RELATO DE LAS GUERRAS CELESTIALES

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Recientemente he recibido un extraño correo electrónico firmado por un tal «Luzi», en el que me envía algunos datos relativamente nuevos sobre lo que sucedió en el principio de los tiempos, durante la rebelión de los ángeles y arcángeles del Paraíso celestial. Lo más significativo y novedoso no es la crónica en sí de los hechos, que tampoco tiene desperdicio, pero que me parecen interesados y partidistas, sino la descripción que hace del escenario de los acontecimientos. Dado que se trata de unas fechas remotas, he considerado que hacer público estas notas puede ser de gran utilidad para la astrofísica, y para la ciencia en general, pues habla de las características del Cielo y del Abismo, dos ideas que siguen sin estar totalmente aclaradas, así como de los confusos orígenes de la humanidad. Quiero advertir que personalmente no comparto muchas de sus opiniones, pues yo tengo las mías propias sobre estos particulares, y que por tanto si alguna persona se siente ofendida debido a sus creencias religiosas sobre este delicado asunto no es por culpa mía, sino, como digo, de mi amable comunicante, sea quien sea. Este es el relato con puntos y comas según lo he recibido: «Estimado señor Despree, Como he visto por el título de alguno de sus libros que usted se atreve con asuntos delicados, he creído que es la persona adecuada para hacerle estas confidencias. No crea, no obstante, que es usted la única persona a quien he enviado estas notas. Con anterioridad envié copias por correo certificado (antes de que se inventara Internet) a las altas magistraturas de la Iglesia católica y del mundo académico del ámbito cultural del cristianismo, pero en ambos casos me han tratado de lunático, así sin más, y sin molestarse en contrastar mis opiniones con documentos históricos o discutir los aspectos científicos de mis sugerencias a cerca del origen y la composición de universo. La razón es que he utilizado metáforas poco afortunadas, como por ejemplo comparar el universo con una sandía, pero, señor Despree, yo no tengo estudios universitarios, por la simple razón de que en mi tiempo no había universidades, pero como protagonista de los hechos, pese a utilizar metáforas tan desafortunadas, me creo con el derecho de defender mis tesis a toda costa. Espero que usted, que sospecho que tampoco es muy letrado, las comprenda y las tenga en consideración. Empecemos por el principio. Como es natural la idea que tenemos del Cielo es muy ambigua y no es ni mucho menos ese espacio indeterminado que vemos por encima de la Tierra. Si fuera así bastaría con subir en un globo para ir al Cielo, y no le cito los aviones porque no me resultan familiares y podría meter la pata. No, el Cielo es otra cosa más compleja. Al mismo tiempo me apresuro a decirle que esa otra idea de que el Infierno es un lugar en llamas, donde ciertas personas se abrasan pero no se consumen, es, así mismo, una idea totalmente equivocada, porque no hay tales llamas ni siquiera tales personas condenadas por su mala vida. Todo eso surgió en un momento en que la humanidad era ingenua como chiquillos, y a falta de razón les sobraba imaginación. Pero ahora, ¡con todos esos adelantos técnicos y esas mentes privilegiadas que han desentrañado muchos de los misterios del mundo gracias a la filosofía, ya no hay lugar a esas teorías tan inconcebibles! Se lo digo porque mantener estas teorías del más allá, tan ingenuas e irracionales, les está perjudicando enormemente y poniendo en entredicho el desarrollo mental de futuras generaciones, por lo que sería conveniente que las superasen de una vez por todas y admitan que no son más que ingeniosas metáforas pasadas de moda y de tono, y que ahora se impone un poco más de rigor científico, ¡sobre todo después de que ese señor judío que les argumentó la teoría por la que se demuestra que todo, en este y en el otro mundo, es muy relativo, y que ahora no me viene a la memoria cómo se llamaba! Empecemos por el Cielo. Usted debe saber que yo conozco el Cielo desde siempre, pues, pese a que sea una inmodestia por mi parte, yo soy un ángel, y ahora no es el momento de entrar en detalles ni sobre mi identidad en particular ni sobre mi estatus, simplemente quiero que quede claro que conozco a Dios perfectamente, de ahí que me atreva a comentarle ciertas cosas sobre Él, sus hábitos y sus costumbres, así como detalles del lugar donde mora. Y eso es el primer problema que confunde las mentes de los humanos, y sin duda que también la suya, pues no puede haber excepción. Ustedes los humanos son así; incapaces de hacerse una idea precisa de Dios por las razones que paso a explicarle. La primera es la magnitud de Dios. Simplemente es demasiado grande para hacerse una idea precisa. Ni considerando la magnitud de todo el espacio conocido tendría una medida precisa de su tamaño. Dios es más grande que el universo actual, del que le hablaré más adelante, porque es el espacio en su totalidad; el que es y el que será. De manera que ya se hace usted una idea de la dificultad de imaginar cómo es Dios «realmente», y le entrecomillo lo de real para que no crea que hablo en sentido figurado, como se suele hacer en sus libros que tocan este controvertido tema. La otra dificultad es que, en el supuesto caso de hacerse una somera idea de su magnitud, no se puede concebir, inmediatamente después, el súper espacio que ocupa Dios, puesto que si como le he dicho Dios es todo el espacio que es y que será, ¿cómo pueden ustedes concebir que haya además otro espacio donde está el espacio en su totalidad, presente y futuro? ¡No le de vueltas al asunto, porque el acertijo no tiene solución! Pero sólo le diré que puede ser porque de otro modo ¿cómo iba yo a conocerlo y estar hablándole de Él? Pero lo que interesa para el caso es saber la razón por la cual a Dios se le ocurrió crear el mundo, y qué pintábamos nosotros los ángeles, arcángeles, querubines, los tronos, las dominaciones, las virtudes, etc., a su lado. Para que nos entendamos Dios vivía en la nada, totalmente solo, y gozaba de una extraordinaria calma, tanto es así que prácticamente no hacía nada en todo el día, y es un decir, porque no había ni día ni noche, pero de alguna manera tengo que expresarme para hacérselo ver usted. El Cielo, por tanto, es un no-lugar. En términos filosóficos, y no es que con esto me las dé de académico, una utopía. Como es una utopía, sólo puede ser visto con la imaginación, pero no puede ser concebido con la razón, ya que para llagar a la utopía no hay caminos razonables o de otro modo dejaría de serlo. ¡Ya ve usted cómo lo poco que sé de filosofía me hace buen servicio! La cuestión es que por alguna razón que los ángeles desconocemos, un buen no-día, porque el tiempo no se medía en días, pues como ya el he dicho no había días ni siquiera tiempo, decidió crear el mundo, naturalmente que estoy hablando de este mundo, para no complicar más las cosas de lo necesario. Como Dios no podía abandonar el Cielo bajo ningún concepto, lo que sería simplemente impensable, decidió que necesitaba de algunos ayudantes de confianza, y por esa sencilla razón, antes de dar comienzo la creación, creó un auténtico ejército de arcángeles y ángeles dotados de ciertos poderes, pero sin superar los de Él mismo naturalmente, y nos encomendó ciertas misiones, pues el que le escribe fue uno de los ángeles al que le fueron encargadas importantes misiones en el transcurso de la Creación. Lo primero que creó fue la luz, claro, puesto que de otro modo no hubiéramos sabido por donde íbamos. ¡No me haga caso, que estoy de broma! Lo que pretendo decir es que creó una considerable cantidad de energía positiva que se manifestó en forma lumínica, como si se tratara de una gran hoguera espacial, y acto seguido dejó a uno de sus arcángeles, Miguel, que era el de más confianza, a su cuidado. No voy a ser más claro en los detalles porque usted seguramente que no lo entendería, pero debe de comprender que todo lo que no estaba iluminado por aquella deslumbrante luz estaba, obviamente en las tinieblas. De manera que al crear la luz la separó de las tinieblas. Pero usted se dirá ¿qué eran las tinieblas? ¡Ahí es a donde yo quería llegar, y que para el caso tiene importancia vital! A esas tinieblas se las llamó también abismos, y no crea que voy a hacer el chiste de decir que se llamaba así porque al estar a oscuras no se veía el final; no, no era por eso. Las tinieblas, o el abismo, era el límite de la luz del mundo, que para que nos entendamos también era el espacio donde Dios tenía pensado crear el universo. Por tanto es necesario que le ponga algún ejemplo que usted comprenda. Y es ahora cuando le citaré la metáfora de la sandía que tan malos resultados me ha dado entre académicos y teólogos. Vera usted. Suponga que el universo tiene, en realidad, la forma de una sandía descomunal, y que dentro de esa sandía está el planeta Tierra. Como ya se puede imaginar nuestro planeta dentro de la sandía es una millonésima parte de la décima de milímetro, si es que se puede expresar así. De manera que en el supuesto de que nuestro planeta (dentro de la sandía) estuviera más o menos en el centro y dispusiéramos de una moderna nave espacial sería imposible alcanzar los límites de la sandía, es decir, del universo. ¡Pero ese no es problema ni a lo que yo quería ir al referirme al abismo! Suponga usted que después de todo dispusiéramos de una nave capaz de alcanzar los límites de la sandía, ¡sería imposible salir de ella! ¿Por qué? Por una sencilla razón: ¡por el tiempo! No, no me refiero al tiempo meteorológico, porque el los abismos ni llueve ni nieva ni nada parecido, sino al otro, al de los relojes. Se lo explicaré. Si la sandía, que es el supuesto universo, tiene una duración aproximada de unos seis meses desde que se planta hasta que se pudre y se desintegra (en el supuesto de no utilizar medios artificiales de conservación), usted, que vive dentro de la sandía, no dura ni una millonésima de décima de segundo con respecto al tiempo de la sandía. Ahora viene lo asombroso. Puesto que la sandía de la que hablamos está, a su vez dentro del universo real que nosotros conocemos, y puede que sea otra sandía, la relación tiempo-espacio entre ambas es abismal, ¡que es la expresión correcta!, es decir de 0,5 a 30.000.000.000 años aproximadamente, ya que nuestro universo es de mediana edad. Por lo tanto, si usted saliera de la sandía pequeña a la sandía grande, apenas traspasara a la nueva dimensión su existencia se esfumaría devorada por el gigantesco valor del tiempo del espacio exterior. ¿Comprende? O sea, que al traspasar a la nueva dimensión usted en realidad no tendría duración. Esto para entendernos es ¡caer en el abismo! Y espero que ahora lo haya entendido perfectamente. Por esta razón Dios dejó en los abismos parte del mundo que le sobraba porque no casaba bien ni se sostenía adecuadamente. También era ese el lugar donde Dios arrojaba a los ángeles díscolos, de manera que los sacaba de este mundo sin apelativos ni miramientos de ninguna clase. Y le digo a usted todo esto porque yo fui uno de los ángeles que fue arrojado, injustamente, creo yo, al abismo. Por tanto espero que se haga usted cargo de lo mucho que me ha costado meterme otra vez en su espacio-tiempo para enviarle este correo, pero lo hago por advertirles de que van ustedes otra vez por el mal camino. Pero no nos anticipemos. No se crea usted que los hombres de ahora han sido los únicos, que es una ingenuidad pensar algo así. Sobre este particular sabían mucho más los antiguos griegos que ustedes. ¡Aquél si que fue un pueblo listo! Precisamente la causa de nuestras discusiones y peleas celestiales se debió a que cada ángel y arcángel tenía su propia idea sobre cómo debería ser un ser humano, y como Dios no terminó de aclararnos estas características, se armó un verdadero guirigay de opiniones en el Cielo. Para que lo entienda le diré de forma muy resumida que ha habido nada menos que cuatro diferentes formas de hombres y, por desgracia, la más perfecta, la que yo defendía, cayó en desgracia y Dios la exterminó, y a mí me mandó a los abismos, de los que he tenido la habilidad de salir para mandarle a usted este correo. La primera forma fue totalmente acuática, ya que no había ninguna posibilidad de acceder a la atmósfera, que era irrespirable, más o menos como sucede ahora en algunas ciudades rusas o chinas. No me pregunte cuanto duró ese ser humano porque me pierdo en asunto de fechas, pero sólo sé que uno de sus reyes más conocidos se llamó Neptuno. Usted ya debe saber los mitos que corren por ahí con respecto de este pueblo marino, por los cuentos de sirenas y todo eso. Este primer hombre tuvo sus defensores en el cielo, ¡inútilmente, puesto que era evidente que no tenía posibilidad alguna de dominar el mundo al no poder respirar fuera de agua! Pero ya por entonces empezó el tira y afloja entre las criaturas celestiales al cuidado de la humanidad, y tuvimos las primeras discusiones serias, aunque todavía no eran violentas. Cuando Dios tomó la decisión de exterminar este primer proyecto fallido de humanidad les envió una catástrofe natural, que en la mayoría de los casos se trataba de tirarles una piedra desde el cielo, pero dado su tamaño, producía consecuencias catastróficas en la Tierra, y prácticamente no quedaba ser con vida, excepto, claro está, la especie que tomara el relevo. ¡Y vuelta a empezar! Entonces llegó mi oportunidad. Yo siempre había soñado con un ser humano versátil, que pudiera vivir tanto en el mar como en la tierra para aprovecharse de los alimentos disponibles en ambos medios. Un ser anfibio, resistente, bien protegido por una piel escamosa pero no tanto como los anteriores hombres marinos. Al principio la idea no tuvo oposición en el Cielo, pero cuando este nuevo hombre excepcional fue tomando cuerpo empezaron las quejas y las protestas por parte de ciertos ángeles celosos de mi obra. Que si tenían un aspecto espantoso; que si la cabeza no era noble y más bien monstruosa; que si la cola era antiestética y rudimentaria; que si la lengua era demasiado larga y pastosa. ¡En fin, que a todo le ponían peros! En especial fue el arcángel Miguel, quien tenía otras ideas para la forma final de la humanidad, el que más se opuso e intrigó para que fuera nuevamente destruida y a mí me arrojaran al abismo. No crea usted que los anfibios de entonces eran como los de ahora, no, ¡ni mucho menos! No tenían nada que ver con esos despreciables sapos o incluso sus descendientes directos los reptiles de ahora. Eso no quiere decir que corra por ahí la leyenda de que fue un reptil la causa de la perdición de la humanidad actual. Eso es una manera de culparme a mi de todos los males actuales relativamente injustificada por las razones que le explicaré a usted más adelante. Es cierto que desde que fui arrojado al abismo, a mi entender injustamente, no he hecho otra cosa que volver a revindicar mi especie, como digo, extinguida, ¡pero de eso a que me culpen a mi de todo hay un abismo, y nunca mejor dicho! Es decir, que según ustedes todos los seres diabólicos tienen más o menos mi aspecto. ¡Qué injusticia! Bueno, pues como le contaba, finalmente tuvimos que llegar a las manos, porque yo no estaba decidido a transigir así por las buenas. Se armó un jaleo en el Cielo del demonio, pero como no fui capaz de reunir a más de un tercio de los ángeles y arcángeles para que se pusieran de mi lado, finalmente fuimos derrotados. Las técnicas de lucha eran bastante rudimentarias y no como las de ahora. El arma predilecta pero muy escasa era la espada de fuego, de las que sólo ellos disponían de alguna, en particular el arcángel Miguel, pero que manejaban con poca habilidad por lo novedoso. Por todo esto desde el primer momento estaba claro que nos llevaban bastante ventaja. Pero también nos tirábamos piedras, que no eran sino restos inservibles de planetas y de sus satélites. Las más de las veces nos limitábamos a darnos empujones y alguna que otra bofetada, pero sin mala intención, ¡pues en el fondo todos éramos ángeles! Poco a poco, con toda clase de estrategias que nosotros desconocíamos, nos fueron empujando hasta los confines del universo y, finalmente, nos vimos obligados a salir de él, cayendo, como ya le he dicho, al abismo, ¡y ahí seguimos todavía! ¡Y de eso hace ya cerca de 400 millones de años! Entonces le tocó el relevo a otra especie ya extinguida: los hombres alados. A decir verdad en un primer momento fue un gran éxito en el Cielo, hasta el extremo de que la mayoría de los ángeles adoptaron su morfología, ¡porque no se crea usted que los ángeles siempre hemos tenido alas! En realidad yo sigo oponiéndome a ellas, y sigo teniendo mi aspecto tradicional, que para ustedes es algo monstruoso y demoníaco. Dios felicitó al arcángel encargado de esta nueva clase de hombres y hasta le impuso una medalla, pero no trascurrieron muchos siglos sin que se dieran cuenta de su peor defecto: su excesivo amor por la libertad. La verdad es que no consiguieron sentar la cabeza e instalarse con sus familias en algún lugar en concreto. Por eso no fueron capaces de inventar las naciones ni los estados y el mundo se convirtió en un verdadero caos, es decir, que no se civilizaron. ¡Con decirle que no llegaron a inventar el habla y se pasaban el día cantando alegremente! Llegaron a agruparse millones de hombres alados que cada año recorrían enormes distancias de norte a sur del planeta en busca de alimentos y lugares más o menos seguros para anidar y sacar adelante sus precarias descendencias, tanto o más liberales y gregarios que ellos mismos, pues cada generación era más liberal que la anterior. Finalmente la situación se hizo insostenible y millones de hombres alados gregarios se amontonaban en los mismos lugares, dando lugar a horrendos delitos, matándose unos a otros por un mal pescado o por un sitio disponible para incubar. ¡Fue un desastre! ¡Tanta libertad se convirtió el libertinaje y los volvió inviables, y, a decir verdad, se volvieron medio locos! Usted seguramente habrá oído hablar del mito de Ícaro, o historias de hombres pájaro, pues son versiones interesadas del drama de los hombres alados. Finalmente, no sin sentirlo de veras, Dios les volvió a enviar otra catástrofe, haciendo imposible que se alimentaran o que anidaran, por lo que se extinguieron. Pero a diferencia de mi caso, los ángeles responsables no fueron castigados, debido, sobre todo, a que como le dije con anterioridad, se habían puesto de moda entre las criaturas celestiales, y ya todas llevaban alas y les imitaban. Claro que en el Cielo no tenían ninguna necesidad de alimentarse ni de anidar, razón por la que allí no tuvieron los mismos problemas. Como es lógico, yo me alegré de este nuevo fracaso, pero, aún así, Dios no reconsideró a mi ser humano híbrido para reemplazarlos y decidió darle otra oportunidad a un nuevo arcángel. Esta vez les tocó el turno a los mamíferos. Ya sabe, esas criaturas frágiles y prácticamente inservibles que despreciaron algo tan razonable como tener descendencia por medio de huevos. No, ellos quería ser más rápidos y hacerlo todo directamente y por sí mismos. Bueno, no se vaya usted a ofender por este comentario, que también es mamífero, pero francamente a mí me parece un atraso en la evolución, ¡pero Dios sabrá por qué lo hizo! Al principio, como siempre sucedía, todo iba bien y el arcángel promotor no paraba de recibir elogios por todas partes, ¡claro, como habían eliminado del Cielo toda oposición crítica! Los primeros, no obstante, eran bastante monstruosos, mucho menos agraciados en todos los sentidos que los míos, además eran escandalosos y poco hábiles, excepto para trepar por los árboles. Pero poco a poco fueron mostrando nuevas habilidades, como sacar hormigas de sus hormigueros con un palito, o cascar nueces con un tronco seco. En fin, nada del otro mundo, ¡pero hacían gracia, porque según ellos, eran monos! Por cierto, que se quedaron con este nombre. Yo estaba tranquilo porque semejante proyecto de ser humano no podría prosperar, pero con el paso de los siglos, aquellas primeras habilidades les transformaron la morfología de tal manera que cada vez se parecían más al mismo Dios, aunque todavía estaba muy lejos de ser totalmente iguales. No obstante Dios les cogió afecto y les echó una manita, creándoles un lugar de residencia permanente donde poder seguir adelante con su especie sin apenas problemas, a ver si así alcanzaban a ser a su imagen y semejanza. Como puede comprender, y perdone usted mi intromisión por la parte que le toca, yo me indigné, porque si aquella especie prosperaba, la suya, era evidente que Dios se olvidaría definitivamente de mi opción y yo permanecería en el abismo toda la eternidad, ¡que no le quiero contar lo larga y aburrida que es! Por esa razón, y ya no me queda más remedio que reconocerlo, atenté contra ellos tan pronto como supe que Dios les había prohibido comer de un determinado manzano del Jardín del Edén. ¡Aquella era mi última oportunidad y no la desperdicié! Por otro lado, la tarea no fue difícil, porque Dios, a última hora, le dio por crear un ser humano de sexo femenino, fácil de convencer y de sugestionar con cualquier fantasía o cuento chino. De manera que adoptando, como usted ya sabe, la forma de una serpiente me las apañé para que se condenaran, para que con el tiempo simplemente se extinguieran, ¡lo que sucederá inevitablemente! ¡Y ahora ya lo sabe usted todo sobre mi y mis luchas celestiales! Pero usted se preguntará, ¿es que no puede haber seres humanos perfectos en la Tierra? Perfectos desde luego que no, pero si Dios me hubiera hecho caso mi especie hoy dominaría el planeta y al menos seguiría prácticamente intacto, sin autopistas, ciudades contaminadas, arsenales de bombas atómicas, centrales nucleares, y todas esas técnicas antinaturales con las que ustedes ingenuamente creen que pueden perdurarse. ¡Que ignorantes! Como no quiero dejarle con la duda, le diré que en el cielo se está hablando ya de un reemplazo de la especie humana, porque la de ustedes es evidente que no tiene futuro. ¡Demasiadas contradicciones! Pero no creo que a usted le parezca bien el nuevo proyecto. Se habla de darle una oportunidad a los insectos, los últimos que quedan como potenciales especies humanas. Ya se han hecho algunas pruebas con el hombre-mosca, que ha fracasado, pero la del hombre-araña ha tenido bastante éxito y se está pensando en esa aberrante clase de nuevo ser humano. Ah, se me olvidaba, para evitar que pase otra vez lo del Paraíso terrenal, en el Cielo están pensando que sea hermafrodita. Sin otro particular, y con la esperanza de que haga usted lo posible para hacer públicos estos comentarios, aprovecho la oportunidad para enviarle a usted un cordial saludo. Suyo afectísimo, Luzi