EL TREN cremallera, con destino a las estaciones de esquí, ascendía lentamente entre el crujir de sus engranajes. En ocasiones el trazado de la vía pasaba al borde de un precipicio que dejaba sin aliento a los viajeros, para adentrarse a más adelante en el interior de un bosque de centenarios robles, con su follaje que adquiría ya su tonalidad amarilla y ocre, preludio del inminente otoño.
A mediados de septiembre los días seguían siendo cálidos y luminosos en las montañas, solo una refrescante brisa descendía de las lejanas cumbres todavía nevadas.
Al final del bosque se abría un claro, bordeado por verdes laderas, que servían de barreras naturales para un lago donde se reflejaba el intenso azul del cielo de alta montaña.
A una corta distancia, unidos por un sendero bordeado de floridos parterres, se erguía el suntuoso edificio de un balneario, rodeado de cuidados jardines, donde permanecían sus residentes, acomodados en amplias y confortables hamacas.
Un vehículo, utilizado para transportar a los clientes al balneario desde el apeadero del tren cremallera, esperaba su llegada para recoger a una joven con síntomas de agotamiento y estrés, causados por su trabajo en un club nocturno de la capital, en el que, a pesar de su corta edad, hacía un número erótico que ya era popular entre los adictos a estos espectáculos.
2. Carmen
LA ESPERADA viajera descendió del vagón arrastrando una pequeña maleta con ruedas de un llamativo color rosa, relajó sus músculos entumecidos, contempló durante unos instantes el impresionante paisaje que le rodeaba y hurgando en el caótico contenido de un gran bolso, sacó un paquete de cigarrillos, encendió uno y le dio dos profundas bocanadas, como si hubiera esperado ansiosamente ese momento.
—¿Es usted la señorita Carmen? ―Preguntó el chófer del balneario a la recién llegada.
Carmen asintió con un gesto y volvió a inhalar una profunda bocanada del cigarrillo.
—Señorita, no debería usted fumar. En el balneario está terminantemente prohibido.
—¿He reservado una habitación en un balneario o en un cuartel? —protestó Carmen.
—Se lo digo por su bien, señorita; es usted muy joven, debería cuidarse…
—¿Y por qué cree que vengo a este cementerio?, porque supongo que no habrá más que viejos.
—Ha hecho una buena elección, en dos semanas la dejarán como nueva… y puede que hasta le quiten el vicio del tabaco!
—¿Por qué no se limita usted a llevar a los clientes al balneario y deja de inmiscuirse en asuntos personales que no le conciernen?
El chófer se sintió ofendido en su dignidad por una joven impertinente y mal educada, pero se excusó
—¡Le pido disculpas! Déjeme que le lleve la maleta.
Carmen rechazó su ayuda; tomó asiento en el vehículo y con un gesto que indicaba indiferencia, dio a entender al chófer que no tenía intención de continuar la charla, y concentró su atención en el impresionante paisaje del recorrido.
El vehículo aparcó frente a la suntuosa puerta de entrada a los jardines del balneario, cubierta de una tupida yedra, de la que surgían pequeñas rosas rojas y otras flores adaptadas al duro clima de montaña.
A Carmen le sorprendió que no hubiese ningún signo de actividad en el balneario. Todas las hamacas del jardín estaban desocupadas. Parecía como si el balneario hubiera sido abandonado. Reinaba un silencio absoluto, solo roto por el persistente trinar de golondrinas que anidaban bajo los alerones del soberbio edificio y los variados silbidos de losmirlos, entregados a sus inagotables reclamos nupciales y territoriales.
—¿Dónde está la gente? ¿No habrán huido porque sabían que venía yo? —preguntó sarcástica Carmen al desairado , que le respondió con una forzada sonrisa.
—Señorita, son las tres de la tarde; la hora de la siesta. Aquí la siesta está prescrita para todos los residentes.
—¡Creo que aquí acabaré como la Bella durmiente!
Cruzó los desolados jardines y entró en el hall con la misma desolación y silencio.
—¡Hola! ¿Hay alguien despierto que pueda atenderme?
De uno de los amplios sillones de la gran sala surgió somnoliento alguien que debía ser el responsable de la recepción.
—¡Disculpe, señorita, enseguida la atiendo! —el sorprendido permaneció unos instantes oculto tras el enorme sillón para poner en orden su uniforme, ajustarse la corbata y abotonar la americana—. Ah, usted debe ser la señorita Carmen… A ver, ¿dónde he puesto yo su reserva? ¡Ah, aquí está! “15 días, servicios completos, reservado por el señor R.M., del Club Metropolitan”… ¡Un gran cliente este señor! Cada año pasa la Navidad con nosotros, y no hay cliente más generoso que él para las propinas.
Carmen empezaba a impacientarse.
—Está bien, ya me contará el resto más tarde, ¿Puedo ir ya a mi habitación?
—¡Sí, claro, solo era un comentario. En seguida vendrá un botones para que le acompañe a su habitación. —respondió el recepcionista sin poder evitar su desagrado por aquella impertinente respuesta, haciendo sonar un timbre de sobremesa.
Carmen entró en su habitación, se dejó caer pesadamente sobre una mullida cama, equipada con diversos mecanismos para los disminuidos físicos, y volvió a hurgar en su caótico bolso en busca de un cigarrillo, pero recordó la advertencia del chófer y renunció de mala gana.
Era consciente de que su depresivo estado de ánimo la hacía irascible y, en ocasiones, impertinente. No culpaba a su controvertido trabajo, sino a la actitud equívoca de los clientes del club.
Se había iniciado muy joven en los espectáculos eróticos cuando carecía de una idea moral o de decencia precisa, pero ¿qué le había arrastrado hasta aquel deplorable estado? Mostrar su cuerpo desnudo no le parecía un acto malvado o deshonesto, la maldad estaba en quienes la contemplaban y confundían erotismo con pornografía. Prácticamente cada noche tenía que rechazar a algún pretendiente, en ocasiones violento, que la confundía con una prostituta.
En alguna ocasione había pensado en abandonar, pero no era fácil dejarlo todo y buscar otra ocupación menos estresante y arriesgada, porque con su espectáculo sus ingresos eran en ocasiones espectaculares, y no habría ninguna otra profesión para ella mejor pagada. Se había acostumbrado a un nivel de vida al que ya no podría renunciar. Solo podía superar su estado de ánimo, y regresar con más energía para continuar con un trabajo que en el fondo le gustaba.
“—Un actor disfruta cuando interpreta una obra” –se justificaba a sí misma—, yo también disfruto cuando interpreto la mía. Dios da a algunos el talento para escribir una buena novela o pintar un bonito cuadro; a mí me ha dado un cuerpo atractivo para que lo exhiba también con arte. ¿Por qué no puedo exhibirlo de la misma manera que el pintor exhibe sus pinturas o el escritor sus novelas?”. Pero Carmen no tenía la respuesta.
Después de la siesta el balneario recobró su habitual actividad. Las tumbonas del jardín se ocupaban y los más ágiles y menos afectados con dolencias emprendían estimulantes paseos por el sendero que bordeaba el lago, un extenso recorrido que les mantenía activos hasta la llamada al comedor para la cena. Otros, los más atrevidos, cruzaban el lago en las barcas amarradas en un pequeño embarcadero, puesto a disposición de los clientes.
En las instalaciones de tratamientos masajistas y fisioterapeutas devolvían movimiento a músculos atrofiados, y en la piscina de aguas sulfurosas se sumergían los pacientes de artrosis y otras enfermedades para las que era beneficiosa, atendidos por sonrientes y solicitas enfermeras.
La habitación de Carmen estaba situada en la parte frontal del edificio, y por el amplio ventanal se podía contemplar una bucólica panorámica del lago, pero también el magnífico marco de la entrada al interior de los resguardados jardines.
Cansada del viaje y reconfortada por sus pensamientos, había conciliado un ligero sueño, pero le volvieron a despertar unos golpes suaves en la puerta,
—Señorita Carmen, ¿está usted visible?
Carmen no contestó, pero abrió la puerta al inesperado visitante.
—Hola, espero no haber sido inoportuno. Soy el director del balneario y deseo que acepte este sencillo ramo de Flores como bienvenida. Deseo que tenga usted una feliz y saludable estancia en nuestra casa. Su jefe del club; uno de nuestros clientes más queridos, que como usted ya debe saber celebra cada año las festividades Navideñas con nosotros, me ha rogado que la atendamos con especial atención, porque es usted la estrella de su club. Y tengo que decir, si usted me lo permite, que ahora que la conozco creo que su opinión está plenamente justificada.
Carmen aceptó las flores y agradeció el cumplido del director con una sonrisa—. Hoy, como cada sábado, después de la cena, celebramos una pequeña fiesta amenizada con una orquesta, sería un honor para mí y mi esposa que nos acompañara en nuestra mesa.
—Pero usted debe saber que yo...
—Sí, conocemos cuál es su trabajo, pero no es nada de lo que deba avergonzarse. Sabemos por su jefe que su club no es un prostíbulo, sino una forma de hacer un arte del erotismo. Es una persona con gran integridad moral. ¿Acepta mi invitación?
A Carmen le sorprendió el talante liberal y amable del director y aceptó su ofrecimiento.
—¡Estaré encantada de acompañarles!
—¡Ah, casi se me olvidaba! En el comedor tenemos por norma no vestir prendas deportivas o pantalones vaqueros. Supongo que tendrá usted prendas más adecuadas.
Después de que se despidiera el agradecido director, Carmen volvió a la contemplación ensimismada del cielo en el que ya era visible el Lucero del Alba, y el horizonte comenzaba a enrojecer, reflejándose en las balsámicas aguas del lago.
La llegada de un lujoso automóvil frente a la entrada interrumpió su ensimismada contemplación para centrar su atención sobre los nuevos clientes.
Un corpulento enfermero salió al encuentro del vehículo, empujando una silla de ruedas que colocó junto a la puerta del automóvil donde debía estar la persona que la necesitaba. Pero descendió alguien que por su agilidad de movimientos no parecía necesitar una silla de ruedas. Se detuvo junto a la puerta y parecía estar hablando con alguien que permanecía en el interior. Por los gestos que hacía con las manos, quien fuera se negaba a salir. Por el lado opuesto descendió una mujer que reemplazó al hombre y fue más convincente, porque el corpulento enfermero tomó en brazos a quien estaba en el interior del vehículo y lo acomodó en la silla de rueda. Carmen pudo ver que era un joven, posiblemente de su misma edad, con un cabello abundante y de color castaño claro casi rubio, que parecía tener medio cuerpo paralizado, el resto era de una apariencia atlética y bien formada. Instantes después apareció el director con un paso apresurado, como si llegase con retraso a una reunión. Estrechó la mano del hombre con grandes gestos de afecto y dirigiéndose a la mujer con los mismos afectuosos gestos, beso la mano de la sorprendida mujer por aquel desfasado saludo. Después se acercó al joven, que no parecía participar del entusiasmo y afecto del director y le estrechó la mano con desgana, y continuó gesticulando convivos movimientos, señalando el balneario, porque debía de describirle las excelencias del servicio.
Carmen no pudo evitar sentir lástima por aquel desdichado joven y supuso que se trataba de una familia que llevaba a su hijo al balneario para seguir un tratamiento que devolverle la movilidad de las piernas. Por su negativa a salir del vehículo, Carmen supuso que tal vez aquella fuese la primera vez que se dejaba ver sobre una silla de ruedas. Finalizado el protocolo del recibimiento, los posibles padres del joven, se despidieron de él con gestos de tristeza y arrancó el automóvil dejando solos al deprimido joven, al director y el enfermero. Cuando el automóvil debió desaparecer oculto en el hayedo el pequeño grupo se dirigió hacia la entrada del balneario.
3. Alejandra
EL SONIDO de un melodioso acorde anunciaba la apertura del comedor para la cena. El estado de ánimo de Carmen le afectaba también a su falta de apetito, pero decidió bajar al comedor para hacerse una idea de con quiénes tendría que convivir y relacionarse durante los próximos 15 días.
En su escaso equipaje no había previsto la necesidad de incluir prendas de vestir para ocasiones que lo requerían, tan solo había traído dos vestidos demasiado llamativos para aquel lugar, el resto eran prendas deportivas, más adecuadas para un balneario. Pero el director era un nostálgico admirador de la fastuosidad de los grandes balnearios europeos, donde se exigía vestir de rigurosa etiqueta, y le había sugerido que no acudiera al comedor con tejanos o prendas deportivas.
En la entrada del comedor se concentraba un gran número de clientes que iban ocupando sus mesas como hacían el resto de los clientes.
Carmen pudo comprobar que se confirmaba lo que le comentó al chófer: proliferaban los bastones y los andadores para que pudieran caminar hasta sus mesas.
Cuando todos los clientes ocuparon sus sitios reservados, Carmen esperaba que el maître le indicara cuál sería su mesa.
—Señorita, supongo que deseará sentarse en una mesa con otros jóvenes —a Carmen le daba igual, porque de todos modos no estaba de humor para conversaciones. La mesa elegida por el maître estaba ocupada por dos mujeres, madre e hija, asiduas clientes del balneario. La madre probablemente habría sobrepasado los 50 años, de rostro descarnado y una expresión severa, que podía confundirse con la funcionaria de una cárcel de mujeres. Vestía ropa desfasada y rodeaba su cuello un pañuelo de seda, sujeto con un alfiler, posiblemente de oro, con la flor de Lis del emblema de la aristocracia.
La hija tenía la misma expresión severa de la madre, pero atenuada por un rostro juvenil, aunque no fuera muy agraciada. Le afeaba una nariz aguileña y unos labios finos, apenas carnosos, que no invitaban a la sensualidad.
—Esperó que no les moleste que la señorita Carmen comparta su mesa —preguntó el maître a las sorprendidas mujeres.
Las dos mujeres aceptaron y el maître continuó con trabajo para organizar el comedor. La madre no parecía haber recibido a Carmen en su mesa con agrado. Después de observarla durante unos instantes exclamó, con un tono más de reproche que de bienvenida.
—¡Con sumo gusto compartiremos nuestra mesa con una joven tan atractiva y tan provocativa, ¿No es verdad, hija?
——¡Sí, mamá; es verdad!
—¡Señorita, con ese vestido va a ser la sensación del balneario! ¿No es verdad, Alejandra?
—Claro, mamá; ya te lo dije cuando la vi entrar en el comedor. Era como si hubiera entrado una zorra en un gallinero —comentó la hija, con la clara intención de ofender.
—¡Pero en este gallinero las gallinas son viejas, y no deben ser de su agrado! —apostilló la madre.
Carmen escuchaba estupefacta. ¡Estaban hablado de ella, pero ¿a qué se debía aquella animosidad? No las conocía ni creía haber hecho nada contra ellas.
—¡No habrá pagado usted mucho dinero por un vestido con tan poca tela! —insistió la madre.
Aquella sarcástica observación colmó la paciencia de Carmen. Se levantó airada con la intención de buscar el maître para que le cambiara de mesa, pero no lo encontró. Ya estaba decida a regresar a su habitación cuando vio una mujer de avanzada edad, le hacía señas para que se acercará a su mesa.
—¡Eh, señorita, siéntese en nuestra mesa —le invitaron los dos ocupantes—, aquí estará usted más tranquila!
El tono afable de la mujer convenció a Carmen y acertó compartir su mesa, intentando serenarse.
—¡Cálmese señorita! —le rogó su compañero de mesa—. Hemos estado observándoles y seguro que esa víbora le habrá soltado algunas de sus envenenadas ponzoñas.
—Nos deprecia a todos —añadió la mujer—, porque nuestra sangre es de un vulgar color rojo, mientras que la suya debe ser azul, porque pretende ser la nieta de un conde exiliado en tiempos de la República. Las dos vienen a este balneario dos veces al año para que la hija consiga pescar un príncipe azul de su misma alcurnia, que, según ella, solo se encuentran en los balnearios.
—¡Y que sea millonario! —añadió el hombre.
—¡Si, a eso me refería con lo de “alcurnia”!
—¿Y qué les he hecho yo para que me hayan insultado? –preguntó Carmen.
—¡Ay, jovencita, no seas tan ingenua! —respondió la mujer—. Ya no abundan los príncipes azules en los balnearios. Las posibilidades de dar con un candidato adecuado son muy escasas y la hija no es muy agraciada. ¡Tú eres una peligrosa competidora!
—¡Hará cuanto pase por su malévola mente para que te vayas del balneario —comentó de nuevo el hombre.
—¿Y por qué no interviene el director? —preguntó la asombrada Carmen.
—¿Intervenir el director, dices tú? ¡Más bien intervendría para que te marcharas tú!
—¡Son de la misma calaña! —comentó de nuevo la mujer— !No te fíes de sus buenos modales y su fingida cortesía, porque es un hipócrita redomado!. ¿No te ha invitado ya a compartir la mesa de su familia en baile de esta noche?
—¡Sí, me ha invitado! —replicó Carmen alarmada.
—¡Ten cuidado, niña! Utiliza la familia para hacerse pasar por un respetable padre y esposo, ¡pero es un depravado!
—¡Nunca lo hubiera sospechado! —se lamentó Carmen—¡Dios mío, qué corrompido está el mundo!
—Sí, niña, pero la corrupción está oculta en las familias respetables. ¿Dónde se puede ocultar mejor una oveja negra que en una familia respetable? Por cierto, no nos hemos presentado. Aunque no es mi verdadero nombre, todos me conocen como “Marian”. Me lo puso el productor de mi primera película. Sí, niña, no te asombres, he sido una de las más populares actrices de este país. Pero tú eres demasiado joven para haber visto mis películas. ¡El tiempo pasa en un suspiro, sobre todo para los artistas, porque vivimos como en un sueño y cuando llega el amargo despertar ya es demasiado tarde para tener lo que la gente común dice que es una vida normal. En cuanto a mi buen amigo y compañero de soledades, es un artista de la sabiduría…
¡No, Marian, yo no soy un artista, es una cualidad demasiado grande para que quepa en un modesto ex catedrático de filosofía. Yo solo he enseñado en las aulas lo que contenían los libros y fuera de ellas lo que contenían mi corazón y mi entendimiento. ¡Pero tú sí debes ser una artista!
Carmen no sabía qué contestar. ¿Era su trabajo un arte? Ella estaba segura de que lo era, pero ¿qué pensarían ellos? Decidió no correr ese riesgo y lo mantuvo en secreto.
—¡Oh, no; solo soy… una enfermera! –contestó con la primera profesión que le vino a la mente.
—También una enfermera puede ser una artista, todo depende con la creatividad con que se tome su trabajo —respondió el excatedrático para que Carmen no se sintiera inferior.
—¿Una enfermera en un balneario?, ¡es una novedad! —comentó extrañada la mujer.
—Ya sé que puede parecer extraño, pero…
—No es necesario que nos lo digas —la interrumpió la mujer—, tú tendrás tus razones que a nadie le interesan… ¡Ah, aquí viene nuestro almuerzo. Hoy tenemos deliciosos filetes de rodaballo en salsa verde. ¡El que sea un sinvergüenza no le impide ser un buen director, sobre todo para la elección de los cocineros.
4. Danny
DANNY SE ENCERRÓ en su habitación del balneario y aseguró a su enfermero que no saldría de allí hasta que su padre no viniera a buscarle.
—¡No insistas en darme esperanzas con tus milagrosos masajes o con esa agua bendita curalotodo de la piscina. —replicaba indignado a los ruegos de su enfermero para que aceptase someterse a un tratamiento—. Sé que esta lesión no tiene recuperación y no quiero escuchar falsas esperanzas. Tengo que hacerme a la idea de que soy un inválido, pero necesito tiempo para acostumbrarme a las malditas muestras de compasión, ¡que me ponen más enfermo de lo que ya estoy!
—¡De acuerdo, ni masajes ni piscina —le respondió el paciente enfermero—, pero al menos salir a pasear y que te dé este saludable aire de montaña.
—¿A pasear?, ¿con qué pies? —replicó Danny airado—. ¡Será “ruedear”.
—¡Discúlpame, Danny!
—No tienes por qué disculparte. No es fácil hablar con el lenguaje de un paralítico, ¡y ahora sal y déjame solo!
—Danny, comprendo que estés deprimido, pero prometí a tu padre que…
—¿Mi padre? ¡Yo no tengo padre! Su hijo es su negocio de importación de toda la basura barata que encuentra por ahí, y la vende con certificados de Sanidad falsos o comprados a burócratas tan corrompidos como él. Me ha dejado aquí tirado mientras él y su querida disfrutan de dos semanas de juerga en Nueva York, aunque me quiera hacer creer que acude a una feria de la alimentación. ¡Él nunca ha comprado algo saludable!
——Creo que no es justo que hables así de tu propio padre. A mí me parece una persona muy amable y está muy afectado por tu accidente…
—¡Un lobo con una piel de cordero! —añadió Danny.
—¡Está bien, haz lo que te parezca, pero al menos baja al comedor. Hay otros clientes que también van en una silla de ruedas, algunos en peor estado que tú —insistió el enfermero, —y van al comedor sin importarles lo que piensen de ellos los demás.
Dani hizo un enérgico gesto para indicar que saliera y le dejase solo.
—¡Sí, sí; ya me voy, pero vendré a buscarte para la cena y espero que vayamos juntos al comedor.
Dani deseaba quedarse solo porque tenía que ser el mismo quien informase a su propia madre de su accidente y sus graves consecuencias, porque el padre no mantenía ningún contacto con ella desde su divorcio
Su madre era una ciudadana británica que su padre había conocido en la estación de esquí cercana al balneario. De esta irregular unión nacieron, Danny, y dos años después, Gladys, su hermana. Cuando su madre descubrió el delictivo negocio de su marido, lo abandonó y regresó a Inglaterra, llevándose consigo a su hermana, Gladys, con la que congeniaba, lo que no sucedía con Danny, más apegado a su padre, de quien conseguía todo lo que deseaba, incluida la potente motocicleta con la que tuvo el fatal accidente.
Dos años después de su regreso a Inglaterra contrajo un nuevo matrimonio con un viudo con dos hijos adolescentes y un año después, a pesar de su avanzada edad, dio a luz otra niña. Con su nueva numerosa familia se olvidó deDanny, por quien no sentía ningún afecto, porque lo consideraba un joven irresponsable, malcriado y caprichoso. ¡El vivo retrato del marido repudiado!
Dani permanecía recostado sobre la cama sumido en una profunda amargura, al contemplar sus piernas insensibles. Era como arrastrar un pesado fardo sujeto a su cintura, del que ya no podría desprenderse en todo lo que le restase de vida. Cuando recordaba las dos ágiles piernas que se deslizaban sobre unos esquíes sentía irresistibles deseos de llorar, a pesar de que ya no era un niño.
¿Pero cómo encabezar su mensaje? No podía encabezarla con un “Querida mamá” o “madre”, porque ya no tenía la edad para ese cariñoso tratamiento ni sentía el suficiente afecto, pero tampoco la odiaba, porque ahora entendía y justificaba las razones para abandonar a su marido y a él mismo. Su accidente no habría sucedido si hubiera sido más responsable y con más juicio y su padre menos consentido.
Pero había algo todavía más doloroso que su parálisis. Cuando por su imprudencia, al saltarse una señal de stop, colisionar violentamente contra un vehículo, el voló literalmente sobre el automóvil y cayó en tan mala posición que se lesionó la columna vertebral, pero tuvo menos suerte tuvo la joven de 18 años que le acompñaba en el asiento del pasajero, porque se destrozó la cabeza al impactar contra la parte más rígida del vehículo, y murió en el acto. Era una joven de una gran belleza, hija de una modesta familia y dependienta de unos grandes almacenes de la capital, de la que Danny se había encaprichado y seducido con sus exhibiciones de riqueza.
Aquel fatídico día la joven se disponía a tomar el tren suburbano para volver a su casa en un barrio obrero de la periferia donde sus padres y sus amigos la esperaban para celebrar su 18 cumpleaños. Danny, haciendo alarde de sus habituales fanfarronerías, se presentó con su flamante motocicleta y le aseguro que él la llevaría a su casa en menos de 10 minutos, ¡Pero no llegaría nunca!
Tras su violento impacto quedó conmocionado, pero cuando instantes después recobró la consciencia quedó horrorizado ante la dantesca escena. La motocicleta y el vehículo ardían violentamente. El conductor del vehículo permanecía conmocionado, pero consciente, y había podido ponerse a salvo. Milagrosamente no había sufrido heridas de importancia y permanecía recostado sobre el arcén sin poder reaccionar.
Sobre el asfalto yacía el cuerpo de la joven con la cabeza ensangrentada. Danny intentó incorporarse para socorrerla y apartarla de las llamas que amenazaba alcanzarla, y sintió una violenta punzada en la espalda, pero ningún dolor desde la cintura a los pies. Alarmado se palpó las piernas y al no tener ningún reflejo, comprendió que el impacto le había causado su parálisis, y que la joven parecía estar muerta. Entonces no pudo contener un amargo llanto y un intenso sentimiento de culpabilidad. Aquella horrible imagen le torturaba y se le aparecía cada noche en sus pesadillas.
En cuanto a las consecuencias penales del accidente, gracias a la fortuna ilegalmente conseguida del padre, pudo convencer al usuario del vehículo afectado para que no presentara cargos contra Danny. En cuanto a la víctima del accidente, el comportamiento del padre fue mezquino.
Los padres de la joven estaban dispuestos castigar severamente al joven que había causado la muerte de su hija, y el padre había previsto una considerable suma para sobornarles, pero cuando tuvieron noticia de la invalidez de Danny como consecuencia del accidente, se apiadaron de él y renunciaron a su venganza. El padre de Danny solo tuvo que correr con los gastos del entierro y otros gastos burocráticos. Su cinismo y falta total de escrúpulos morales fue evidente por el comentario que hizo a Danny cuando seguía en el hospital en el que había sido ingresado:
—Danny, ya puedes estar tranquilo porque no tendrás responsabilidades penales del accidente, porque los padres de la chica han retirado los cargos y se han conformado con los gastos del entierro. ¡Hemos hecho un gran negocio!
Ahora tenía que rememorar aquellos luctuosos sucesos para informar a su madre. Danny se decidió por arriesgarse y encabezar su mensaje con el de “Querida madre” porque tras el accidente no quedaba ni el menor indicio del Danny anterior y deseaba que ella lo supiera.
“Querida madre, sé que te extrañará recibir este correo de un hijo que tal vez ya habías olvidado, porque cuando tú nos dejaste era un joven impertinente, caprichoso y egoísta, que no se hacía querer ni por su propia madre. Ese joven malcriado que no necesitaba el afecto de una madre, solo los regalos de un padre consentido y corrompido, ha recibido el castigo merecido y está postrado y humillado en una silla de ruedas, después de sufrir un grave accidente con uno de los muchos regalos de mi padre. No puedo pedirte que me perdones ni que me quieras, solo te pido que no me olvides, un abrazo para ti y un beso para mi hermanita, Gladys”
Al escribir el nombre de su hermana menor no pudo evitar que una incontrolada lágrima cayese sobre el teléfono móvil en el que escribía el mensaje.
6. El maestro
A LA HORA ACORDADA Carmen se reunió con sus nuevos amigos a la salida del balneario para acompañarles en el proyectado largo paseo rodeando el lago.
El vehículo del balneario había llegado con nuevos clientes recogidos en el apeadero del tren cremallera. En este viaje traía una mujer que parecía vestida para asistir a la ópera, y un hombre vestido de la misma forma inapropiada.
Carmen vestía un atractivo pantalón vaquero corto y una ligera blusa acorde con la inusual alta temperatura.
—¡Hacía mucho tiempo que no paseaba por un lugar tan maravilloso como éste! —exclamó Carmen entusiasmada.
—¡Ay, niña, lo que daría yo por vestir un pantalón como ese! —exclamó a su vez Marian con nostalgia—. ¡Juventud, divino tesoro!
—Cuando nacerá alguien con la experiencia de un viejo y el cuerpo de un joven —comentó el profesor conciliador—. La experiencia se cobra el precio de la juventud y la juventud no tiene precio. ¡No hay solución posible!
—Si en mis tiempos me hubiese puesto yo un pantalón como ese me hubieran detenido y encarcelado acusada de escándalo público. ¿Quiénes han hecho posible este cambio de valores y de mentalidad? —pregunto Marian al profesor.
No hay una sola causa, es el progreso en general, tanto de la ciencia, como de la moral y la filosofía. Pero pongámonos ya en marcha, porque, como creía Aristóteles, se piensa mejor paseando.
Descendieron el corto paseo hasta el embarcadero y entraron en el sendero del lago.
Carmen parecía esperar el momento para hacer preguntas al profesor sobre todo lo que le angustiaba. Pero antes quiso mostrarle su agradecimiento por ofrecerle su amistad.
—¡Maestro..!
—¡No me llames maestro, porque ya no estoy en las aulas! —protestó cariñosamente el profesor.
—¡Vale, pero, maestro, yo solo deseaba decirle que es un gran honor para mí que sea usted mi amigo. !Nunca había conocido una persona como usted! —le declaró Carmen conmovida—. ¡Cómo me gustaría saber tantas cosas sobre el mundo como debe saber usted! ¿Puedo hacerle una pregunta?
Al profesor se le planteaba un serio dilema. Carmen le traía a la memoria una de las estrofas de la canción “El muro”, de Pink Floyd, uno de los grupos musicales favoritos de su juventud. Un coro de niños contaba esta reivindicativa estrofa:
“No necesitamos la educación,
no necesitamos el control de nuestra mente...
!Maestro, déjanos en paz!
¿Lo has oído, maestro? ¡Déjanos en paz!”
Carmen tampoco necesitaba la educación, porque la educación no es ilustración sino alienación, y tenía que dejarla en paz. Su inteligencia natural le permitía conectar directamente sus impresiones con su intuición, de manera que era suficiente una primera impresión de alguien para penetrar en todos los rasgos de su personalidad.
Desde el momento en que Carmen se sentó en su mesa ella sabía si era una buena o mala persona; si era sincero o hipócrita; sencillo o vanidoso, etc.
Pero ese conocimiento innato solo servía para su propio entendimiento, sin que pudiera explicarlo a los demás, porque, paradójicamente, carecía de la educación necesaria, la misma educación que era la causa de la pérdida de la inteligencia natural y la desconexión de la intuición.
La intuición de Carmen era como el instinto para los animales, sabía lo que debía hacer en cualquier circunstancia y hacerlo correctamente, sin que nadie le dijera cómo debía hacerlo.
Ella se sentía honrada por contar con la amistad del profesor, pero el profesor era quien se sentía honrado de contar con la amistad de una persona tan especial.
—¿Y cuál es esa pregunta? —preguntó a su vez el profesor.
Carmen tuvo unos instantes de duda sobre si era acertado conocer la opinión sobre su trabajo en el club. Ella sabía que podía confiar en el profesor y que su opinión sería importante para poner en orden su conciencia.
—Verá, tengo una buena amiga…
—¡Enfermera! —interrumpió Marian, que te—nía ya la certeza de que se ocultaba ella detrás de su inexistente amiga.
—¡No, es una de esas chicas que animan los clubs nocturnos con números de erotismo, ¡pero nada de pornografía! Cada vez que nos encontramos discutimos sobre si es correcto que una mujer exhiba su cuerpo por dinero…
—¿Y tú que piensas? —le preguntó el profesor, pero Carmen no había previsto dar su opinión y no sabía qué responder.
—Si le digo la verdad, no sé qué pensar, unas veces creo que es correcto y otras que no. Pero lo que yo quiero saber es su opinión.
El profesor meditó unos instantes cómo responder sin que se interpretase como una opinión personal, sino como una razonable reflexión que no influyese en su personalidad.
—No hay nada que censurar por los desnudos, los museos están llenos de pinturas con desnudos, como la Maja desnuda de Goya, las Tres Gracias, de Rubens, el David, de Miguel Ángel, que se exhibe en una catedral. Pero esos desnudos no pretenden excitar a quienes las contemplan, sino el deleite del alma por la belleza del cuerpo humano. Los desnudos en un club excitan el deseo sexual, que requiere una satisfacción. Tu amiga no se prestará a complacer a quienes ha excitado, pero otras compañeras con menos escrúpulos morales sí lo harán, con lo que empezó como erotismo termina siendo pornografía y prostitución, que está motivada por intereses comerciales y explotada por individuos sin moralidad. El desnudo solo es moralmente aceptable cuando está en comunión con la naturaleza o, naturalmente, en la intimidad de dos personas que se aman.
—Ya comprendo —respondió Carmen afectada por la respuesta—, pero yo creo que mi amiga no tiene otra forma de ganarse la vida.
—Eso es un atenuante, y puede justificar que siga haciendo ese trabajo, pero debería aprender un oficio menos controvertido.
—Mi joven amiga —comentó la ex actriz—, ser mujer es algo muy complicado, se nos ha impuesto unas funciones y responsabilidades que nos discriminan. Somos físicamente opuestas a los hombres, pero no hay justificación para que no seamos iguales en nuestros derechos y deberes a los hombres.
Ya habían recorrido un considerable tramo del sendero y se detuvieron para descansar en uno de los bancos colocados a lo largo del trayecto.
—Pronto llegarán los melancólicos y lluviosos días del otoño —pensó la ex actriz en voz alta, inspirada por la belleza natural del paraje—… y después del otoño siempre llega el frío y mortal invierno… Algunos ya no veremos florecer de nuevo los lirios en las riveras ni la siguiente alegre primavera. ¡Disfrutemos de la vida mientras conservemos nuestros sentidos!
—¡No hay nada más triste y a la vez más bello que los pensamientos íntimos de un anciano! —añadió el profesor.
7. Una lección para Carmen
DESPUÉS DEL BREVE descanso prosiguieron el paseo. Una ordenada bandada de los prmeros gansos en iniciar su periódica migración a tierras más cálidas sobrevolaba en lago lanzando su estridente graznido. Algunos abandonaban la bandada para posarse sobre los prados cercanos, para después con su torpe caminar llegar hasta las orillas del lago y saciar su sed.
—Esto quiere decir que el tiempo va a cambia —comentó el profesor, después de admirar la perfecta formación en uve de los pájaros.
Carmen también los observaba y preguntó al profesor por qué se alineaban de aquella manera.
—Es para protegerse de las corrientes de aire. Cada uno cubre al que está detrás.
Aparte de su maestra de primaria, Carmen nunca conoció a alguien que le enseñara lo que ella deseaba aprender; alguien que tuviera las respuestas a sus preguntas, y ahora estaba paseando con quien ella consideraba que era un maestro, que tendría todas esas respuesta. Por eso no quería perder tiempo y le hizo la primera pregunta y que más le angustiaba.
—Maestro…
—Ya te he dicho que no me llames maestro —insistió el profesor.
—Pero yo creo que quien enseña algo a los demás es un maestro, ¿no?
—Está bien, ¿cómo se puede ir en contra de una inteligencia natural? —se resignó el profesor.
—Yo nunca he conocido a quién podía responder a todas las preguntas que me hacía sin que tuviera las respuestas, ¿me permite que se las haga a usted?
—¡Empieza!—respondió el profesor en tono divertido.
—¿Existe Dios?
El profesor no pudo evitar una exclamación de asombro.
—¡Esta será la primera y también la última, porque no sé si podré responderte antes de que regresemos al balneario! En primer lugar, mi joven amiga, no has hecho la pregunta a la persona adecuada, deberías habérsela hecho a un sacerdote o a un teólogo, que son los que se ocupan de los asuntos de Dios. La filosofía se ocupa de Dios como el Ser en la disciplina del entendimiento que llamamos, “Metafísica”, lo que es lo mismo, estudiar las cosas como son antes de estudiar en lo que consisten. ¿Me vas siguiendo?
—¡No mucho, la verdad! —respondió Carmen abrumada.
—Es sencillo, veamos, Marian es tu amiga, esto es un lago, el cielo es azul, yo soy un profesor. Todos los que he nombrado son algo, y el resto de lo que vemos es también algo, y si son es porque tienen ser. A la metafísica no le interesa saber qué cosa es ese algo, sino el ser de las cosas sin más y sus causas. La metafísica no quiere saber cómo es físicamente Carmen, porque obviamente eso es asunto de la física, sino simplemente si eres y por qué causa eres Carmen: por haber nacido y ponerte el nombre de Carmen. ¿Lo entiendes ahora?
—¡Sí, siga —respondió Carmen más interesada.
—Todo lo que es existe, incluso lo que no es nada, porque es la nada, pero no es verdaderamente, porque no contiene nada. Por lo tanto, para que exista verdaderamente Dios tiene que ser algo en concreto, pero si no podemos saber qué es ese algo, Dios puede ser, pero no existir verdaderamente. Por lo tanto Dios es el que “Es”, pero que no existe.
—¡No lo entiendo! —volvió a responder Carmen, nuevamente confundida.
—¡Claro que no lo entiendes, nadie lo entiende. Dios es lo que no se entiende, porque no puede ser lo que no tiene ni principio ni fin!
—¡Eso es un lío! —exclamó Carmen todavía más confundida.
—La idea que tenemos de Dios no es una cosa o persona verdadera, sino imaginada, supuestamente revelada a personas excepcionales, o a los profetas, como Mahoma para el Islam, o un Mesías, como Jesucristo, para nosotros, los cristianos.
—¿Es usted ateo? —le preguntó Carmen confundida.
—¡No, por supuesto que no —le respondió el profesor—, soy el más devoto de creyentes de que Dios no existe, pero es Dios!
—Entonces, ¡nunca sabremos quién es Dios! —exclamó Carmen decepcionada.
—¡En vida nunca, pero tal vez después de muertos..! —concluyó el profesor.
—¿Qué pasará después de muertos? —preguntó Carmen esperando con avidez una respuesta, pensando en su difunta madre.
—Es imposible tener la certeza, pero es posible que permanezcan activos los fenómenos de la imaginación y la conciencia…
—¡Seguiremos viviendo como en un sueño! —interrumpió Carmen—. ¡Eso mismo pensé yo cuando murió mi madre, que me seguiría viendo en sus sueños después de muerta! —dijo al profesor impresionada por la coincidencia.
—¡Si, lo habrás intuido! Eso tendría la finalidad de premiar o castigar nuestra conducta en vida.
—¡El Cielo y el Infierno! —añadió Carmen que parecía estar entusiasmada por el nivel que había alcanzado la conversación con el profesor.
—¡Exacto! El cielo sería gozar de dulces sueños y el infierno de constantes pesadillas. —confirmó el profesor, que también estaba admirado por la rapidez de Carmen en asumir sus reflexiones.
—¡Pero, maestro! ¿cómo saber lo que está bien y lo que está mal?, porque todos dicen que todo es relativo —comentó Carmen indecisa.
—¡En efecto, mi joven filosofa, todo es relativo si no hay una referencia absoluta. También los sabores son relativos, pero ¿cómo saber lo dulce que es algo si no conocemos la dulzura? Por esta misma razón ¿cómo sabremos lo que es el bien y el mal, sino existe el bien absoluto y el mal absoluto que nos sirva de referencia? La encargada de valorar nuestros actos es la conciencia y el bien absoluto está fuera de lo relativo, y es igual para todos, profesen una u otra religión, sean hombre o mujer, etc. Y ese bien es uno de los atributos de la idea de Dios, pero no el Dios en sí mismo.
8. Un buen partido para Alejandra
COMO HABÍA SUPUESTO el profesor, aquella complicada pregunta de Carmen les devolvió al balneario, cuando ya se aproximaba la hora de la cena.
—Gracias, maestro, he disfrutado mucho con su lección —dijo Carmen al profesor, con una sonrisa de agradecimiento— ¡Pero mañana seguimos!, ¿vale?, porque todavía tengo muchas preguntas que hacerle.
—¡Ten piedad de este profesor jubilado! —Contestó el profesor devolviéndole la sonrisa a Carmen.
Cuando entraron en los jardines del balneario vieron a la condesa y su hija reunidas con el corpulento enfermero que había recibido con la silla de ruedas a Danny, en lo que parecía una animada charla. Al verlos entrar la condesa y su hija no pudieron evitar un gesto de antipatía, en especial contra Carmen, quien se despidió de sus dos amigos para cambiarse de ropa, aunque tan solo disponía de dos únicos vestidos, pero cumplían con las estrictas normas impuestas por el director.
Cuando Carmen
ya no podía escucharla, Mirian comentó con el profesor:
—La condesa debe estar tramando algo, porque está reunido con su confidente y seguramente también su amante.
—No me extrañaría que sea algo que tenga que ver con nuestra joven amiga —añadió el profesor preocupado. Creo que deberíamos hablar con el director, por muy corrompido que este no puede tolerar que uno de sus cliente este siendo acosada por esa mujer y su hija.
En efecto, la supuesta condesa estaba siendo informada de la llegada de Danny al balneario.
—Condesa, esta es la oportunidad que ha estado esperando —le informó el enfermero—, es el hijo de un rico comerciante, y estando inválido, tiene muy pocas posibilidades de seducir a una mujer normal.
—¡Hija, has escuchado! —exclamó la autoritaria madre dirigiéndose a Alejandra.
—Sí, mamá, lo he escuchado, ¡pero es un inválido!
—¡Tanto mejor, así no te sería infiel y le podrías manejar a tu antojo. Algún sacrificio tienes que hacer para que podamos pagar los atrasos de la hipoteca ¡o nos veremos las dos en la calle!
Madre e hija estaban sobreviviendo a costa de un crédito hipotecario sobre un antiguo caserío, que pretendía ser un palacete, situado en un barrio distinguido de la periferia de la capital.
—Conozco bien a su padre —intervino el enfermero—, ¡es un perfecto desalmado! Pagaría lo que fuera necesario para librarse de su hijo…
—¿Y qué mejor forma que casarlo con alguien que se hiciera cargo de él? Con la dote pagaríamos la hipoteca, porque de otro modo no nos podríamos hacernos cargo del chico…
—¡Y su manutención! —añadió el enfermero.
—¡Si, porque el chico sería el cabeza de familia y esa es su responsabilidad… ¿Y tú, Alejandra, qué opinas? —preguntó a su sumisa hija, sin que le importase su respuesta.
—Pero, mamá, ¿qué quieres que opine si tú ya lo tienes todo planeado?
—Tu madre solo busca lo mejor para las dos —añadió
el enfermero, quien secretamente, sin que Alejandra lo supiera, habían acordado con su madre que él también iría a vivir con ellas—, ¡no podéis dejar pasar esta oportunidad.
—¡Hija, ya puedes ir afilando tus artes de mujer y seducir a este joven, porque él es que es nuestra salvación!
—¡Sí, mama, haré o que tú deseas que hagas, pero no puedo asegurarte que lo conquiste.
El sonido del conocido melodioso arpegio anunciaba la entrada en el comedor para la cena.
La condesa y su hija fueron de los primeros en entrar al comedor y estaban pendientes de la entrada de Danny. Los últimos fueron Carmen en compañía de sus dos amigos, que al verla entrar, la condesa exclamo airada:
—¡Ahí está esa zorra con su mini vestido, provocando a todo el mundo.
Carmen también buscaba en la mesa especial de los inválidos a Danny, pero no estaba.
Ya había comenzado el servicio de la cena, cuando apareció Danny, empujado por su enfermero. Carmen estaba sentada de espaldas a la entrada, pero Danny sí la vio, y le pidió a su enfermero que le llevase a donde estaba ella.
—¡Creo, Carmen, que tienes visita! —le dijo Mirian al ver que Danny se dirigía hacia su mesa.
Carmen estaba segura de que se trataba de Danny y se volvió con una sonrisa que dejaba claro su alegría por el nuevo encuentro.
—¡Hola, míster mal genio, por fin te has decidido a salir de tu escondite!
—Hola, Carmen, ¡Gracias a ti! —exclamo Danny agradecido.
—Vamos Danny, tienes que ocupar tu mesa porque ya ha comenzado el servicio.
—¿Nos veremos después de la cena? —le preguntó Danny esperando una respuesta afirmativa—, me gustaría bajar hasta al embarcadero…
—Está bien, nos vemos luego, pero no podré ir al ambarcadero contigo porque he prometido acompañar al director y su familia en la fiesta de esta noche, pero te acompañaré mañana, ¿de acuerdo?
Danny asintió resignado con un gesto y el enfermero llevó a Danny hasta el lugar reservado para él en el comedor.
La condesa estaba furiosa porque había visto la escena del amistoso reencuentro entre Danny y Carmen.
—¡Esa entrometida —comentó con su apesadumbrada hija— va a desbaratar todos nuestros planes. El paralítico y ella ya se conocen, y parece que son buenos amigos. ¡Tenemos que hacer algo para que abandone el balneario antes de que sea demasiado tarde!
Carmen fue de los primeros comensales en abandonar el comedor. Había pensado no acudir a la invitación del director con algún pretexto, pero podía descubrir que era una excusa y tendría también al director en su contra. El otro dilema era qué ponerse para la fiesta, porque los dos únicos vestidos de que disponía eran demasiado atrevidos y el director podía interpretarlo como una provocación, pero tampoco tenía alternativa.
Danny había decidido acudir también a la fiesta, pero sin la ayuda de su enfermero, porque quería probarse a sí mismo que podía valerse sin su ayuda. Entró en la sala donde ya había comenzado la orquesta su actuación, pero ni Carmen ni el director había llegado todavía. Se sitúo con la silla de ruedas junto a una de las mesas más ocultas y esperó la llegada de Carmen.
La condesa y su hija habían seguido todos los movimientos de Danny, y apremió a su hija:
—¡Vamos, Alejandra, es tu oportunidad! —le exigió su madre.
Alejandra tenía un plan para ganarse la atención de Danny. Fue directamente a donde se encontraba y le preguntó fingiendo asombro.
—A lo mejor me equivoco, pero ¿no eres tú uno del equipo de baloncesto sobre sillas de ruedas de la Selección? Yo sigo el campeonato, ¡sois increíbles!
Danny se sorprendió por la inesperada presencia de Alejandra y su tono familiar y resuelto.
—No, yo no soy quien dices; yo no he jugado en mi vida al baloncesto.
—¡Vaya, que metedura de pata! Pero te pareces mucho al pívot, ¡no falla una canasta! Pero tú debes practicar algún deporte, ¡porque manejas muy bien la silla! No sé dónde he leído que también hay salas de baile para silla de ruedas? Tú debes saberlo, porque tal vez has ido a alguno.
Danny intentaba poner atención a la conversación de Alejandra y no vio que Carmen había entrado a la sala en compañía del director, su esposa y su hijo Alberto, un joven de aspecto vulgar y sumiso, y se acomodaron en una mesa reservada, próxima a la orquesta.
Carmen sí le había visto y se sorprendió al verlo en la sala y acompañado por la hija de la condesa, y parecía que le prestaba mucha atención a lo que le estuviera contando, porque no se había dado cuenta de su presencia.
Cuando Danny vio por fin a Carmen sentada junto al director con su provocativo vestido, no pudo evitar una negativa reacción y le prestó más atención a la hija de la condesa.
—Yo conozco a uno de los jugadores de la selección nacional, ¡es un crack! —continuó Alejandra, satisfecha por que había conseguido atraer su atención.
—¿Quieres que te traiga algo de beber, no veo por aquí ningún camarero?
En ese momento la orquesta interpretaba un conocido vals y el director invitó a Carmen para que bailar con él.
—Señorita Carmen, ¿me permite invitarla a bailar
este vals?
—¡Nunca he bailado un vals! —se excusó Carmen tratando de eludir la invitación.
—¡Déjese llevar, es muy fácil. —contexto el director seguro de que aceptaría.
Carmen dirigió un interrogante gesto a la esposa deldirector.
—¡Vaya, vaya, señorita! Mi marido es un gran bailarín y yo tengo unos cuantos kilos de más para bailar un vals!
Carmen no pudo negarse accedió.
Cuando Dany vio a Carmen bailar con el director sintió como si Carmen le hubiera traicionado y se dispuso a abandonar la sala de baile.
—¿Te marchas? —le preguntó Alejandra con aires de triunfo — ¿Me permites que te acompañe? ¡A mí también me aburren estos bailes!
Carmen los vio salir de la sala creyó entender cuál había sido la causa, pero no podía hacer nada por retenerle.
Danny se cruzó con el profesor y Marian, que entraban en ese momento a la sala de baile, pero no les dirigió ningún saludo.
—¿Qué ha sucedido? ¿Por qué esta la hija de esa víbora con Danny? —preguntó Marian al confundido profesor, pero él no tampoco tenía
la respuesta.
9. El acoso
LA CONDESA ESPERABA inquieta los resultados del encuentro su hija y Danny ojeando una y otra vez la misma revista sin prestar atención lo que veía, sentada en uno de los amplios sillones del hall y no salía de su asombro cuando vio a su hija y a Danny cruzar el Hall y salir del balneario.
“!Bravo, Alejandra, hija —pensó entusiasmada por el magnífico comportamiento de su hija—; has salido a tu madre! ¡Ahora ya solo nos queda sacar a esa zorra del gallinero!”
Alejandra supo aprovechar el malestar de Danny, por la imagen de una provocadora mujer que seduce a un hombre maduro con sus encantos, para cumplir el deseo de Danny de bajar hasta el embarcadero en una noche cálida, iluminada por el reflejo de una luna llena que se balanceaba sobre las aguas del lago, rizadas por una estimulante brisa procedente de las cumbres más elevadas.
—¡Preciosa noche! —exclamó Alejandra con un fingido suspiro—, ¡ideal para el romanticismo!
Danny estaba de acuerdo, pero no pensaba en ella sino en Carmen. Comprendió que se había precipitado en sus juicios, pero en aquel sugerente lugar, en el que se confundía el rumor de la orquesta con el persistente trinar de algún ruiseñor posado en las magníficas secuoyas, situadas a ambos lados del embarcadero, añoraba su presencia, y sus sentimientos hacia ella habían sobrepasado la amistad para convertirse en pasión. ¿Se había enamorado de Carmen? ¡Solo podía ser esa la causa de sus infundados celos!
El humor de Carmen había cambiado bruscamente después de ver salir de la sala a Danny acompañado por una joven perversa que la detestaba ¿Cómo era posible Danny hubiera mudado su afecto por el de aquella joven en solo 24 horas?
—¡No parece muy animada, señorita Carmen —observó la esposa del director—, ¿no se encuentra bien?
—¡Lo que necesita es beber algo que le levante el ánimo —añadió el director haciendo una señal a un camarero —ya verá como un refrescante daikiri le sentará bien.
—No es nada, solo que estoy cansada y me gustaría retirarme pronto.
—Es usted muy joven, y tiene edad para disfrutar de la vida —comentó la esposa—. ¡Ya descansará cuando tenga mi edad!
La orquesta interpretaba un tema de actualidad y el hijo del director la invitó a bailar.
—¿Me permites este baile? —le preguntó, sin ocultar su nerviosismo por la sensualidad de Carmen que le intimidaba. Carmen aceptó porque hubiera sido un desaire negarse.
El joven era torpe y no seguía el ritmo de la música por lo que tropezaba con Carmen constantemente, y no podía coordina sus movimientos.
—¡Lo siento! —se disculpó el joven y prosiguió titubeante—, yo solo quería estar a solas contigo… Cuando mi padre se jubile, yo seré el director de este balneario…Ya sé que te va a extrañar lo que deseo preguntarte: ¿no te gustaría vivir en un sitio como éste?
Carmen estaba asombrada y le respondió con una sonrisa maternal:
—¿Acabas de conocerme y ya me propones el matrimonio?
El joven estaba profundamente avergonzado por su atrevimiento y se disculpó.
—¡Sí, disculpa, creo que me he pasado!
—No tienes porqué disculparte —le respondió Car—men sin salir de su asombro—. Me gusta la gente que no se anda con rodeos. Sí, me gustaría, pero lo siento, ¡porque yo estoy comprometida! —Carmen se sorprendió a sí misma, porque había asegurado estar prometida pensando en el desleal Danny.
—¡Yo también lo siento! —se lamentó el joven.
—¡Volvamos a la mesa o acabaras pasándome! —dijo Carmen con una expresión divertida.
Cuando regresaron a la mesa, la esposa del director comentó jocosa:
—Este hijo mío no ha salido a su padre, ¡he visto lo torpe que es para el baile!
Llegó el camarero con la bebida, y a Carmen le sorprendió que fuera el mismo corpulento enfermero que estaba reunido con la condesa en los jardines del balneario y presintió que algo anormal estaba sucediendo.
También el profesor y Marian, que ocupaban una mesa contigua, les sorprendió la presencia del informador de la condesa.
Llevaba el daikiri de Carmen en una gran bandeja que parecía no manejar con soltura. Al aproximarse a ella fingió un tropiezo y la bandeja y el daikiri calleron sobre sus piernas y la bebida se derramó sobre su vestido.
¡Oh, cuanto lo siento, señorita, ha sido un accidente.. he tropezado con la pata de esa silla mal colocada y…
—¡Es usted un bruto! —protestó airada la esposa del director—. ¡Usted no es el camarero! ¿Dónde está el camarero?
Mientras la esposa del director reprochaba la torpeza del falso camarero, Carmen se recuperaba del doloroso impacto de la pesada bandeja y de la impresión del helado líquido que empapaba su vestido. El profesor comentó alarmado—. ¡Lo he visto con mis propios ojos, no ha tropezado, él mismo golpeó la pata de la silla para fingir el tropiezo¡
—¡Esto es lo que trataban en el jardín¡ —añadió Marian furiosa, y acudieron en ayuda de la maltrecha.
El director amonestaba también al causante de aquel incidente, pero no parecía hacerlo con mucha severidad, incluso, después ordenarle que se retirara, justificó su torpeza.
¡Ha sido un lamentable accidente. Sustituía al camarero y no tenía practica… ¿Cómo puedo compensarla? , ¡le abonaré el coste del vestido!
Pero, aturdida por el incidente, Carmen no escuchaba al director, sino a Marian.
—¡Vamos a tu habitación, niña, tienes que quitarte este vestido. Soy vieja y gruñona, pero aún conservo mi figura. Creo que tenemos la misma talla —le sugirió.
Ambas mujeres se encaminaron a la habitación, pero le esperaba a Carmen una alarmante sorpresa. Alguien había deslizado por debajo de la puerta un anónimo en una hoja de papel blanco con un mensaje confeccionado con letras recortadas de un periódico en el se leía con claridad el amenazante mensaje: ”Vete del balneario o lo sentirás”. Marian comento a la asustada Carmen.
—¡Esto ya es asunto de la policía! Ven conmigo, esta noche dormiras en mi habitación.
8. La presentación de Danny=
LA CONDESA Y SU HIJA fueron de los primeros en entrar al comedor y estaban pendientes de la entrada de Danny. Los últimos fueron Carmen en compañía de sus dos amigos, que al verla entrar, la condesa exclamo airada.
—¡Ahí está esa zorra con su mini vestido, provocando a todo el mundo.
Carmen también buscaba en la mesa especial de los inválidos a Danny, pero no estaba.
Ya había comenzado el servicio de la cena, cuando apareció Danny, empujado por su enfermero. Carmen estaba sentada de espaldas a la entrada, pero Danny sí la vio, y le pidió a su enfermero que le llevase a donde estaba ella.
—¡Creo, Carmen, que tienes visita! —le dijo Mirian al ver que Danny se dirigía hacia su mesa.
Carmen estaba segura de que se trataba de Danny y se volvió con una sonrisa que dejaba claro su alegría por el nuevo encuentro.
—¡Hola, míster mal genio, por fin te has decidido a salir de tu escondite!
—Hola, Carmen, ¡Gracias a ti! —exclamo Danny agradecido.
—Vamos Danny, tienes que ocupar tu mesa porque ya ha comenzado el servicio.
—¿Nos veremos después de la cena? —le preguntó Danny esperando una respuesta afirmativa—, me gustaría bajar hasta al embarcadero…
—¡Vale!, nos vemos luego, pero no podré ir al ambarcadero contigo porque he prometido acompañar al director y su familia en la fiesta de esta noche, pero te acompañaré mañana, ¿de acuerdo?
Danny asintió resignado con un gesto y el enfermero le llevó hasta el lugar reservado para él en el comedor.
La condesa estaba furiosa porque había visto la escena del amistoso reencuentro entre Danny y Carmen.
—¡Esa entrometida —comentó con su apesadumbrada hija— va a desbaratar todos nuestros planes. El paralítico y ella ya se conocen, y parece que son buenos amigos. ¡Tenemos que hacer algo para que abandone el balneario antes de que sea demasiado tarde!
Carmen fue de los primeros comensales en abandonar el comedor. Había pensado no acudir a la invitación del director con algún pretexto, pero podía descubrir que era una excusa y tendría también al director en su contra. El otro dilema era qué ponerse para la fiesta, porque los dos únicos vestidos de que disponía eran demasiado atrevidos y el director podía interpretarlo como una provocación, pero tampoco tenía alternativa.
Danny había decidido acudir también a la fiesta, pero sin la ayuda de su enfermero, porque quería probarse a sí mismo que podía valerse sin su ayuda. Entró en la sala donde ya había comenzado la orquesta su actuación, pero ni Carmen ni el director había llegado todavía. Se sitúo con la silla de ruedas junto a una de las mesas más ocultas y esperó la llegada de Carmen.
La condesa y su hija habían seguido todos los movimientos de Danny, y apremió a su hija:
—¡Vamos, Alejandra, es tu oportunidad! —le exigió su madre.
Alejandra tenía un plan para ganarse la atención de Danny. Fue directamente a donde se encontraba y le preguntó fingiendo asombro.
—A lo mejor me equivoco, pero ¿no eres tú uno del equipo de baloncesto sobre sillas de ruedas de la Selección? Yo sigo el campeonato, ¡sois increíbles!
Danny se sorprendió por la inesperada presencia de Alejandra y su tono familiar y resuelto.
—No, yo no soy quien dices; yo no he jugado en mi vida al baloncesto.
—¡Vaya, que metedura de pata! Pero te pareces mucho al pívot, ¡no falla una canasta! Pero tú debes practicar algún deporte, ¡porque manejas muy bien la silla! No sé dónde he leído que también hay salas de baile para personas en sillas de ruedas? Tú debes saberlo, porque tal vez has ido a alguno.
Danny intentaba poner atención a la conversación de Alejandra y no vio que Carmen había entrado a la sala en compañía del director, su esposa y su hijo Alberto, un joven de aspecto vulgar y sumiso, y se acomodaron en una mesa reservada, próxima a la orquesta.
Carmen sí le había visto y se sorprendió al verlo en la sala y acompañado por la hija de la condesa, y parecía que le prestaba mucha atención a lo que le estuviera contando, porque no se había dado cuenta de su presencia.
Cuando Danny vio por fin a Carmen sentada junto al director con su provocativo vestido, no pudo evitar una negativa reacción y le prestó más atención a la hija de la condesa.
—Yo conozco a uno de los jugadores de la selección nacional, ¡es un crack! —continuó Alejandra, satisfecha por que había conseguido atraer su atención.
—¿Quiéres que te traiga algo de beber, no veo por aquí ningún camarero?
En ese momento la orquesta interpretaba un conocido vals y el director invitó a Carmen para que bailar con él.
—Señorita Carmen, ¿me permite invitarla a bailar
este vals?
—¡Nunca he bailado un vals! —se excusó Carmen tratando de eludir la invitación.
—¡Déjese llevar, es muy fácil. —contexto el director seguro de que aceptaría.
Carmen dirigió un interrogante gesto a la esposa deldirector.
—¡Vaya, vaya, señorita! Mi marido es un gran bailarín y yo tengo unos cuantos kilos de más para bailar un vals!
Carmen no pudo negarse y accedió.
Cuando Danny vio a Carmen bailar con el director sintió como si Carmen le hubiera traicionado y se dispuso a abandonar la salas de baile.
—¿Te marchas? —le preguntó Alejandra con aires de triunfo — ¿Me permites que te acompañe? ¡A mí también me aburren estos bailes!
Carmen los vio salir de la sala creyó entender cuál había sido la causa, pero no podía hacer nada por retenerle.
Danny se cruzó con el profesor y Marian, que entraban en ese momento a la sala de baile, pero no les dirigió ningún saludo.
—¿Qué ha sucedido? ¿Por qué esta la hija de esa víbora con Danny? —preguntó Marian al confundido profesor, pero él no tampoco tenía la respuesta.
9. El acoso
LA CONDESA ESPERABA inquieta los resultados del encuentro de su hija y Danny sentada en uno de los amplios sillones del hall, ojeando una y otra vez la misma revista sin prestar atención lo que veía, y no salió de su asombro cuando vio a su hija y a Danny cruzar el Hall y salir del balneario.
“!Bravo, Alejandra, hija —pensó entusiasmada por el magnífico comportamiento de su hija—; has salido a tu madre! ¡Ahora ya solo nos queda sacar a esa zorra del gallinero!”
Alejandra aprovechó el malestar de Danny, por la imagen de una provocadora mujer que seduce a un hombre maduro con sus encantos, para cumplir el deseo de Danny de bajar hasta el embarcadero en una noche cálida, iluminada por el reflejo de una luna llena que se balanceaba sobre las aguas del lago, rizadas por una estimulante brisa procedente de las cumbres más elevadas.
—¡Preciosa noche! —exclamó Alejandra con un fingido suspiro—, ¡ideal para el romanticismo!
Danny estaba de acuerdo, pero no pensaba en ella sino en Carmen. Comprendió que se había precipitado en sus juicios, pero en aquel sugerente lugar, en el que se confundía el rumor de la orquesta con el persistente trinar de algún ruiseñor posado en las magníficas secuoyas, situadas a ambos lados del embarcadero, añoraba su presencia, y sus sentimientos hacia ella habían sobrepasado la amistad para convertirse en pasión. ¿Se había enamorado de Carmen? ¡Solo podía ser esa la causa de sus infundados celos!
El humor de Carmen había cambiado bruscamente después de ver salir de la sala a Danny acompañado por una joven perversa que la detestaba. ¿Cómo era posible Danny hubiera mudado su afecto por ella por aquella joven en solo 24 horas?
—¡No parece muy animada, señorita Carmen —observó la esposa del director—, ¿no se encuentra bien?
—¡Lo que necesita es beber algo que le levante el ánimo —añadió el director haciendo una señal a un camarero —ya verá como un refrescante daikiri le sentará bien.
—No es nada, solo que estoy cansada y me gustaría retirarme pronto.
—Es usted muy joven, y tiene edad para disfrutar de la vida —comentó la esposa—. ¡Ya descansará cuando tenga mi edad!
La orquesta interpretaba un tema de actualidad y el hijo del director la invitó a bailar.
—¿Me permites este baile? —le preguntó, sin ocultar su nerviosismo por la sensualidad de Carmen que le intimidaba. Carmen aceptó porque hubiera sido un desaire negarse.
El joven era torpe y no seguía el ritmo de la música, por lo que tropezaba con Carmen constantemente, y no podía coordinara sus movimientos.
—¡Lo siento! —se disculpó el joven y prosiguió titubeante—, yo solo quería estar a solas contigo… Cuando mi padre se jubile, yo seré el director de este balneario…Ya sé que te va a extrañar lo que deseo preguntarte: ¿no te gustaría vivir en un sitio como éste?
Carmen estaba asombrada y le respondió con una sonrisa maternal:
—¿Acabas de conocerme y ya me propones el matrimonio?
El joven estaba profundamente avergonzado por su atrevimiento y se disculpó.
—¡Sí, disculpa, creo que me he pasado!
—No tienes porqué disculparte —le respondió Car—men sin salir de su asombro—. Me gusta la gente que no se anda con rodeos. Sí, me gustaría, pero lo siento, ¡porque yo estoy comprometida! —Carmen se sorprendió a sí misma, porque había asegurado estar prometida pensando en el desleal Danny.
—¡Yo también lo siento! —se lamentó el joven.
—¡Volvamos a la mesa o acabaras pasándome! —dijo Carmen con una expresión divertida.
Cuando regresaron a la mesa, la esposa del director comentó jocosa:
—Este hijo mío no ha salido a su padre, ¡he visto lo torpe que es para el baile!
Llegó el camarero con la bebida, y a Carmen le sorprendió que fuera el mismo corpulento enfermero que estaba reunido con la condesa en los jardines del balneario y presintió que algo anormal estaba sucediendo.
También el profesor y Marian, que ocupaban una mesa contigua, les sorprendió la presencia del informador de la condesa.
Llevaba el daikiri de Carmen en una gran bandeja que parecía no manejar con soltura. Al aproximarse a ella fingió un tropiezo y la bandeja y el daikiri cayeron sobre sus piernas y la bebida se derramó sobre su vestido.
¡Oh, cuanto lo siento, señorita, ha sido un accidente.. he tropezado con la pata de esa silla mal colocada y…
—¡Es usted un bruto! —protestó airada la esposa del director—. ¡Usted no es el camarero! ¿Dónde está el camarero?
Mientras la esposa del director reprochaba la torpeza del falso camarero, Carmen se recuperaba del doloroso impacto de la pesada bandeja y de la impresión del helado líquido que empapaba su vestido. El profesor comentó alarmado—. ¡Lo he visto con mis propios ojos, no ha tropezado, él mismo golpeó la pata de la silla para fingir el tropiezo¡
—¡Esto es lo que trataban en el jardín¡ —añadió Marian furiosa, y acudieron en ayuda de la maltrecha Carmen.
El director amonestaba también al causante de aquel incidente, pero no parecía hacerlo con mucha severidad, incluso, después ordenarle que se retirara, justificó su torpeza.
¡Ha sido un lamentable accidente. Sustituía al camarero y no tenía practica… ¿Cómo puedo compensarla? , ¡le abonaré el coste del vestido!
Pero, aturdida por el incidente, Carmen no escuchaba al director, sino a Marian.
—¡Vamos a tu habitación, niña, tienes que quitarte este vestido. Soy vieja y gruñona, pero aún conservo mi figura. Creo que tenemos la misma talla —le sugirió.
Ambas mujeres se encaminaron a la habitación, pero le esperaba a Carmen una alarmante sorpresa. Alguien había deslizado por debajo de la puerta un anónimo en una hoja de papel blanco con un mensaje confeccionado con letras recortadas de un periódico en el que se leía con claridad el amenazante mensaje: “Vete del balneario o lo sentirás”. Marian comentó a la asustada Carmen.
—¡Esto ya es asunto de la policía! Ven conmigo, esta noche dormirás en mi habitación.
9. El enfermero
DANY PIDIÓ A ALEJANDRA que le ayudara a remontar el paseo hasta el balneario. Cuando entraron en el Hall la condesa no cabía en sí de gozo, y no pudo evitar entrometerse y conocer a quien daba ya por yerno y que saldaría sus deudas con los bancos. Se levantó, puso en orden sus deslucidos cabellos y detuvo a Danny para saludarle como su futura suegra.
—¡Hola, soy la mamá de Alejandra, y no sabe cuánto me alegra verles juntos. Mi hija tiene un corazón de oro, de niña jugaba con muñecas rotas, porque decía que eran minusválidas y necesitaban su ayuda —Alejandra trataba de hacer callar a su con enérgicos de silencio a espaldas de Danny, pero la madre parecía estar poseída por algún sortilegio que le impedía guardar silencio—, y ahora de adulta tiene verdadera “pasión por los jóvenes en sillas de ruedas. ¡Qué afortunada ha sido encontrándole en este maravilloso balneario. Debe saber, porque ella es demasiado modesta para decírselo, que ¡Alejandra será la condesa Alejandra, porque cuando yo muera heredará mi título de condesa!
Danny se sentía abrumado por la incontinencia verbal de la madre y les comunicó su deseo de retirarse a su habitación. Alejandra se ofreció para ayudarle, pero Danny reusó su ayuda, y se despidió de las dos mujeres con un gesto del brazo.
—¡Buenas noche, Alejandra, gracias por tu ayuda —y se introdujo en el ascensor.
Carmen ya se había trasladado a la habitación de Marian, situada en la otra ala del edificio. Danny deseaba disculparse antes de retirarse, golpeó suavemente la puerta de la habitación de Carmen. El golpear por el viento de una rama contra la ventana de la habitación le hizo suponer que Carmen debía estar adentro, y casi como un susurro le rogó:
—¡Carmen, soy yo, Danny, quisiera pedirte disculpas por mi comportamiento... Tú habías conseguido que me sintiera como una persona normal, que caminaba como todo el mundo, pero en una silla de ruedas. Una persona con los suficientes atractivos como para seducir a la joven más deseada y admirada de este balneario. Solo ha sido sueño incontrolado, porque no puedo ni debo olvidarme de que soy un inválido, castigo merecido por mi irresponsable y malvado pasado… Yo solo inspiro lástima y compasión, pero no pasión… No es necesario que me respondas, porque merezco tú silencio…
Los apurados pasos de alguien que se acercaba interrumpió su angustioso monólogo.
—¿Eres tú, Danny, ¡te he buscado por todo el balneario! Tu padre te ha estado llamando a tu móvil, pero lo tienes desconectado.
—Buenas noches, Carmen, que tengas felices sueños.
Danny se despidió de la inexistente Carmen y se dirigió a su habitación, donde le esperaba inquieto su enfermero.
—¿Y qué quiere mi muy odiado padre?
—¡Entra en tu habitación, que tenemos que hablar —le ordenó el enfermero, sin ocultar que por alguna razón estaba molesto con Danny.
—He sido yo quien he llamado a tu padre, y hemos acodado que dejes el balneario y vuelvas tu casa…
——¿Dejar el balneario? ¡No pienso marcharmerme ni aunque me lo mande mi padre —exclamó Danny profúndame alterado—. ¿Puedo saber por qué razón tengo que dejarlo?
—Mira, Danny, yo soy un fisioterapeuta y un masajista, pero no tu criado; no puedo pasarme el día buscándote y averiguarlo con cuál de tus nuevas conquistas te has te has ido. ¡He renunciado a ser tu enfermero, mañana marcho para ocuparme de alguien que me necesita más que tú. Ya está todo arreglado. Tu padre ha contratado a una verdadera criada para que te cuide, y no te ha hasta que él vuelva. Yo te llevaré mañana hasta tu casa.
—¡No tendrás que molestarte porque no pienso marcharme!
—¡Hace 48 horas no querías entrar en el balneario y ahora no quieres salir!, ¿es por causa alguna de tus nuevas amiguitas?
—¡No te tolero que hables de esas dos mujeres con ese tono despectivo! ¡No son mis amiguitas, como tú dices, y han hecho por mi recuperación en dos días más que tú en un mes!
—¡De acuerdo, Danny, a partir de ahora tendrás que valerte solo y arreglar tu situación con tu padre, porque yo me marcho hoy mismo! ¡Adiós, Danny —le respondió el contrariado enfermero, y todavía exclamó al alejarse—.!No he conocido a nadie tan desagradecido!
Danny se hizo cargo de su delicada situación, ni siquiera podría recostarse sobre su cama sin alguien que le ayudase. No quería recurrir a Carmen, pero tampoco Alejandra.
“—Tal vez encuentre alguien en el balneario que me ayude —pensó con un sentimiento de gran desolación, y volvió al Hall donde había algunos residentes jugando partidas de ajedrez y otros juegos de cartas. Recorrió todos los grupos, pero no encontró nadie conocido. Ya iba a girarse para regresar a su habitación e intentar conseguirlo por sí solo cuando sintió que alguien le puso la mano sobre su hombro.
—¡Danny, ¿qué haces aquí a estas horas? ¿Quieres echar una partida de ajedrez?
Era el profesor que leía un libro sentado en uno de los confortables sillones del Hall. Danny sintió un gran alivio porque sabía que podía contar con su ayuda—. ¡Pero estás muy excitado!, ¿te sucede algo?
—¡Mi enfermero se ha despedido!— le confesó
Danny suplicante—, y mi padre quiere que deje el balneario y vuelva a mi casa, porque no puedo seguir aquí sin alguien que me ayude.
—¡Y tú no quieres irte! —dijo el profesor, que sospechaba cuál era la causa—. ¿Es por Carmen, verdad? Te has enamorado de ella, o tal vez creas estarlo por que veas en ella una ayuda para tu discapacidad. El amor para consolidarse necesita estar acompañado de otras cualidades y sentimientos, como la amistad, compartir inquietudes y valores fundamentales, o como la honradez, la generosidad, el sacrificio y muchas otras que deben ser comunes y eso lleva tiempo, pero son los cimientos sobre los que deben construirse los lazos indestructibles del verdadero amor duradero. Un amor que surge con rapidez ¡se desvanece también con la mis rapidez! —concluyo el profesor dejando a Danny un mar de dudas.
—¡Puede que lleve usted razón, pero si estuviera n mi lugar comprenderá lo difícil que no mezclar todos esos nobles sentimientos que dice usted en mi lugar vería lo difícil que es no mezclarlos con la necesidad de ayuda —se lamentó Danny.
—Aun así, requerirá más sacrificio, pero tienes que dar tiempo a tus emociones para crear estas condiciones.
El profesor guardó silencio durante unos instantes en los que parecía meditar lo que deseaba decir a continuación.
—Pero creo que tengo solución a tu problema —le dijo al sorprendido Danny—. Si lo que necesitas es un nuevo enfermero yo conozco a una enfermera que estaría encantada de que dieras el empleo y que casualmente está en el balneario.
—¿Una enfermera? —preguntó Danny sorprendido—. ¿Podría conocerla?
—Ya la conoces, ¡Carmen es enfermera!
La expresión de paso súbitamente del interés a la desilusión.
—¡Demasiado tarde! Creo que esta disgustada conmigo por mi comportamiento durante el baile. ¡Debe pensar que la he traicionado! He ido a su habitación para disculparme, pero ni siquiera me contestado.
—Carmen no está en su habitación —le aclaro el profesor—. Ha recibido un anónimo que la amenaza y está en la habitación de Marian, donde pasará la noche. Mañana veremos qué hacer con el desagradable asunto del anonimato.
Danny parecía decepcionado, porque su declaración y sus disculpas habían sido inútiles.
10. La huida
DANNY NO PUDO conciliar el sueño en toda la noche y esperaba la llagada del profesor para vestirse y bajar a desayunar. Habían acordado que, tras la sesión de masaje a la que el profesor asistía cada mañana, hablarían con Carmen para que aceptara ser su nueva enfermera.
Después del desmayo Danny decidió esperar al profesor en el solitario Hall a aquellas horas de la mañana.
Apenas entrar en la gran sala se escucharon los sonidos del claxon repetidas veces de un vehículo aparcado en la suntuosa puerta del balneario. Instantes después aparecido Carmen vestida ara viajar que arrastraba su pequeña maleta de un color rosa estridente.
Cuando ambos se entraron se la fuerte impresión les impedía articular las palabras. Por fin Danny fue capaz de preguntar a Carmen aunque era obvio que sabía la respuesta:
—¿Te marchas, Carmen? ¿Es por mi culpa, verdad?
Carmen tuvo que hace un gran esfuerzo para contener el llanto, y apenas pudo responderle con su voz quebrada por el dolor..
—Si... Danny.... es en parte por tu culpa.... Pero también porque tengo miedo.
El taxi que esperaba a Carmen volvió a hacer sonar el claxon.
—Adiós, Danny, a pesar todo me alegra de haberte conocido... —le declaró Carmen desgarrador el dolor.
—¡Adiós, Carmen... Hace tres años me abandono mi madre y ahora me abandonas tú, ¡Cuándo pagaré mi deuda!
Carmen no escuchó sus últimas palabras porque no quería que Danny la viese llorar. Cuando el taxista la vio le preguntó alarmado:
—Le pasa algo, señorita? ¡Ya me hago cargo, las despedidas son siempre dolorosas! ¡Debe querer usted mucho a quien ha dejado en el balneario!
No habían recorrido ni cien metros cuando parecía como si de pronto Carmen recodase que se había olvidado de algo importante en el balneario y ordeno al taxista:
—¡Chófer, de la vuelta, me vuelvo al balneario!
—¡Si, debe quererle mucho...! —murmuró el taxista maniobrando para regresar al balneario.
El profesor había finalizado su sesión у estaba consolando al deprimido Danny. Vio llegar a Carmen, que le hizo un significativo gesto para que no avisara a Danny, y con sumo sigilo se situó a sus espaldas.
—¡Se ha ido... mi vida ya no tiene sentido...—se lamentó Danny, hundiendo su cabeza entre las manos.
79
DANNY ACEPTÓ los consejos del profesor e intentó no volver a hacer mención de su incapacidad y comportarse como una persona normal. Cuando se calmaron las escenas emotivas del reencuentro, el profesor creyó que era el momento de resolver la situación de los cuidados de Danny.
—Carmen, el enfermero de Danny se ha despedido. Tú eres también enfermera, ¿puedes hacerte cargo de su cuidado? —preguntó a la sorprendida Carmen.
—¿Yo la enfermera de Danny? –se preguntó a sí misma y respondió sin ser consciente y estuvo a punto de descubrir su secreto— !Pero es que yo no soy... lo bastante fuerte para este trabajo!
—Solo necesito ayuda para sentarme y levantarme y subir y bajar de la cama. Tú ya estarás acostumbrada a mover pacientes en tu hospital le comentó Danny, que esperaba que aceptase.
Carmen no podía revelar su secreto y no le quedaba más remedio que aceptar.
—¿Está bien, acepto! Pero solo hasta que encuentres otro enfermero con más fuerza que yo.
—¿Está bien, acepto! Pero solo hasta que encuentres otro enfermero con más fuerza que yo.
La condesa y su hija, autoras del anónimo, estaban admiradas de lo fácil que había sido asustar a Carmen y conseguir que abandonara el balneario, porque desde los grandes ventanales del comedor donde desayunaban, vieron como Carmen subía a un taxi, pero confiadas por el éxito de su fechoría no vieron su retorno.
—Ya tienes el camino libre! —comentó eufórica la condesa—. ¡No debe estar muy enamorada del paralítico cuando lo abandona tan fácilmente!
La euforia de la condesa fue breve, porque a la salida del comedor prácticamente tropezado con su rival, que empujaba la silla de un sonriente Danny, en dirección al ascensor.
—¡Maldita sea, esa bruja ha vuelto al balneario!
—exclamó la madre frustrada e indignada a la vez—, tendremos que utilizar medios más convincentes!
—¡Déjalo ya, mamá, ya encontraremos otro! —le rogó Alejandra que conocía la perseverancia de la madre.
El ruego de Alejandra no hizo efecto en la condesa, que no parecía estar dispuesta a aceptar su derrota.
Carmen esperaba que el ascensor estuviera desocupado para acompañar a Danny a su habitación у hacerse cargo de cuáles serían sus responsabilidades, y coincidió con las dos mujeres. Carmen se había olvidado del suceso de su encuentro con ellas en el comedor, y no le afectó que Danny hiciera un elogio de Alejandra, cuando los cuatro estaban en el interior del ascensor.
—Carmen, esta es Alejandra, una fan del baloncesto en silla de ruedas! —dijo Danny, dirigiéndose a Alejandra.
—Ya nos conocemos —Carmen conciliador. Cuando las dos mujeres se separaron, Carmen quiso librarse de unos inhh
(falta)
-Conseguí un empleo en una organización de ayuda a los discapacitados. ¿Y tú, qué piensas hacer?
—Yo no tengo problemas económicos, mi familia está bien situada, pero yo desearía emanciparse y no depender de ella. ¿Crees que yo podría conseguir algún empleo en esa misma organización?
—¿Por qué no? Envíales un currículo hoy mismo y pronto lo sabrás.
—Entonces anoche hablabaís de baloncesto!
Si, Carmen, no fue una velada muy romántica
A la hora del almuerzo Danny reusó la invitación para compartir la mesa con Carmen y sus nuevosamigosparasentarse en otrareservada paraotrosclientesen su misma situación con los otros inválidos para hacerse cuanla idea contestó Danny, dando pode que tendría que reinventar toda su vida anterior,lo antes posible con una idea
Carmen comentaba con Marian y el profesor su primera experiencia como enfermera:
—Danny es un buen paciente y no me dará mucho trabajo, pero pesa más de lo que yo había supuesto.
—El amor dá alas! —comentó Marian divertida—. Dentro de unos días te pesará menos que una pluma!
—No, Carmen; no mezcléis las pasiones con el trabajo —aconsejó el profesor.
—No es fácil hacer lo que me aconseja, pero lo intentaré —respondió Carmen resignada.
Después del almuerzo, Carmen dejó a Danny en su habitación para la siesta y se dirigía a la suya cuando saltaron las alarmas de incendio. Carmen regresó apresuradamente a la habitación de Danny para ponerle a salvo si se confirmaba un posible incendio. y vio salir precipitadamente al director de su despacho, y dirigirse a la escalera que comunicaba con el sótano, donde se almacenaban alimentos de reserva, pero también estaba la entrada secreta al zulo donde, en perfectas condiciones climáticas, se almacenaban obras de arte y joyas de extraordinario procedentes de robos y temió que el incendio se hubiera producido allí el posible incendio.
El director había accedido momentos antes para llevar a su despacho las joyas en las que estaban interesados los compradores. Apenas se produjo su precipitada salida, cuando apareció su hijo, jadeante y visiblemente alterado, para informar al padre de que había sido el causante de la alarma y vio las joyas dejadas al descubierto en su precipitada salida.
El hijo no valoró las consecuencias y pensó que aquel broche seria su propósito de hacer de Carmen la esposa del futuro director.
Creyó que con regalos ablandaría su corazón, y merodeaba por el pasillo para encontrarse con ella y recordarlesu primera ofrenda.
—Espera! Para demostrarte mi afecto, quiero que aceptes este sencillo regalo. Pertenecía a mi abuela paterna. Tu lo lucirás mejor que ella, porque no era muy agraciada y a mi madre no le gusta, dice que demasiado atrevido para ella.
Carmen aceptó el regalo como la mejor forma de librarse de su nuevo problema, porque era seguro que la acosara cada día con la misma pregunta.
Pero ella tendría también I misma respuesta. Sin embargo tuvo un instante de duda.
"Tendré que darle alguna esperanza mientras esté en el balneario o terminará por mostrar el video a Danny”.
13. Los preparativos
DURANTE EL TIEMPO de la siesta el jardinero, ayudado por otros trabajadores del balneario, estuvieron haciendo unos extraños preparativos en el lado norte de los jardines, una de las zonas más resguardadas y menos visibles. También habían desalojado de sus habitaciones a Marian, al profesor y al detective y a su esposa, porque comunicaban directamente con esa zona reservada del jardín. De nada sirvieron las quejas de los afectados.
Un extraño personaje, con un inequívoco aspecto de policía o guardaespaldas, supervisaba meticulosamente todos los trabajos y no cesaba de remover plantas y arbustos, como si estuviese buscando algo oculto en alguno de ellos y que no podía encontrar.
—Es evidente que esperan la visita de alguien importante —comentó el detective, cuando los tres afectados finalizaron el traslado y pudieron reasumirse en la terraza del bar del balneario.
—Y también que deben temer en la posibilidad de un atentado —añadió el profesor.
—Telefonearé a la policía local, puede que sepan quién es el personaje que están esperando.
DURANTE EL TIEMPO de la siesta el jardinero ayudado por otros trabajadores del balneario estuvieron haciendo unos extraños preparativos en el lado norte de los jardines, una de las zonas más resguardadas y menos visibles. También habían desalojado de sus habitaciones a Marian, al profesor y al detective y a su esposa, porque comunicaban directamente con esa zona reservada del jardín. De nada sirvieron las quejas de los afectados.
Un extraño personaje, con un inequívoco aspecto de policía o guardaespaldas, supervisaba meticulosamente todos los trabajos y no cesaba de remover plantas y arbustos, como si estuviese buscando algo oculto en alguno de ellos y que no podía encontrar.
—Es evidente que esperan la visita de alguien importante comentó el detective, cuando los tres afectados finalizaron el traslado y pudieron reasumirse en la terraza del bar del balneario.
—Y también que deben temer en la posibilidad de un atentado —añadió el profesor.
—Telefonearé a la policía local, puede que sepan quién es el personaje que están esperando.
Marian tenía la convicción de que se trataba de una reunión de mafiosos.
Después de hablar con la policía local, el detective parecía relajado.
—No esperan a nadie especiales una reunión rutinaria de los accionistas del balneario. Han pedido permiso para sobrevolar la zona con un helicóptero que aterrizará en las inmediaciones del balneario—
—Es extraño que tomen tantas precauciones para simple reunión de negocios —observó el profesor.
—¡Ya os digo que en este balneario hay algo oscuro... todos guardan un secreto, y nada es lo que aparenta añadió Marian porque presenta que el ambiente estaba cargado de energía negativa.
Carmen había acudido en busca de Danny para salir del balneario y entrar en alguno de los prados cercanos para que Danny pudiera dejar la silla de ruedas tenderse sobre la mullida hierba. Vestia con las prendas algo anticuadas
que
le había facili—
tado Mirian, por eso creyó que el broche que le ha—
bía regalado el hijo del director podía darle un poco
de vida.
Antes de iniciar el paseo se reunieron con sus
nuevos amigos para comentar los preparativos que
se estaban haciendo y preguntarles si sabían cuál
era la causa. El detective les informó tranquilizando
a los jóvenes.
—Carmen, llevas un curioso broche. Parece muy antiguo. Le va muy bien al vestido —comentó Marian extrañada— No soy una experta, pero esos cristales que tiene encastrados parecen diamantes!
—¡Es imposiblel, solo tiene un valor sentimental, y por el diseño de esta venus desnuda no le gustaba a su madre. Por eso me lo regalo
El detective le hizo una fotografía con el móvil porque tenía la sensación de haberlo visto antes,
pero no conseguía recordar dónde.
Carmen y Danny salieron del balneario con divertidos movimiento, empujando la sill: con rapi—
dez.
—¡Mas rápido, Carmen, empuja más rápido! le pedía Danny en lo que parecía un juego.
—Hacen una encantadora pareja, lojalá no se malogre! —comentó Marian recordando sus años
de juventud. Todavía les quedan muchas difíciles pruebas que superar… Carmen y Danny habían accedido a una pradera
recién degrada por los campesinos de la zona desde la que podía divisar una amplia vista panorámica
del valle, y la pequeña localidad a la que pertenecía el balneario, además de la carretera serpenteante de
su acceso. Prácticamente toda su población excepto los que se dedicaban al pastoreo, estaban empleados en el balneario.
Danny, liberado de la silla de ruedas, dejaba rodar cuerpo por la pendiente y Carmen le imitaba,
cayendo en los brazos Danny cuando él se detenía.
—¡Nunca hubiera podido imaginar que pudiera ser tan feliz después de mi parálisis! ¿De verdad que
no es compasión? —insistió Danny.
—¿Es que no se nota. Ahora me estás abrazando.como abraza una persona normal, solo es cuestión
de buscar la posición adecuada! — le contestó Carmen divertida.
Todavía estuvieron divirtiéndose hasta las sombras cubrieron el angosto valle y no tardarían en
oscurecer también el prado.
Ya se disponían a regresar cuando un falso movimiento al intentar sentarse de nuevo, precipitó la
silla por la pendiente hasta estrellarse contra un tramo de la carretera de acceso al balneario, quedando inutilizable.
—¡Oh, Dios mío! ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo volveremos al balneario? —se lamento Carmen profundamente afectada.
13. El misterio de broche
EL DETECTIVE SE GOLPEÓ la frente como si tratase de castigarse por haber tardado tanto en recordar algo importante, y exclamó alarmado por su descubrimiento.
— Ya sé dónde he visto antes ese broche: en un informe de la policía sobre el robo de valiosas joyas y obras de arte, y que no habían sido recuperadas. Marian, tu instinto no te ha engañado, este remoto balneario puede ser una tapadera de compradores de valiosos objetos robados. Allí de donde haya salido este broche tiene que estar el resto del botín… y puede que otros objetos de gran valor... ¡Carmen corre un gran peligro si vuelve con el broche, porque no sabemos quiénes de los que están ahora en el balneario está complicado.
—Estoy seguro de que el director es uno de ellos —dijo Marian convencida. —Tenemos ir en busca de esos dos jóvenes antes de que echen a faltar el broche.
—¡Pero es muy posible que alguien la haya visto con el broche y la interrogarán con sus métodos! —insistió el detective—, para estar seguros de desconoce el lugar donde estaba la valiosa joya.
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...___———_
79—Si... Danny.... es en parte por tu culpa.... Pero también porque tengo miedo.
El taxi que esperaba a Carmen volvió a hacer
sonar el claxon.
—Adiós, Danny, a pesar todo me alegra de ha—
berte conocido... —le declaró Carmen desgarrada
por el dolor.
—¡Adiós, Carmen... Hace tres años me aban—
dono mi madre y ahora me abandonas tú, ¿Cuándo
pagaré mi deudai
Carmen no escuchó sus últimas palabras porque
no quería que Danny la viese llorar. Cuando taxista la vio le preguntó alarmado:
—Le pasa algo, señorita? ¡Ya me hago cargo, las despedidas son siempre dolorosas! ¡Debe querer usted mucho a quien ha dejado en el balneario!
No habían recorrido ni cien metros cuando parecía como si de pronto Carmen recodase que se había olvidado de algo importante en el balneario y ordeno al taxista:
—¡Chófer, de la vuelta, me vuelvo al balneario!
—¡Si, debe quererle mucho...! —murmuró el taxista maniobrando para regresar al balneario.
El profesor había finalizado su sesión у trataba consolar al deprimido Danny. Vio llegar a Carmen, que le hizo un significativo gesto para que no avisara a Danny, y con sumo sigilo se situó a sus espaldas.
—¡Se ha ido... mi vida ya no tiene sentido...—
se lamentó Danny, hundiendo su cabeza entre las manos.
—¿Quién se ha ido? — le preguntó el profesor
intercambiando un disimulado gesto de complicidad con ella.
—¡Carmen!
—¿Carmen? ¡Carmen está aquí, a tu lado!
Danny giró bruscamente su silla de ruedas y al ver a Carmen con una emocionada sonrisa, exclamo con una extraña mezcla de felicidad y de tristeza a la vez.
— ¡Carmen, has vuelto!
—Sí, Danny, aquí estoy otra vez, ¡no podía abandonarte! —le respondió Carmen poniendo su mano sobre la de Danny, que sujetaba las ruedas.
—Lo haces por lástima, ¿verdad? —le preguntó
Danny.
—¡No, Danny, yo...
—¡Danny, deja ya de usar la coartada de tu invalidez para hacer que todos nos sintamos culpables por estar sanos —le interrumpió el profesor con un claro tono de reproche. —Ella ha vuelto, eso es todo, ¡alégrate y no hagas preguntas!
SEGUNDA PARTE
• 11. La enfermera
DANNY ACEPTÓ los consejos del profesor e intentó no volver a hacer mención de su incapacidad y comportarse como una persona normal. Cuando se calmaron las escenas emotivas del reencuentro, el profesor creyó que era el momento de resolver la situación de los cuidados de Danny.
—Carmen, el enfermero de Danny se ha despedido. Tú eres también enfermera, ¿puedes hacerte cargo de su cuidado? —preguntó a la sorprendida Carmen.
—¿Yo la enfermera de Danny? –se preguntó a sí misma y respondió sin ser consciente y estuvo a punto de descubrir su secreto. Pero es que yo no soy... lo bastante fuerte para este trabajo!
—Solo necesito un pequeño apoyo para entrar y salir de la silla de ruedas y para bajar y subir de la cama. Tú ya estarás acostumbrada a mover pacientes en tu hospital —le comentó Danny, que esperaba que aceptase.
Carmen no podía revelar su secreto y no le quedaba más remedio que aceptar.
—¿Está bien, acepto! Pero solo hasta que encuentres otro enfermero con más fuerza que yo.
—¿Está bien, acepto! Pero solo hasta que encuentres otro enfermero con más fuerza que yo.
La condesa y su hija, autoras del anónimo, estaban admiradas de lo fácil que había sido asustar a Carmen y conseguir que abandonara el balneario, porque desde los grandes ventanales del comedor donde desayunaban, vieron como Carmen subía a un taxi, pero confiadas por el éxito de su fechoría no vieron su retorno.
—Ya tienes el camino libre! —comentó eufórica la condesa—. ¡No debe estar muy enamorada del paralítico cuando lo abandona tan fácilmente!
La euforia de la condesa fue breve, porque a la salida del comedor prácticamente tropezado con su rival, que empujaba la silla de un sonriente Danny, en dirección al ascensor.
—¡Maldita sea, esa bruja ha vuelto al balneario!
—exclamó la madre frustrada e indignada a la vez—, tendremos que utilizar medios más convincentes!
—¡Déjalo ya, mamá, ya encontraremos otro! —le pidió la hija que conocía la perseverancia de la madre.
El fuego de Alejandra no hizo efecto en la condesa, que parecía dispuesta a aceptar su derrota.
Carmen esperaba que el ascensor estuviera desocupado para acompañar a Danny a su habitación у hacerse cargo de cuáles serían sus responsabilidades, y coincidió con las dos mujeres. Carmen se había olvidado del suceso de su encuentro con ellas en el comedor, y no le afectó que Danny hiciera un elogio de Alejandra cuando los cuatro estaban en el interior del ascensor.
Cmuerzo, Carmen dejó a Danny en su habitación para la siesta y se dirigía a la suya cuando saltaron las alarmas de incendio. Carmen regresó apresuradamente a la habitación de Danny para ponerle a salvo si se confirmaba un posible incendio. y vio salir precipitadamente al director de su despacho, y dirigirse a la escalera que comunicaba con el sótano, donde se almacenaban alimentos de reserva, pero también estaba la entrada secreta al zulo donde, en perfectas condiciones climáticas, se almacenaban obras de arte y joyas de extraordinario procedentes de robos y temió que el incendio se hubiera producido allí el posible incendio.
El director había accedido momentos antes para llevar a su despacho las joyas en las que estaban interesados los compradores. Apenas se produjo su precipitada salida, cuando apareció su hijo, jadeante y visiblemente alterado, para informar al padre de que había sido el causante de la alarma y vio las joyas dejadas al descubierto en su precipitada salida.
El hijo no valoró las consecuencias y pensó que aquel broche seri su propósito de hacer de Carmen la esposa del futuro
Creyó que con regalos ablandaría su corazón, y merodeaba por el pasillo para encontrarse con ella y hacerle su primera ofrenda.
—Espera! Para demostrarte mi afecto, quiero que aceptes este sencillo regalo. Pertenecía a mi abuela paterna. Tu lo lucirás mejor que ella, porque no era muy agraciada y a mi madre no le gusta, dice que demasiado atrevido para ella.
Carmen aceptó el regalo como la mejor forma de librarse de su nuevo problema, porque era seguro que la acosara cada día con la misma pregunta.
Pero ella tendría también I misma respuesta. Sin embargo tuvo un instante de duda.
"Tendré que darle alguna esperanza mientras esté en el balneario o terminará por mostrar el video a Danny"
12. Los preparativos
DURANTE EL TIEMPO de la siesta el jardinero ayudado por otros trabajadores del balneario estuvieron haciendo unos extraños preparativos en el lado norte de los jardines, una de las zonas más resguardadas y menos visibles. También habían desalojado de sus habitaciones a Marian, al profesor y al detective y a su esposa, porque comunicaban directamente con esa zona reservada del jardín. De nada sirvieron las quejas de los afectados.
Un extraño personaje, con un inequívoco aspecto de policía o guardaespaldas, supervisaba meticulosamente todos los trabajos y no cesaba de remover plantas y arbustos, como si estuviese buscando algo oculto en alguno de ellos y que no podía encontrar.
—Es evidente que esperan la visita de alguien importante comentó el detective, cuando los tres afectados finalizaron el traslado y pudieron reasumirse en la terraza del bar del balneario.
—Y también que deben temer en la posibilidad de un atentado —añadió el profesor.
—Telefonearé a la policía local, puede que sepan quién es el personaje que están esperando.
Marian tenía la convicción de que se trataba de una reunión de mafiosos.
Después de hablar con la policía local, el detective parecía relajado.
—No esperan a nadie especial Es una reunión rutinaria de los accionistas del balneario. Han pedido permiso para sobrevolar la zona con un helicóptero que aterrizará en las inmediaciones del balneario.
—Es extraño que tomen tantas precauciones para simple reunión de negocios —observó el profesor.
—¡Ya os digo que en este balneario hay algo oscuro... todos guardan un secreto, y nada es lo que aparenta añadió Marian porque presenta que el ambiente estaba cargado de energía negativa.
Carmen había acudido en busca de Danny para salir del balneario y entrar en alguno de los prados cercanos para que Danny pudiera dejar la silla de ruedas tenderse sobre la mullida hierba. Vestía con las prendas algo anticuadas que le había facilitado Mirian, por eso creyó que el broche que le había regalado el hijo del director podía darle un poco de vida.
Antes de iniciar el paseo se reunieron con sus nuevos amigos para comentar los preparativos que se estaban haciendo y preguntarles si sabían cuál era la causa. El detective les informó tranquilizador a los jóvenes.
—Carmen, llevas un curioso broche. Parece muy antiguo. Le va muy bien al vestido —comentó Marian extrañada— No soy una experta, pero esos cristales que tiene encastrados parecen diamantes!
—¡Es imposible, me lo ha regalado el hijo del director, solo tiene un valor sentimental, y por el diseño de esta venus desnuda no le gustaba a su madre. Por eso me lo regaló.
El detective le hizo una fotografía con el móvil, porque tenía la sensación de haberlo visto antes, pero no conseguía recordar dónde.
Carmen y Danny salieron del balneario con divertidos movimiento, empujando la silla con rapidez.
—¡Mas rápido, Carmen, empuja más rápido —le pedía Danny en lo que parecía un juego.
—Hacen una encantadora pareja, ¡ojalá no se malogre! —comentó Marian recordando sus años de juventud. Todavía les quedan muchas difíciles pruebas que superar...
Carmen y Danny habían accedido a una pradera recién segada por los campesinos de la zona desde la que podía divisar una amplia vista panorámica del valle, y la pequeña localidad a la que pertenecía el balneario, además de la carretera serpenteante de su acceso. Prácticamente toda su población excepto los que se dedicaban al pastoreo, estaban empleados en el balneario.
Danny, liberado de la silla de ruedas, dejaba rodar cuerpo por la pendiente y Carmen le imitaba, cayendo en los brazos Danny cuando él se detenía.
—¡Nunca hubiera podido imaginar ++ser tan feliz después de mi parálisis! ¿De verdad que no es compasión? —insistió Danny.
—¿Es que no se nota? Ahora me estás abrazando como abraza una persona normal, solo es cuestión de buscar la posición adecuada! — le contestó Carmen divertida.
Todavía estuvieron divirtiéndose hasta las sombras cubrieron el angosto valle y no tardarían en oscurecer también el prado.
Ya se disponían a regresar cuando un falso movimiento al intentar sentarse de nuevo, precipitó la silla por la pendiente hasta estrellarse contra un tramo de la carretera de acceso al balneario.
—¡Oh, Dios mío! ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo volveremos al balneario? —se lamentó Carmen profundamente afectada—. Confiemos que en el balneario tengan otra silla de ruedas. Iré volando a buscar ayuda. No te preocupes, Danny, estaré de vuelta enseguida… aquí estás seguro.
Carmen dejó a Danny recostado sobre la yerba, deprimido por el inesperado accidente que le despertaba del breve sueño de felicidad con Carmen. En ese estado de ánimo comprendió que ni siquiera el sincero cariño de Carmen conseguiría librarle de su invalidez.
El sol desapareció tras las elevadas cumbres y en el valle se estaba formando una densa niebla que cubría ya la pequeña localidad, de la que solo era visible la elevada cúpula de su iglesia. Pronto cubriría también prado.
13. El misterio de broche
EL DETECTIVE SE GOLPEÓ la frente como si tratase de castigarse por haber tardado tanto en recordar algo importante, y exclamó alarmado por su descubrimiento:
—¡Ya sé dónde he visto antes ese broche: en un informe interno de la policía sobre el robo de valiosas joyas y obras de arte, y que no habían sido recuperadas. Marian, tu instinto no te ha engañado, este remoto balneario puede ser una tapadera de compradores de valiosas joyas y obras de arte robados! Allí de donde haya salido este broche tiene que estar el resto del botín.. y puede que otros objetos de gran valor... ¡Carmen corre un gran peligro si vuelve con el broche, porque esta gente estarán dispuestos a eliminar a cualquiera que pueda poner en peligro el descubrimiento de su secreto.
—Estoy seguro de que el director es uno de ellos —dijo Marian convencida.
—Sí, probablemente su hijo encontró ese broche casualmente y creyó que sería un buen regalo para ganarse la voluntad de Carmen, a quien pretende para esposa. Sería interesante saber dónde lo encontró.
—Tenemos que ir en busca de esos dos jóvenes antes de que la vean llevando el broche.
—¡Pero es muy posible que alguien la haya visto con él y, para estar seguros de que desconoce el lugar donde estaba la valiosa joya, la interrogarán con sus violentos métodos! —insistió el detective—. Creo que empiezo a hilvanar cabos en este embrollo. Probablemente estos extraños preparativos sean para encontrarse con un posible comprador de los que no hacen preguntas.
—¡Yo sé quiénes son esos compradores, llegaron ayer. No iban vestidos para tomar las aguas sulfurosas!
El sonido del vuelo de un helicóptero que se aproximaba al balneario interrumpió las deducciones del detective.
—¡Ya están aquí y Carmen y Danny no han regresado de su paseo!
—Es posible que hayan sufrido algún percance —comentó el profesor visiblemente preocupado.
—¡No perdamos más tiempo y vayamos en su búsqued
a, pero antes debo informar a la policía local de lo que hemos descubierto!
Carmen no regresó al balneario por la carretera, sino por un sendero que acortaba las distancias, por lo no se encontró con sus buscadores. Mientras tanto, Danny permanecía inquieto postrado sobre la hierba, cuando las sombras cubrían ya el prado. Un leve resplandor a unos metros de donde se encontraba llamó su atención, y con un gran esfuerzo se arrastró hasta el lugar donde surgía. Era del broche de Carmen, que durante sus juego se había desprendido y caído sobre la hierba.
De pronto aparecieron en la serpenteante carretea de acceso al balneario las pálidas luces de un automóvil que circulaba a gran velocidad, y escuchó el chirriar de los neumáticos por un brusco frenazo, para evitar arroyar la desvencijada silla de ruedas, que había quedado en medio de la calzada. La creciente niebla le impedía ver el conductor del automóvil, pero le sorprendió escuchar su nombre, porque conductor era su propio padre, quien formaba parte de esa organización criminal y acudiría a la reunión.
—¡Danny!, ¿qué ha sucedido? ¿Estás herido? ¿No puedes hablar? —llamó alarmado el padre.
Danny intentó inútilmente llamar su atención, pero estaba demasiado lejos para que pudiera escucharle y la niebla, cada vez más densa, impedía que le pudiese ver.
El padre, después de recorrer todos los lugares donde podía encontrase Danny sin ningún resultado, supuso que si había sufrido un accidente habría sido trasladado. Retiró la silla y prosiguió su precipitada marcha hacia el balneario. Danny consiguió arrastrarse hasta el borde de la carretera, por donde debía circular su padre, y con enérgicos gestos con los brazos consiguió que su padre le reconociera.
—Danny, ¿qué te ha sucedido?; ¿qué haces solo en este prado?
—¡Ya te lo contaré después, ahora llévame al balneario!
—No, Danny, no te llevaré al balneario. Es una suerte que te haya encontrado aquí, porque solo venía a buscarte para cruzar la frontera cuanto antes… —respondió visiblemente alterado el padre.
—¿Por qué? ¿Que sucederá en el balneario? —preguntó Danny.
—Hijo, no hay tiempo para explicaciones, pero dentro de poco el balneario será un infierno. ¡Tengo poco tiempo para cruzar la frontera y ponerme a salvo, y no podía dejarte aquí!
—¡Pero, padre, no puedo irme sin ella! —respondió Danny angustiado, porque tuvo la clara impresión de que su padre huía de alguna inminente acción de la justicia.
—¿Quién es ella? ¿Es más importante que mi libertad? —preguntó el padre exasperado.
—¡Es…mi novia! —respondió Danny, seguro ya de los sentimientos de Carmen por él.
—¿Tu novia? ¡Cómo puede una mujer normal enamorarse de alguien que necesita una silla de ruedas? ¡Será por compasión! ¡Un amor pasajero! —comentó escéptico el padre—. ¡No me hagas perder más tiempo con esas fantasías!
El padre observó un extraño comportamiento en Danny, como si tratara de ocultar algo que llevaba en la mano.
—¿Qué guardas en la mano con tanto misterio?
Danny desconocía la procedencia de esa joya y no tenía ninguna razón para ocultarla.
—Ah, esto, es un broche de Carmen. Lo ha perdido en el prado, pero debe ser bisutería, porque…
El padre de Danny le interrumpió y reaccionó con agresividad al reconocer la joya y prácticamente se la arrancó de la mano de Danny, y exclamó contrariado:
—¡Entonces, ha sido por culpa de ella quien nos ha delatado!
co
—¡No sé de qué estás hablando —respondió un desconcertado Danny, con el presentimiento de que algo grave estaba sucediendo y Carmen podía estar enredada en alguna peligrosa trama—. ¿De qué os ha delatado?
El padre no escuchó la pregunta y exclamó airado:
—¡Esa amiga tuya ha arruinado un negocio de millones de euros! ¡Mis colegas no tendrán piedad con ella si la encuentran! ¿Dónde está esa joven ahora?
Danny estaba profundamente alarmado por lo que pudiera sucederle a Carmen, y quiso saber lo que estaba sucediendo en el balneario:
—¿Por qué Carmen está en peligro? ¿Quiénes son tus colegas y qué misterio encierra este broche?
—!Está bien, Danny, te lo diré, porque ya está todo perdido. Este broche no es bisutería, esos cristales que tiene encastrado son diamantes sin pulir. Esta valiosa joya es parte del botín de un robo a un museo y que íbamos a vender hoy. Nuestro negocio consiste en comprar joyas y obras de arte robadas por una décima parte de su valor real y guardarlas durante el tiempo necesario para que los afectados cobren las primas de los seguros, para revenderlo a inversionistas residentes en países sin control del tráfico de obras de arte. Ese valioso almacén al que nosotros llamamos en clave, el “Santuario” está situado en el sótano del balneario.
Danny no podía disimular de nuevo un sentimiento de culpabilidad, por haber sido la causa del peligro que corría Carmen, y suplicó a su padre.—Yo nunca sentí un gran afecto por ti, te creía una persona desalmada y corrupta, y solo esperaba de ti satisfacer todos mis absurdos caprichos… hasta que tuve el accidente. Entonces me di cuenta que no se puede vivir sin alguna forma de conducta moral, que ponga un límite a tus deseos y ambiciones. Ahora te vuelvo a pedir algo más importante que una impresionante motocicleta. ¡Te ruego que salves la vida de Carmen, esto será lo último que te pida!
—Danny, debes querer mucho a esa joven, que estas dispuesto a perder tú también la vida—le contestó el padre visiblemente emocionado
—¡No es mucho lo que se perdería!, pero la vida de ella si es muy valiosa. ¡No dejes que cargue con otra muerte en mi conciencia!
—Yo hubiera dado toda mi fortuna por haber conocido a tu edad alguien como esta Carmen, que me hubiese ayudado a superar el rencor y el odio que sentía por todo el mundo, porque he crecido rodeado de miseria y violencia, y nadie se apiadaba de mí. Tu abuela, de la que nunca te he hablado, era una prostituta que me abandonó cuando solo tenía 11 años, y tu abuelo murió joven de cirrosis, porque se bebía hasta el alcohol de quemar. Sí, Danny, tal vez tengas razón, pero no me arrepiento por haber comerciado con obras de arte robadas, donde una pandilla de multimillonarios satisfacen sus atrofiados sentidos, especulando con obras de arte que las compran ni entienden ni sienten las valiosas obras de arte que compran, solo me arrepiento por no haber sido capaz de amar y hacer que me amen como t amas a esa joven… Pero vasta de lágrimas inútiles, que tenemos que salvar a tu Carmen, tenemos que darnos prisa, porque el helicóptero donde llegan mis colegas está tomando tierra.
15. El padre de Danny
CARMEN LLEGÓ exhausta al balneario y buscó
inútilmente al profesor y a Marian. A pesar de no
confiar en el director, no tenía alternativa.
—¡Ah, por fin aparece usted, la he estado buscando
por todo el balneario... Mi hijo ha cometido un
terrible error: le ha regalado un broche que tiene para
mi un gran valor emotivo, lo hadijo
ne hfxqaciones — op8uuju el director—, le ruego
que me lo devuelva, yo le compensaré generosamente!
—No tiene que compensarme —respondió
Carmen angustiada por lo que pudiera sucederle a
Danny. Yo no quería aceptarlo, pero su hijo
insistió...
¡Démelo ya, no tengo mucho tiempo le
interrumpió el director en tono menos conciliador.
Carmen hizo el gesto para deshacerse del
conflictivo broche y exclamó asustada:
—¡Oh, Dios mío, lo he perdido!
—¡Lo ha perdido! ¿Dónde lo ha perdido?
respondió el director sin ocultar su indignación.
—¡No lo sé, pero debió ser en el prado...
¡No perdamos más tiempo —interrumpió de
nuevo el director—, lléveme a ese prado!
Carmen estaba visiblemente asustada por el tono
agresivo del director, pero se atrevió a pedirle ayuda.
—Si, le llevaré, pero necesito que me consiga una silla
de ruedas para mi amigo, porque la suya...
exclamó furioso:
El director cogió a Carmen del brazo con violencia y exclamó furioso:
—!Vámonos ya, y encuentre ese broche o no volverá a ver a su amigo!
El agresivo director prácticamente arrastraba a la asustada Carmen por el mismo sendero por el que vino y no se atrevió a protestar por la violencia del director.
—ƒ¿Por qué no que marcho cuando la amenazasen con el mensaje anónimo? —le preguntó el director, sin ocultar su animosidad contra Carmen— Nos está costando muchos males de cabeza!
—Entonces usted sabía lo del anónimo—s atrevió a responder Carmen.
—¡Yo sé todo lo que pasa en el balneario!
En el prado con su padre - anocyecindo
Se nos cayó mi sise ruedas, estoy esperando que Carmen vena con otra
Quién es esa Carmen?
Es por ella por loque ahora no quieres dejar el balneario?
-Sí, s por ella, me hiere…
-Danny, déjate de historias románicas, con tu estado como puede quererte nadi.Me estas causando muchos problemas y yo tengo muchos negocios que atender. He contratado una asistenta y te llegar de vuelta a casa
Danny intento rrotestar pero el autoritario padre le nterumpio.
-Que llevas en la mano con tanto secreto?
-Ah, esto es de mi amiga Carmen, lo ha per…
El padre de Danny prácticamente se lo arrancó e la mano
Y de donde lo ha conseguido
-se lo regalo eo hijo del director, pero es una bisñuteria…
-dámelo, yo se lo devolveré al director, debe ser un err9r, porque ese broche es se lo he visto en que lo usaba su mujer, anque sea una. Baratija a s esposa lo ha heredado de las mujeres de toda , y apresúrate en recoger porque vendrás conmigo a casa, y no quiero restas a salgo de viauje y quiero dejar al cuidado de la asistenta
El balneario
El PEQUEÑO TREN cremallera, con destino a las estaciones de esquí, ascendía lentamente entre el crujir de sus engranajes. En ocasiones el trazado de la vía pasaba al borde de un precipicio que dejaba sin aliento a los viajeros, para adentrarse a más adelante en el interior de un bosque de centenarios robles, con su follaje que adquiría ya su tonalidad amarilla y ocre, preludio del inminente otoño.
A mediados de septiembre los días seguían siendo cálidos y luminosos en las montañas, solo una refrescante brisa descendía de las lejanas cumbres todavía nevadas.
Al final del bosque se abría un claro, bordeado por verdes laderas, que servían de barreras naturales para un lago donde se reflejaba el intenso azul del cielo de alta montaña.
A una corta distancia, unidos por un sendero bordeado de floridos parterres, se erguía el suntuoso edificio de un balneario, rodeado de cuidados jardines, donde permanecían sus residentes, acomodados en amplias y confortables hamacas.
Un vehículo, utilizado para transportar a los clientes al balneario desde el apeadero del tren cremallera, esperaba su llegada para recoger a una joven con síntomas de agotamiento y estrés, causados por su trabajo en un club nocturno de la capital, en el que, a pesar de su corta edad, hacía un número erótico que ya era popular entre los adictos a estos espectáculos.
2. Carmen
LA ESPERADA viajera descendió del vagón arrastrando una pequeña maleta con ruedas de un llamativo color rosa, relajó sus músculos entumecidos, contempló durante unos instantes el impresionante paisaje que le rodeaba y hurgando en el caótico contenido de un gran bolso, sacó un paquete de cigarrillos, encendió uno y le dio dos profundas bocanadas, como si hubiera esperado ansiosamente ese momento.
—¿Es usted la señorita Carmen? ―Preguntó el chófer del balneario a la recién llegada.
Carmen asintió con un gesto y volvió a inhalar una profunda bocanada del cigarrillo.
—Señorita, no debería usted fumar. En el balneario está terminantemente prohibido.
—¿He reservado una habitación en un balneario o en un cuartel? —protestó Carmen.
—Se lo digo por su bien, señorita; es usted muy joven, debería cuidarse…
—¿Y por qué cree que vengo a este cementerio?, porque supongo que no habrá más que viejos.
—Ha hecho una buena elección, en dos semanas la dejarán como nueva… y puede que hasta le quiten el vicio del tabaco!
—¿Por qué no se limita usted a llevar a los clientes al balneario y deja de inmiscuirse en asuntos personales que no le conciernen?
El chófer se sintió ofendido en su dignidad por una joven impertinente y mal educada, pero se excusó
—¡Le pido disculpas! Déjeme que le lleve la maleta.
Carmen rechazó su ayuda; tomó asiento en el vehículo y con un gesto que indicaba indiferencia, dio a entender al chófer que no tenía intención de continuar la charla, y concentró su atención en el impresionante paisaje del recorrido.
El vehículo aparcó frente a la suntuosa puerta de entrada a los jardines del balneario, cubierta de una tupida yedra, de la que surgían pequeñas rosas rojas y otras flores adaptadas al duro clima de montaña.
A Carmen le sorprendió que no hubiese ningún signo de actividad en el balneario. Todas las hamacas del jardín estaban desocupadas. Parecía como si el balneario hubiera sido abandonado. Reinaba un silencio absoluto, solo roto por el persistente trinar de golondrinas que anidaban bajo los alerones del soberbio edificio y los variados silbidos de losmirlos, entregados a sus inagotables reclamos nupciales y territoriales.
—¿Dónde está la gente? ¿No habrán huido porque sabían que venía yo? —preguntó sarcástica Carmen al desairado , que le respondió con una forzada sonrisa.
—Señorita, son las tres de la tarde; la hora de la siesta. Aquí la siesta está prescrita para todos los residentes.
—¡Creo que aquí acabaré como la Bella durmiente!
Cruzó los desolados jardines y entró en el hall con la misma desolación y silencio.
—¡Hola! ¿Hay alguien despierto que pueda atenderme?
De uno de los amplios sillones de la gran sala surgió somnoliento alguien que debía ser el responsable de la recepción.
—¡Disculpe, señorita, enseguida la atiendo! —el sorprendido permaneció unos instantes oculto tras el enorme sillón para poner en orden su uniforme, ajustarse la corbata y abotonar la americana—. Ah, usted debe ser la señorita Carmen… A ver, ¿dónde he puesto yo su reserva? ¡Ah, aquí está! “15 días, servicios completos, reservado por el señor R.M., del Club Metropolitan”… ¡Un gran cliente este señor! Cada año pasa la Navidad con nosotros, y no hay cliente más generoso que él para las propinas.
Carmen empezaba a impacientarse.
—Está bien, ya me contará el resto más tarde, ¿Puedo ir ya a mi habitación?
—¡Sí, claro, solo era un comentario. En seguida vendrá un botones para que le acompañe a su habitación. —respondió el recepcionista sin poder evitar su desagrado por aquella impertinente respuesta, haciendo sonar un timbre de sobremesa.
Carmen entró en su habitación, se dejó caer pesadamente sobre una mullida cama, equipada con diversos mecanismos para los disminuidos físicos, y volvió a hurgar en su caótico bolso en busca de un cigarrillo, pero recordó la advertencia del chófer y renunció de mala gana.
Era consciente de que su depresivo estado de ánimo la hacía irascible y, en ocasiones, impertinente. No culpaba a su controvertido trabajo, sino a la actitud equívoca de los clientes del club.
Se había iniciado muy joven en los espectáculos eróticos cuando carecía de una idea moral o de decencia precisa, pero ¿qué le había arrastrado hasta aquel deplorable estado? Mostrar su cuerpo desnudo no le parecía un acto malvado o deshonesto, la maldad estaba en quienes la contemplaban y confundían erotismo con pornografía. Prácticamente cada noche tenía que rechazar a algún pretendiente, en ocasiones violento, que la confundía con una prostituta.
En alguna ocasione había pensado en abandonar, pero no era fácil dejarlo todo y buscar otra ocupación menos estresante y arriesgada, porque con su espectáculo sus ingresos eran en ocasiones espectaculares, y no habría ninguna otra profesión para ella mejor pagada. Se había acostumbrado a un nivel de vida al que ya no podría renunciar. Solo podía superar su estado de ánimo, y regresar con más energía para continuar con un trabajo que en el fondo le gustaba.
“—Un actor disfruta cuando interpreta una obra” –se justificaba a sí misma—, yo también disfruto cuando interpreto la mía. Dios da a algunos el talento para escribir una buena novela o pintar un bonito cuadro; a mí me ha dado un cuerpo atractivo para que lo exhiba también con arte. ¿Por qué no puedo exhibirlo de la misma manera que el pintor exhibe sus pinturas o el escritor sus novelas?”. Pero Carmen no tenía la respuesta.
Después de la siesta el balneario recobró su habitual actividad. Las tumbonas del jardín se ocupaban y los más ágiles y menos afectados con dolencias emprendían estimulantes paseos por el sendero que bordeaba el lago, un extenso recorrido que les mantenía activos hasta la llamada al comedor para la cena. Otros, los más atrevidos, cruzaban el lago en las barcas amarradas en un pequeño embarcadero, puesto a disposición de los clientes.
En las instalaciones de tratamientos masajistas y fisioterapeutas devolvían movimiento a músculos atrofiados, y en la piscina de aguas sulfurosas se sumergían los pacientes de artrosis y otras enfermedades para las que era beneficiosa, atendidos por sonrientes y solicitas enfermeras.
La habitación de Carmen estaba situada en la parte frontal del edificio, y por el amplio ventanal se podía contemplar una bucólica panorámica del lago, pero también el magnífico marco de la entrada al interior de los resguardados jardines.
Cansada del viaje y reconfortada por sus pensamientos, había conciliado un ligero sueño, pero le volvieron a despertar unos golpes suaves en la puerta,
—Señorita Carmen, ¿está usted visible?
Carmen no contestó, pero abrió la puerta al inesperado visitante.
—Hola, espero no haber sido inoportuno. Soy el director del balneario y deseo que acepte este sencillo ramo de Flores como bienvenida. Deseo que tenga usted una feliz y saludable estancia en nuestra casa. Su jefe del club; uno de nuestros clientes más queridos, que como usted ya debe saber celebra cada año las festividades Navideñas con nosotros, me ha rogado que la atendamos con especial atención, porque es usted la estrella de su club. Y tengo que decir, si usted me lo permite, que ahora que la conozco creo que su opinión está plenamente justificada.
Carmen aceptó las flores y agradeció el cumplido del director con una sonrisa—. Hoy, como cada sábado, después de la cena, celebramos una pequeña fiesta amenizada con una orquesta, sería un honor para mí y mi esposa que nos acompañara en nuestra mesa.
—Pero usted debe saber que yo...
—Sí, conocemos cuál es su trabajo, pero no es nada de lo que deba avergonzarse. Sabemos por su jefe que su club no es un prostíbulo, sino una forma de hacer un arte del erotismo. Es una persona con gran integridad moral. ¿Acepta mi invitación?
A Carmen le sorprendió el talante liberal y amable del director y aceptó su ofrecimiento.
—¡Estaré encantada de acompañarles!
—¡Ah, casi se me olvidaba! En el comedor tenemos por norma no vestir prendas deportivas o pantalones vaqueros. Supongo que tendrá usted prendas más adecuadas.
Después de que se despidiera el agradecido director, Carmen volvió a la contemplación ensimismada del cielo en el que ya era visible el Lucero del Alba, y el horizonte comenzaba a enrojecer, reflejándose en las balsámicas aguas del lago.
La llegada de un lujoso automóvil frente a la entrada interrumpió su ensimismada contemplación para centrar su atención sobre los nuevos clientes.
Un corpulento enfermero salió al encuentro del vehículo, empujando una silla de ruedas que colocó junto a la puerta del automóvil donde debía estar la persona que la necesitaba. Pero descendió alguien que por su agilidad de movimientos no parecía necesitar una silla de ruedas. Se detuvo junto a la puerta y parecía estar hablando con alguien que permanecía en el interior. Por los gestos que hacía con las manos, quien fuera se negaba a salir. Por el lado opuesto descendió una mujer que reemplazó al hombre y fue más convincente, porque el corpulento enfermero tomó en brazos a quien estaba en el interior del vehículo y lo acomodó en la silla de rueda. Carmen pudo ver que era un joven, posiblemente de su misma edad, con un cabello abundante y de color castaño claro casi rubio, que parecía tener medio cuerpo paralizado, el resto era de una apariencia atlética y bien formada. Instantes después apareció el director con un paso apresurado, como si llegase con retraso a una reunión. Estrechó la mano del hombre con grandes gestos de afecto y dirigiéndose a la mujer con los mismos afectuosos gestos, beso la mano de la sorprendida mujer por aquel desfasado saludo. Después se acercó al joven, que no parecía participar del entusiasmo y afecto del director y le estrechó la mano con desgana, y continuó gesticulando convivos movimientos, señalando el balneario, porque debía de describirle las excelencias del servicio.
Carmen no pudo evitar sentir lástima por aquel desdichado joven y supuso que se trataba de una familia que llevaba a su hijo al balneario para seguir un tratamiento que devolverle la movilidad de las piernas. Por su negativa a salir del vehículo, Carmen supuso que tal vez aquella fuese la primera vez que se dejaba ver sobre una silla de ruedas. Finalizado el protocolo del recibimiento, los posibles padres del joven, se despidieron de él con gestos de tristeza y arrancó el automóvil dejando solos al deprimido joven, al director y el enfermero. Cuando el automóvil debió desaparecer oculto en el hayedo el pequeño grupo se dirigió hacia la entrada del balneario.