JAIME DESPREE
Relatos celestiales
Relatos CAPÍTULOS
. 1. Hermann en el Purgatorio 2. Crónica de las guerras celestiales 3. Yo, Adán, mis memorias del Paraíso 4. Historia del fin del mundo 5. Entrevista con los 4 Jinetes del Apocalipsis Donate

1. Hermann en el Purgatorio Cuando les diga dónde me encuentro seguramente que pensarán que estoy loco, o que he fumado marihuana. Todavía peor, que he tomado algún poderoso alucinógeno, como LSD, o, tal vez, que por equivocación he comido algún hongo venenoso que me ha producido visiones raras. No he hecho nada de eso, y ni siquiera puede decirse que tenga un carácter propicio para las alucinaciones, más bien sucede todo lo contrario: soy de carácter realista, sobrio y racionalista. Me considero poco menos que ateo y no dejo que me dominen las emociones. Tampoco puede decirse que tenga una exaltada imaginación, y mi edad no es como para que mi mente me juegue estas pasadas. Pero, incomprensiblemente, aquí estoy, y ni siquiera sé cómo he podido llegar hasta este tenebroso lugar. Solo recuerdo que estaba cómodamente sentado en mi sillón, leyendo un complicado libro de metafísica, pues ya he dicho con anterioridad que soy racionalista y, por tanto, aficionado a la filosofía, saboreando una humeante taza de café, cuando de pronto se apagaron las luces de mi apartamento y me quedé completamente a oscuras. Reaccioné con absoluta calma. Primero esperé unos instantes, convencido de que era un apagón temporal. Después dejé el libro, me relajé, y reflexioné sobre los complicados razonamientos de lo que acababa de leer. Como no podía sacar mucho en claro, me levanté y, a tientas, llegué hasta la cocina, no sin tropezar con la mesita del salón. Sabía que en un cajón guardaba una pequeña linterna, pero revolví los trastos que contenía sin dar con ella. Esto me frustró y hasta consiguió ponerme de mal humor, poco habitual en mí. Me resigné a quedarme a oscuras mientras durase el apagón, y, no sin tropezar nuevamente en la mesita del salón, volví a mi sillón. Allí estuve esperando que volviera la luz, ¡pero no volvió! Apenas habían transcurrido un par de minutos cuando tuve la alarmante sensación de que el sillón se desvanecía y no sentía su contacto. Instantes después fueron apareciendo, primero con palidez, pero enseguida con un extraordinario brillo e intensidad, millones de estrellas, que formaban galaxias y constelaciones. Y ahí estaba yo, flotando en el espacio, en medio de una tenebrosa oscuridad, iluminada tan solo con el pálido brillo de las estrellas, sin tener la menor idea de lo que me había sucedido, y por qué me encontraba en aquel extraordinario lugar. Tenía la sensación de haber perdido el cuerpo, porque no sentía ni frío ni calor, solo una extraña sensación de neutralidad y bienestar. Pero, como empezaba a temer, era evidente que no me había convertido en un espíritu, sino que permanecía aparentemente íntegro, tal y como estaba sentado en mi sillón. Podía caminar como si andase sobre el agua, sin tener la sensación del suelo; podía moverme, cambiar de posición, ponerme boca abajo o en posición horizontal, porque en realidad no tenía ninguna referencia para poder establecer cuál era mi posición. Mirase hacia donde mirase, solo había un inmenso espacio tenebroso, lleno de brillantes y espectaculares galaxias, porque desde el extraño lugar en que me encontraba, se podían ver en todo su esplendor sus masas y vapores de tonos azulados, púrpuras y rojos, en formas espirales y otras más deformes y caprichosas. Si me hubiera aplicado más en el colegio en el estudio de la astronomía seguramente que podía haber reconocido alguna de estas galaxias, sobre todo la Vía Láctea, y hubiera podido hacerme una idea siquiera aproximada de dónde me encontraba, pero en mi primer aturdimiento no llegué a reconocer ninguna de ellas, así es que estaba completamente perdido y desorientado. No sentía vértigo, porque no tenía la sensación de que pudiera precipitarme hacia ningún lugar en concreto. No había a mi alrededor nada sólido, ningún planeta, satélite o incluso meteorito sobre el que pudiera caer. Era como flotar dentro del agua, pero sin sentir su humedad. Intenté sacar alguna razonable conclusión y enseguida comprendí que simplemente me había quedado dormido, y me encontraba en medio de una pesadilla. Reaccioné con cierta energía, intentando despertar, porque la situación no era precisamente agradable, pero todo fue inútil. Supuse que había entrado en un sueño profundo del que me costaba despertar y que solo era cuestión de tener paciencia y dejar que transcurriera aquel mal sueño y ver hasta que más situaciones absurdas me llevaría. Pasaron lo que tal vez fueran varias horas, porque tampoco tenía una clara sensación del tiempo, y, cosa extraña para ser un sueño, pues flotando en medio de aquella nada ¡finalmente me quedé dormi?"""""""Mm.m —¡Señor, señor; despierte señor! Alguien, con una extraña voz aguda pero apagada, me estaba zarandeando. Me desperté convencido de que mi pesadilla había concluido, y volvería a encontrarme en mi confortable apartamento de Berlín, y antes de hacerme cargo de la situación me prometí a mí mismo que jamás volvería a leer un libro de metafísica, al que culpaba de aquel mal sueño. Pero no fue así y Berlín tendría que esperar. La pesadilla continuaba y seguía suspendido en ninguna parte, rodeado del mismo tenebroso espectáculo abismal. A pesar de la oscuridad pude distinguir a quien me había despertado y, aunque siempre he tolerado a la gente rara, este individuo me provocó un instintivo rechazo. Era un enjuto anciano, encorvado y tembloroso, vestido con lo que parecía un jubón como los que había visto en algunos grabados m.mm MM"MMm""..,",,,,,; del siglo XV ó XVI, de un color pardo indescriptible, ceñido con un grueso cordón anudado en la cintura. Los calzones le llegaban hasta la rodilla y cubría sus esqueléticas pantorrillas con unas medias blancas, pero oscurecidas seguramente por la suciedad. Se cubría la cabeza con un pequeño gorro de fieltro, tan descolorido como los demás vestidos, con el que cubría un cráneo blanquecino, mientras que sus escasos cabellos se confundían con una larga barba canosa y apelmazada que le llegaba hasta la cintura. Pero, a pesar de su estrafalario aspecto, su mirada era bondadosa y sus movimientos eran lentos y temblorosos, por lo que, pese a su horrible aspecto, me sugerían que se trataba posiblemente de una buena persona. No he mencionado que cargaba con un enorme saco, donde al parecer debía guardar algo de gran valor, porque ni siquiera se molestó en descargarse de él, que, por otro lado, tampoco había ningún lugar donde dejarlo. — ¿Tiene algo que no le sirva que pueda darme? —me preguntó sin esperar a que hiciéramos algún tipo de presentaciones. Pero yo no quise desaprovechar la inesperada presencia de aquella extraña persona para indagar en dónde me encontraba, y me salieron un torrente de preguntas apresuradas y sin demasiado orden: — ¿Pero, dónde estamos? ¿Quién es usted? ¿Por qué flotamos en el espacio? ¿De dónde diablos ha salido usted? No es más que una pesadilla, ¿no es verdad? El anciano no pareció inmutarse, y como si no me hubiera escuchado, insistió en su demanda: — Puede darme cualquier cosa, ya veré después para qué me sirve. Sin embargo yo insistí: — Pero, dígame al menos quién es usted y de dónde ha salido. — Ah, quiere saber eso. Pero ¿es que no lo ve? ¡Soy un pobre anciano que se gana la vida mendigando por ahí! ¿Qué más quiere saber? Ah, sí; dónde estamos, ¡y qué sé yo; pregúntele a alguien que tenga más cultura que yo! Pero, algo tendrá que no le haga falta. ¿Por qué no me da sus zapatos? Aquí no son necesarios los zapatos. Era evidente que no sacaría nada en claro con aquella conversación, pero no me resignaba a desaprovechar aquella oportunidad para aclarar en alguna medida mi absurda situación. — Está bien, está bien; le daré mis zapatos si me contesta a una última pregunta, a fin de cuentas en las pesadillas uno puede regalar los zapatos y lo que le de la gana, porque no es más que un mal sueño y ya está. Pero, dígame al menos cómo se llama y de qué lugar procede. — Le agradeceré que me de sus zapatos, pero me es imposible contestar a su pregunta. Hace tiempo que lo he olvidado. Solo recuerdo al soldado que me clavó la lanza en el pecho, ¿quiere ver la herida? Era un maldito mercenario católico del Anticristo, en mala hora nacido, del emperador Carlos, pero no me pregunte más. ¿Me dará ahora sus zapatos? — ¿El emperador Carlos? ¿Se refiere usted a Carlos V? El viejo hizo un gesto de asco e intentó escupir sin que le saliera saliva. — ¡El mismo bastardo! Entonces aquel viejo andrajoso debía tener cerca de quinientos años, ¡y estaba muerto! ¿Y yo, no estaría también muerto? Como pesadilla había llegado muy lejos. Normalmente en otros malos sueños anteriores solía despertarme cuando estaba en riesgo mi vida, bien porque fuera a ser atropellado, por caerme por un precipicio o ser violentamente atacado por alguien. Pero ahora había sufrido el mismo sobresalto y agitación emocional, pero ¡no me había despertado! — Entonces… está usted muerto, y yo debo estarlo también. El viejo no me sacó de dudas ni parecía haber escuchado, e insistió una vez más en sus ruegos: — Ya le he dicho todo lo que sé, y usted me ha prometido que… — Esta bien, le daré mis zapatos, ¡maldita la falta que me hacen ya si estoy muerto! El viejo parecía complacido y con extrema dificultad se descargó del enorme saco, para poder meter en él mis zapatos. Aunque sabía que resultaría inútil, me atreví ha hacerle una última pregunta. — Pero, por el amor de Dios, ¿qué lleva usted en ese saco? — Ya se lo he dicho, cosas ccon las que me gano honradamente la vida. — ¿En un sitio como éste? — En cualquier parte es preciso ganarse la vida. — ¡Pero usted está muerto! — ¿Muerto yo? ¡Qué absurdo! Harían falta cien picas como las que me atravesó el pecho para acabar conmigo. — Entonces yo… — Si ha prometido darme sus zapatos, no me haga perder más tiempo. Sin duda que el viejo estaba perturbado y no era consciente de su estado. Lo peor era que yo mismo estaba a punto también de perder el juicio. Era preciso que intentara calmarme, darle mis dichosos zapatos, y que me dejara solo para tratar de reflexionar sobre aquella extraña situación, si eso era posible. — Gracias, y que Dios se lo pague. Apenas me dio las gracias, metió mis zapatos en el saco, se lo cargó de nuevo sobre sus encorvadas espaldas y, con paso inseguro pero decidido, vi como se alejaba hasta perderse en las tinieblas.aque viejo misterioso me dejó sumido en una angustiosa confusión mental por mis frecuentes ardores, que ya debería de haber acudido al médico para salir dedudas de una vez. Pero eso no es causa de muerte. Es cierto que abuso de la mostaza en las salchichas, pero es superior a mis fuerzas el evitarlo. Puede que abuse también del café y fumo más de lo que desearía yo mismo , pero me falta voluntad para dejarlo. A lo mejor sin yo saberlo mi corazón estaba debilitado. O tal vez tenía la tensión muy alta y he padecido un infarto, pero la última vez que me la tomaron parecía normal. Además, estas cosas no suceden así por las buenas; tendría que haber tenido algún síntoma previo; unas palpitaciones; un dolor en el pecho, ¡algo, digo yo! Pero anoche me encontraba perfectamente bien, tan solo sucedió aquel inesperado apagón, y si no me hubiera tropezado con la mesa podría pensar que quien se levantó en busca de la linterna era ya un espíritu. Pero tropecé dos veces, así es que todavía estaba vivo. Y después, todo sucedió rápidamente. ¿Sería entonces cuando me sobrevino la muerte de forma súbita e insensible? ¡No es posible; no, eso no ha podido sucederme a mí! — Lamentablemente sí te ha sucedido. Tuviste en efecto una muerte súbita cardiaca. — ¿Quién…? — No preguntes quién te habla, porque no puedo responderte. Te hablo a través$ de tu conciencia. Empieza a hacerte la idea porque estás muerto y no eres más que un anticuerpo, el espectro de lo que eras físicamente en el momento de tu muerte. Tal vez lo entiendas mejor si te digo que estas compuesto de anti-materia. Una materia sutil previa a la energía. Eres similar en todo a lo que eras en el instante de tu muerte, excepto que ahora careces de sensaciones, porque eres todo espíritu y mente; es decir, tienes plena conciencia del bien y del mal, pero careces de sensibilidad. Como deseas saber donde te encuentras, no te sorprendas si te digo que estás en el purgatorio, un espacio intermedio entre el cielo y la tierra. Algo, que no es tan grave como para merecer el infierno, debe pesar sobre tu conciencia cuando no ) $has ido directamente al cielo. No te alarmes, de aquí se puede salir, pero alguien tiene que ayudarte para que puedas librarte del sentimiento de culpa de tu conciencia. No obstante, te prevengo que esto puede llevarte años o tal vez siglos. Aquí el tiempo es cósmico y mil años es un periodo relativamente breve de tiempo. — ¡De modo que estoy muerto! — Desgraciadamente, así es. — Y tú eres la voz de mi conciencia. — Cierto. $)— Y estoy en el Purgatorio. — Al menos por el momento, aquí estás. — Por alguna falta cometida que todavía pesa en mi conciencia. — Esa es la razón. — Pero ¿qué falta es esa, si puedo saberlo? — Eso es cosa tuya el averiguarlo, para eso tienes la conciencia. — Pero yo habré cometido miles de faltas en el transcurso de mi vida, ¿cómo saber cuál de ellas es la causa de que me encuentre en el purgatorio? — Solo tú mismo tienes la respuesta. Ahora tendrás tiempo de sobra para averiguarlo. El cielo puede esperar. — ¿El cielo? Pero ¿qué es el cielo? — Lo sabrás tan pronto como te libres de tu culpa. — Para ser la voz de mi conciencia, no eres muy habladora. — Adios, Hermann. — ¿Cómo sabes mi nombre? — Recuerda que soy tu conciencia. Lo supe desde el mismo día en que lo supiste tú. ¡Suerte en tu largo viaje, Hermann. Recuerda: solo alguien que te ayude puede sacarte de este lugar. La voz de mi conciencia no dijo nada más, y me dejó sumido en una angustiosa perplejidad. Entonces me asaltaron cientos de imágenes y pensamientos que me deprimieron todavía más. Si realmente estaba muerto, ¿quién descubriría mi cadáver? ¿Se inquietarían mis colegas de la biblioteca y vendrían a mi apartamento para interesarse por mí? Por suerte dejé una copia de mi llave a la encargada del edificio y no tendrán que tirar la puerta abajo. Bueno, al menos mis pobres padres ya fallecidos se ahorrarán este disgusto. Y ¿dónde me enterrarán? Seguro que me incinerarán y arrojarán mis cenizas al contenedor de las basuras del crematorio. Pero ¿y mi cuenta del banco? ¿Quién se quedará con mis ahorros? ¿Y qué pasará con mi cuenta de correo electrónico? Nadie más que yo conoce la clave. Debí apuntarla en algún sitio fácil de encontrar. ¿Se extrañarán mis más de ciento cincuenta amigos de Facebook de que ya no postee? ¿Quién de ellos dará la noticia de mi muerte, y qué dirán en sus comentarios? ¡Menos mal que, al menos, no tengo cuenta en Twitter! Pero, ¿en qué estoy pensando? ¡Me acabo de morir y me preocupo por esas estúpidas nimiedades! Debo calmarme, afrontar los hechos, despreocuparme de cuanto he dejado atrás, y concentrarme en mi salvación. ¡Estas tinieblas son insoportables! ¿Cómo voy a vagar por esta tenebrosa oscuridad durante mil o dos mil años? ¡Ni siquiera podré tener la noción del tiempo! Aquel viejo loco lleva aquí ya casi quinientos años y sigue igual que el día de su muerte, convencido de que sigue vivo. Aquí no hay días ni noches; no hay un tiempo para la vigilia y otro para el sueño. Entonces, ¿cómo voy a hacerme una idea del paso del tiempo? Pero ¿quién puede ayudarme a salir de aquí, y qué tiene que hacer por mí? Mi conciencia está ofuscada y no puedo pensar con claridad, es mejor dejar descansar la mente y no pensar en nada, en nada en absoluto. ¿No es absurdo estar muerto y seguir pensando? 4 Durante unos instantes logré librarme de mis angustiosos pensamientos concentrando mi atención en la contemplación de una de las galaxias más espectaculares que tenía a la vista. Tenía una forma en espiral, pero con irregularidades. El centro era de un blanco intenso y brillante, y a medida que se expandía los tonos iban cambiando del rosáceo al violeta, y los jirones de densas nebulosas de los extremos eran de color azul pálido. Probablemente la leve claridad que me iluminaba provenía principalmente de aquella fantástica galaxia. Me hubiera gustado conocer su nombre, seguramente que era familiar entre los astrónomos de la tierra. Cuando había logrado calmar mis excitados ánimos con aquella extraordinaria visión, volvió a sobresaltarme porque creí ver, perfilándose en el resplandor de la galaxia, una figura humana, e instantes después no salía de mi asombro al encontrarme frente a una joven ataviada al estilo de las antiguas campesinas alemanas, con una camisola blanca y un corpiño rojo con primorosos bordados; unas largas sayas hasta los tobillos, cubiertas con un delantal. Llevaba sus pequeños pies descalzos. Tal vez no tendría más de veinte años, de larga cabellera rubia hasta la cintura, que recogía en dos largas trenzas, y cubría con una cofia blanca, sujeta con un broche probablemente de plata en forma de rosa con los pétalos abiertos. Sus facciones eran agradables pero tristes. Pero lo más asombroso era que llevaba en cada mano uno de mis zapatos, los que le había regalado al viejo loco hacía apenas unos instantes. Se acercó a mí con cierta timidez y embarazo, y alargándome los zapatos me dijo: — Tenga, señor, sus zapatos. Mi abuelo no debió pedírselos, y usted fue muy bueno al dárselos. — ¿Su abuelo? ¿Aquel viejo chiflado es su abuelo? — Así es, señor. Pero no está chiflado, solo algo confundido. Eso es todo. Bueno… adiós, señor, y le pedimos disculpas, pero ahora tengo que volver con mi abuelo. Con cierta indecisión, como si esperase que yo la retuviera, se dio media vuelta y pude ver una horrible herida en su espalda, que le desgarraba parte del vestido. Entonces comprendí que tal vez el viejo y ella murieron por las misma causa, traspasados por la picas de los mercenarios católicos de Carlos V. — ¡Espere, espere! No se vaya sin decirme quién es usted y como ha llegado hasta aquí. — ¿Qué quiere que le diga? No puedo entretenerme mucho. Mi abuelo ya me estará echando de menos. — Solo desearía saber cómo…, cómo…, quiero decir, ¡cómo ha muerto usted! — Ah, eso. A mi abuelo y a mí nos mataron los católicos el mismo día. Yo trataba de huir, corrí cuanto pude, pero me clavaron una lanza por la espalda. No fallecí en el acto, y pude arrastrarme hasta donde estaba mi abuelo, que intentó socorrerme. Entonces el mismo soldado lo mató despiadadamente a él también, clavándole la lanza en el pecho cuando me sostenía en sus brazos… — ¡Malvado! — Sí, eran muy crueles estos mercenarios católicos. — Entonces, ¿son ustedes protestantes? — Sí señor; luteranos, y solo por eso nos mataban. — ¿Y dónde sucedió? — Vivíamos en la hermosa ciudad de Magdeburgo. — Ah, fue durante el sitio de Magdeburgo. — Sí señor; lo arrasaban todo. Mataban niños, mujeres y ancianos, sin ninguna clemencia. ¡Y se decían cristianos! Ambos permanecimos unos instantes en silencio, sobrecogidos por la imagen de aquellas horribles matanzas. — Fue algo espantoso, sin duda… — ¿Fue? ¿Es que los católicos ya no matan a los protestantes? — ¡Por supuesto que no! Hace siglos que viven en paz unos con otros. — ¿Es cierto eso? ¡Mi abuelo debería saberlo! Es una gran noticia y puede que le devuelva el juicio. — Según parece él todavía no es consciente de que está muerto. — Eso es lo malo. Cree que está vivo y sigue con su rutina, como si estuviera en Magdeburgo. Sabe, recogía cosas que la gente le daba por inservibles y las vendía en el mercado. Así sacaba algunas monedas que ayudaban en casa. Yo estaba empleada de criada en casa del Burgomaestre, ¡Una buena persona, que los católicos debieron matar también! — ¿Y sus padres? — Murieron durante la última epidemia de peste. Ahora seguro que deben estar en el cielo. Si pudiera convencer usted a mi abuelo, podría dejar este horrible lugar y subir también al cielo. En el fondo es una buena persona, pero está lleno de odio contra el emperador. — Si lo cree así, puedo intentarlo. — ¿Hará eso por mí? ¿De verás lo intentará? — Claro; por supuesto. No me cuesta nada. La pobre criatura se frotó las manos llena de júbilo, y, por primera vez desde que la conocí, vi una sonrisa en sus labios y su expresión se hizo más graciosa y juvenil. — ¡Espere aquí, no tardaremos ni un minuto! — Dime antes como te llamas. — Eloísa; eso creo, porque así me llama mi abuelo. Y se perdió en las tinieblas por las que había aparecido. Por un momento pensé que aquella dulce criatura nunca había estado allí y que había sido una aparición causada por mi alterada conciencia, que, desde que me lo advirtiera su voz, buscaba desesperadamente alguien que me ayudara a salir de aquel purgatorio. Pero cuando vi que tenía mis zapatos en la mano me alegré, porque era la prueba de que aquella joven había estado allí, y seguramente volvería con el abuelo, tal y como me había prometido. La paradoja es que iba a ser yo quien ayudara a alguien a salir de aquel tenebroso lugar. 5. Se hizo de nuevo un pavoroso silencio, aunque por instantes creí percibir un extraño sonido, como si fueran las notas agudas de un órgano, con cierta armonía, pero sin que formara una frase musical concreta. Era un tono monótono, a veces mas grave y otras más agudo. El sonido era agradable y solemne, pero al mismo tiempo aterrador, porque parecía provenir de las galaxias. A veces se desvanecía totalmente y reinaba el más absoluto silencio. ¿Tendría que escuchar aquella música espectral los mil o dos mil años que permaneciera en aquel purgatorio? Por suerte la llegada del viejo y la joven Eloísa me sacaron de aquella angustiosa suposición. — Señor, dígale a mi abuelo lo que me ha dicho a mí. A usted debe creerle. El viejo me observaba incrédulo, pero parecía inquieto y expectante. Yo traté de hablar con aplomo y ser lo más convincente posible. La joven empujó suavemente al anciano para que se acercase más a mí y le descargó de su voluminoso saco. — Es cierto, señor, y debe creerme. Hace años que los católicos y los protestantes conviven juntos en paz y armonía. — No puedo creerlo; usted debe ser católico y trata de engañarme, pero yo no renunciaré a mi fe, ¡antes prefiero mil veces la muerte! — ¡Abuelo, no sea tan obstinado! — le recriminó la joven. — Ya no hay guerras religiosas en Alemania. ¡Carlos V ha muerto, y sus sucesores también! — ¿El emperador ha muerto? — ¡Completamente! ¡Hace ya casi cinco siglos! — Pero, ¿quién es usted, y por qué sabe todo eso? ¿Es un emisario de la Liga protestante? — No, no; de eso hace ya muchos años. Pero yo también estoy muerto. Lleva usted mucho tiempo en este purgatorio y yo acabo de llegar del mundo de los vivos. Las cosas han cambiado mucho en el mundo desde que usted está muerto. — Debe creerle, abuelo, se lo dice con buena intención. Este señor no quiere herirle. Es una buena persona; ¡le regaló sus zapatos! — intercedió nuevamente la joven. El viejo pareció afectado, como si mantuviera una profunda lucha interior. Cambió una interrogante mirada con su nieta y ella hizo un enérgico gesto de afirmación con la cabeza. — Entonces, estoy muerto, y de nada me sirve recoger cosas inservibles por ahí… — No, abuelo, ya no le sirve de nada; ya nunca podrá venderlas en el mercado. Todo ha terminado para nosotros. Ahora solo nos queda ganar el cielo, y este buen hombre puede ayudarnos. El viejo permanecía confuso. Le temblaban las pantorrillas y seguía intercambiando angustiosas miradas con su nieta. Por fin me pareció que había aceptado los hechos, porque se acercó a su nieta, estrechó su mano, y exclamó desolado: — Entonces, aquel soldado nos mató a los dos el mismo día… — Sí, abuelo. — ¡Y tú lo has sabido todo este tiempo! — Muchas veces he intentado convencerle, pero usted se obstinaba. El anciano parecía sereno y resignado. Se volvió hacia mí y me preguntó si sabía como había muerto el emperador. — Enfermo y cansado de pelear contra todos los príncipes de Europa se retiró a un monasterio en España… — ¿Se hizo monje ese Anticristo? — Oh, no; en absoluto. Él siguió siendo el mismo arrogante y fanático personaje de siempre, como todos los Habsburgo de aquellos tiempos. Pero en sus últimos años la gente le perdió el respeto. Incluso los monjes y lugareños del monasterio le hacían la vida imposible. Ni siquiera el hijo le tenía mucho respeto. — ¿El joven Felipe? — Sí, el mismo. Finalmente falleció después de una dolorosa agonía, víctima del paludismo, aunque desde muy joven ya padecía de la dolorosa enfermedad de la gota, tan frecuente entre los príncipes de entonces. — ¡Dios le castigó! — En sus últimos días debió padecer de grandes remordimientos, porque prácticamente perdió el juicio. Hizo que los monjes del monasterio celebrasen sus exequias mientras estaba todavía vivo y permanecía dentro de su propio ataúd. — Ha debido ir directamente al infierno — me interrumpió la joven. — ¡Sin duda alguna! — ¿Y qué sucedió después? — Desgraciadamente su hijo Felipe no se comportó mejor que él, y provocó una larga guerra entre católicos y protestantes. Pero finalmente se firmó un acuerdo de paz por el que se decidió que el norte de Alemania profesaría mayoritariamente el protestantismo y el sur el catolicismo, pero con libertad religiosa en ambas partes. Hoy las iglesias católicas y protestantes están unas al lado de las otras y las dos confesiones conviven pacíficamente. — ¡Alabado sea Dios! — exclamó el viejo, y después pareció sumirse en una profunda reflexión. — ¡Yo le perdono! Si Dios ya le ha castigado, yo debo perdonarle, pues el Señor nos dijo que debíamos perdonar a nuestros enemigos, y yo no tengo más enemigo que el emperador. Lo que sucedió inmediatamente después fue asombroso. El anciano pareció caer en un beatífico estado de trance. Su tenue figura empezó a desvanecerse al tiempo que adquiría un leve resplandor, que fue en aumento hasta que se convirtió en una pequeña luz blanca de una deslumbrante intensidad, que nos iluminó como si se tratará de una diminuta estrella. Un instante después de esta extraordinaria metamorfosis, la luz fue vertiginosamente absorbida en dirección a la gran galaxia blanca que lucía sobre nuestras cabezas, y supongo que fue a fundirse con ella. ¿Era aquello el cielo de que habló mi conciencia? 6. Después de aquel extraordinario suceso, la joven Eloísa parecía estar profundamente conmocionada. Como si el extraño desvanecimiento de su abuelo la hubiera alegrado, pero al, mismo tiempo, entristecido. Parecía como si no fuera capaz de poner orden en su conciencia. Cambió una expresiva mirada conmigo, esperando que yo le diera una razonable explicación. Pero yo me encontraba en su misma situación, y tampoco sabía cómo debía reaccionar. Me preguntaba qué sentido tenía la vida para, después de esforzarnos por mantener nuestra conciencia limpia de remordimientos y de pasar por el amargo trance de la muerte, terminar convertido en una diminuta porción de energía y ser atraído por una estrella, contando, claro está, con no pasar previamente por el penoso purgatorio. No tenía mucho sentido espiritual, pero si había sucedido debía ser así. Por otro lado, la expresión final del anciano parecía serena y feliz, como si estuviera experimentando una beatífica paz espiritual, sin duda un sentimiento lógico para quién se prepara para subir al cielo. Entonces, ¿la energía misma es el cielo y la causa de la felicidad? ¡Qué decepción para los teólogos! — Creo que su abuelo ha subido al cielo — me atreví a sugerir, no sin tener serias dudas sobre el sentido de aquel fenómeno. — ¿Lo cree usted? — Sin duda; cuando se desvaneció parecía muy feliz. — ¿Y se reunirá con mis padres? — Así debe ser. — Es extraño, yo esperaba que subir al cielo era algo distinto. — ¿Cómo lo esperabas? — No sé muy bien, pero tendría que haber aparecido algún ángel y habérselo llevado con él, porque los ángeles deben saber el camino del cielo… — Sí, hubiera sido más poético y espiritual, pero los seres humanos tenemos demasiada imaginación. Las cosas deben ser más simples en la realidad. — Entonces mi pobre abuelo descansa ya en paz. — Eso creo. — Sabe, yo también creo que sea así, y le doy encarecidamente las gracias por su ayuda. De no haber sido por usted sabe Dios el tiempo que hubiéramos permanecido todavía en esta oscuridad. Ahora yo también podré irme y descansar en paz, junto a mi familia; sí, por fin nos reuniremos todos otra vez… Al escuchar sus deseos sentí una indescriptible amargura, porque, a pesar del poco tiempo que hacía que la conocía, ya sentía un paternal afecto por aquella dulce criatura. Además, me aterraba la idea de volver a estar solo en aquel pavoroso abismo. Tal vez inconscientemente había creído que ella era la persona que me ayudaría a salir del purgatorio, como me había advertido la voz de mi conciencia. Y si fuera así, ¿qué sería de mí si ella se desvanecía también? Creo que me comporté como un auténtico egoísta que no merecía salir de aquel lugar, y le comuniqué mis temores sin pensar en su propia salvación. — ¡Por favor, Eloísa, no te vayas! Ahora soy yo quién necesita tu ayuda. — ¿Mi ayuda? Pero, ¿qué puedo hacer yo por usted? — No lo sé; no estoy seguro. — Si puedo ayudarle lo haré, pero yo… — ¡Hechas de menos a tu familia! — Sí, señor, pero también siento cariño por usted. Dígame lo que debo hacer y lo haré encantada. He pasado tanto tiempo en este lugar que un poco más no tiene importancia. Sentí que mi conciencia se retorcía dentro de mí espíritu, y por aquel chantaje merecía ir directamente al infierno. No era justo retenerla si no era su deseo, debería dejarla marchar. Era lo más justo y honrado. Por otro lado, no fue un gran sacrificio lo que hice por su abuelo. Pero antes de que tuviera tiempo de mostrar mi arrepentimiento, noté como su figura se iluminaba levemente. Sí, se estaba transformando en energía y pronto desaparecería como su abuelo en aquella majestuosa galaxia blanca. No deseaba que se fuera con remordimientos, y me apresuré a sincerarme. — En realidad, Eloísa, ya me has ayudado bastante al permitirme hacer una buena acción con tu abuelo. Ya puedes marchar también tú sin remordimientos. Reúnete con tu familia, que es lo que más deseas. — Me hace usted muy feliz, pero yo no le olvidaré. Rezaré por usted cuando esté en el cielo. Su querida figura se fue volviendo más luminosa, y, antes de desaparecer completamente, se quitó el pequeño broche que sujetaba su cofia y me lo ofreció. — ¡Tome, para que no se olvide tampoco usted de mí! En el cielo ya no lo necesito. Apenas cogí el broche, se desvaneció completamente y su pequeña luz ascendió rápidamente hacia la gran galaxia blanca, como instantes antes había hecho su abuelo, dejando un leve rastro luminoso en aquella tenebrosa oscuridad. Después se hizo de nuevo el silencio, y yo volví a encontrarme solo, flotando en aquel espacio desconocido, con el alma destrozada, pero con la conciencia serena, pues había hecho lo que debía y no lo que quería. 7. Pasaron unos angustiosos momentos en los que no pude apartar mi vista de la gran galaxia blanca donde, de alguna manera, Eloísa se habría ya reunido con sus seres queridos. Me preguntaba qué debería hacer yo para poder reunirme también con ellos, pero no fui capaz de encontrar en mi conciencia la falta que me retenía en aquel purgatorio. — Hermann, ya has hecho méritos suficientes para merecer también subir al cielo, pero tu hora no ha llegado todavía. Como te dije en la otra ocasión, el cielo puede esperar. — ¿Eres otra vez la voz de mi conciencia? — Tu misma voz interior. — ¿Qué quieres decir con que no ha llegado mi hora? — Por esta vez te salvarás, pero has estado muerto unos instantes. Tu corazón volverá a latir. — ¿Y todo lo que he visto y hecho ha sucedido en solo unos instantes? — Así es, el tiempo aquí es relativo. — Sabes, ahora no estoy seguro de si deseo volver a la vida. Allí abajo hay demasiadas contradicciones y tentaciones para obrar injustamente, y ahora sé lo importante que es vivir con la conciencia tranquila. — Hermann, has aprendido mucho en muy poco tiempo. — Ha sido una gran experiencia, que nunca hubiera conocido de no haber pasado por este trance. Los teólogos han escrito tantos disparates… Además, esté donde esté, hecho de menos a la joven Eloísa. — Tu joven amiga Eloísa está en el cielo. — Entonces el cielo… — Es la energía. — Y el infierno… — Simplemente la materia. — Y el purgatorio debe ser un estado intermedio. — Así es. Aquellos que mueren con mala conciencia su espectro no puede elevarse y permanece adherido a su cadáver, incluso si es incinerado. — ¡Como si fuera un zombi; un muerto viviente! — Un alma en pena, aferrada a la misma materia que tanto deseaban en vida. Y así permanecerán por siglos hasta que colapse el mismo universo, pues no tienen ninguna oportunidad de transfigurarse en energía. Pero los que fallecen con la conciencia en paz, se transfiguran inmediatamente en pura energía, lo que les produce una gloriosa sensación de felicidad y alegría. — Y los que tenemos algo pendiente con nuestra conciencia nos quedamos atrapados en este vacío tenebroso. — En efecto, pero de aquí se puede salir, del infierno no. — ¿Y eso es todo? ¿Es ése el sentido de nuestra existencia? — Así de simple y natural. Es la interacción entre el cuerpo y el alma y su conciencia, pero solo se produce entre los seres con entendimiento, los inconscientes y sin entendimiento van directamente al cielo. Solo a los humanos se nos plantea el dilema moral de juzgar nuestros actos y obrar con justicia y con moralidad. — ¡Entonces, el mundo debe de estar atestado de zombis! — Lo está, por desgracia para ellos. Sobre todo en los cementerios y sus alrededores. — Aclárame algunas cosas más. ¿Existen los ángeles? — ¡Por supuesto! Son pequeñas entidades de energía que vagan por el espacio y que eventualmente llegan a mundos habitados. — ¿Mundos habitados? ¿Hay otros planetas habitados? — ¡Millones! Casi tantos como estrellas. Rara es la estrella que no tiene alguno. — Sigue con lo de los ángeles. — Tienen la habilidad de transformarse en la imagen que le sugestiona a quien se aproxima a ellos. Por lo general son personajes bíblicos, sobre todo en la forma de una virgen o del mismo Jesucristo, pero normalmente se aparecen como seres alados, ¡de alguna manera tienen que sostenerse en el aire! — ¿Y Dios? ¿Quién es Dios? ¿Es también alguna forma de energía? — Puedo responderte a todo lo sea un fenómeno natural, pero no me preguntes a cerca de lo sobre-natural. ¡Solo Dios sabe quién es Dios, lo demás es pura fantasía! Dios es inconcebible. La conciencia no puede alcanzar una respuesta. Es una cuestión de fe. Se cree o no se cree en Él, pero no pretendas probar su existencia.. — ¡Ni en el purgatorio hay una respuesta! En fin, me resigno a volver a la vida y sus tentaciones, pero ¡ahora ya no temeré a la muerte! 8. De pronto volvió la luz a mi apartamento y me sobresaltó el agudo pitido del radio-reloj despertador que se había desprogramado. También la impresora, que había quedado encendida, se volvió como loca, tratando de estar nuevamente en línea. Era como si aquellos aparatos también sintieran que la energía que fluía por sus circuitos los vivificaba. Me desperté sin la menor sensación de dolor o molestia, y mi corazón, pasado el primer sobresalto, parecía volver a latir con normalidad. No quería que se desvaneciera los vivos recuerdos de mi experiencia en el purgatorio, pero lentamente me fui dando cuenta de la situación y empecé a dudar de que hubiera sucedido en realidad. Lo más razonable es que hubiera sido un sueño, pero al menos no debía considerarlo una pesadilla. Tenía su lección moral y algunas explicaciones interesantes. En tiempos de gran espiritualidad lo hubiera considerado como una visión, y hasta me hubiera servido para fundar una nueva religión, pero afortunadamente esos tiempos habían pasado, y este tipo de experiencias siempre tenían un razonable explicación. También se fue desvaneciendo la imagen de la joven Eloísa, e incluso me pareció simplemente un disparate que un espectro de hace casi quinientos años pudiera vagar por el espacio para desvanecerse y convertirse en una diminuta bola de energía luminosa y ser absorbida por una galaxia, y pretender, además, que aquello era el cielo. Seguramente que lo habría leído en alguna parte, y lo tenía guardado en el subconsciente. — "Pero ¿por qué un ateo como yo he soñado con criaturas que van al cielo y voces que me explican la naturaleza de los ángeles? — pensé en voz alta —. ¿Qué habrá en mi subconsciente que me causa este tipo de sueños? En adelante tengo que poner más atención en lo que leo. Nada de seres metafísicos e incorpóreos, y mucho menos lecturas teológicas, por disparatadas que me parezcan." Finalmente me convencí a mí mismo de que simplemente había sido un sueño y me había dejado sugestionar por la súbita oscuridad en que había quedado sumido el apartamento. Pero, al recordar, ya de forma imprecisa y brumosa, a la joven Eloísa, en el fondo deseaba que hubiera sido real. — "En fin, sea como sea, ha sido un buen sueño — me reconforté a mí mismo —. Ahora tendré que reprogramar este dichoso radio-reloj, y buscar otra vez todas las emisoras que tenía ya memorizadas." Pero al intentar coger el reloj, cayó de mi mano un pequeño broche de plata con la forma de una rosa con los pétalos abiertos. Todos mis cabellos se erizaron, y el corazón me latió con tanta intensidad y precipitación que por un momento creí que esta vez moriría verdaderamente. — “Entonces, ¿no ha sido un sueño, sino que ha sucedido en realidad?" — me dije angustiado. — En efecto, Hermann, ha sido real, y ahora ya sabes por qué fuiste arrojado al purgatorio. — ¡Tú otra vez! — ¡Por tu incredulidad! 2. El milagro de Kreuzberg Alí Hassan era un comerciante árabe, de origen sirio, que tenía una modesta tienda de alfombras en la populosa Oranienstraße, en el corazon de del barrio de Kreuzberg. Era un buen devoto musulmán, rezaba sus oraciones diarias, respetaba las prohibiciones y cumplía escrupulosamente con la vigilia del Ramadán. Por aquellas ironías del destino, su vecino comercial era un ruso moscovita, Vladimir Ivanoff, especializado en arte ruso e iconos, fiel cristiano de la iglesia ortodoxa, adorador del Espíritu Santo, devoto de la Virgen María, respetuoso con su patriarca, conocedor de una veintena de himnos religiosos que cantaba con su voz grave y profunda en su iglesia ortodoxa de Berlín. Pese a las diferencias religiosas y sus dispares costumbres, tenían algo en común, el gusto por una buena taza de té con hojaldres turcos que les servía de la repostería una manzana más arriba. En ocasiones, si no estaban muy atareados, compartían una humeante taza de buen té amenizada por una reñida partida de ajedrez. —Querido Alí, el ajedrez es un juego pensado para los rusos. No porque seamos más inteligentes que los árabes, pero somos más calculadores y astutos. —No hay pueblo más hábil para el cálculo que el árabe, no en vano fuimos nosotros los que inventamos los números. Rivalizar entre sus respectivas culturas y religiones era algo más que una cuestión personal, pues cada uno de ellos se sentía el representante en este mundo de Alá y el Dios de los cristianos. Alí Hassan tuvo una mala racha en su negocio de alfombras, que cada vez eran más caras y más escasos los clientes amantes de las alfombras persas anudadas primorosamente a mano, y las deudas y apremios le amargaron algo el carácter. Finalmente el banco y sus acreedores amenazaron con llevarle ante el juzgado y su negocio estaba en el aire. Vladimir no estaba al corriente de su situación económica, pero Alí perdía las partidas con demasiada facilidad y apenas se concentraba. Finalmente quiso saber la razón de su distracción y hasta arranques de mal humor y consiguió de Alí una sincera confesión: —¡Los negocios van mal, Vladimir! Vendo alfombras demasiado buenas y caras para los tiempos que corren. Si no sucede un milagro tendré que cerrar. Pero Alá es justo y yo soy un buen musulmán, estoy seguro de que no me abandonará. Tampoco el negocio de Vladimir era nada especial, pero a diferencia del de Alí, supo adaptarse a los tiempos y hacerse con piezas de escasa calidad, pensadas sobre todo para los turistas, que sumado a una vida casi de anacoreta, le había permitido una respetable posición. Lo consultó con la almohada y tomó la decisión de ayudar a su amigo pero en secreto. De manera que a través de un amigo hizo que le comprara la mejor alfombra que tuviera, sin escatimar en el precio. Hecha la operación, Alí se presentó en su tienda sonriente y feliz. —¡Ya te lo dije, Vladimir, que Alá no podía abandonar a un buen creyente! Acabo de vender la mejor alfombra que tenía en la tienda por 2.500 euros, y sin regatear. ¡Ha sido un milagro! ¡Alá sea loado por acordarse de este modesto creyente! Pero Vladimir tenía su propia opinión que obviamente se calló: «Bendito sea el Dios de los cristianos que es misericordioso y bueno, y ha inspirado mi caritativa acción». Y así quedaron las cosas. Alí pagó algunas deudas y el negocio se recuperó con la llegada del invierno. Una fría mañana de enero Alí se extrañó de ver la tienda de Vladimir cerrada en un sábado por la mañana, el mejor día para los turistas extranjeros que visitaban su tienda. Alí sabía que su amigo padecía del riñón, pues no podían terminar una sola partida del ajedrez sin vaciar la vejiga varias veces, pero no parecía que fuera tan grave como para impedirle atender sus negocios. Preocupado, llamó a su domicilio y le comunicaron la notica: había sido ingresado en urgencias porque era necesaria un operación de riñón, de la que no quiso escuchar los detalles, pues sin pensárselo dos veces, cerró su propia tienda y acudió al hospital. situación de su amigo. —¡No hay sangre de su grupo, no podemos operar! —¿Cómo se sabe eso de la sangre? ¿No podría servir la mía? —Podemos hacerle un análisis, quién sabe... no se pierde nada por intentarlo. Dio la casualidad de que compartían el mismo tipo sanguíneo y Alí proporcionó la sangre necesaria para que la operación se pudiera realizar. Una semana después, débil y demacrado, Vladimir volvió a su tienda y lo primero que hizo fue visitar a su amigo para darle la buena nueva. —¡Ya estoy como un toro, amigo Alí! ¡Pero no es gracias a los matarifes, sino a la misericordia de mi Dios, que hizo el milagro de encontrar un donante en el último instante! ¡Es un verdadero milagro que siga vivo! Pero Alí Hassan tenía otra opinión, que obviamente también se reservó: «Loado sea Alá y su infinita sabiduría que me ha dado el valor para atender a un buen amigo». Meses después ambos amigos seguían polemizando sobre el valor superior de sus respectivas religiones, pero por la buena amistad que les unía, nunca revelaron sus respectivos secretos. 2. Crónica de las guerras celestiales Recientemente he recibido un extraño correo electrónico firmado por un tal «Luzi», en el que me envía algunos datos relativamente nuevos sobre lo que sucedió en el principio de los tiempos, durante la rebelión de los ángeles y arcángeles del Paraíso celestial. Lo más significativo y novedoso no es la crónica en sí de los hechos, que tampoco tiene desperdicio, pero que me parecen interesados y partidistas, sino la descripción que hace del escenario de los acontecimientos. Dado que se trata de unas fechas remotas, he considerado que hacer público estas notas puede ser de gran utilidad para la astrofísica, y para la ciencia en general, pues habla de las características del Cielo y del Abismo, dos ideas que siguen sin estar totalmente aclaradas, así como de los confusos orígenes de la humanidad. Quiero advertir que personalmente no comparto muchas de sus opiniones, pues yo tengo las mías propias sobre estos particulares, y que por tanto si alguna persona se siente ofendida debido a sus creencias religiosas sobre este delicado asunto no es por culpa mía, sino, como digo, de mi amable comunicante, sea quien sea. Este es el relato con puntos y comas según lo he recibido: «Estimado señor Despree, Como he visto por el título de alguno de sus libros que usted se atreve con asuntos delicados, he creído que es la persona adecuada para hacerle estas confidencias. No crea, no obstante, que es usted la única persona a quien he enviado estas notas. Con anterioridad envié copias por correo certificado (antes de que se inventara Internet) a las altas magistraturas de la Iglesia católica y del mundo académico del ámbito cultural del cristianismo, pero en ambos casos me han tratado de lunático, así sin más, y sin molestarse en contrastar mis opiniones con documentos históricos o discutir los aspectos científicos de mis sugerencias a cerca del origen y la composición de universo. La razón es que he utilizado metáforas poco afortunadas, como por ejemplo comparar el universo con una sandía, pero, señor Despree, yo no tengo estudios universitarios, por la simple razón de que en mi tiempo no había universidades, pero como protagonista de los hechos, pese a utilizar metáforas tan desafortunadas, me creo con el derecho de defender mis tesis a toda costa. Espero que usted, que sospecho que tampoco es muy letrado, las comprenda y las tenga en consideración. Empecemos por el principio. Como es natural la idea que tenemos del Cielo es muy ambigua y no es ni mucho menos ese espacio indeterminado que vemos por encima de la Tierra. Si fuera así bastaría con subir en un globo para ir al Cielo, y no le cito los aviones porque no me resultan familiares y podría meter la pata. No, el Cielo es otra cosa más compleja. Al mismo tiempo me apresuro a decirle que esa otra idea de que el Infierno es un lugar en llamas, donde ciertas personas se abrasan pero no se consumen, es, así mismo, una idea totalmente equivocada, porque no hay tales llamas ni siquiera tales personas condenadas por su mala vida. Todo eso surgió en un momento en que la humanidad era ingenua como chiquillos, y a falta de razón les sobraba imaginación. Pero ahora, ¡con todos esos adelantos técnicos y esas mentes privilegiadas que han desentrañado muchos de los misterios del mundo gracias a la filosofía, ya no hay lugar a esas teorías tan inconcebibles! Se lo digo porque mantener estas teorías del más allá, tan ingenuas e irracionales, les está perjudicando enormemente y poniendo en entredicho el desarrollo mental de futuras generaciones, por lo que sería conveniente que las superasen de una vez por todas y admitan que no son más que ingeniosas metáforas pasadas de moda y de tono, y que ahora se impone un poco más de rigor científico, ¡sobre todo después de que ese señor judío que les argumentó la teoría por la que se demuestra que todo, en este y en el otro mundo, es muy relativo, y que ahora no me viene a la memoria cómo se llamaba! Empecemos por el Cielo. Usted debe saber que yo conozco el Cielo desde siempre, pues, pese a que sea una inmodestia por mi parte, yo soy un ángel, y ahora no es el momento de entrar en detalles ni sobre mi identidad en particular ni sobre mi estatus, simplemente quiero que quede claro que conozco a Dios perfectamente, de ahí que me atreva a comentarle ciertas cosas sobre Él, sus hábitos y sus costumbres, así como detalles del lugar donde mora. Y eso es el primer problema que confunde las mentes de los humanos, y sin duda que también la suya, pues no puede haber excepción. Ustedes los humanos son así; incapaces de hacerse una idea precisa de Dios por las razones que paso a explicarle. La primera es la magnitud de Dios. Simplemente es demasiado grande para hacerse una idea precisa. Ni considerando la magnitud de todo el espacio conocido tendría una medida precisa de su tamaño. Dios es más grande que el universo actual, del que le hablaré más adelante, porque es el espacio en su totalidad; el que es y el que será. De manera que ya se hace usted una idea de la dificultad de imaginar cómo es Dios «realmente», y le entrecomillo lo de real para que no crea que hablo en sentido figurado, como se suele hacer en sus libros que tocan este controvertido tema. La otra dificultad es que, en el supuesto caso de hacerse una somera idea de su magnitud, no se puede concebir, inmediatamente después, el súper espacio que ocupa Dios, puesto que si como le he dicho Dios es todo el espacio que es y que será, ¿cómo pueden ustedes concebir que haya además otro espacio donde está el espacio en su totalidad, presente y futuro? ¡No le de vueltas al asunto, porque el acertijo no tiene solución! Pero sólo le diré que puede ser porque de otro modo ¿cómo iba yo a conocerlo y estar hablándole de Él? Pero lo que interesa para el caso es saber la razón por la cual a Dios se le ocurrió crear el mundo, y qué pintábamos nosotros los ángeles, arcángeles, querubines, los tronos, las dominaciones, las virtudes, etc., a su lado.Para que nos entendamos Dios vivía en la nada, totalmente solo, y gozaba de una extraordinaria calma, tanto es así que prácticamente no hacía nada en todo el día, y es un decir, porque no había ni día ni noche, pero de alguna manera tengo que expresarme para hacérselo ver usted. El Cielo, por tanto, es un no-lugar. En términos filosóficos, y no es que con esto me las dé de académico, una utopía. Como es una utopía, sólo puede ser visto con la imaginación, pero no puede ser concebido con la razón, ya que para llagar a la utopía no hay caminos razonables o de otro modo dejaría de serlo. ¡Ya ve usted cómo lo poco que sé de filosofía me hace buen servicio! La cuestión es que por alguna razón que los ángeles desconocemos, un buen no-día, porque el tiempo no se medía en días, pues como ya el he dicho no había días ni siquiera tiempo, decidió crear el mundo, naturalmente que estoy hablando de este mundo, para no complicar más las cosas de lo necesario. Como Dios no podía abandonar el Cielo bajo ningún concepto, lo que sería simplemente impensable, decidió que necesitaba de algunos ayudantes de confianza, y por esa sencilla razón, antes de dar comienzo la creación, creó un auténtico ejército de arcángeles y ángeles dotados de ciertos poderes, pero sin superar los de Él mismo naturalmente, y nos encomendó ciertas misiones, pues el que le escribe fue uno de los ángeles al que le fueron encargadas importantes misiones en el transcurso de la Creación. Lo primero que creó fue la luz, claro, puesto que de otro modo no hubiéramos sabido por donde íbamos. ¡No me haga caso, que estoy de broma! Lo que pretendo decir es que creó una considerable cantidad de energía positiva que se manifestó en forma lumínica, como si se tratara de una gran hoguera espacial, y acto seguido dejó a uno de sus arcángeles, Miguel, que era el de más confianza, a su cuidado. No voy a ser más claro en los detalles porque usted seguramente que no lo entendería, pero debe de comprender que todo lo que no estaba iluminado por aquella deslumbrante luz estaba, obviamente en las tinieblas. De manera que al crear la luz la separó de las tinieblas. Pero usted se dirá ¿qué eran las tinieblas? ¡Ahí es a donde yo quería llegar, y que para el caso tiene importancia vital! A esas tinieblas se las llamó también abismos, y no crea que voy a hacer el chiste de decir que se llamaba así porque al estar a oscuras no se veía el final; no, no era por eso. Las tinieblas, o el abismo, era el límite de la luz del mundo, que para que nos entendamos también era el espacio donde Dios tenía pensado crear el universo. Por tanto es necesario que le ponga algún ejemplo que usted comprenda. Y es ahora cuando le citaré la metáfora de la sandía que tan malos resultados me ha dado entre académicos y teólogos. Vera usted. Suponga que el universo tiene, en realidad, la forma de una sandía descomunal, y que dentro de esa sandía está el planeta Tierra. Como ya se puede imaginar nuestro planeta dentro de la sandía es una millonésima parte de la décima de milímetro, si es que se puede expresar así. De manera que en el supuesto de que nuestro planeta (dentro de la sandía) estuviera más o menos en el centro y dispusiéramos de una moderna nave espacial sería imposible alcanzar los límites de la sandía, es decir, del universo. ¡Pero ese no es problema ni a lo que yo quería ir al referirme al abismo. Suponga usted que después de todo dispusiéramos de una nave capaz de alcanzar los límites de la sandía, ¡sería imposible salir de ella! ¿Por qué? Por una sencilla razón: ¡por el tiempo! No, no me refiero al tiempo meteorológico, porque el los abismos ni llueve ni nieva ni nada parecido, sino al otro, al de los relojes. Se lo explicaré. Si la sandía, que es el supuesto universo, tiene una duración aproximada de unos seis meses desde que se planta hasta que se pudre y se desintegra (en el supuesto de no utilizar medios artificiales de conservación), usted, que vive dentro de la sandía, no dura ni una millonésima de décima de segundo con respecto al tiempo de la sandía. Ahora viene lo asombroso. Puesto que la sandía de la que hablamos está, a su vez dentro del universo real que nosotros conocemos, y puede que sea otra sandía, la relación tiempo-espacio entre ambas es abismal, ¡que es la expresión correcta!, es decir de 0,5 a 30.000.000.000 años aproximadamente, ya que nuestro universo es de mediana edad. Por lo tanto, si usted saliera de la sandía pequeña a la sandía grande, apenas traspasara a la nueva dimensión su existencia se esfumaría devorada por el gigantesco valor del tiempo del espacio exterior. ¿Comprende? O sea, que al traspasar a la nueva dimensión usted en realidad no tendría duración. Esto para entendernos es ¡caer en el abismo! Y espero que ahora lo haya entendido perfectamente.. Por esta razón Dios dejó en los abismos parte del mundo que le sobraba porque no casaba bien ni se sostenía adecuadamente. También era ese el lugar donde Dios arrojaba a los ángeles díscolos, de manera que los sacaba de este mundo sin apelativos ni miramientos de ninguna clase. Y le digo a usted todo esto porque yo fui uno de los ángeles que fue arrojado, injustamente, creo yo, al abismo. Por tanto espero que se haga usted cargo de lo mucho que me ha costado meterme otra vez en su espacio-tiempo para enviarle este correo, pero lo hago por advertirles de que van ustedes otra vez por el mal camino. Pero no nos anticipemos. No se crea usted que los hombres de ahora han sido los únicos, que es una ingenuidad pensar algo así. Sobre este particular sabían mucho más los antiguos griegos que ustedes. ¡Aquél si que fue un pueblo listo! Precisamente la causa de nuestras discusiones y peleas celestiales se debió a que cada ángel y arcángel tenía su propia idea sobre cómo debería ser un ser humano, y como Dios no terminó de aclararnos estas características, se armó un verdadero guirigay de opiniones en el Cielo. Para que lo entienda le diré de forma muy resumida que ha habido nada menos que cuatro diferentes formas de hombres y, por desgracia, la más perfecta, la que yo defendía, cayó en desgracia y Dios la exterminó, y a mí me mandó a los abismos, de los que he tenido la habilidad de salir para mandarle a usted este correo. La primera forma fue totalmente acuática, ya que nhabía ninguna posibilidad de acceder a la atmósfera, que era irrespirable, más o menos como sucede ahora en algunas ciudades rusas o chinas. No me pregunte cuanto duró ese ser humano porque me pierdo en asunto de fechas, pero sólo sé que uno de sus reyes más conocidos se llamó Neptuno. Usted ya debe saber los mitos que corren por ahí con respecto de este pueblo marino, por los cuentos de sirenas y todo eso. Este primer hombre tuvo sus defensores en el cielo, ¡inútilmente, puesto que era evidente que no tenía posibilidad alguna de dominar el mundo al no poder respirar fuera de agua! Pero ya por entonces empezó el tira y afloja entre las criaturas celestiales al cuidado de la humanidad, y tuvimos las primeras discusiones serias, aunque todavía no eran violentas. Cuando Dios tomó la decisión de exterminar este primer proyecto fallido de humanidad les envió una catástrofe natural, que en la mayoría de los casos se trataba de tirarles una piedra desde el cielo, pero dado su tamaño, producía consecuencias catastróficas en la Tierra, y prácticamente no quedaba ser con vida, excepto, claro está, la especie que tomara el relevo. ¡Y vuelta a empezar! Entonces llegó mi oportunidad. Yo siempre había soñado con un ser humano versátil, que pudiera vivir tanto en el mar como en la tierra para aprovecharse de los alimentos disponibles en ambos medios. Un ser anfibio, resistente, bien protegido por una piel escamosa pero no tanto como los anteriores hombres marinos. Al principio la idea no tuvo oposición en el Cielo, pero cuando este nuevo hombre excepcional fue tomando cuerpo empezaron las quejas y las protestas por parte de ciertos ángeles celosos de mi obra. Que si tenían un aspecto espantoso; que si la cabeza no era noble y más bien monstruosa; que si la cola era antiestética y rudimentaria; que si la lengua era demasiado larga y pastosa. ¡En fin, que a todo le ponían peros! En especial fue el arcángel Miguel, quien tenía otras ideas para la forma final de la humanidad, el que más se opuso e intrigó para que fuera nuevamente destruida y a mí me arrojaran al abismo. No crea usted que los anfibios de entonces eran como los de ahora, no, ¡ni mucho menos! No tenían nada que ver con esos despreciables sapos o incluso sus descendientes directos los reptiles de ahora. Eso no quiere decir que corra por ahí la leyenda de que fue un reptil la causa de la perdición de la humanidad actual. Eso es una manera de culparme a mi de todos los males actuales relativamente injustificada por las razones que le explicaré a usted más adelante. Es cierto que desde que fui arrojado al abismo, a mi entender injustamente, no he hecho otra cosa que volver a revindicar mi especie, como digo, extinguida, ¡pero de eso a que me culpen a mi de todo hay un abismo, y nunca mejor dicho! Es decir, que según ustedes todos los seres diabólicos tienen más o menos mi aspecto. ¡Qué injusticia! Bueno, pues como le contaba, finalmente tuvimos que llegar a las manos, porque yo no estaba decidido a transigir así por las buenas. Se armó un jaleo en el Cielo del demonio, pero como no fui capaz de reunir a más de un tercio de los ángeles y arcángeles para que se pusieran de mi lado, finalmente fuimos derrotados. Las técnicas de lucha eran bastante rudimentarias y no como las de ahora. El arma predilecta pero muy escasa era la espada de fuego, de las que sólo ellos disponían de alguna, en particular el arcángel Miguel, pero que manejaban con poca habilidad por lo novedoso. Por todo esto desde el primer momento estaba claro que nos llevaban bastante ventaja. Pero también nos tirábamos piedras, que no eran sino restos inservibles de planetas y de sus satélites. Las más de las veces nos limitábamos a darnos empujones y alguna que otra bofetada, pero sin mala intención, ¡pues en el fondo todos éramos ángeles! Poco a poco, con toda clase de estrategias que nosotros desconocíamos, nos fueron empujando hasta los confines del universo y, finalmente, nos vimos obligados a salir de él, cayendo, como ya le he dicho, al abismo, ¡y ahí seguimos todavía! ¡Y de eso hace ya cerca de 400 millones de años! Entonces le tocó el relevo a otra especie ya extinguida: los hombres alados. A decir verdad en un primer momento fue un gran éxito en el Cielo, hasta el extremo de que la mayoría de los ángeles adoptaron su morfología, ¡porque no se crea usted que los ángeles siempre hemos tenido alas! En realidad yo sigo oponiéndome a ellas, y sigo teniendo mi aspecto tradicional, que para ustedes es algo monstruoso y demoníaco. Dios felicitó al arcángel encargado de esta nueva clase de hombres y hasta le impuso una medalla, pero no trascurrieron muchos siglos sin que se dieran cuenta de su peor defecto: su excesivo amor por la libertad. La verdad es que no consiguieron sentar la cabeza e instalarse con sus familias en algún lugar en concreto. Por eso no fueron capaces de inventar las naciones ni los estados y el mundo se convirtió en un verdadero caos, es decir, que no se civilizaron. ¡Con decirle que no llegaron a inventar el habla y se pasaban el día cantando alegremente! Llegaron a agruparse millones de hombres alados que cada año recorrían enormes distancias de norte a sur del planeta en busca de alimentos y lugares más o menos seguros para anidar y sacar adelante sus precarias descendencias, tanto o más liberales y gregarios que ellos mismos, pues cada generación era más liberal que la anterior. Finalmente la situación se hizo insostenible y millones de hombres alados gregarios se amontonaban en los mismos lugares, dando lugar a horrendos delitos, matándose unos a otros por un mal pescado o por un sitio disponible para incubar. ¡Fue un desastre! ¡Tanta libertad se convirtió el libertinaje y los volvió inviables, y, a decir verdad, se volvieron medio locos! Usted seguramente habrá oído hablar del mito de Ícaro, o historias de hombres pájaro, pues son versiones interesadas del drama de los hombres alados. Finalmente, no sin sentirlo de veras, Dios les volvió a enviar otra catástrofe, haciendo imposible que se alimentaran o que anidaran, por lo que se extinguieron. Pero a diferencia de mi caso, los ángeles responsables no fueron castigados, debido, sobre todo, a que como le dije con anterioridad, se habían puesto de moda entre las criaturas celestiales, y ya todas llevaban alas y les imitaban. Claro que en el Cielo no tenían ninguna necesidad de alimentarse ni de anidar, razón por la que allí no tuvieron los mismos problemas. Como es lógico, yo me alegré de este nuevo fracaso, pero, aún así, Dios no reconsideró a mi ser humano híbrido para reemplazarlos y decidió darle otra oportunidad a un nuevo arcángel. Esta vez les tocó el turno a los mamíferos. Ya sabe, esas criaturas frágiles y prácticamente inservibles que despreciaron algo tan razonable como tener descendencia por medio de huevos. No, ellos quería ser más rápidos y hacerlo todo directamente y por sí mismos. Bueno, no se vaya usted a ofender por este comentario, que también es mamífero, pero francamente a mí me parece un atraso en la evolución, ¡pero Dios sabrá por qué lo hizo! Al principio, como siempre sucedía, todo iba bien y el arcángel promotor no paraba de recibir elogios por todas partes, ¡claro, como habían eliminado del Cielo toda oposición crítica! Los primeros, no obstante, eran bastante monstruosos, mucho menos agraciados en todos los sentidos que los míos, además eran escandalosos y poco hábiles, excepto para trepar por los árboles. Pero poco a poco fueron mostrando nuevas habilidades, como sacar hormigas de sus hormigueros con un palito, o cascar nueces con un tronco seco. En fin, nada del otro mundo, ¡pero hacían gracia, porque según ellos, eran monos! Por cierto, que se quedaron con este nombre. Yo estaba tranquilo porque semejante proyecto de ser humano no podría prosperar, pero con el paso de los siglos, aquellas primeras habilidades les transformaron la morfología de tal manera que cada vez se parecían más al mismo Dios, aunque todavía estaba muy lejos de ser totalmente iguales. No obstante Dios les cogió afecto y les echó una manita, creándoles un lugar de residencia permanente donde poder seguir adelante con su especie sin apenas problemas, a ver si así alcanzaban a ser a su imagen y semejanza. Como puede comprender, y perdone usted mi intromisión por la parte que le toca, yo me indigné, porque si aquella especie prosperaba, la suya, era evidente que Dios se olvidaría definitivamente de mi opción y yo permanecería en el abismo toda la eternidad, ¡que no le quiero contar lo larga y aburrida que es! Por esa razón, y ya no me queda más remedio que reconocerlo, atenté contra ellos tan pronto como supe que Dios les había prohibido comer de un determinado manzano del Jardín del Edén. ¡Aquella era mi última oportunidad y no la desperdicié! Por otro lado, la tarea no fue difícil, porque Dios, a última hora, le dio por crear un ser humano de sexo femenino, fácil de convencer y de sugestionar con cualquier fantasía o cuento chino. De manera que adoptando, como usted ya sabe, la forma de una serpiente me las apañé para que se condenaran, para que con el tiempo simplemente se extinguieran, ¡lo que sucederá inevitablemente! ¡Y ahora ya lo sabe usted todo sobre mi y mis luchas celestiales! Pero usted se preguntará, ¿es que no puede haber seres humanos perfectos en la Tierra? Perfectos desde luego que no, pero si Dios me hubiera hecho caso mi especie hoy dominaría el planeta y al menos seguiría prácticamente intacto, sin autopistas, ciudades contaminadas, arsenales de bombas atómicas, centrales nucleares, y todas esas técnicas antinaturales con las que ustedes ingenuamente creen que pueden perdurarse. ¡Que ignorantes! Como no quiero dejarle con la duda, le diré que en el cielo se está hablando ya de un reemplazo de la especie humana, porque la de ustedes es evidente que no tiene futuro. ¡Demasiadas contradicciones! Pero no creo que a usted le parezca bien el nuevo proyecto. Se habla de darle una oportunidad a los insectos, los últimos que quedan como potenciales especies humanas. Ya se han hecho algunas pruebas con el hombre-mosca, que ha fracasado, pero la del hombre-araña ha tenido bastante éxito y se está pensando en esa aberrante clase de nuevo ser humano. Ah, se me olvidaba, para evitar que pase otra vez lo del Paraíso terrenal, en el Cielo están pensando que sea hermafrodita. Sin otro particular, y con la esperanza de que haga usted lo posible para hacer públicos estos comentarios, aprovecho la oportunidad para enviarle a usted un cordial saludo. Suyo afectísimo, Luzy 3.Yo, Adán. Mis memorias del Paraíso A muchos lectores les sorprenderá el título de este relato, ¡no me extraña! Que después de tantos años me haya decidido a escribir mis memorias tiene que tener una buena razón, y la tiene. De Eva y de mí se han contado tantas cosas absurdas y sin sentido que se impone un poco de seriedad, y ¿quién mejor que yo mismo para contar mi verdadera historia y mis penalidades? No es fácil para nadie ser el primer hombre de este mundo, pero pese a las dificultades salimos adelante y ¡ahí está la humanidad, con cerca de siete mil millones de descendientes y sigue creciendo! No es necesario que me presente, pero para algunos despistados de culturas remotas todavía pendientes de civilizar como Dios manda, mi nombre es Adán. Obviamente no tengo apellido porque tampoco tuve un padre natural reconocido, pero para entendernos se me puede llamar Adán del Paraíso o Adán del Barro, que da lo mismo, pues ambas ideas tienen relación con mis orígenes. Mis biógrafos aseguran que me creó Dios a partir de una figura de barro a la que sopló con su aliento, y no voy a discutir lo fundamental, que fui creado por Dios, pero lo del barro es necesaria una importante aclaración. Yo nací en el interior del océano, y no especifico cuál porque en mis tiempos sólo había uno y todo lo demás era tierra. Al parecer ya teníamos por entonces problemas de contaminación en la atmósfera, pese a que no sabría decir por qué, ya que por entonces no había ni coches ni fábricas, por no haber no había nada más que lodo viscoso y fuertemente contaminado. No sé quién lo arregló ni cuantos millones costó, porque entre otras cosas no habíamos inventado todavía el dinero, pero tan pronto como la atmósfera fue respirable, puede decirse que volví a nacer pero fuera, sobre la tierra, de ahí la idea de mis biógrafos. Todavía recuerdo mi tierna infancia, cuando no era más que una insignificante ranita, que empezaba sus aventuras por tierra firme. Lo que sucedió después es muy largo de contar, por tanto lo resumiré diciendo que un buen día me vi adulto viviendo en un paradisíaco lugar al que Dios llamaba el Jardín del Edén. ¿Qué cómo era? Yo no sé mucho sobre este asunto porque nunca he destacado por mis conocimientos de botánica, pero recuerdo que había muchos árboles, ya que en mi juventud puede decirse que no pisaba el suelo. Nada me divertía más que saltar de rama en rama, de árbol en árbol y recorrer en un santiamén los límites del Paraíso terrenal. Aunque no esté bien el que yo mismo me elogie, ¡era una monada de criatura! El clima debía ser como el de Canarias, entre 25 y 30 grados centígrados, porque recuerdo que debido a ello ni se me ocurrió inventar los vestidos. Eso vino después de la tragedia. Además, ¿para qué los quería? ¿Quién podía verme si Eva ni siquiera existía? Por entonces era estrictamente vegetariano, auque por error de vez en cuando me comía algún bicho por su manía de camuflarse entre el follaje. ¡Como iba yo a saber las costumbres de los camaleones! Había ríos normales, donde solía darme buenos chapuzones y de paso mantener la higiene, porque eso sí, limpio siempre he sido; pero otros eran de miel, auque tal vez sea algo exagerado llamarlos ríos, más bien eran arroyos, y ni siquiera eso, digamos que chorreaba miel por todas partes, porque había abundancia de paneles de abejas silvestres. ¡Por supuesto que las abejas del Edén no picaban como las de ahora! De comer no digamos; puede decirse que no había nada dentro del Paraíso que no fuera comestible. Las legumbres y las verduras no eran como las de ahora, todas eran orgánicas por supuesto, y tan tiernas y suaves que no había necesidad alguna de cocerlas. ¡Claro que, por otro lado, todavía no se había inventado el fuego! En cuanto a los otros animales, a los que de ninguna manera podía llamar salvajes, porque todos eran dóciles como corderos, puede decirse que había de todos. De hecho por esa razón años más tarde Noe tuvo bastante trabajo para reunirlos a todos en su barcaza, cuando lo del Diluvio. Mi animal predilecto era un león africano, bueno es un decir, porque África por entonces tampoco existía, como digo a todo se le llamaba con el mismo nombre de Pangea, a pesar de que tengo mis dudas de si para entonces no habría ya algún que otro conteniente. Era un león tranquilo y bien enseñado, cuya finalidad fundamental era servirme de almohada para mis sueños normales y la siesta. ¿Nadie ha probado lo cómoda y calentita que es la melena de un león africano? Bueno, a decir verdad, después del Paraíso a los leones les molesta hacer estos y otros favores al ser humano. Puede decirse que en el Jardín del Edén no me faltaba de nada y todo estaba a la mano, no como ahora. ¡Por entonces las cosas eran como Dios manda! Y hablando de Dios, desde luego que desde el primer momento nos entendimos de maravilla. No se vayan a creer que Dios se conformaba con cualquier cosa, que era en extremo exigente en todo. No hubo nada de lo que creara antes de mí que no le diera su visto bueno después de ver como funcionaba. Los cielos los hizo tan grandes que hasta hoy no se sabe el final. La Tierra le salió algo más pequeña, pero también tiene sus distancias, que ninguno de mis primeros descendientes se pudo hacer una idea cabal de las distancias, y hubo uno que hizo mal los cálculos, y menos mal que descubrió América porque de otro modo no quiero ni pensar lo que le hubiera sucedido. Al principio yo creía que la Tierra era plana, ¡como iba yo a imaginar que era redonda! Aún hoy me sigo preguntando qué movió a Dios para semejante idea, con lo sencillo que hubiera sido hacerla plana. En fin, sus razones tendría. Como digo, después de ver cómo me comportaba, pasada mi adolescencia y mi locura por lo árboles y otras barbaridades propias de la edad, parece que se sintió plenamente satisfecho. Durante bastante tiempo las cosas en el Paraíso funcionaron a las mil maravillas. No hubo ni el más motivo de queja por ambas partes. Desde luego que yo no me hubiera quejado, pues siempre he sabido actuar con discreción y guardar las distancias. Tengo que decir, en honor a la verdad, que nunca llegamos a encontrarnos cara a cara y todavía no sé la razón, pero sospecho que Dios es demasiado grande para caber en el mundo que Él mismo ha creado. Por eso decía que le había quedado algo pequeño, al contrario de los cielos, que como dije son inmensos y Él debe de moverse en ellos como en su casa. A decir verdad, el cielo es su casa, como está escrito en todos los manuales de religión. A pesar de las primeras dificultades para comunicarnos, Él siempre se las apañaba para ponerse en contacto conmigo e interesarse por mis cosas. Mi salud le traía sin cuidado porque las enfermedades no se conocían todavía. Unas veces lo hacía a través de algún animal, desde luego que no utilizaba las serpientes por la razón de todos ya conocida, de la que hablaré más adelante, otras provocando un vendaval con voz en off, como se dice ahora, y las más de las veces se me aparecía en sueños. Durante estas amenas charlas de Creador a criatura Él solía hacerme preguntas a veces difíciles de responder dada mi ignorancia de la vida, por las que trataba de interesarse por mi bienestar, pues puede decirse que no hacía otra cosa que estar al tanto de mis deseos y, por supuesto, controlar los otros aspectos de su creación. Pero tengo que aclarar que mientras la Creación en sí misma no le preocupaba en absoluto, porque la había dotado de medios propios para su supervivencia y estabilidad, yo le preocupaba de forma especial. Era como si no estuviera completamente seguro de haber hecho un buen trabajo conmigo. Creo que sospechaba que estaba tramando algo contra Él, cuando es obvio que ni me pasaba por la cabeza tal idea. ¿Por qué razón habría yo de rebelarme contra Dios si me proporcionaba todo cuando deseaba y era feliz? Pero Él insistía una y otra vez: —¿Estás seguro, Adán, de que no echas a faltar nada? —¡Nada en absoluto! —Bueno, me refiero a si hay algo que te molesta; algo que no te gusta… —La verdad es que, ahora que lo dices, si pudieras hacer los elefantes algo más pequeños… ¡Es que ocupan demasiado sitio y este jardín no es muy grande! Además está el riesgo de un pisotón, sin mala intención, desde luego. —No, yo no me refiero a eso; me refiero a si hechas algo de menos; si hay algo en tu naturaleza humana que no funciona como debería. —La verdad es que si no hablas claro, ¡no te entiendo! Si te refieres a que hago mis necesidades en cualquier sitio cuando me vienen las ganas, la próxima vez buscaré un lugar más apartado… —¡No es eso, alma de Dios! —¡Pues no te entiendo! —¿Pero es que no observas a los otros animales? —Bueno, a decir verdad hecho de menos mis habilidades de cuando era joven de subirme a los árboles como hacen los monos, pero eso ya pasó porque he sentado la cabeza… —Bueno, está bien, te lo diré claramente: ¿Es que no hechas de menos alguien más de tu especie para charlar, pasear y… bueno, que narices, ¡gozar de los placeres de la naturaleza!? ¡Y así cada día! Lo cierto es que no había sueño en que no charláramos de esta nueva idea que se le había metido en la cabeza, porque la verdad es que yo no echaba nada de menos. Poco a poco empecé a comprender sus motivos. Tal vez le aburría mi conversación, y como no hablaba de esta misma forma con el resto de la Creación, se le debió de ocurrir la idea de que fuéramos más para tener también más motivos de charla y otros temas de conversación. Pero a mí la idea, para ser sinceros, no me gustaba en absoluto, porque presentía que sería sencillamente un error, además de terminar con la tranquilidad del Paraíso terrenal. Pero por entonces no sabía razonar este presentimiento, así es que Dios seguía empeñado en que le diera mi aprobación, porque como digo, no vivía para otra cosa que para complacerme, como si fuera yo un hijo mimado, ¡claro, era el único! Tanto insistió Dios sobre la idea de crear una humanidad que poblara la Tierra y dominara sobre el resto de los pobres animales y las infelices plantas, que acabé cediendo a regañadientes. Pero lo que no hizo ninguna gracia fue el medio en que se proponía utilizar para su propósito. ¡Nada menos que utilizar una de mis costillas! No es que yo supiera por entonces cuántas costillas eran necesarias para una existencia normal, y si sobreviviría con una menos, pero lo que yo me preguntaba era que habiendo tanto barro como había, ¿por qué no utilizar el mismo sistema, con lo que fuera que estuviera pensando en crear, tal y como hizo conmigo? ¿Es que se le había acabado el aliento divino? ¿Es que no estaba seguro de que la criatura que fuera le saliera siquiera tan bien como sucedió conmigo? —¿Por qué de mi costilla? —me atreví a preguntarle en uno de los sueños en el que volvimos sobre el tema. —¡Porque es mi voluntad! —¿Hay alguna segunda intención que te callas? —¡La hay, quiero que tenga claro el lugar subordinado que debe de ocupar en el mundo según fue creada de tu costilla! —No le veo la gracia. —¡Ya lo entenderás cuando la veas! —¿Es una sorpresa? —¡No te lo puedes ni imaginar! Y ésa fue toda la conversación que tuvimos sobre la nueva criatura que tenía proyectado extraer de una de mis costillas. Afortunadamente debido a sus poderes especiales la operación no revestiría riesgo alguno para mi salud ni sería dolorosa. Es más, ni me enteraría, porque tenía previsto hacer esta delicada operación mientras durmiera. Así es que un buen día, ¡no sé si es correcto decirlo así!, al levantarme una brumosa mañana de primavera ¡allí estaba eso! La primera impresión fue decepcionante. Era evidente que aquello, porque no sé cómo calificarlo, no se parecía a mí en nada; le faltaban cosas y le sobraban otras. Por ejemplo en la parte baja de la ingle no tenía con que desahogar las ganas de orinar y a la altura del pecho le salían dos bultos horribles y deformes. Con semejante cuerpo no era posible tomarse en serio la idea de que eso era «humano», y lo digo por la alusión de Dios de crear una humanidad. La cosa al principio no dijo nada, pero ya desde el primer instante noté cierto aire de superioridad, y sin duda que, pese a sus notables y evidentes defectos, para sus adentros ya se debía creer hermosa. ¡Qué equivocación! ¡Ya sabía yo que si no utilizaba otra vez el barro, Dios metería la pata! Inmediatamente fui con la queja a Dios pero aquel día le tocaba descansar, así es que tuve que afrontar los hechos y hacerme a la idea de que al menos me tocaría pasar el fin de semana con aquella deforme criatura. Ya desde el primer momento de su existencia esa cosa no cumplió las previsiones de Dios sobre su posición social, y sin que le diera permiso para dirigirme la palabra, se puso a hablar de un montón de cosas incongruentes. —¡Eeeh, pero mira quién está aquí, el tipazo de Adán! Ah, pero no creas que yo voy a ser fácil, no; ¡vete haciéndote a la idea, guapo, de que yo no soy de ésas! —¿De cuáles? —no era mi intención seguirle la charla, pero a penas abrió la boca por primera vez y ya me sacó de quicio. —Como ésas de los árboles. ¡Aquí se acabó lo del macho dominante y todas esas tonterías! Yo no sabía de qué me estaba hablando y tuve que soportar un sinfín de impertinencias y reivindicaciones de todo tipo hasta que por fin, aquella noche, pasado el descanso dominical, pude presentar mi queja a Dios, a ver si aquello tenía todavía remedio. —¡Ya te harás a ella, Adán! —¡Pero es un ser monstruoso! —le contesté con unos modales poco habituales en mí, pero estaba tan furioso que no me controlé—. Además, le faltan cosas y le abultan demasiado otras, ¡no creo que sobreviva! —Adán, Adán, criatura, ¿pero es que no lo comprendes? ¡En esas diferencias está la gracia! Pero Dios no quiso darme más detalles, tan sólo me planteó el argumento de que debía ser distinta entre otras buenas razones para evitar la homosexualidad, o por lo menos hasta que hubiera siquiera un par de docenas más de seres humanos en la Tierra, tarea que me había encomendado a mí, ¡pero sin molestarse en darme una pista de cómo se hacía! Naturalmente que desde el primer momento intentó organizar mi vida, decirme lo que debía comer y lo que no; corregir algunos de mis modales, algo animales desde luego, a la hora de comer; decidir dónde debíamos pasear y qué lugares no debíamos frecuentar porque según ella, no eran propios de seres humanos. Se empeñó en que viviéramos en una gruta en particular, que a ella le parecía segura, cuando en el Paraíso no había nada que temer, pero debía de llevar eso de la seguridad como una tara genética, porque desde el primer día la obsesionaba. Me prohibió terminantemente que me subiera a los árboles, o que durmiera junto al león africano, al que no permitió entrar en la gruta porque decía que esos animales traían bichos y lo ponía todo perdido de orín, además de pelos y otras cosas indeseables. Me dijo a qué hora debía levantarme y acostarme, cuando y cómo debía lavarme, sobre todo las orejas, que yo detestaba. También se metió con mi barba y mis largos y hermosos cabellos, que me llegaban ya a la cintura, porque decía que no me hacían varonil, ¡cómo si yo supiese a qué se refería! En fin, que en apenas dos o tres días puso patas para arriba el Jardín del Edén, ¡que ya no fue lo mismo después de su llegada! Pero con todo lo peor fue llevar a cabo la tarea que se me había encomendado de poblar el mundo. Al principio, atareada como estaba poniendo orden en la gruta, limpiando obsesivamente cada rincón, colocando cosas raras en los rincones que ella decía que creaban ambiente, y fabricando un lecho de heno, que a decir verdad era más confortable que el duro suelo donde yo solía dormir, no me prestaba la mínima atención. Entre los artilugios que inventó por aquella época el más curioso fue un palo con ramas en un extremo con el que limpiaba el suelo, al que con el tiempo llamamos escoba, sin duda una de sus ideas más geniales, además de la cama, claro está. Por todo esto, en realidad poco a poco empecé a darme cuenta de las ventajas de su peculiar manera de ser, pues era obvio que a ella se le ocurrían más ideas que a mí, que si vamos a ser sincero, por aquel entonces no tuve ninguna. Resignado a tener que compartir mi vida con tal persona, al menos debería conocer su nombre, porque no le gustaba que la llamara «cosa», como solía hacerlo al principio de nuestras relaciones, y Dios no me dejó dicho como se llamaba. —¡Eva, me llamo Eva; Eva del Paraíso! Y no se te ocurra volver a llamarme «cosa», y menos con ese despectivo y prepotente nombre de «mi costilla». Eso ya es historia, ahora los dos somos iguales ante la sociedad. Y la verdad ahora que te conozco, no sé en qué estaba pensando Dios para haberte creado de esa manera. ¡Sin duda que debería de estar un poco cansado después de crear tantas cosas buenas y útiles, como es la Creación! Por que yo sirvo para muchas cosas, pero tú, ¡ya me dirás de qué sirve un hombre en este mundo! Ella siempre tenía palabras de crítica contra mi persona, a la que no veía nada bueno ni positivo. De haber sido por ella habría intrigado para convencer a Dios de mi inutilidad, y aprovechando que era el único en toda la Tierra, me destruyera. Pero sea por la razón que fuera, lo cierto es que Dios no solía dirigirse directamente a ella en sus apariciones, sino que se dirigía directamente a mí. Creo que por entonces Dios debió comprender el error de haber creado semejante criatura, pero las cosas en la Creación son irreversibles, así es que tuve que aprender a convivir con ella. Al cabo de algunas semanas Dios se me apareció otra vez en sueños, y por el tono de su voz sabía que no estaba de buen humor. —¿Cómo van las cosas con Eva? —me preguntó. —Regular, pero supongo que será cosa de dar tiempo al tiempo. ¡No es fácil acostumbrarse a sus manías por la limpieza! —¿Y sobre mi humanidad? —¿A qué te refieres? —¿A qué quieres que me refiera? ¿Crees que he creado a Eva para que sea tu criada? ¡A vuestra descendencia! —¿Qué descendencia? —¿Pero es que todavía no…? ¿Es que Eva no te atrae sexualmente? —Pues ahora que lo dices, si te refieres a que por las noches me siento extraño cuando me rozo… —¡Sí, claro; llámalo como te parezca! Pero ¿lo has hecho ya? —¿Hacer el qué? —¡El amor, hombre de Dios, el amor! —¡Si no hablas más claro! —¡Bueno, dejemos este tema, porque no soy yo quién para enseñarte esas cosas; ya las aprenderás tarde o temprano, que para eso Eva tiene habilidad y mano izquierda. Cuando te lo pida, ¡ya te enterarás! —No entiendo por qué desde que está Eva en el Paraíso me hablas con acertijos, ¡antes hablabas siempre claro! —Hablando de Eva, he notado que charla demasiado con las serpientes… —Hombre, ahora que lo dices, es verdad, ¡y a mí no me deja dormir con mi león! —Tienes que vigilar este asunto. Las serpientes son uno de mis pocos errores de la Creación. No me fío de ellas, ¡son tan rastreras! —Bueno, si es por eso, has creado otros bichos más repugnantes, ¡como las cucarachas y las chinches! —¡Tú siempre tan ocurrente! —La verdad es que yo soy incapaz de controlarla, porque siempre hace lo que le viene en gana. No quiere ni oír hablar de su inferioridad y sumisión a mí, eso la saca de quicio, ¡y yo no estoy para pasarme el día peleando con ella por esta razón! —Siento tener que decírtelo, pero tengo que hacer algo para poner a prueba su lealtad. No me queda más remedio que prohibiros comer del manzano que hay en el montecillo central del Jardín del Edén. —¡Pero ese es precisamente el que da las manzanas más dulces y jugosas! —Precisamente por eso; porque es una gran tentación os las prohíbo, para poner a prueba vuestra voluntad. Tenéis que aprender que en este mundo no hay que hacer todo lo que se puede sino lo que se debe. ¡El deber es la norma de conducta de todo ser humano civilizado! Este era el tipo de conversaciones que teníamos Dios y yo desde que Eva llegó al Paraíso. ¡Siempre discutiendo por culpa de ella! Pero lo cierto es que Eva me superaba prácticamente en todo y mientras yo aprendía a duras penas todas las cosas de la naturaleza humana, ella parecía saberlo todo sin haber tenido experiencia de nada. ¡Era desconcertante! ¿Qué tenía ella que no tenía yo? ¿Cómo era posible, si había sido creada de una de mis costillas, que fuera tan distinta? La respuesta me la dio una serpiente, precisamente una que solía merodear por el manzano prohibido, cierta vez que me interesé por sus conversaciones con Eva. —¡Ella tiene intuición y tú no! —me aclaró. —¿Y qué es esa cosa tan importante? —Es el saber que hay en la naturaleza; la sabiduría natural. —¿No se lo habrás contagiado tú? —Puede… —Y ya que estoy aquí, ¿puede saberse de qué habláis todas esas horas que pasáis juntos debajo del manzano sagrado? ¿No estaréis tramando algo contra Dios? —¿Qué manzano sagrado? ¡Aquí todos los árboles son iguales! —Eso era antes, ahora es distinto y es preciso que lo sepas. ¡De este manzano no podemos comer, ni Eva ni yo! —Y ¿quién lo ha dicho? —¡Dios, por supuesto! —¿Y quién es Dios para interferir en la naturaleza? —¡Qué disparate! Él puede ordenar lo que le parezca bien, ¡para eso la ha creado! —Te equivocas, Adán, ni Él ni nadie puede interferir en las leyes naturales una vez que han sido establecidas. ¡Eso sería antinatural! ¿Comprendes? Desde aquella conversación con la serpiente tuve claro que tendríamos problemas. Sin duda que Eva y ella estaban tramando algo gordo, que era preciso descubrir y poner a Dios al corriente del complot. Aquella misma noche me propuse sonsacarle lo que pudiera. No elegí desde luego el mejor momento, porque tenía un humor de perros, y es un decir, porque en el Paraíso hasta los perros tenían buen humor. Pero a pesar de mi corta experiencia con el otro sexo, algo había aprendido ya, y supe cómo entrarla para no despertar sospechas sobre mis verdaderas intenciones. —¡Que buen aspecto tienes hoy, Eva, si parece que fuera ayer cuando Dios te sacó de mi costilla! Esta primera alusión a su aspecto la debilitó algo, pero persistió en su mal humor. —¡Déjame de cuentos, Adán, que hoy no tengo el día! —Pero ¿qué te sucede, mujer? —¡Cosas de mujeres; tú de eso no entiendes! —Enséñame… —No estoy de humor. —Bueno, yo sólo quería comentarte que hoy he hablado un rato con la serpiente del manzano, ¡y me ha parecido un animal inteligentísimo! —¿De veras, Adán; tú también estas de acuerdo con sus opiniones sobre Dios? Fue sencillo hacerla caer en la trampa, porque las mujeres podrán tener mucha intuición, pero a malicia y a estrategia no nos ganan. En el fondo son unas ingenuas, por muy sabias y muy naturales que sean. De esta manera supe que Eva estaba de acuerdo con la serpiente de que Dios no tenía ningún derecho a prohibirnos nada, y menos que comiéramos del árbol frutal más sabroso del Jardín del Edén. La verdad es que yo tampoco entendí muy bien la idea de Dios y la intención moral de la prohibición. ¿Por qué crear cosas si estaban prohibidas? Si no quería que comiésemos de ese árbol en particular, ¿por qué no me mandó que lo cortara, o lo hizo Él mismo, que se supone tenía poder para ello? ¿Es que Dios no sabía que lo prohibido es lo más deseado por el ser humano, incluso por los dos primeros? ¿Es qué no confiaba en nosotros? ¿Por qué ponernos a prueba si en el Jardín del Edén no hay motivo alguno para quejarnos de nada? Lo cierto es que cada día que pasaba el asunto de la prohibición se me hacía más difícil de entender. Por otro lado, empecé a sospechar que una vez inventadas las prohibiciones, llegaría el día en que todo estaría prohibido. ¡Eso no tenía sentido en el Paraíso terrenal! ¿Llegaríamos a tener con el tiempo senderos con dirección prohibida y lugares donde fuera prohibido pasear, tumbarse o sestear? ¿Habría cuevas donde estuviera reservado el derecho de admisión? ¿Cosas que estén prohibidas beber, comer o fumar? ¡No, definitivamente aquella no fue una buena idea! Aunque me pesara reconocerlo, Dios había metido la pata y dar lugar a que la serpiente del manzano urdiera su plan. Finalmente sucedió lo inevitable. Un buen día, que debía ser hacia el otoño, momento en que las manzanas del árbol prohibido estaban en sazón, Eva me sugirió dar un paseo por el centro, para ver qué había de nuevo por allí. Yo no estaba muy dispuesto, porque el centro del Jardín del Edén se había convertido en un lugar ruidoso y muy estresante. No sólo por los elefantes, a quienes Dios no quiso reducirles el tamaño, sino porque desde un tiempo a esta parte parecía que todos los animales del Paraíso tuviesen la misma idea, y no había día que no se dieran una vuelta por allí. Llegamos al dichoso manzano y ahí estaba, como ya era habitual, la serpiente rebelde. Yo hice como que no la había visto, pero Eva, que había llegado a tener con ella una gran familiaridad, aprovechó para saludarla. —Buenos días, serpiente. —Buenos días, Eva y compañía. ¿Qué os trae por aquí? —Dando una vueltecita. ¡Hacía tiempo que no veníamos por el centro! —Hay bastante ambiente, sobre todo por estas fechas del año que abundan los frutos y las manzanas. —Pero de este árbol no comerán, supongo yo. Como Dios dijo que… —¡Más que de ningún otro! ¡Son las más sabrosas! —¿Y Dios no los castiga? —¿Por qué iba a hacerlo? Lo que crece en la naturaleza es de todos. ¡Anda, toma, prueba ésta! ¿No es una pena que las manzanas más jugosas del Jardín del Edén se pudran en el árbol? ¡Eso no puede ser justo ni aunque lo haya ordenado el mismo Dios! Eva, que no se paraba a reflexionar mucho las cosas que hacía, porque no tenía ni idea de lo que era justo o injusto, es decir, del bien y del mal, ya estaba a punto de morder la manzana cuando yo tuve que prevenirla sobre las consecuencias. —¡Espera, Eva, no hagas tonterías; piensa en tu descendencia! ¡Eso que vas ha hacer está mal hecho! —Pero ¿qué es el mal? —preguntó ella bastante desconcertada. —Pues el mal… el mal es… Bueno, no lo sé, aquí en el Paraíso no hay de eso, pero si comes ¡a lo mejor lo aprendemos y no nos conviene! —¡Tú siempre con tus monsergas sobre moral! —¡Bien dicho, Eva! —dijo la rastrera de la serpiente, decidida a salirse con la suya. Y sin pensar en las consecuencias futuras de sus actos, propio de ella, y me temo que de su descendencia femenina, mordió con ganas la manzana. Yo esperaba que Dios se nos apareciera y reprendiera su acción, la castigase con algún mal todavía desconocido y asunto concluido, ¡pero no sucedió nada especial! Dios ni se presentó, ni en forma de vendaval, con alguna señal en el cielo, ni por voz de algún animal más presentable que la serpiente, de los que no faltaban por aquellos alrededores, o por cualquier otra forma. Supuse que esperaría a aquella noche para llamarnos la atención en sueños, pero lo que más lógica tenía era que nos había gastado una broma, y comer de aquel manzano no estaba prohibido. Después de todo la serpiente parecía tener razón. —¿Lo veis? ¡Nada, no pasa nada! —Es verdad, Adán, eso de la prohibición no era más que para poner a prueba nuestra ingenuidad de primerizos. Pero comiendo le demostramos que hemos madurado y tenemos ideas propias; que ya no somos unos críos a los que se les puede decir: «No comas eso, no comas lo otro», etc. ¡Toma, demuéstrale a Dios que tú también eres un adulto; come también tú de mi manzana! —¡Ni lo sueñes! —repliqué yo convencido de que, pese a todo, si Dios nos lo había prohibido sus razones tendría. —¡Hombres! ¡Mucho presumir de machos, sexo fuerte y todo eso, pero a la hora de la verdad son incapaces de tomar decisiones por sí mismos, y sin que nadie se lo mande! —me reprochó despectivamente. Ya desde el principio Eva sabía como provocarme poniendo en entredicho mi hombría a la menor oportunidad. Pero por otro lado, ella llevaba razón, había cosas que debíamos hacer por nosotros mismos, según nuestro propio entendimiento, que para eso lo teníamos, y lo de la prohibición, como decía, no tenía mucho sentido. Por último estaba la circunstancia de que yo debía de convivir con Eva y no con Dios. Dios estaba en sus alturas, tranquilamente, haciendo sus cosas de dioses, pero yo tenía que soportar los cambios de humor de Eva, convivir con ella cada día, cada hora y hasta cada minuto, porque en el Paraíso terrenal no existían las oficinas, ni los empleos donde uno pudiera pasar unas horas lejos de su mujer, y relajarse con los compañeros de trabajo, y no digamos cosas tan necesarias como el fútbol de los domingos o la partidita de póquer de los jueves por la noche; en fin, excusas para librarse de ella al menos por unas horas al día. Pero en el Jardín del Edén eso era imposible, porque allí no había nada de lo expuesto y todo se reducía a pasear por ahí, sestear bajo los árboles o charlar con los animales que tenía la habilidad del habla, que no eran muchos. Por todo eso comprendí que si no mordía la manzana a partir de aquel mismo día mi vida, incluso en el Paraíso, sería un infierno. Ella me reprocharía una y otra vez, durante nuestra eternidad, porque por entonces no moríamos, el que no hubiera tenido el valor de morder aquella dichosa manzana, ya que, después de todo, ¡ella lo había hecho y no había sucedido nada! No sé por qué tuve ese momento de debilidad, ¡para desgracia de mi descendencia y del resto de los inocentes animales y plantas!, que sin duda fue influenciado por las circunstancias expuestas y la complicidad de la serpiente. Lo cierto es que acepté la manzana que me ofrecía Eva, y le di un bocado con gusto. En efecto, se trataba de la manzana más jugosa y dulce que he comido jamás. ¡Pero, como era de temer, sucedió la tragedia! De pronto el cielo se oscureció con oscuros nubarrones y se desató una impresionante tormenta, algo totalmente desconocido en aquellas latitudes, por eso supe que era cosa del enfado de Dios por morder la manzana. No cayó una gota de agua, pero se desataron todas las fuerzas ciegas de la naturaleza. Sopló un viento huracanado seguido de rayos y truenos y estaba esperando que de un momento a otro se apareciera el mismo Dios para reprenderme por mi mala acción. Cuando amainó el temporal enseguida me di cuenta de que algo había cambiado radicalmente, y la reacción inmediata fue buscar la hoja de parra más grande que pude encontrar para cubrirme con ella el sexo. Pero, ¿por qué aquella extraña reacción? Debía ser sin duda uno de los efectos secundarios del pecado cometido. Eva al principio se lo tomó a risa, pero a juzgar por el color sonrojado de sus mejillas, estaba también avergonzada, y se buscó otra hoja para cubrir el suyo. ¡Era cómico vernos con una mano delante y otra detrás, sin saber muy bien por qué lo hacíamos! Pero sin duda que había una razón: hasta ese momento no me había dado cuenta de lo atractiva que era Eva, y ahora la veía con otros ojos, razón por la cual sentíamos vergüenza el uno del otro. ¡Porque por primera vez nos deseábamos! Bueno, al menos yo la deseaba, si ella sentía lo mismo que yo la verdad es que no estoy seguro. En medio de la confusión por las nuevas emociones, escuchamos los pasos característicos y familiares de Dios, dando su paseo habitual por el Jardín del Edén, y por primera vez sentimos deseos de ocultarnos, más por vergüenza que por otra cosa. No queríamos que Dios nos viera desnudos. Dios, extrañado de no verme, me llamó: —¿Dónde estás, Adán? La verdad es que la pregunta me desconcertó, porque yo siempre había creído que Dios lo veía y lo sabía todo. Pero todavía fue más sorprendente el resto de nuestra conversación: —Disculpa que me ocultara de ti, pero me avergüenza el estar desnudo y no he tenido tiempo de fabricarme algo más decente. —¿Por qué te avergüenzas? —¡Vaya pregunta para hacerla Dios! Ya deberías saber que hemos comido del manzano prohibido, porque se supone que Tú lo ves y lo oyes todo. —No sólo me has desobedecido sino que además pretendes pasarte de listo. —¡Yo sólo comento lo que he oído decir por ahí! —¡Bien dicho, Adán! —interrumpió Eva, que se ocultaba detrás de una palmera. —¡Tú eres la culpable, mujer! Yo te maldigo y maldigo tu descendencia por haberme desobedecido… —Yo no tengo la culpa, fue la serpiente, que también es una criatura de Dios, bueno, quiero decir, tuya. —¿No te estás pasando un poco, Dios? Pero ya te advertí que no era una buena idea crear a la mujer. ¡Y ahora la pagas conmigo! —¡Es verdad, Adán, la mujer es peor que las serpientes, pero esto no quedará así! A partir de hoy no lo va a tener fácil. Parirá con dolor… —¿Qué significa «parir»? —¡No me interrumpas, Adán! Sobre tu vientre caminarás y polvo comerás cada día de tu vida… —¿Y yo qué…? —Por haber caído en la tentación, a ti te enemistaré con ella y con su linaje. —¡Lo que me faltaba! —Y prepárate porque tendrás que aprender un oficio. ¡Se acabó el chollo del Paraíso de vivir sin trabajar! —Bueno, eso no es tan malo. En realidad esto del Paraíso era algo aburrido. —¡Aún no he terminado! —¿Todavía hay más por darle un simple mordisco a una manzana? —¡De polvo te hice y en polvo te convertirás! —¿Qué significa eso? —Adán, creo que Dios quiere decir que ya somos mortales. Y así fue como terminó aquel engorroso asunto. Después envió a uno de sus querubines armado con una espada de fuego para que hiciera el trabajo sucio. —¡Andando; estáis desterrados! Y con malos modales nos amenazó con su espada indicándonos el camino de salida del Jardín del Edén. —No os preocupéis —tuvo el cinismo de decirnos la serpiente, quien por cierto, se vino con nosotros—. ¡Ahora que habéis tenido el valor de rebelaros contra el mismo Dios no me cabe la menor duda de que saldréis adelante! —Sí, muy graciosa, pero, ¿cómo es la vida ahí afuera? —Ahí tendréis que trabajar duro desde el primer momento que pongáis los pies en el mundo real, y andaros con cuidado conmigo y libraros de mis mordiscos, porque una vez fuera no respondo de mis actos, ¡y pudiera suceder la desgracia de que la humanidad ni siquiera empiece! Por fortuna vivíamos cerca de la salida, creo que del lado norte, y llegamos pronto a los linderos. Una vez allí el ángel que nos expulsó del Paraíso nos dio los últimos consejos, yo creo que por iniciativa propia, compadecido por nuestra desgracia. —Tan pronto como salgáis del Paraíso notareis cosas raras, como que se os cansan las piernas en las cuestas arriba, o frío en las manos, bueno en todo el cuerpo, porque estáis desnudos. Tendréis algo tan desconocido como es el dolor de cabeza y de muelas, que son los peores, aunque los dolores más insoportables los padecerá Eva, pues parirá con dolor, y, para colmo, siendo como es primeriza. Tendréis sentimientos nuevos, como la vergüenza de ir desnudos y el miedo a la oscuridad. También os asaltará la duda, el desencanto, la desdicha y la desilusión, y todo eso es debido a que a partir de entonces seréis mortales, ¡y ya no os digo más, el resto tenéis que aprenderlo por vosotros mismos! Y ahora, adiós, salir ya del Edén al que no podréis volver jamás, porque tengo orden de cerrar las puertas a cal y canto ¡por los siglos de los siglos, amén! ¡Y nos puso de patitas en el mundo real! Nunca me perdonaré mi debilidad y el tremendo dolor que ha causado a mis descendientes. Pero, a decir verdad, junto con infinitas cosas malas, aprendí unas cuantas buenas que ahora, después de todos estos siglos transcurridos, no sé si pensar que pese a todo valió la pena desobedecer a Dios. La primera cosa buena es que descubrí el placer sexual, pues en el Paraíso no existía, razón por la cual al principio no tuvimos descendencia, lo que ahora pienso que fue la verdadera razón por la que Dios nos mandó expulsar, pues ¿cómo íbamos a tener descendencia si no existía el deseo? Lo segundo es que Eva, orgullosa de mí y contrariamente a las previsiones de Dios, me tomó verdadero afecto y descubrimos el amor, la amistad y el compañerismo, y por tanto, gozamos de la felicidad, pero la humana y no esa felicidad celestial que aquí en la Tierra no tiene utilidad, además se acabaron sus ataques de histeria del Paraíso. Por último, decir que Eva tuvo la peor parte, pero al mismo tiempo las mayores satisfacciones, pues vio cumplidos sus deseos naturales de tener un hijo, Caín, una encantadora criatura nacida de su seno y no con trucos de costillas, como fue su caso. ¡Lástima que nos saliera una calamidad, pero eso ya es otra historia! Y esta es la verdadera historia de mis orígenes y de mi vida en el Paraíso, confío en que les haya entretenido. Ah, por cierto, me han enviado un e-mail de Hollywood interesándose por mi historia, pero creo que han pasado los tiempos para este tipo de películas sobre estos temas, ni quedan ya buenos actores para estos papeles tan comprometidos. En fin, ya veré que hago, les he dicho que me lo estoy pensando. 4. Historia del fin del mundo Para los habitantes de las Galaxias Centrales, que visitaron nuestro planeta en los años 127.321.824, 58.640.000 y 11.230 a. C. A pesar de que según mis informes los terrícolas no eran muy listos (digo eran, porque les hablo desde el futuro) estoy seguro de que algunos de ustedes, excluidos los académicos, porque al referirme a ustedes lo hago al ciudadano de a pie, los más dotados e inteligentes, se habrán dado cuenta de que en el título de esta historia hay una aparente contradicción: ¿cómo es posible hablar de la historia del mundo si ha terminado? Pero no hay ninguna contradicción porque, como ya les había advertido, les estoy escribiendo desde el futuro. Es muy probable que no puedan hacerse una idea de qué futuro les estoy hablando, pero no obstante les proporciono la cifra concreta para que si pueden lo entiendan, vivo a 19,9x1010 años de su tiempo. Y ahora les paso a explicar los detalles. He tenido la suerte de que mis padres eligieran como residencia el pequeño planeta Heperión, que está situado en un sistema solar de una de las pocas constelaciones de la última galaxia del universo, Galatea. Digo que es una suerte porque es el planeta de moda, donde sólo vivimos unos cuantos privilegiados. No sé que pasará en los próximos años, pero por el momento gozamos de una naturaleza joven y virgen, y además no hay insectos. Aquí todavía no había seres humanos cuando llegamos nosotros, razón por la cual el medio ambiente está intacto. Claro que hemos tenido que hacer algunas obras de acondicionamiento, como cambiar el curso de algunos ríos para que desembocaran en otros océanos, porque hemos eliminado un par de ellos para conseguir más terreno urbanizable, y taponar algún que otro volcán que amenazaba con complicarnos la vida. Por el momento bien puede decirse que este planeta es el paraíso, aunque sospecho que no durará mucho, porque está corriendo la voz de su buen clima y características por la galaxia y pronto seremos demasiados para un planeta tan pequeño. Antes de que les proporcione más detalles de mi mundo, quiero explicarles un poco por encima, hasta el punto que crea que ustedes están capacitados para entenderlo, la razón por la cual están leyendo algo escrito a 163.000 millones de años luz de su planeta (cuando existía) y en el tiempo futuro que les había mencionado con anterioridad. Tanto el tiempo como el espacio son relativos y su posición depende del momento presente en que se mire. Para entendernos, todos los momentos presentes está a disposición de cualquiera, desde el principio al final de los tiempos. Para que lo entiendan con un ejemplo de su época, es como un video de ese sitio tan popular que tienen ustedes en Internet, creo que se llama YouTube o algo así. Cuando ustedes pinchan en el botón del comienzo se abre una barra que contiene toda la duración del video y pueden, si lo desean, ver el video en el momento presente que elijan, pudiendo ir directamente al futuro y volver luego al pasado. Pues el tiempo espacial es igual. Lo que no puedo revelarles son los detalles de la máquina que hemos inventado para pinchar en un punto o en otro del tiempo real, sencillamente porque esta terminantemente prohibido utilizarla sin autorización oficial. Como sé que ustedes no están capacitados para revelar mi secreto, habida cuenta de que son ya del pasado, les diré que mi padre es un pez gordo, y tiene acceso a las claves para viajar por el tiempo, así es que ya se estarán figurando cuál es la faena. ¡En efecto, le he birlado las claves para enviarles a ustedes este relato, que estoy seguro les va a interesar! No les digo mi nombre porque no es de su interés el saberlo, ni quiero créditos ni popularidad ni nada de eso. Lo hago un poco por divertirme y también porque mis ancestros eran de su planeta, aunque en casa prácticamente no hablamos nunca de este asunto. Al parecer ustedes, los terrícolas, fueron una de las especies de seres humanos más complicadas y contradictorias del universo, y la que tardó más tiempo en civilizarse y entenderse, ¡y no exagero! Aunque en mi clase de historia no se habla mucho de ustedes, yo por mi cuenta he consultado la hemeroteca universal, la que hemos podido salvar después de tantos viajes y mudanzas de una galaxia a otra, y me hace gracia las ideas que tenían ustedes sobre el fin del mundo. Por cierto que como no manejo muy bien esta complicada máquina de enviar mensajes en el tiempo, no sé en qué siglo estarán ustedes cuando la reciban. Yo he leído mucho sobre el siglo XXX, pero es bastante aburrido. Lo más interesante es lo que les sucedía a ustedes hacia el siglo X, con todas esas absurdas predicciones apocalípticas y ese fanatismo religioso que, a decir verdad, a mí me parece casi gracioso si no fuera por esa afición que tenían a quemar científicos y supuestas brujas en la hoguera. Naturalmente que me sorprende que durante tantos siglos se mantuvieran ustedes en sus trece, y siguieran creyendo esas ideas tan imaginativas y disparatadas. Menos mal que el siglo XXI empezaron a cambiar las cosas y les entró un poco de sentido común, y, aunque con dificultades y violencias, lo fueron superando poco a poco. Pero, como les decía, no fue hasta el siglo XXX que ustedes se civilizaron completamente y consiguieron llevarse bien y entenderse. Lo que sucedió en los siglos siguientes es más o menos bien conocido, porque entra ya en nuestros planes de estudio, dentro de la asignatura de «Historia de los planetas habitados del universo», una de las materias que más me gustan y en la que espero doctorarme. Por cierto, tal vez les alegre saber que por aquí seguimos escuchando a Bach, ¡uno de los pocos músicos de la Tierra que siguen actuales después de esta pila de años! Lo que pasa es que su música, especialmente los Oratorios, es verdaderamente celestial, en todos los sentidos de la palabra. ¡Pero a lo que iba! Cómo según mis cálculos deberán recibir ustedes este mensaje a principios o mediados del siglo XXI, veo por mis apuntes que siguen ustedes sin saber mucho a cerca de la composición y forma del universo, pero que ya tienen teorías bastante aproximadas. Seguramente que lo que yo pueda decirles a cerca de este asunto sea limitado y muy por encima, pues la asignatura de astrofísica nunca la he tragado, y, para colmo, detesto la química, así es que me limitaré a exponerles las ideas básicas muy por encima. El universo, el nuestro desde luego, es esférico. Forma adoptada por efecto de la gravitación, ya que este universo gravita con relación a otros universos, cuyo número es todavía desconocido, pero se habla de cantidades astronómicas y difíciles de cuantificar. En cuanto a la formación, se trata de un verdadero «choque» de dos universos paralelos que dieron origen a una gigantesca descarga de energía positiva y una partícula de energía negativa. Esta polaridad inicial de la energía se fue organizando creando sustancias aparentes capaces de contener masa y dar comienzo a la gravitación, y, por consiguiente, a su formación y posterior desarrollo. Al mismo tiempo, gracias a la información contenida en la energía positiva, fue desarrollando ciertos organismos latentes, junto a las sustancias inorgánicas, las que gravitaban, dando así origen en el tiempo a los astros y a sus naturalezas, viables en algunos de los posteriores planetas de sus billones de estrellas. Naturalmente que tanto los universos creadores como el creado permanecen en lo que llamamos el «exouniverso», que no es más que otro universo que, ¡espero que lo entiendan!, contiene los billones de universos menores más o menos conocidos. Esta compleja realidad espacio-temporal, de origen desconocido, permite en todo momento que las sustancias con masa se organicen dentro de las leyes inmutables de la gravitación y las fuerzas electromagnéticas consiguientes a cualquier nivel que se produzcan, y en cualquier dimensión tiempo-espacio. Y con esto ya les he resumido lo fundamental, el resto no es importante, excepto, claro está, el final, razón por la que me he arriesgado a que me pesquen enviándoles este mensaje y me cueste algunos meses de paralización integral. ¡Espero que no se enteren! Primer dato importante: a pesar de que desde su tiempo han transcurrido ya la cifra de años que les notificaba con anterioridad, el mundo en realidad todavía no ha terminado, aunque ya hemos calculado con cierta precisión los años que todavía le quedan, que serán entre 6.100 ó 6.200 años, eso si no sucede algo accidental. O sea, que no hay por qué apresurarse, porque tenemos tiempo de sobra para pensar qué haremos cuando llegue el momento final. Para que ustedes lo entiendan, aquí consideramos como mundo el universo ya perfectamente delimitado y conocido, y que, como decía, tiene forma esférica, con un radio de 134.000 millones de años luz. Bueno, tengo que puntualizar de estas cifras son de su tiempo, porque ahora es bastante más pequeño, y ni siquiera es esférico, ¡ya que parte está sumido en el caos! En su tiempo su planeta estaba a unos 53.000 millones años luz de la periferia y a unos 40.000 millones de años luz del centro. Por entonces el universo gozaba de buena salud y estaba en expansión, que duró todavía 8,400 mil millones de años. Pero a partir de ese momento, empezaron a colapsar ciertas estrellas, provocando los primeros caos gravitacionales entre sus constelaciones, para terminar afectando a toda la galaxia. La primera galaxia en colapsar fue Mimas, y sucedió hace ahora 1.232 mil millones de años, y estaba situada al borde mismo de la esfera universal, en la zona más densa, razón por la que fue una de las más afectadas, ya que el universo tiende a concentrar su energía en el centro. Por esta razón en la Vía Láctea, su galaxia, ¡ni se enteraron! De todas formas por entonces ya no había seres humanos inteligentes en su planeta, y los seres vivos que quedaban no estaban capacitados para comprender estas cosas. De manera que puede decirse que el universo estuvo sano y en plena expansión durante 22.100 mil millones de años, y a partir de ese momento, y por un periodo estimado de tan sólo 1.120 mil millones de años podemos decir que comenzó el fin del mundo. Por tanto, desde el colapso de la primera galaxia hasta el día en que les hablo, han trascurrido uno 1.060 mil millones de años, y como les decía, nos quedan tan sólo algo más de 6.000 miserables años de existencia. Hasta este preciso momento ha colapsado el 99.2% del universo, que está sumido en un caos total y ha perdido ya el 74% de su espacio, siendo ahora su estructura multiforme e impredecible, puesto que una vez que sucede el caos gravitacional cada astro hace lo que le viene en gana y se integra o desintegra sin un orden ni concierto, pero la tendencia es a perder espacio y, por tanto, tiempo, pese a que conserve su misma masa aparente, pero totalmente irregular y deforme. Puede decirse que ahora nosotros, y los otros millones de mundos habitados de nuestra galaxia, vivimos ya al borde del abismo, para entendernos, el extremo del universo y en la zona que todavía conserva gravitación y por tanto cierta forma estable, de otro modo como es natural la vida no sería posible en este hermoso planeta. Esta es una zona muy densa, porque es lo que podríamos llamar la «piel» del universo, la zona que está en contacto directo con el abismo y la más afectada por la pérdida de energía. En realidad si les pongo un ejemplo sencillo lo entenderán. Imagínense que el universo es una manzana. Nace gracias a la polinización, es decir, gracias una partícula o polen que se introduce el óvulo femenino, y este contiene una cantidad potencial de energía capaz de formar la manzana, ¡con otros aportes exteriores desde luego; es decir, con la ayuda de otros universos paralelos más viejos y los componentes vitales del exouniverso! La manzana tiene un periodo de formación estable, que responde a una especie determinada y sus estructuras molecular y atómica son también estables. Este periodo es el que tendrán ustedes en la Tierra en el tiempo en que reciban este mensaje. Es decir, la manzana es todavía joven y no ha madurado, pongamos que están en el 65% de su previsible existencia y aún le queda energía potencial para continuar su expansión o desarrollo. Cuando el universo alcanzó su madurez, 22.100 mil millones de años después, digamos que se desprendió del árbol y se inició un rápido proceso de desintegración, y como ya están cansados de experimentarlo, el proceso consiste en que la forma espacial de la manzana colapsa y poco a poco su estructura se va desintegrando adoptando formas caóticas, que no responden a ninguna prevista por la naturaleza, hasta que la manzana se pudre completamente, en cuyo caso puede decirse que pierde completamente su forma original para convertirse en una masa caótica que es diseminada en la tierra o espacio exterior que ocupa, en este caso, el exoespacio. Bien, espero que con este sencillo ejemplo lo habrán entendido, y, desde luego, que para ustedes son noticias tranquilizadoras, porque, como les he dicho, el universo en el tiempo de ustedes sigue siendo joven y está en expansión. ¡Pero no es el caso del universo nuestro actual! Para que nos entendamos, a la manzana sólo le quedan algunas partes todavía sanas, pero dentro de unos 6.000 años todo se habrá terminado. ¡Entonces es cuando realmente se acabará el mundo, algo que en su tiempo era una absurda obsesión! Y es ahora cuando les relataré lo más importante de esta historia, y la causa precisamente de esa obsesión. Como ustedes deben suponer, por muy retrasados que estén en asuntos de física astral, si la Tierra pertenece a una galaxia, la Vía Láctea, que es relativamente joven, existen otras galaxias, las situadas en el centro del universo, muchísimo más antiguas. Si en su galaxia el ser humano como tal apareció hace un millón y medio de años de su tiempo y adquirió la capacidad de concebir y reproducir imágenes hace unos 35.000 años, durante el paleolítico, deben aceptar que en las galaxias centrales el ser humano surgió con muchísima más antelación. Para entendernos, el equivalente al homo sapiens de ustedes surgió en estas galaxias con 136.000.000 de años de antelación. En el relativamente corto espacio de tiempo de 1.322.000 años llegó a disponer de una tecnología espacial capaz de realizar viajes intergalácticos. Por entonces se había constituido un Consejo Intergaláctico que abarcaba 131.472 galaxias centrales, y decidieron realizar una serie de viajes expedicionarios a planetas habitables situados en las galaxias más jóvenes y alejadas del centro para conocer sus características naturales y su estado de evolución. En un periodo de tiempo de alrededor de 128 millones de años, realizaron tres visitas a la Tierra. La primera durante la era de los dinosaurios, en el año 127.321.824, la segunda durante el dominio de los grandes primates, en el año 58.640.000, y la tercera y última, y también la más polémica, durante el Paleolítico superior, en el año 11.230, antes de Jesucristo, desde luego. Fue polémica porque en el Consejo de las Galaxias Centrales se había tomado la resolución de no intervenir en la evolución mental de los posibles seres ya humanos que hubiera en los planetas del resto del universo; es decir, decidieron no visitar aquellos planetas habitados cuyos seres humano hubieran alcanzado cierto nivel de conciencia y desarrollo cultural que les permitiera representar ideas en grabados o dibujos, precisamente para evitar que su presencia pudiera ser registrada y mal interpretada. Se discutió mucho acerca de si era o no conveniente volver al planeta Tierra tras la segunda visita, ya que sus modelos informáticos de previsión de desarrollo mental de los terrícolas parecían indicar que habrían alcanzado ya este nivel. No obstante, aprovechando el viaje a otros planetas habitados de la Vía Láctea más subdesarrollados, hicieron una última y polémica visita a su planeta. Recorrieron varios continentes, pero se entretuvieron más en lo que hoy llaman ustedes América del Sur, Oriente Medio, y la actual China, donde tomaron muestras de todo, e incluso se llevaron a 12 seres humanos de las diversas razas que encontraron y que a ellos les parecía que tenía una mentalidad más avanzada, y que no regresaron ya a la Tierra. Lo peor fue, como les decía, que su presencia fue rudimentariamente registrada en grabados y pinturas, y como desconocían su lenguaje, los ingenuos habitantes de la Tierra creyeron que se trataba de dioses, y con el tiempo idearon toda una compleja mitología de seres extraterrestres supuestamente divinos. Mitos y leyendas que dieron origen a las diversas religiones. ¡Y eso es precisamente lo que pretendía evitar el Consejo de las Galaxias Centrales, pero que en el caso de la Tierra no pudo evitar! El problema principal fue el malentendido a cerca de su falsa divinidad y su previsible nueva venida a la Tierra. Como pudieron les hicieron comprender a los atrasados humanos que ellos sólo retornarían a nuestro planeta en el caso de que se produjera alguna catástrofe natural que amenazara la supervivencia de la especie humana, como era previsible que sucediera en un razonable número de años, cuando el sol iniciara su declinar y se fuera agotando su capacidad de fusión. Esto se sabría al observar las manchas solares, pues indicaban el agotamiento de su energía. Claro, ellos señalaban el sol y los inocentes humanos creían que les estaban mostrando el lugar de donde provenía, por lo que una vez que la expedición abandonó su planeta les dio por adorar al sol, y los más hábiles se entregaron a la difícil tarea, por su escasa habilidad manual, de grabar en piedras y arcillas lo que habían visto y tratar de interpretar lo que les habían intentado contar a cerca de su misión y posible plan de evacuación futura, que fueron trasmitiéndolo de generación en generación, ¡y cada vez más deformado y exagerado! Por supuesto que a su regreso a las Galaxias Centrales los expedicionarios dejaron constancia del estado de la Tierra, e introdujeron sus datos en sus computadores para crear un modelo de tiempo que le indicara más o menos cuando deberían volver porque sería necesaria su evacuación. Naturalmente que no les voy a revelar esta fecha, pues si me pescan escribiendo este mensaje o averiguan que lo he enviado, siempre será un atenuante el no haber revelado este tipo de fechas tan cruciales. Sólo les contaré el final de esta historia y su relación con nosotros. En efecto, el sol perdió gradualmente su capacidad de fusión e iniciaba ya el proceso, dado su pequeño tamaño, de convertirse en una estrella enana. Naturalmente que este proceso dura millones de años, pero en un momento dado de su declinar, las condiciones ambientales de la Tierra se estaban haciendo cada vez más catastróficas, con grandes alteraciones climáticas que repercutían con la capacidad de la naturaleza de realizar sus funciones vitales. Esto no sucedió en uno ni en cien años, sino en miles. Es decir, que pueden estar tranquilos que para las fechas en que recibirán este mensaje las cosas están tranquilas y no hay por qué alarmarse. Tal y como tengo registrado en mi base de datos, cuando se produjeron los primeros síntomas catastróficos, asociados con los fallos en la fusión del sol, ustedes ya estaban capacitados para enviar sondas espaciales a otras galaxias, y desde luego no sólo tenían facilidad para enviar naves tripuladas a los planetas de su sistema, sino que ya había colonizado alguno de ellos, sobre todo su satélite, Luna, un lugar de vacaciones muy concurrido. Por entonces estaba planeando ya enviar una misión tripulada a otra estrella, dentro de su propia constelación, porque ya tenían informes fidedignos de que tenía planetas con alguna forma de vida. En el Centro de seguimiento de las Galaxias Centrales estaban al corriente de sus avances, pero dado que el planeta todavía no estaba en riesgo de muerte no intervinieron. Pero las cosas empezaron a cambiar en cierta manera más rápidamente de lo previsto, por la aparición de grandes manchas solares que afectaron peligrosamente a la Tierra. Ustedes comprendandonar en masa el sistema solar en peligro de colapsar era prácticamente nula. Entonces en las Galaxias Centrales se tomó la decisión de intervenir, tal y como estaba previsto, para evacuar tantos terrícolas como fuera posible, y llevarlos a otros planetas de otras constelaciones, que no estuvieran en riesgo inmediato de colapsar. Pero como puede suponer, pese a la gran envergadura y capacidad de sus naves, no sería posible evacuar a toda la población, por lo que la mayor parte de ella tendría que ser abandonada a su suerte. La operación de evacuación se inició en una fecha que por razones ya expuesta no les revelaré, pero fue bastante traumática. Como es natural sólo evacuaron a aquellas personas que fueran adecuadas para ser los pioneros en la colonización de nuevos planetas, bien fuera por su preparación profesional, su estado de salud, su lucidez mental o cualquier otro aspecto que les destacara de los demás. Las pruebas de acceso no revestían problemas, dado lo complejo de los sistemas de análisis de los evacuadores, pero como es natural nadie quería quedarse en un planeta condenado. Sin embargo tampoco cundió el pánico, porque la vida en su planeta, a pesar de los bruscos cambios medio ambientales, no estaba amenazada con carácter inmediato y había tiempo suficiente para prepararse para el final, es decir, los que no pudieron o no quisieron emigrar planificaron la natalidad de manera que ya no nacieran más generaciones. Naturalmente que esta idea, aunque razonable, era triste y no agradaba a nadie, de ahí las luchas por conseguir ser evacuado. Pero la misión de la Galaxia Centrales fue extremadamente intransigente y rigurosa, y la selección fue inevitable. Afortunadamente por entonces ustedes ya habían establecido contacto con el Consejo de las Galaxias Centrales y sabían que se produciría esta evacuación en caso extremo. Esto ayudó a desterrar toda clase de fanatismos religiosos basados en mitos y leyendas, como el de la Nueva Jerusalén, cuyo origen ya conocen, y motivó un gran estímulo de superación en todos los sentidos para llegado el caso ser uno de los evacuados. Hasta un total de 10.000 naves participaron en esta primera y última operación y fueron evacuados cerca de 10.500.000 terrícolas a diversos planetas habitables, de condiciones atmosféricas similares a la Tierra, repartidos entre varios sistemas estelares de la Vía Láctea. Una comisión de notables fue enviada a las Galaxias Centrales, para que formaran parte del Consejo y pudieran participar en futuras decisiones o negociaciones de alto nivel. Bien, a grandes rasgos, eso es todo. Ahora sólo me queda contarles algo acerca de la situación actual, me refiero a la de mi tiempo. Lamentablemente somos la última zona viva del universo, es decir, donde todavía la gravitación es estable, pero estamos rodeados de los restos del universo en caos y por el abismo, a través del que por el momento no hay posibilidad alguna de viajar. Por supuesto que ya no existen las Galaxias Centrales, que están también en caos, pero sigue existiendo el Consejo en una de las estrellas más seguras de nuestra constelación, al menos por el momento. Puede decirse que ya no quedan mundos habitables por colonizar y lamentablemente estamos condenados a desaparecer, al menos que seamos capaces de navegar por el abismo, algo que dudo que pueda llegar a ser posible, dado que la estructura del tiempo y del espacio es demasiado grande para nuestra realidad natural. La verdad es que en casa somos bastante pesimistas. No obstante, nosotros moriremos mucho antes de que todo esto se termine y personalmente no estoy interesado en tener descendencia, ¿para qué? Tampoco hay que ser alarmistas, porque todo tiene un final; lo tuvo su planeta y lo tendrá el universo entero. Pese a lo traumático de la evacuación, tampoco los que se quedaron tuvieron grandes problemas para aceptar el final. De hecho la Tierra quedó deshabitada miles de años antes del colapso del sol. Ya a finales del siglo XXII el número de nacimientos no superaba al de defunciones, y eso a pesar de que para entonces la expectativa media de vida era de 150 años. Llegó un momento en su planeta en que la mayoría de la población tenía un promedio de 120 años de edad. Poco después moriría el último ser humano en la más absoluta soledad, y sólo quedaban algunos grandes primates en los zoológicos, que fueron liberados, pero ya era imposible que a partir de ellos pudiera evolucionar una nueva raza humana. Así es que, muchos siglos después de que una parte de su población fuera evacuada para colonizar otros planetas, la raza humana terrícola se extinguió por su propia voluntad y sin ninguna clase de violencia. Varios millones de años después el sol colapsó y el sistema entró en caos, como sucedería después con el resto de las constelaciones de la Vía Láctea. Y esta es la historia que deseaba contarles, y que espero no les afecte o les deprima, porque es inevitable e irreversible que suceda de esta manera. Ahora ya sólo nos queda la duda de si el ser humano como especie será o no capaz de atravesar el abismo y poblar otros universos paralelos. Pero hasta ahora todos los experimentos, pruebas y lanzamientos no tripulados que hemos realizado han resultado un fracaso y todo nos dice que no es posible, primero porque los universos estables están separados por espacios infranqueables, es decir, por abismos, y después porque los universos paralelos, incluso los más jóvenes, tienen su propia capacidad de crear vida y nuevos seres humanos, de ahí que sea innecesaria una nueva migración, que por otro lado sería ¡a ningún sitio, dado que el abismo, como digo, es infranqueable! Ah, por cierto que no les he hablado de que por aquí corre la idea de que cuando el universo colapse en su totalidad y muera la última forma de vida, es decir, el último organismo vivo, se abrirá para nosotros una nueva e imprevisible dimensión a la que los filósofos llaman «la nada». Este es el último consuelo que nos queda, pero obviamente es relativo, porque a pesar de toda nuestra avanzada tecnología y nuestra extraordinaria capacidad de raciocinio, seguimos sin tener una respuesta razonable de qué es realmente la nada. Sólo sabemos que es el origen de todas las cosas aparentes, pero, como se pueden imaginar, después de descubrir la existencia del exoespacio, y que éste a su vez está contenido en otro súper exoespacio, y así hasta el infinito, cualquier posibilidad de averiguar el origen o la causa primera de todo esto es teóricamente imposible. A esta causa inconcebible seguimos llamándola lo divino, es decir, la causa del movimiento de las cosas, ¡pues no hay duda de que se trata de una característica de la misma naturaleza, pero inconcebible para la mente del ser humano! Por supuesto que no es admisible ni razonable la idea de un dios único y concreto, como sucede en su tiempo, pues como les digo, la nada no puede tener atributos ni ser una idea concreta. Bueno, ya no me quiero extender más, no sea que venga alguien por este laboratorio y me pille enviándoles a ustedes este mensaje. Así es que me despido con el deseo de que esta historia les haya entretenido. Cuentos LA HISTORIA DE IVETTE Jaime Despree Para La Ivette real, con todo mi afecto -Me he divertido mucho en tu fiesta, Ivette. Tienes una mamá genial. Nadie cuenta historias como ella. -Sí, sabe muchas bonitas historias; ¡es escritora! Recuerdo este sencillo diálogo con una de mis mejores amigas al final en mi fiesta de cumpleaños, cuando cumplí siete años, esa delicada edad cuando empezamos a distinguir lo real y lo fantástico, mezclando lo uno con lo otro. Ese mismo día, en que parecía que todo eran alegrías y sonrisas, comenzó para mí un verdadero calvario. Soy una escritora y he imaginado muchas historias, pero es cierto que la realidad supera la fantasía, porque lo que me sucedió en los días siguientes supera cualquier historia fantástica que pudiera imaginar. También fue ese el día que fui consciente de lo que significaba ser escritora, en especial de cuentos infantiles, al contemplar las expresiones de felicidad de mis amigos, que escuchaban embelesados los relatos de mi madre. Ella me enseñó la importancia de nuestro laborioso, sacrificado y creativo oficio de escritores, pero nunca npodré llegar a estar a su altura, porque mi madre era una persona genial, de las que nacen solo una entre un millón. Cuando me despedí de todos los invitados con felicitaciones y elogios a mi madre, la encontré postrada en el sofá, con un alarmante gesto de dolor en el pecho, que había reprimido durante toda la fiesta. -Mamá, te sucede algo; ¿no estás bien? - No, cariño; solo es un ligero mareo por el jaleo de tu fiesta, esos diablillos te agotan. ¿les ha gustado tu fiesta? Pero yo no pude concentrarme en la respuesta, porque ya entonces tuve el presentimiento de que mi madre estaba muy enferma, pero no podía imaginar su gravedad. Otras veces, durante nuestros habituales paseos dominicales en bicicleta por las orillas del río que atraviesa nuestra ciudad, me rogaba que nos detuvieramos a descansar unos instantes, y de nuevo el mismo gesto de dolor y el esfuerzo que hacía para disimularlo. Yo no solo admiraba a mi madre por su talento, dulzura y su clara inteligencia, sino que estaba muy unida a ella, porque prácticamente vivíamos solas las dos en nuestro apartamento de Berlín. Mi padre es un renombrado arquitecto y tenía que supervisar los muchos edificios que había proyectado y que estaban todavía en construcción, diseminados por todo el país. Solo podíamos reunirnos en familia los fines de semana, que mi padre aprovechaba para descansar, darse un relajante baño, sin prestar mucha atención a lo que se estaba gestando en mi madre. Pero los efectos de su grave enfermedad fueron notorios, por la alarmante palidez de su sudoroso rostro y un permanente rictus de dolor en sus labios. La alarma que hizo prestar atención a mi padre sobre su estado de salud, fue el día que dejó de escribir su relato semanal que radicaba por una emisora de radio local. - Mami, ¿qué te pasa?, tú nunca has dejado de escribir los cuentos para la radio… - Ivette, cielo, no me pasa nada, pero todos los escritores tenemos días malos en los que no nos funciona la imaginación. - Pero, mami, todos los niños de mi colegio escuchan tus cuentos… Sí, mi madre estaba sufriendo la mayor tragedia de un escritor: ¡no poder escribir! Como yo había presentido, una trágica mañana mi madre sufrió un violento ataque al corazón cuando yo me disponía a salir para ir al colegio, y cayó desplomada sobre el suelo, llevándose las manos al pecho donde tenía su inmenso corazón dañado. Yo no supe cómo reaccionar, solo se me ocurrió abrazarme a ella y exclamar aterrorizada. -¡Mami, mami, ¿qué te pasa, por qué no me hablas? Mami, yo no quiero que estés así; mami, tengo miedo y tú no dices nada ni te mueves, mami dime algo, por favor, dime algo… Yo no sabía qué hacer, era demasiado pequeña para asumir aquella dramática situación, rompí a llorar sin dejar de abrazar su cuerpo con un corazón paralizado. Así permanecí no sé cuánto tiempo hasta que vino a nuestra casa una asistenta que ayudaba a mi madre en las tareas de la casa. La pobre mujer sufrió un ataque de nervios al contemplar aquella escena: ¡una niña llorosa abrazaba a su madre muerta! Si yo hubiera reaccionado y salido en busca de alguien que me ayudara a llevarla al hospital llamado a una ambulancia tal vez se hubiera salvado. Fueron unos minutos horribles, yo no quería separarme de mi madre, porque no podía concebir la idea de la muerte y pensaba que pronto recobraría la conciencia y todo volvería a la normalidad. Prácticamente me arrancaron de su cuerpo. Yo insistía sin dejar de temblar de pies a cabeza y sin dejar de llorar. -¡Mami, despierta, no quiero que estés así, despierta por favor…! Cuando llegó una ambulancia y la trasladaron al hospital, donde solo pudieron certificar su defunción, me tuvieron que sujetar para que no fuera corriendo detrás de los sanitarios que sacaron su cadáver de nuestra casa, y yo me quedé en estado de shock, sin apenas darme cuenta de lo que sucedió después. Mi padre nombró a uno de sus ayudantes para sustituirlo y acudió consternado por la inesperada muerte de mi madre. Yo me dejaba llevar como una autómata de un lado para otro, sin recuperarme del shock, incapaz de pensar o recordar lo que había sucedido. Mi padre se creyó el responsable de su muerte por no haberla atendido mejor, y por un tiempo se encerró en nuestra casa y no prestaba atención a sus compromisos y muchos de sus edificios tuvieron que suspender los trabajos con enormes pérdidas. Solo cuando le amenazaron con demandarle reaccionó y volvió a sus ausencias. Fue inútil que tratara de que yo comprendiera su situación y sus graves responsabilidades ineludibles, pero yo no escuchaba lo que me trataba de decir, porque seguía en estado de shock. Recurrió a una hermana de su madre, de avanzada edad, pero de espíritu alegre y jovial, que mi padre creyó la más indicada, para que se hiciera cargo de mí las 24 horas del día y que me llevara al mundo real y aceptara los hechos irremediables. Pero yo me encerré en mi habitación y como si estuviera grabado en mi cerebro, repetía en susurros la misma lamentación: -Mami, vuelve de donde te hayas ido. Seré buena, no comeré dulces a escondidas, me comeré las verduras que tu sabes que odio y no me olvidaré ningún día de lavarne los dientes; sí, mami lo haré todo sin quejarme, pero vuelve , vuelve mami… Y terminaba rompiendo a llorar desconsolada al no recibir respuesta. En vano mi cuidadora trataba con enorme afecto, paciencia y cuidado de no decir nada que pudiera hacerme revivir aquellos dramáticos sucesos. Pero yo me encerré en mi habitación repitiendo entre sollozos las mismas súplicas, porque estaba convencida que mi madre las escucharía y volvería de donde estuviera. !Y sucedió! Una mañana al despertar me encontré a mi madre sentada al borde de mi cama. La enorme alegría de su regreso me dejó sin habla solo quería abrazarla. Pero cuando me abalancé sobre ella estuve a punto de caerme de la cama, porque no tenía nada que pudiera abrazar, se había vuelto transparente y vestía una horrible bata blanca con un número impreso en el lado de su corazón, que la había llevado a su súbita muerte. - Mami, ¿por qué no puedo abrazarte? ¿Qué te han hecho en el hospital? ¿Por qué… Quería hacerle mil preguntas, pero hizo un gesto con las manos para que guardara silencio, y pude escuchar su extraña voz dentro de mi cabeza pero no por los oídos.. - Guarda silencio, cariño, nadie más que tú debe saber que estoy aquí. Sé que has sufrido mucho por mi muerte… -Entonces es verdad lo que dice papa, que estás muerta. - Si, estoy muerta, pero eres demasiado pequeña para dejarte sola en estos tristes momentos. Seré tu ángel de la guarda hasta que te resignes y aceptes todo sin poner objeción ni la menor duda y cada mañana al despertar estaré siempre a tu lado y cuando despiertes me tendrás sentada aquí, al borde de tu cama para que me cuentes todo lo que te apena para ayudarte a superarlo. ¡Seremos muy felices! A mi tierna edad estaba dispuesta a creer cualquier cosa por extraño que pareciera y, a pesar de no ser más una visión incorpórea, acepté su propuesta. A aquellas silenciosas horas de la mañana mi conversación con mi difunta madre la escuchó mi anciana cuidadora y alarmada informó a mi padre. -Parece como si hablara con su madre y que estuviera en persona en su habitación. Creo que debes hacer algo antes de que sea demasiado tarde y pierda el juicio. El fin de semana mi padre regresó como de costumbre y a la mañana siguiente permaneció pegado a la puerta de mi habitación tratando de escuchar mi conversaciones con mi difunta madre. Cuando desperté ella estaba sentada al borde de mi cama, como me había prometido. -Buenos días, cariño ¡cómo se encuentra mi pequeña esta mañana! -Buenos días mami, estoy triste porque tú… Y no pude terminar la frase porque mi padre entró sin llamar a mi habitación. Mi madre desapareció apenas se escuchó el ruido del pestillo de la puerta. - Ivette, hija, ¿con quién estabas hablando? ¿Hablabas con tu madre? Yo estaba furiosa porque había causado su desaparición, pero él creyó que si me desengañaba volvería más pronto al mundo real, y me recriminó con una agresividad impropia de él. -Hija, acepta los hechos! Tu madre está muerta y los muertos no regresan nunca con los vivos. Estás viendo alucinaciones por causa del dolor de su muerte, pero ella nunca ha estado aquí, en esta habitación ni podrá estar jamás! - ¡No es verdad, ella estaba aquí, pero tú la has asustado y se ha ido, porque nadie debe saber que ha estado aquí. Era nuestro secreto, y tú lo has estropeado todo. Ahora no vendrá nunca más. ¡Te odio! ¡Te odio! !Vete! ¡Sal de mi habitación! Y nuevamente la angustia que sentía me hizo llorar desconsolada. Tuvo que intervenir mi anciana cuidadora para poner paz en aquella violenta situación. -Ven, déjala sola y no hagas caso de lo que te dice, cuando se recupere te pedirá perdón. Mi padre estaba profundamente dolido por mi violento comportamiento, pero se resignó y me dejaron sola en la desolada habitación. SEGUNDA PARTE A pesar de mis ruegos, mi madre no apareció sobre mi cama la mañana siguiente ni en las posteriores. Estaba tan deprimida que comencé a maquinar una terrible idea para reunirme con ella: Si estaba muerta pero al mismo tiempo de alguna manera, también estaba viva, yo podría reunirme con ella allí donde se encontrará si moría yo también. En aquella tierna edad yo creía que morirse era como cambiar de casa en otro barrio. Había escuchado comentar a las madres que vienen a recoger sus hijos del colegio, que algunos famosos habían muerto por una sobredosis de sedantes, y recordé que mi madre también los tomaba y que los guardaba en un armario del cuarto de baño, !y allí estaban!, un frasco entero de pastillas blancas y rojas que parecían de caramelo. Excitada por el descubrimiento escondí el preciado frasco en mi habitación y esperé al anochecer, cuando mi cuidadora estuviera dormida. Entonces imaginé que aquella misma noche me reuniría con mi madre. Fueron unas terribles horas de angustia que me hacían llorar sin que lo pudiera evitar. Mi cuidadora se dio cuenta de que algo grave me estaba sucediendo, pero no podía imaginar lo que estaba tramando. - Niña estás temblando de pies a cabeza. Si es por algo que te asusta, esta noche puedes venir a dormir conmigo. Hoy tengo la certeza de que aquella alegre mujer leyó en mi agitación que estaba urdiendo algo grave. Yo no sabía qué excusa buscar para rechazar su invitación, pero después de un dramático silencio me ocurrió una buena coartada: -Como dice mi papá que mi mamá no puede estar allí, ya no tengo miedo de dormir sola. Aquella contestación le hizo creer a la pobre mujer que ya me estaba volviendo el juicio, y empezaba a resignarme y volver a la normalidad. Me encerré en mi habitación e hice ver que jugaba con mis muñecas, lo que tranquilizó todavía más a mi celosa cuidadora. Estaba firmemente decidida a seguir adelante con mi plan y fingí que estaba jugando con todas esas cosas que me gustaban y me hacían sentirme bien, como los ositos de peluche que me regalaba alguien cada cumpleaños; o los disfraces de payaso y de hada madrina que vestí en los últimos carnavales; o los póster de mis personajes de dibujos animados que me hacían reir; o la cajita de música con la melodía de “Para Elisa”, y tantos otros juguetes que no podría llevarme allí donde fuera que estuviera mi madre. Fueron unos momentos de una terrible lucha interna en los que el gran cariño que sentía por mi madre competía con todos aquellos objetos testigos de los momentos felices de mi corta vida. Pero reaccioné enérgicamente y le di prioridad a mi madre. Saqué el pequeño frasco de pastillas de donde lo tenía escondido y me pareció increíble que algo tan pequeño pudiera llevarme tan lejos. Aquella noche mi cuidadora estaba muy inquieta, porque debía tener el presentimiento de mi intento de suicidio y entró de improviso dos veces en mi habitabiacion con la excusa de preguntarme si deseaba algo. Paradójicamente ella colaboró con mí frustrado suicidio, y le pedí un vaso de leche, porque había olvidado traer algo líquido para tomar las pastillas. Pasada la medianoche ya no se escuchaba nada y supuse que mi guardiana estaría ya dormida. Yo apenas podía mantenerme despierta. Durante esas angustiosas horas mi infantil conciencia se esforzaba inútilmente en hacerme despertar de aquella pesadilla, pero yo no la escuchaba. Desparramé las pastillas sobre la colcha y durante unos angustiosos momentos en los que me impresionó la idea de que esa misma noche pudiera estar junto a mi madre, a quien volví a llamar en una dramática última súplica. - Mami, si me estás escuchando ven y no tomaré estas pastillas. Pero no apareció y entre más amargos sollozos fui ingiriendo una a una todas aquellas coloridas pastillas. Unos instantes después, en los que yo esperaba el milagro de la reunión, sentí una dolorosa punzada y como si un rayo atravesara mi cerebro y perdí el conocimiento. Al desplomarme sobre la almohada, el frasco vacío de las pastillas rodó por la colcha hasta estrellarse contra el suelo haciéndose añicos. El ruido despertó a mi guardiana y corrió a mi habitación entre lamentos, porque presentía que algo grave me había sucedido. Cuando entró en mi habitación y me vio postrada e exclamó: —¡Dios santo! ¿Qué has hecho, pequeña? Se acercó a mí y al ver que estaba inconsciente, me zarandeó tratando de reanimarme. Cuando descubrió los restos del frasco, enseguida comprendió lo que había sucedido. -!No; por el amor de Dios, no es posible que haya hecho algo así! Pero sí, lo ha hecho; ha debido ingerir todas las pastillas de este frasco. ¡Ay Dios mío, qué desgracia! Tengo que llamar una ambulancia, pero ¿dónde he puesto yo el maldito móvil? En su azoramiento y nerviosismo fue incapaz de encontrar su móvil, aunque estaba a su alcance y dejó pasar un tiempo que ponía en riesgo mi vida. Desconcertada y angustiada, salió a la calle en busca de ayuda y quiso el destino que en ese preciso instante circulase una patrulla de la policía municipal de vigilancia nocturna, y unos minutos más tarde llegó una ambulancia con un médico: -No podemos hacerle aquí un lavado de estómago porque está en coma. Hay que ingresarla urgentemente en el hospital y que Dios nos ayude y no se nos muera en el trayecto. !Pobre criatura! ¿Por qué siendo tan niña ha intentado suicidarse? Ese fue el pesimista diagnóstico de quien me atendió. A mi pobre cuidadora tuvieron que inyectarle un fuerte calmante, porque no cesaba de gemir y maldecirse a sí misma por su descuido. En el hospital me trataron con todos los procesos médicos para estos casos, pero yo no reaccionaba y se pusieron en contacto con mi padre para informarle sobre mi ingreso y los resultados negativos del tratamiento. Profundamente afectado emprendió un temerario viaje de regreso. Durante el dramático viaje estuvo a punto de estrellar su automóvil y suicidarse él también, porque dos muertes en su ausencia era intolerable. Para su desesperación, los informes de los médicos que me atendieron no podían ser más negativos. -Desgraciadamente en el frasco no solo había sedantes, sino medicamentos para el tratamiento de la enfermedad cardiovascular de su esposa, y la mezcla no puede ser más nociva. Lamento tener que decirle qued la vida de su hija está ya en manos de Dios y de ella misma si lucha contra la muerte, pero es muy joven y no tiene fuerzas suficientes para luchar contra la fatalidad. Por si estas luctuosas declaraciones del médico que me atendió no le abrumaron lo suficiente, le previnieron que incluso en el caso de salir del coma, mi cerebro podria haber sido afectado y pasar el resto de mi vida en estado vegetativo —¿Puedo quedarme en su habitación hasta que salga del coma? -Sí, haremos una excepción. Incluso háblele usted mostrando su cariño y su deseo de que sobreviva, puede que le escuche, la medicina no es especialista de las almas solo de los cuerpos. Le acondicionaron en una cama plegable junto a la mía y permaneció pendiente de algún gesto mío que indicara mi recuperación. Pero al día siguiente continuaba sin recuperar la consciencia. Cuando ya clareaba y en el hospital había un inusual silencio, mi padre siguió los consejos del médico y se decidió a hablarme. Había estado llorando en silencio; se secó las lágrimas y se sentó en el borde de mi cama: - Hija, dicen los médicos que tal vez puedas escucharme, si es así te ruego que luches contra lo que te quiere arrastrar a la muerte y sobrevivas, porque si mueres perderé la niña con la que siempre había soñado que fuera mi hija y que me llenó de felicidad y dio sentido a mi vida. Te quiero mucho, tanto como quería a tu madre, pero de otra forma. Yo no soy un buen orador ni sé decir lo que siento como sabía hacerlo ella, solo sé proyectar casas, pero espero que para ti sea suficiente repetirte que te quiero mucho y te ruego que tengas la voluntad y la energía suficiente para que venzas a la muerte y te recuperes sin que te quede ninguna secuela. Como si nada hubiera sucedido, solo un mal sueño; una pesadilla. Eso es todo lo que deseaba decirte... Espero que me hayas escuchado. Se acercó a mí, me besó en la frente y susurro angustiado. "¡Hija, no me dejes tú también!" y volvió a su minúscula cama, donde le venció el sueño. Yo le escuchaba, pero de una forma extraña. Su voz sonaba en mi cerebro como si estuviera hablándome en el interior de una cueva. No; mi padre no me culpaba de la muerte de mi madre y cometí un grave error que estaba pagando. Intenté despertar, pero todos mis esfuerzos fueron inútiles. Algo me tenía presa como si me hubieran atado. No podía ni abrir los párpados ni sentía frío ni calor. Era evidente que mi cuerpo estaba ya inerte, posiblemente ya había muerto. - Ivette, mi pequeña, ¿por qué lo has hecho? De improviso escuché, con la misma voz extraña, a quien parecía ser mi madre. - Mamá, ¿eres tú? !Pero tú estabas muerta! - Sí Ivette, estoy muerta, y tú también estás clínicamente muerta, por eso puedo hablar contigo. Pero estás solo en el umbral, y aún puedes salvarte. - Mamá, perdóname por haber dejado que murieses, yo... - Ivette, mi pequeña, no fuiste tú sino mi destino el responsable de mi muerte. Todo está escrito en la estrella de la que venimos. Al igual que el polen viaja largas distancias en busca de una flor para fertilizar un fruto, las almas surgen de las estrellas y recorren largas distancias a través del universo para fertilizar el óvulo de un ser humano. Estaba escrito que debía morir ese día y nadie hubiera podido evitarlo. En tu destino no está escrito que mueras en este hospital. Todavía tienes que recorrer un largo camino, muchas bellas obras que escribir, porque tu también serás escritora. Solo me queda darte un consejo antes de emprender mi largo viaje de regreso a mi estrella: cuando tengas dudas sobre tu talento, alza la vista al cielo en una noche clara y verás que hay millones de estrellas, unas son grandes y otras pequeñas, pero todas brillan con luz propia. Seas una gran o pequeña escritora brilla siempre con tu propia luz. Mi pequeña Ivette, vive, despierta y recibe a tu padre con una sonrisa, para que sepa que has vencido la muerte. Y ahora tengo que marchar. No olvides nunca este consejo, no olvides que yo te lo dí… Y dejé de escuchar su voz, porque se había desvanecido Unos instantes después, sentí un fuerte dolor en el estómago, y un sabor amargo en la boca. Poco a poco se fueron activando mis sentidos hasta que pude abrir los ojos y ver a mi padre dormido. Amanecía y un rayo de sol atravesaba mi ventana y sentía su calor en las mejillas, por lo que no había duda de que recuperaba todos los sentidos. Quise llamarle y despertarle, pero no podía articular ninguna palabra. Lo intenté una y otra vez hasta que por fin tartamudeando pude llamarle. - !Pa... pá! Se despertó y al ver el rayo de sol que iluminaba mi rostro creyó que era una alucinación —Ivette, ¿eres tú quién me has llamado o es una alucinación? Yo no pude responder, pero le sonreí como me había pedido mi madre y mi padre comprendió que había despertado. Hace veinte años de aquellos sucesos y nunca sabré si mi madre que apareció era realmente ella o imaginaciones mías, pero cada vez que contemplo un cielo estrellado recuerdo su consejo: .«Seas grande o pequeña, brilla siempre con luz propia» Fin