
ARTICULO
La otra cara de la vida
JAIME DESPREE
Es evidente que quienes cometen crímenes de lesa humanidad, genocidios, profanan la bondad y la inocencia, niegan los derechos humanos, se endiosan con el control de tecnologías multimillonarias o son indiferentes ante el sufrimiento que causa la pobreza extrema, es porque no temen ser castigados en desfasados infiernos y tienen una visión materialista de la muerte, como el fin de todo, tanto material como espiritual. Pues bien, serán severamente castigados, pero no con las llamas del infierno, sino de otro infierno más familiar, doloroso y persistente, sin intervención divina o satánica, por sus propios sueños.
El espíritu = energia; iluminación = información
La teología y la filosofía no son disciplinas del conocimiento independientes de las ciencias sino equivalentes, pero en un contexto diferente y se expresan con un lenguaje también diferente. Asi lo que para la física es la energía, de la que está compuesta la materia, para la teología es el espíritu, de lo que está compuesta la realidad. Estos tres contextos dependen de la percepción de la realidad: la ciencia la percibe por su sensación, la teología por su emoción y la filosofía por su impresión.
Sensaciones, emociones e impresiones son los tres contextos de una misma realidad.
El surgir del alma
El alma es una entidad personal que emana del espíritu responsable del valor ético y estético de la realidad, así como la valoración del bien y del mal.
Del alma humana depende la imaginación, la revelación, la iluminación y los sueños.
Por tanto los sueños no se veran afectados por la muerte y el colapso del cerebro, que serán la otra cara de la vida.
La muerte del cerebro y sus consecuencias
Si el cerebro colapsa y muere, colapsan los fenómenos que dependen de la mente: los pensamientos, la conciencia, la razón, la lógica, las ideas y finalmente la memoria física almacenada en el cerebro.
Pero la muerte del cerebro no afecta al alma, la imaginación y los sueños, porque son una emanación del espíritu y deben permanecer activos.
Pero el colapso de la mente deja los sueños sin un control razonable y lógico ni darles un sentido, sino que se manifestará dentro de un completo caos y desorden.
Un cielo y un infierno actualizados
Por tanto las pesadillas se magnifican, haciéndose más violentas y sanguinarias, puesto que al no contar con la posibilidad de despertar experimentamos la muerte sin perecer, es decir, la imagen de arder sin consumirse, como se escenifica en los tormentos del infierno teológico
En resumen, cuando expiramos liberamos el alma para ver lo que hemos guardado en su propia, donde se conforman las historias proyectadas por la imaginación. Nuestras imágenes se mezclarán con las de otras almas, por lo que veremos personas, escenarios y escenas que no están en nuestra experiencia.
Cuando los sueños fluyen, inmediatamente después de expirar, pueden ser felices o pesadillas, sin que podamos tener la opción de despertar y librarnos de esa dolorosa experiencia, sino todo lo contrario, las pesadillas pueden llegar a límites extremadamente dolorosos.
Las claves para ganar el cielo
Es evidente que evitaremos las pesadillas si nuestra alma no guarda experiencias desagradables, dolorosas, injustas o violentas por causa de nuestro mal comportamiento, porque no creemos que existan el desfasado infierno de la teología. Todas esas imágenes violentas y las personas que odiamos, hemos agredido o violentado aparecerán frecuentemente en nuestras pesadillas.
Pero también podemos convertir la muerte en un viaje a una mejor vida, porque tengamos sueños felices donde aparecerán las personas que hemos amado o unas amistades leales y afectivas, y la posibilidad de reencontrarnos con familiares o amigos ya fallecidos,
Jesucristo, un buen ejemplo a imitar
No cabe la menor duda de que el personaje histórico de Jesucristo es un buen ejemplo a imitar. No solo no hay en
su biografía ningún pasaje que muestre odio por nadie, sino que sabiéndose injustamente condenado, antes de expirar perdona a sus verdugos.
Resumen
He probado que después de expirar pasaremos a otra vida en la que formaremos parte de un largo sueño, sin que la mente pueda controlarlo. Todas las imágenes que hayamos visto serán reales y pueden causarnos felices sueños o dolorosas pesadillas. Para librarnos de los sueños negativos tenemos que “limpiar” el alma de odios o rencores, reconciliándonos con nuestros enemigos y que no nos sean indiferentes las imágenes de dolor y de violencia, haciendo cuanto esté en nuestras manos para evitarlas.
en berlin, 7.1.2025
Alí Hassan era un comerciante árabe, de origen sirio, que tenía una modesta tienda de alfombras en la populosa Oranienstraße, en el scorazón de del barrio de Kreuzberg. Era un buen devoto musulmán, rezaba sus oraciones diarias, respetaba las prohibiciones y cumplía escrupulosamente con la vigilia del Ramadán.
Por aquellas ironías del destino, su vecino comercial era un ruso moscovita, Vladimir Ivanoff, especializado en arte ruso e iconos, fiel cristiano de la iglesia ortodoxa, adorador del Espíritu Santo, devoto de la Virgen María, respetuoso con su patriarca, conocedor de una veintena de himnos religiosos que cantaba con su voz grave y profunda en su iglesia ortodoxa de Berlín.
Pese a las diferencias religiosas y sus dispares costumbres, tenían algo en común, el gusto por una buena taza de té con hojaldres turcos que les servía de la repostería una manzana más arriba. En ocasiones, si no estaban muy atareados, compartían una humeante taza de buen té amenizada por una reñida partida de ajedrez.
—Querido Alí, el ajedrez es un juego pensado para los rusos. No porque seamos más inteligentes que los árabes, pero somos más calculadores y astutos.
—No hay pueblo más hábil para el cálculo que el árabe, no en vano fuimos nosotros los que inventamos los números.
Rivalizar entre sus respectivas culturas y religiones era algo más que una cuestión personal, pues cada uno de ellos se sentía el representante en este mundo de Alá y el Dios de los cristianos.
Alí Hassan tuvo una mala racha en su negocio de alfombras, que cada vez eran más caras y más escasos los clientes amantes de las alfombras persas anudadas primorosamente a mano, y las deudas y apremios le amargaron algo el carácter. Finalmente el banco y sus acreedores amenazaron con llevarle ante el juzgado y su negocio estaba en el aire.
Vladimir no estaba al corriente de su situación económica, pero Alí perdía las partidas con demasiada facilidad y apenas se concentraba. Finalmente quiso saber la razón de su distracción y hasta arranques de mal humor y consiguió de Alí una sincera confesión:
—¡Los negocios van mal, Vladimir! Vendo alfombras demasiado buenas y caras para los tiempos que corren. Si no sucede un milagro tendré que cerrar. Pero Alá es justo y yo soy un buen musulmán, estoy seguro de que no me abandonará.
Tampoco el negocio de Vladimir era nada especial, pero a diferencia del de Alí, supo adaptarse a los tiempos y hacerse con piezas de escasa calidad, pensadas sobre todo para los turistas, que sumado a una vida casi de anacoreta, le había permitido una respetable posición. Lo consultó con la almohada y tomó la decisión de ayudar a su amigo pero en secreto. De manera que a través de un amigo hizo que le comprara la mejor alfombra que tuviera, sin escatimar en el precio. Hecha la operación, Alí se presentó en su tienda sonriente y feliz.
—¡Ya te lo dije, Vladimir, que Alá no podía abandonar a un buen creyente! Acabo de vender la mejor alfombra que tenía en la tienda por 2.500 euros, y sin regatear. ¡Ha sido un milagro! ¡Alá sea loado por acordarse de este modesto creyente!
Pero Vladimir tenía su propia opinión que obviamente se calló: «Bendito sea el Dios de los cristianos que es misericordioso y bueno, y ha inspirado mi caritativa acción». Y así quedaron las cosas.
Alí pagó algunas deudas y el negocio se recuperó con la llegada del invierno.
Una fría mañana de enero Alí se extrañó de ver la tienda de Vladimir cerrada en un sábado por la mañana, el mejor día para los turistas extranjeros que visitaban su tienda. Alí sabía que su amigo padecía del riñón, pues no podían terminar una sola partida del ajedrez sin vaciar la vejiga varias veces, pero no parecía que fuera tan grave como para impedirle atender sus negocios. Preocupado, llamó a su domicilio y le comunicaron la notica: había sido ingresado en urgencias porque era necesaria un operación de riñón, de la que no quiso escuchar los detalles, pues sin pensárselo dos veces, cerró su propia tienda y acudió al hospital.
—¡Querido Alí, hoy no podremos hacer la partidita! Pero ¿por qué te has molestado? ¡Te lo agradezco igual! Anda vuelve a tu tienda, que no están los tiempos como para perder ventas.
—¿Qué dicen los médicos?
—Lamentablemente no pueden operar; no tienen sangre como la mía. ¡Soy un ruso raro, Alí, no hay dos como yo!
Alí Hassan se despidió de su amigo preocupado por la situación, porque él no entendía de esas cosas. En el pasillo del hospital se cruzó con el facultativo que lo atendía y quiso saber con certeza la situación de su amigo.
—¡No hay sangre de su grupo, no podemos operar!
—¿Cómo se sabe eso de la sangre? ¿No podría servir la mía?
—Podemos hacerle un análisis, quién sabe... no se pierde nada por intentarlo.
Dio la casualidad de que compartían el mismo tipo sanguíneo y Alí proporcionó la sangre necesaria para que la operación se pudiera realizar.
Una semana después, débil y demacrado, Vladimir volvió a su tienda y lo primero que hizo fue visitar a su amigo para darle la buena nueva.
—¡Ya estoy como un toro, amigo Alí! ¡Pero no es gracias a los matarifes, sino a la misericordia de mi Dios, que hizo el milagro de encontrar un donante en el último instante! ¡Es un verdadero milagro que siga vivo!
Pero Alí Hassan tenía otra opinión, que obviamente también se reservó: «Loado sea Alá y su infinita sabiduría que me ha dado el valor para atender a un buen amigo».
Meses después ambos amigos seguían polemizando sobre el valor superior de sus respectivas religiones, pero por la buena amistad que les unía, nunca revelaron sus respectivos secretos