mismo estado de ánimo más de veinticuatro horas, y no sabía por qué. —Nina, hija, esta mañana parecías la chica más feliz de este mundo, y ahora pareces la más desgraciada. ¿Por qué tienes esos cambios de humor? ¿Qué te ha sucedido ahora? Nina hubiera deseado sincerarse con su madre y preguntarle por qué consentía en hacerse fotografías de su indecente comportamiento, pero no se atrevió. —No es nada; es por este calor, ¡es muy agobiante! —¿Por qué no vienes a la playa con nosotros? —Tengo que terminar de hacer algunos arreglos en la canción que voy a cantar esta noche en el bar de Nano. Se lo he prometido... —Hija, la música no es todo en la vida, también hay que distraerse un poco haciendo otras cosas. Nina sabía ahora a qué se refería su madre con «hacer otras cosas», y le volvieron con crudeza las pornográficas imágenes del teléfono móvil. Apenas probó el pescado, que en otras circunstancias le hubiera deleitado. —¿Has aborrecido el pescado, Nina? Hace dos días te entusiasmaba, y hoy ¡ni lo has probado! ¡No estarás enferma! —No, mamá, no tengo apetito, ya te he dicho que debe ser por el calor. —Creo que después de una buena siesta, todos nos sentiremos mejor. Al regresar al apartamento encontraron a Nano en la entrada del bar, pendiente de los clientes de las tumbonas. Nina se acercó a él para hablarle de su nueva canción. —Nina, nosotros nos vamos al apartamento, puedes quedarte aquí, ya vendrás más tarde. Nina trataba de describirle su nueva canción y Nano le prometió que haría los arreglos como había hecho con la primera canción. Estaba tan interesado en escuchar a Nina que no vio que algunos clientes estaban tratando de llamar su atención. Su jefe estaba observando su distracción y, malhumorado, recriminó a Nano su falta de atención. —Nano, ya te advertí que no te distrajeras y abandonases a los clientes, pero veo que has hecho poco caso. Puedes hablar cuanto quieras con tu amiga, porque ¡estás despedido! Mañana pásate a por tu liquidación, recoge tus cosas y antes del mediodía deja la habitación libre, que otros la ocuparán. —¡Gracias! —replicó Nano indignado—, ¡no sabe el favor que me hace! Nina se sentía culpable de aquel fulminante despido, lo que se añadía a su sentimiento de culpa de lo sucedido la noche anterior. —Ha sido por mi culpa, Nano. ¿Dónde irás si te echan de tu habitación? Creo que mi madre aceptará que te quedes en nuestro apartamento hasta que encuentres una solución mejor. Ven, vamos a preguntarle. Cuando llegaron frente al apartamento, una toalla roja colgaba de la barandilla de la terraza. —Nano, tendremos que esperar, porque mi madre está ocupada en lo que parece que es ¡su diversión favorita! —¿Y cuál es su diversión favorita? —¡Acostarse con su amante tres o cuatro veces al día! —¡Estás hablando de tu madre! —¡Aunque me avergüence, así es! Pero no soy yo quién deba juzgarla... —Nina se tendió sobre la arena de la playa, contempló unos instantes el pálido reflejo de la luna en el mar y pidió a Nano que se sentara junto a su lado—. Supongo que debes saberlo. Antes de conocerte yo era una chica inocente, creía en la virtud y en la buena fe de la gente. Estaba convencida de que jamás aceptaría tener relaciones con un chico si no estaba enamorada. Cuando te conocí leí en tu mirada la misma inocencia y comprendí que éramos dos almas gemelas. Cuando supe que eras músico ya no tuve la menor duda de mis sentimientos. Me había enamorado de ti, y por eso surgió la primera canción... Pero tienes que saberlo... La misma noche de nuestro gran éxito yo debí perder la cabeza, porque fuimos con la pandilla de mi compañero de la academia de música a bañarnos en la playa... Y consentí hacer el amor con él. ¡Por eso yo ya no soy quién para juzgar a mi madre! ¡Ahora ya sabes por qué tenía aquel horrible aspecto cuando nos encontramos por la mañana! Nano escuchaba la angustiosa confesión de Nina sin saber qué debía responder. Se sintió culpable por haber colaborado a su inesperado éxito. Sus temores se habían confirmado: ¡el éxito repentino la destruiría, pero había sucedido mucho antes de lo previsto! —¡Nina, lo siento! —¡Nano, vámonos de aquí! ¡Que mi madre se acueste con todos los amantes que le dé la gana! ¡Ya no soporto su presencia! Tú ya no tienes trabajo, nada te ata a este falso paraíso. Vivamos nuestra vida con inocencia. Nos ganaremos la vida cantando nuestras canciones en las calles de otras ciudades donde nadie nos conozca. Tú y yo solos, sin jefes ni amantes ni directores de discográficas ni tumbonas. ¡Solos tú y yo y nuestra música, no necesitamos nada más! Nano se sentía profundamente confundido. Escaparse con Nina y vivir una vida de aventura y según su deseo le parecía una opción cercana a lo que debía ser el Paraíso. Pero sabía que no llegarían muy lejos, porque ninguno de los dos había alcanzado la mayoría de edad. No tardarían en localizarla y devolverla con su madre, a pesar de su conducta inmoral. En cuanto a él podía ser acusado de rapto o cualquier otro delito, si algún abogado mercenario se lo proponía. Nina contemplaba el cielo donde brillaban débilmente las estrellas, apagadas por la bruma del agua evaporada del mar. —Quiero ser libre y vivir mi vida tal como yo la entiendo. No soporto la falsedad, el engaño, el disimulo, la vanidad, la envidia, la codicia, la indecencia. Una madre no es solo quien te ha parido, sino quien te enseña a ser una persona para que puedas vivir tu vida dignamente... ¡Me gustaría ser capaz de volar y perderme entre esas millones de estrellas que hay en el universo y no volver jamás a poner los pies sobre este corrompido mundo! —Nina, tal vez tu sueño pueda hacerse realidad... —¿Nos escaparemos? ¿Hablas en serio? —Sí, hablo en serio. Yo también estoy harto de todo esto. No estudio música y guitarra solo para cambiar de jefe. Somos los artistas los que hemos hecho este mundo agradable. Pero de nosotros solo les interesa nuestras creaciones y nuestras ideas, pero no los seres humanos. Sí, Nina, hablo en serio, nos escaparemos. ¡Vale más un solo día de libertad que cien años de esclavitud! —¿Y dónde iremos? —Tengo unos amigos que han formado un grupo musical para actuar los veranos en hoteles, yo formaba parte de ese grupo antes de venir a este pueblo. Ellos nos ayudarán y no están muy lejos de aquí. Yo tengo algún dinero ahorrado, suficiente para los viajes y, si no diéramos con ellos, podremos sobrevivir algún tiempo. —¿Y cuándo nos vamos? —Mañana mismo. Tu madre y su amante irán seguramente a la playa. Quédate en el apartamento con alguna excusa, y aprovecha para coger tus cosas, solo lo imprescindible y que quepa en tu mochila. Después reúnete conmigo en la parada del autobús que sale de aquí a las 12:30. ¿De acuerdo? —¡De acuerdo, Nano, allí estaré! —¡No te olvides de tu guitarra! —¡Por supuesto, ella va siempre donde yo voy! 7. La última noche Nina entró en el apartamento con la inquietante sensación de que su madre pudiera descubrir sus planes de escapada, o sugerir cualquier cosa que le impidiese encontrarse con Nano al día siguiente, según lo acordado. Su madre estaba recostada en el sofá, junto a su jefe, que vestía simplemente con un traje de baño. Ella vestía una de sus ligeras batas de seda. Nina no tenía ganas de hablar, solo deseaba retirarse a su habitación y pensar sobre la escapada del día siguiente. Su madre volvió a notar el cambio de humor de su hija. Ahora parecía como si estuviera ausente, concentrada en sus pensamientos, lejos de allí. —¿Nina, ha gustado tu nueva canción? ¡No pareces muy contenta! —Mamá, esta noche no he cantado. Nina se sentía violenta, y no podía borrar de su mente las imágenes, en las que participaba aquel hombre. Su sola presencia le repugnaba. No era desde luego un hombre atractivo. Tenía ya un incipiente abdomen. Apenas tenía vello y su piel era pálida y lechosa, en general era un hombre vulgar y, para ella, incluso repugnante. ¿Cómo podía su madre sentir una apasionada atracción física por él? La madre supuso que su cambio de humor tendría que ver con el tiempo que estuvo esperando a que ellos terminasen de hacer el amor. —No estarás enfadada conmigo por encontrarte con la toalla roja. Yo suponía que tu llegarías más tarde. —Está bien, mamá, no estoy enfadada. —¿No quieres contarnos cómo te va con Nano? —No hay nada que contar de lo que tú te imaginas, ¡solo somos amigos, pero no amantes! —Solo es una niña —interrumpió el jefe—, todavía no tiene edad para pensar en esas cosas. Aquel inapropiado comentario la indignó. Era lo suficientemente mayor para condenar su comportamiento. —¿Cuándo cree usted que las niñas piensan en esas cosas? —Yo no lo sé, eso tu madre lo sabrá. —¡Mi madre no sabe nada sobre niñas! —Nina, ¿qué quieres decir con eso? —Nada, mamá, era solo un comentario que me ha venido a la cabeza… —Tú no apruebas mi relación con tu madre, ¿verdad, Nina? —le preguntó el jefe. Después de su comportamiento de la noche anterior, Nina no podía responder a esa pregunta. —Yo no soy quién para aprobarla o condenarla, ¡todavía soy una niña para entender de esas cosas! —No te caigo bien, ¿verdad? —A quien tiene que caerle bien es a mi madre, lo que piense yo no tiene importancia. Mi madre nunca me pide mi opinión. Nina pensaba que aquella sería posiblemente la última vez que hablaría con su madre, porque estaba segura de que su escapada resultaría un éxito y nunca volvería con su repudiada madre. Nina no deseaba seguir aquella conversación y salió a la terraza. Se recostó sobre una hamaca y se entregó a sus excitantes pensamientos de todo lo que pensaba hacer cuando fuera libre y lejos de la negativa influencia de su madre. ¿Cómo reaccionaría cuando supiera que se había escapado? ¿Denunciaría su escapada a la policía para que fueran en su búsqueda? ¿Y qué le sucedería a Nano, le acusarían de algún delito por el que pudiera ser recluido en un reformatorio? Debía escribir una nota, tratando de justificar su huida y que le dejara vivir su vida como ella deseaba. Tal vez debía mencionar las fotografías pornográficas del móvil, eso sería un buen argumento para que no denunciara su huida a la policía. Ningún juez le daría su custodia con ese comportamiento inmoral. Sí, eso sería una buena coartada para ponerse a salvo y proteger a Nano. No tendría más remedio que aceptar los hechos y permitirles vivir su vida. En cuanto a su carrera musical, ya sabía lo suficiente como para escribir sus canciones y Nano podría ayudarle a perfeccionar su estilo. Lo que ahora necesitaba es adquirir experiencia en la calle, o en los cafés, que ella había comprobado que era la mejor escuela. Si quería escaparse tendría que renunciar a muchas cosas, porque, como le había pedido Nano, solo podría llevarse lo que pudiese caber en una mochila. ¿Se puede vivir solo con lo que cabe en una mochila? ¡Pronto lo sabría! De nuevo la luna se reflejaba en un mar en calma, y los acantilados semejaban cabezas de gigantes marinos en permanente lucha con el mar. Nina improvisó unos versos sobre aquellas gigantescas figuras, que sería el tema de una nueva canción: Surgen del mar gigantes dormidos y despiertan lentamente sus sentidos para ver la luna reflejarse en el mar y las estrellas en el cielo ver brillar. Surgen del mar gigantes dormidos y despiertan lentamente sus sentidos para ver el amanecer en el mar y ya despiertos poder soñar. Surgen del mar gigantes dormidos y despiertan lentamente sus sentidos para ver que tú estás conmigo, porque tú eres mi mejor amigo. 8. La nota de despedida A la mañana siguiente, tal y como había previsto Nano, la madre de Nina y su amante se prepararon para pasar la mañana en la playa. La madre insistió en que Nina les acompañase. —Nina, hija, ¿por qué no vienes a la playa tú también? Volveremos a casa y tú seguirás tan pálida como si no hubieras estado en la playa. —Tal vez mañana, hoy quiero volver a componer una canción. Tengo que aprovechar ahora que estoy inspirada. —Como quieras; tú sabrás por qué no vienes con nosotros, pero creo que no es por componer canciones, sino porque sigues sin aceptar mis relaciones con mi jefe. ¿Por qué no eres un poco más comprensiva? No es tan mala persona como tú supones. Nina no pudo evitar indignarse, porque ella sabía qué clase de individuo depravado era su jefe. Por fin salieron del apartamento dejándola sola y sumida en una angustiosa sensación. Tenía que tomar una grave decisión que podía marcar su destino, pero no estaba dispuesta a renunciar. Ahora tenía que escribir la nota de despedida, en la que quedase bien claro que la culpable de su huida era ella. Salió a la terraza y escribió en el dorso de una hoja de pauta: «Mamá, cuando leas esta nota Nano y yo ya estaremos lejos de aquí. No puedo tolerar ni un día más tu irresponsable comportamiento y he decido escaparme con Nano, para que juntos podamos vivir de acuerdo a nuestra conciencia. Quiero que sepas que, por desgracia, pude ver en el móvil de tu jefe fotografías tuyas que me escandalizaron y me hicieron tomar esta grave decisión. No intentes buscarme o denunciar mi escapada a la policía, porque entonces me veré obligada a mencionar la existencia de esas fotografías, y estoy segura de que ningún juez te volvería a dar mi custodia. ¡Lo siento, mamá, pero tú te lo has buscado! Nina.» La dejó sobre la gran mesa del salón. Sentía una gran tristeza por tener que tomar aquella grave decisión, porque sabía que su madre se sentiría profundamente afectada y no sabía cuál sería su reacción. Por muy mala madre que fuera, su huida le causaría un profundo sentimiento de culpabilidad, y lo más probable es que intentase averiguar dónde podría haber ido. Con toda probabilidad, cancelaría aquellas conflictivas vacaciones, pero lo más probable es que no volviese hasta no dar con su paradero y regresar juntas otra vez. ¿Le serviría al menos de lección? A medida que se aproximaba la hora de su encuentro con Nano crecía su inquietud y era mayor su sentimiento de culpabilidad. Por un momento estuvo decidida a no seguir adelante con el plan, acudir a su cita con Nano y disculparse. Estaba segura de que él lo entendería y le perdonaría, pero al recordar una vez más las fotografiás de su madre, se dijo a sí misma que su huida estaba plenamente justificada. Recogió lo que le parecía imprescindible, lo metió en su mochila, y ya en la puerta se detuvo unos instantes, contempló con tristeza la nota de despedida y se dijo a sí misma como en un susurro: —Adiós, mamá, no podemos seguir juntas. Perdóname si me equivoco… —y salió del apartamento sin poder evitar un amargo sollozo. Nano había cobrado la liquidación de su empleo y esperaba ya en la parada del autobús. Miraba angustiado el lado de la calle por donde debería aparecer Nina. No estaba seguro de que finalmente ella acudiera a la cita, y tampoco quería pensar en las consecuencias de aquella dramática huída. Nina llegó a la parada del autobús a la hora prevista. Al encontrarse con Nano, se abrazó a él y le susurró profundamente angustiada: —¿Estamos haciendo lo correcto, Nano? Yo estoy confundida. Sé que debo hacerlo, pero..? —Nina, puedes volverte atrás si lo deseas, ¡todavía estás a tiempo! —No, Nano, ya he tomado la decisión, y si tú estás de acuerdo, podemos subir ya al autobús. Quince minutos más tarde el autobús emprendía la marcha en dirección a la capital de la provincia. Cuando remontaron la suave loma desde donde se contemplaba la localidad, Nina la contempló por última vez, y exclamó: —Es un precioso pueblo, espero que algún día podamos volver y no recordar estos amargos días, pero solos tú y yo, ¡como si fuéramos los últimos habitantes del planeta! Y se abrazó a Nano, que sentía la tristeza de Nina, por lo que comprendió que era mejor permanecer en silencio. Relatos Celestiales y otros cuentos